Leonardo Almazán

Introducción

A través de este Tercer Congreso Internacional de Teología Mariana se han empleado diversas metodologías para responder a esa pregunta. Mi presentación tomará en cuenta los datos hasta ahora recibidos (especialmente los datos bíblicos y antropológicos experienciales) para hacer una lectura ético-teológica de María como madre y hermana de los pobres.

Siendo mi área de investigación el área de la moral social y especialmente el campo de los derechos humanos, mi presentación buscará describir a María, madre y hermana de los pobres, usando dos adjetivos calificativos que son propios de esa área de estudio: madre mediadora [1] y hermana solidaria [2]. La mediación solidaria que nos ofrece María será abordada en tres momentos históricos: la Galilea del siglo primero, la época de la Colonia en Colombia y la época actual.

Mi intención es no olvidar que todo esfuerzo de reflexión teológica debe tener una obligada vertiente de aplicación práctica y que, por tal motivo, nuestra reflexión debe acercar nuestras vidas, nuestras condiciones concretas y nuestras necesidades a Dios, y que María, nuestra mediadora solidaria, es una ayuda inestimable en esta labor.

Por tal motivo, la primera parte de nuestra reflexión consistirá en una brevísima presentación histórica de las condiciones políticas, económicas, sociales y religiosas en las que vivió María de Nazaret, seguida por un análisis bíblico-teológico de cuatro momentos de la vida de María, según nos los presentan los evangelios de Lucas y Juan.

La segunda parte de esta reflexión conectará brevemente a María de Nazaret con Nuestra Señora de Chiquinquirá.

La última parte esbozará una aplicación ético-práctica de nuestra devoción a María por medio de la categoría de filiación, aplicada a nosotros, y las de mediación y solidaridad, aplicadas a María, quien sigue intercediendo de manera solidaria a favor de esta bella tierra y de su gente.

Después de una breve sesión de preguntas y comentarios, concluiremos nuestra reflexión conjunta con una oración a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Comencemos pues analizando la figura histórica de María de Nazaret.

María de Nazaret

Análisis histórico [3]

Gracias a diversos estudios comparativos históricos, arqueológicos, sociológicos y antropológicos contemporáneos, poseemos abundante información acerca de la antigua Galilea del tiempo de Jesús, así como de la situación política, económica, social y religiosa en la que vivió María de Nazaret.

Gracias a los evangelios sabemos que María de Nazaret fue una mujer judía que vivió en la región de Galilea en las décadas de antes y después del llamado “año uno” de la era Cristiana, y que vivió según las expectativas que le impusieron las costumbres y leyes que regían la vida en ese tiempo y espacio.

Aspecto personal [4]

Basados en la información que nos dan los evangelios y en los estudios apenas mencionados, podríamos pensar que: a) como toda niña judía, María aprendió de su círculo familiar y en especial de su madre todo lo relacionado a las tareas propias del hogar y a los roles propios de una mujer judía; b) como hija, tuvo la obligación de asistir a su madre en todas las labores del hogar y de alimentar a su papá, darle de beber, lavarle la cara, las manos y los pies, vestirlo, cubrirlo y, durante su edad avanzada, sacarlo y meterlo de casa; c) como futura esposa, tuvo que aceptar el compromiso de matrimonio que sus padres hicieron con el carpintero José y su familia; al mismo tiempo, María tuvo que lidiar con las consecuencias de quedar embarazada (aún cuando fue, como bien sabemos, por obra y gracia del espíritu Santo) antes de vivir con su esposo; d) como madre y esposa fue la encargada de los deberes domésticos: de cuidar a su hijo y de atender a José, su esposo (lo cual implicaba tareas tales como lavarle la cara, las manos y los pies al regresar del trabajo, prepararle su bebida preferida, etc.); y e) finalmente, como viuda quedó desamparada, sobre todo después de haber perdido a su único hijo de una manera ignominiosa. De modo que la vida de María de Nazaret, hija, esposa, madre y hermana fue un caminar plenamente humano, con sus búsquedas, ansiedades, e incomprensiones.

