Como fumador, doy fe de que siempre, antes de
encender un cigarrillo, solicito la venia de cuantos me acompañan. Si el
permiso es concedido, expulso el humo con sumo cuidado y mesura, para no herir
el aire de los demás. Y no fumo en los hospitales, ni en los lugares donde no
hay ceniceros, ni en los coches, ni en los aviones. Entiendo y comprendo la
animadversión hacia el tabaco pero no me considero un homínido peligroso por
consumirlo. Nunca he robado, ni asaltado, ni esgrimido un arma blanca, ni
atracado a mano armada por un cigarrillo.