Juan Pablo II subraya que la igualdad y promoción de la
mujer es un ideal cristiano (Aceprensa 103/95)
Los cristianos deben derribar todos los obstáculos que impiden la plena
liberación de la mujer de toda forma de abuso, según afirma Juan Pablo II en
su Carta a las mujeres, escrita con ocasión de la Conferencia mundial que se
celebrará en Pekín el próximo mes de septiembre. El Papa muestra que con esa
actitud no se trata de abrazar una moda sino de seguir el ejemplo de Cristo.
Aunque la ocasión de esta Carta es la Conferencia sobre la mujer, el
Papa no entra en cuestiones polémicas ni se refiere a los documentos
preparatorios de esta reunión convocada por la ONU. "La Iglesia -afirma-
quiere ofrecer también su contribución en defensa de la dignidad, papel y
derechos de las mujeres, no sólo a través de la aportación específica de la
Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos de Pekín, sino también
hablando directamente al corazón y a la mente de todas las mujeres".
El Papa se dirige a cada mujer para reflexionar sobre el fundamento
antropológico de su dignidad, que se remonta a la historia de la creación
narrada en el Génesis. "La mujer es el complemento del hombre, como el
hombre es complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios.
La feminidad realiza lo 'humano' tanto como la masculinidad, pero con una
modulación diversa y complementaria (...). Feminidad y masculinidad son entre sí
complementarios no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico.
Sólo gracias a la dualidad de lo masculino y de lo femenino lo humano se
realiza plenamente".
La Carta considera también lo mucho que queda por hacer para que ese
plan de Dios se lleve a cabo. El Papa expresa su "admiración hacia las
mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad de su
condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales,
económicos y políticos, y han tomado esta valiente iniciativa en tiempos en
que este compromiso suyo era considerado un acto de transgresión, un signo de
falta de feminidad, una manifestación de exhibicionismo, y tal vez un
pecado".
Por desgracia, reflexiona Juan Pablo II, somos herederos de una historia
de enormes condicionamientos que han hecho difícil el camino de la mujer.
"No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas,
considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los
siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han
faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades
objetivas, incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento
sinceramente".
Este sentimiento se debe convertir para toda la Iglesia "en un
compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente
sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y de dominio
tiene un mensaje de perenne actualidad, el cual brota de la actitud misma de
Cristo. Él, superando las normas vigentes en la cultura de su tiempo, tuvo en
relación con las mujeres una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de
ternura".
No se trata, sin embargo, de historia pasada: "¡Cuántas mujeres
han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su
competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad
y en definitiva por la dignidad misma de su ser!". El Papa se refiere también
a la "larga y humillante historia -a menudo 'subterránea'- de abusos
cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad", que incluye
también la explotación del sexo que se lleva a cabo dentro de la cultura
hedonista.
"Cuánto reconocimiento merecen en cambio las mujeres que, con
amor heroico por su criatura, llevan a término un embarazo derivado de la
injusticia de relaciones sexuales impuestas con la fuerza". Y esto no sólo,
añade, en el contexto de las atrocidades que se cometen en las guerras, sino
también en situaciones de bienestar, viciado por una cultura permisivista y
machista. "En semejantes condiciones, la opción del aborto, que es siempre
un pecado grave, antes de ser una responsabilidad de las mujeres, es un crimen
imputable al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea".
Para el Papa, si durante el Año Internacional de la Familia, celebrado
en 1994, se puso la atención sobre la mujer como madre, la Conferencia de Pekín
es la ocasión propicia para una nueva toma de conciencia del "genio
femenino". Este se manifiesta en la múltiple aportación que la mujer
ofrece a la vida de todas las sociedades, incluida la Iglesia, que se
caracteriza por su peculiar sensibilidad para los valores humanos y los valores
del espíritu.
En esa aportación es posible ver, "sin desventajas para la mujer,
una cierta diversidad de papeles, en la medida en que tal diversidad no es fruto
de imposición arbitraria, sino que mana del carácter peculiar del ser
masculino y femenino. Es un tema que tiene su aplicación específica incluso
dentro de la Iglesia".
El Papa recuerda en este punto que el hecho de que la ordenación
sacerdotal esté reservada a los varones no es una discriminación para la
mujer. "Si Cristo -con una elección libre y soberana, atestiguada por el
Evangelio y la constante tradición eclesial-ha confiado solamente a los varones
la tarea de ser 'icono' de su rostro de 'pastor' y de 'esposo' de la Iglesia a
través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de
la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido
el orden sagrado, siendo por lo demás todos igualmente dotados de la dignidad
propia del 'sacerdocio común', fundamentado en el Bautismo".