Por esa razón, no debiéramos nunca pensar que, por el hecho de que María fue elegida para ser la madre de Jesús, estuvo eximida de las experiencias comunes de tedio, lágrimas, aflicciones, amarguras, agonías y muerte.

Para entender esto basta imaginar el hecho de que María tuvo que sepultar a sus propios padres y más tarde a san José, su castísimo esposo, y es suficiente con recordar el anuncio profético de Simeón que le vaticina que una espada de dolor le traspasará el alma, lo cual se cumplirá en la cruenta experiencia de la crucifixión. Al mismo tiempo, María participó de las alegrías y satisfacciones de la vida de toda mujer y enfrentó con el mismo coraje, fuerza y grandeza las vicisitudes de la vida.

Esta manera de percibir su figura nos invita a reflexionar profundamente en la grandeza de María, quien en su total humanidad camina solidariamente con nosotros e intercede a nuestro favor, sabiendo cabalmente en qué consisten nuestras penas y nuestras alegrías [5].

Aspecto político y económico [6]

Como es el caso para todo ser humano, los rasgos personales de María se vieron afectados por su entorno político, económico, social y religioso; por ello es importante que nos detengamos brevemente ahora a considerar cómo eran el tiempo y el espacio en los que vivió la madre de nuestro Salvador.

La tierra que vio nacer y crecer a María fue Nazaret, un pueblito localizado en la región de Galilea. Durante la vida de María, Galilea era una región agrícola y pastoril ubicada en el ahora llamado Medio Oriente, y que al tiempo estaba ocupada y colonizada por las fuerzas imperiales romanas [7].

Dada la ocupación romana, la situación política era sumamente complicada en toda Galilea y en especial en Nazaret: el Imperio romano gobernaba sus territorios conquistados por medio de representantes locales y les permitía mantener su propio culto religioso e incluso sus propias estructuras internas de gobierno, siempre y cuando pagaran impuestos y obedecieran los decretos del emperador romano (MacMullen, 1974).

Una doble dependencia política, por un lado del  Imperio romano y  por el otro de las autoridades locales, acarrearon desastrosas consecuencias económicas para los galileos, ya que ello significaba que tenían que pagar dobles impuestos: un alto impuesto al Imperio romano y un impuesto a las autoridades locales, tanto civiles como religiosas.

La carga onerosa de un doble impuesto afectó directamente a los habitantes de toda la región. Dadas las condiciones de penuria y miseria en que se vieron sumidos los habitantes, no es de extrañarse  que  los pobladores  de esos entornos se rebelaran con frecuencia en contra del poder invasor. Invariablemente, esas revueltas eran violentamente reprimidas por el poder imperial (Richardson, 1996).

Dado que todo esto sucedió durante el tiempo en el que María vivió en Nazaret, es posible vislumbrarla experimentando el terror de la represión imperial, traducida en la destrucción de las aldeas y poblados circundantes; es posible imaginarla compartiendo el dolor y la desolación causados por los asesinatos y ejecuciones de los rebeldes (generalmente, por medio de la crucifixión), así como la esclavización de los amigos y familiares de estos; y es posible adivinar su reacción al presenciar el consiguiente saqueo, pillaje, violación de mujeres y asesinato de niños y ancianos a manos de los soldados romanos.

Desafortunadamente, el sufrimiento de los galileos y  nazarenos nunca acababa con la violenta supresión de cada rebelión, ya que para poder reconstruir y al mismo tiempo pagar los nuevos (y más altos) impuestos a Roma, los pobladores de esa región se vieron frecuentemente obligados a pedir préstamos a usureros inescrupulosos que constantemente terminaban apoderándose de sus ahorros, de sus tierras y a veces, cuando no podían pagar el préstamo por el alto rédito, hasta de sus personas y las de sus familias.

María de Nazaret, testigo presencial de esta terrible situación, llena de penurias y dificultades, tuvo que haber sido parte activa del proceso de reconstrucción. Una vez restablecida la calma, acudió al auxilio de sus amigos y familiares.

Pero más aún, moviéndose fuera de su círculo familiar, tuvo que haberse solidarizado con todos aquellos hombres y mujeres que sufrían en carne propia a causa de la pobreza generalizada, la usura, la explotación, el desplazamiento y la esclavitud y especialmente con aquellas mujeres que habían perdido padres, esposos, hermanos o hijos a causa de la violencia causada por el poder ilegítimo opresor (Daino, 1995).

Aspecto social y religioso

Respecto a las condiciones sociales de su tiempo (Meyers, 1998) María de Nazaret vivió y trabajó en un ambiente comunitario, rodeada de parientes   y amigos. Su casa fue seguramente humilde, sin espacios privados, ruidosa, desordenada, llena de gente platicando, riéndose, discutiendo, ya fuera en casa de sus padres o en casa de los padres de José, María era una más de las mujeres que se mantenían ocupadas produciendo, procesando y conservando comida; moliendo grano y horneando pan; cociendo, hilando, tejiendo o lavando ropa; enseñando, entrenando y cuidando a los niños.

Seguramente, había una pequeña huerta con árboles frutales, viñas, vegetales y hierbas en la que ocupaba gran parte de su día. Posiblemente, ayudaba a José a vender los productos que él hacía en su carpintería doméstica; indudablemente, participaba en las fiestas comunitarias en las que ayudaba a su preparación previa; servía a los comensales durante la celebración, y ayudaba a limpiar y recoger al terminar la fiesta —recordemos las famosas bodas de Canaán, de las que hablaremos más tarde—.

Su jornada de trabajo, como la de la mayoría de mujeres pobres de su tiempo, sería de más de diez horas al día y requeriría de un buen nivel de experiencia, habilidad y capacidad organizativa (wordelman, 1998).

en lo relacionado al aspecto religioso (Sanders, 1994), María era una joven judía, es decir, heredera de las promesas hechas por Dios a su pueblo, especialmente en sus dos momentos culminantes: la promesa de tierra y descendencia dada por Dios a Abraham, y la promesa de liberación de la esclavitud y de una tierra prometida dada por Dios a Moisés en el monte Sinaí.

La situación de opresión y conquista del pueblo judío durante la vida de María de Nazaret tuvo que darle mayor relevancia a la lectura y meditación comentada de esos dos eventos clave de la religión judía y a su celebración litúrgica.

A pesar de las restricciones cúlticas y culturales, María participó de las oraciones y ritos diarios [8] (destacadamente en la preparación de la celebración semanal del Sabbat), los festivales (singularmente aquellos que requerían un peregrinaje a Jerusalén) y los códigos éticos judíos (particularmente expresados en los llamados Diez Mandamientos).

María recibió su formación religiosa en la sinagoga doméstica y aprendió ahí, por medio de la tradición oral y de la memorización [9], todo lo que debía saber acerca de las bendiciones otorgadas de parte de un Dios que, leal a sus promesas, lleno de bondad, deseoso de perdonar, liberó al pueblo elegido de la esclavitud de Egipto. Momento privilegiado para recordar y festejar esa historia de liberación era la celebración del sacrificio de la Pascua judía, con su carácter alegre y solemne, familiar y comunitario.

María de Nazaret tenía la responsabilidad de ayudar en la preparación ritual de esa fiesta y de responder a los dones recibidos de parte de Dios con la asidua escucha de las Sagradas escrituras (la Torah), la participación en las subsecuentes deliberaciones, el canto de salmos e himnos de acción de gracias y la meditación personal, que debía traducirse en acciones concretas (Osiek, 1998). No debe entonces sorprendernos que, llegado el momento culminante, María de Nazaret, la joven y devota judía, respondiera positivamente a la invitación de Dios a participar en su plan de salvación, gracias precisamente a su fe en el Dios de Israel y a su confianza en la promesa de un Mesías.

y no debemos pasar por alto el hecho de que fue en la sinagoga doméstica de Nazaret, a los pies de María, que  Jesús aprendió de  memoria sus primeras oraciones y que, observando a María preparar la celebración del Sabbat en compañía de las otras mujeres de la familia, Jesús aprendió a compartir libre y abiertamente con ellas, quizás fue ahí, en casa, con María  y José, que Jesús aprendió lo que aplicaría más tarde durante su ministerio público; es decir, a tratar a las mujeres como iguales y a darles un papel preponderante en su actividad ministerial.

Este breve recorrido del aspecto político, económico, social y religioso en el que creció y se desenvolvió María de Nazaret nos da ya suficientes pistas para entender mejor sus atributos como madre y hermana de los pobres, como una mujer de carne y hueso.

Antes de continuar, me gustaría que hiciéramos dos o tres minutos de silencio para responder a las siguientes preguntas: de todo lo que acabo de escuchar acerca de la vida de María, ¿hay algo con lo que me identifico? ¿Las mujeres que conozco (madre, esposa, hermana, hija) poseen rasgos similares a los apenas descritos?

Análisis bíblico-teológico (Royo Marín, 1997) [10]

El análisis anterior nos permitió conocer mejor la historia de María de Nazaret, una mujer de carne y hueso, con una historia concreta que se desenvolvió en un lugar determinado, en una cultura específica y en condiciones políticas, económicas, sociales y religiosas particulares.

Para entender todavía mejor las atribuciones de María como madre intercesora y hermana solidaria de los pobres, es necesario que ahora vayamos a las fuentes principales de la historia que conocemos de María: los santos evangelios.

Un análisis bíblico de la figura de María debe tomar en cuenta que los evangelios son piezas separadas de un mismo rompecabezas; es decir, de acuerdo con la distintiva teología de cada evangelista y a las necesidades específicas de la comunidad desde la cual y para la cual cada uno de los evangelistas escribió, obtenemos un retrato particular de María que enfatiza ciertos elementos y deja de lado otros. Por ello debemos recordar que los evangelios son documentos de fe y no biografías o textos de historia en el sentido moderno de esas palabras.

Por el contrario, los evangelios [11] tienen una finalidad misionera y fueron escritos para ayudar a construir y sostener en sus luchas a la comunidad creyente; es decir, los evangelios son documentos que testimonian la bondad misericordiosa de Dios Padre, que se manifiesta en su único Hijo, Jesucristo, y que se nos ofrece por medio del espíritu Santo para ayudarnos a seguir avanzando en el camino, es decir, en nuestra pertenencia a la comunión de los santos que es la Iglesia.

Dado que varios de los conferencistas han hecho alusión directa o indirecta a los pasajes que utilicé para esta presentación (el Magníficat, el nacimiento de Jesús, las bodas de Canaán y la Crucifixión), por cuestiones de tiempo reduciré mi análisis a aquellos aspectos que difieren o concuerdan con los análisis que hemos escuchado hasta ahora.

El Magníficat [12]

en los dos primeros capítulos del evangelio según san Lucas encontramos los llamados “relatos de la infancia” (Lc 1, 5–Lc 2, 52). De una manera magistral, el evangelista establece un paralelo entre el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y el de Jesús (Lc 1, 5-25; Lc 1, 26-38), así como entre el nacimiento del precursor y el del Salvador (Lc 1, 57-80; Lc 2, 1-20) [13]. La historia de la Visitación, que incluye el Magníficat, sirve como puente entre estas dos historias (Lc 1, 39-56). La presentación del niño Jesús y la historia del niño perdido y hallado en el templo (Lc 2, 21-40 y Lc 2, 41-52) concluyen los relatos de la infancia en Lucas.

Teniendo en mente la Anunciación y la Visitación, veamos algunos elementos importantes del cántico de María en presencia de su prima santa Isabel.

el Magníficat es la bella canción que canta María, la llena de gracia, como respuesta al saludo de su prima Isabel (Lc 1, 46-55). Recordemos que, en el momento de la visitación, el anuncio del nacimiento (tanto del Bautista como del Hijo de Dios) se ha vuelto realidad. Ante la constatación maravillosa de semejante prodigioso a favor de su anciana prima y de ella misma, la joven virgen María prorrumpe jubilosa en canto.

Imaginemos una vez más la escena: María, una joven judía embarazada, es decir, llena del dador de vida por obra y gracia del espíritu Santo, abraza a su prima, una anciana quien había sido considerada maldecida por Dios durante toda su vida, ya que no podía tener hijos, y helas aquí: muestra fehaciente de la grandeza de un Dios compasivo, bondadoso, todopoderoso y misericordioso.

Por ello, y en sintonía con la larga  tradición de  mujeres judías (como  la María del Éxodo, Débora, Hannah y Judit) que le cantan a Dios llenas de asombro y de gratitud (Reid, 1996), María de Nazaret canta una canción de salvación que fluye como un torrente de gratitud por la misericordia del Dios de Israel que elige estar en solidaridad con los que sufren y con los insignificantes, que les sale al encuentro y los cura, los redime, los libera. Sin lugar a dudas, el cántico de María declara que la tan esperada era mesiánica ha iniciado (Terrien, 1995).

La canción/proclamación de María resume la Ley (respecto al doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo) y los Profetas (en la llamada a la espiritualidad y a la justicia social). En términos modernos, el cántico de María es una llamada a la contemplación y a la acción, al misticismo y a la resistencia (Callaway, 1986).

El Magníficat inicia con una proclamación lírica que describe una experiencia íntima de la relación de una mujer pobre con su Dios. Al mismo tiempo, la alegría proclamada por María contrasta con el dolor de su entorno; por tanto, el gozo de María es un gozo mesiánico, pascual, que toma en consideración las duras batallas (a veces hasta la muerte), pero que permanece esperanzado y enraizado en el gran “sin embargo” de Dios que es la última palabra y que conduce de la muerte a la vida, en otras palabras, en medio del sufrimiento y de la crisis, María proclama que Dios está siempre presente, que es capaz de cambiar las cosas, y que tiene y tendrá siempre la última palabra.

este es un mensaje sumamente importante, especialmente para aquellos entre nosotros que de vez en cuando nos sentimos defraudados, abandonados, no escuchados por Dios: María proclama a viva voz lo que Dios le ha dicho y nos recuerda que Él tiene un plan y que nosotros somos parte de ese Plan de Salvación.

María se ha dado cuenta del inmenso regalo que es contar con la presencia de Dios; ha experimentado ya la grandeza de su promesa, que ahora yace tranquilamente en su seno virginal, adivina la magnificencia de sus planes y por ello se siente elevada, abrazada por la bondad de Dios, capaz de vislumbrar las delicias escatológicas, es decir, el triunfo de Dios sobre el mal, sobre la injusticia, sobre la opresión, sobre el dolor, sobre la enfermedad y sobre la muerte. y no puede evitar el explotar en canto, en alabanza, en adoración y en acción de gracias. Pero no olvidemos que esta es la canción de una mujer pobre que ha visto y vivido la miseria, el dolor, la persecución y la opresión (Gutiérrez, 1992).

el Magníficat es el canto de una mujer, joven, embarazada antes de vivir con su esposo; es el canto de una mujer que es parte de una sociedad oprimida y explotada, amenazada por la violencia; es el canto de María de Nazaret, una mujer que es pobre no solamente porque no tiene posesiones materiales, sino también porque no participa en la vida pública y porque su pobreza es el resultado de las injusticias estructurales en el orden sociopolítico y económico.

Por ponerlo en una sola frase, el Magníficat es el canto de una persona que es doblemente oprimida: por ser pobre y por ser mujer (Radford, 1980), y he aquí lo increíble de la historia: Dios ha tomado la iniciativa y ha decidido elegir a una mujer pobre, del siglo primero, de un pueblito llamado Nazaret de Galilea, en tiempos de ocupación y persecución, que lucha por sobrevivir con dignidad en contra de la victimización de la que es objeto, para que sea la madre del Mesías prometido por medio del cual se llevará a cabo la gran obra de nuestra redención.

Si tomamos todo esto seriamente en cuenta, no debería sorprendernos el que María prorrumpa en un canto de alabanza y de acción de gracias: Dios ha mirado su situación de opresión y de miseria y la ha liberado, y con ella, a la humanidad entera (Chaberg, 1998).

embarazada de Jesús, María canta la transformación del orden antiguo, aun cuando ella misma vive en medio de la miseria y el sufrimiento; su canto es parte esencial del anuncio de la venida del reino de Dios.

Continuando con nuestra presentación de la figura de María, madre y hermana de los pobres. Consideremos ahora la breve y sencilla narración de la historia del nacimiento de Jesús que nos regala el evangelista Lucas:

El nacimiento de Jesús (Lc 2,1-20) [14]

“Mientras se encontraban en Belén”, nos dice Lucas, “le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales  y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue”.

Recordemos que Jesús nace en un ambiente precario: María y José tienen que viajar a un lugar lejano para registrarse, cumpliendo con el mandato del poder opresor; cuando llega el momento de dar a luz, María debe hacerlo como toda mujer pobre, que se encuentra  lejos de casa, que  debe  tener a  su primer hijo posiblemente sin ayuda alguna y en un lugar desconocido e incómodo.

Una vez que María da a luz, debe usar un pesebre, es decir, el lugar donde comen las bestias, para reposar a su recién nacido, en lugar de una cuna. Los primeros en visitar a su hijo (según el Evangelio de Lucas) son los pobres entre los pobres, es decir, los pastorcillos de los alrededores [15].

El mensaje es claro: el Mesías que acaba de nacer es pobre entre los pobres y su madre es la primera en experimentar la profundidad y el desconcierto de este acontecimiento sagrado: ¿cómo es posible que el Mesías esperado nazca pobre entre los pobres? y en este como en muchos otros momentos de la vida de Jesús, María se nos presenta como una discípula ejemplar; es decir, en vez de quejarse o renegar de sus circunstancias, “guarda todas estas cosas en su corazón”. en otras palabras, con una actitud orante, abierta, sin esperar respuestas definitivas, María confía en la voluntad del Padre, medita los acontecimientos (aun cuando no los comprende del todo) y decide continuar colaborando con el plan de salvación que Dios ha trazado desde antiguo para redimir a toda la humanidad (Brown et al., 1978).

Gracias a los dos pasajes que hemos analizado hasta este momento, el Magníficat y la historia del nacimiento de Jesús, entendemos cómo María, madre del Salvador, pasa del fiat al factum, de la aceptación de fe a las acciones concretas.

Partícipe de nuestra experiencia humana, María se solidariza con nosotros en el sufrimiento y en el discernimiento de la voluntad de Dios por medio de la fe, e intercede para que no desfallezcamos en medio de las duras pruebas de la vida.

en este sentido, María, hermana nuestra, nos enseña a ser verdaderos seguidores de Jesús, a ser aquellos que caminan confiados en la Divina Providencia y en la bondad de Dios, aun en medio de las dudas y de las incertidumbres de la vida.

Otro momento importante de la relación maternal de María con Jesús y de su solidaridad con sus hermanos y hermanas nos lo presenta el evangelio de Juan.

Las bodas de Canaán (Jn 2, 1-11) [16]

¿Qué mejor escenario que el de una boda para volvernos a encontrar con Jesús, ahora un joven adulto, y con su madre? La escena nos resulta familiar: se trata de un sencillo banquete de bodas en el que la gente come, platica, se divierte; quizás alguien canta y algunos bailan; quizás ya hay dos o tres que han bebido un poco más de la cuenta. Y en medio de la fiesta y la algarabía, se les acaba el vino.

Como vimos en la breve presentación histórica, la familia es muy importante y el sentido de familia se extiende más allá de la familia nuclear, llegando a incluir parientes lejanos y amigos cercanos dentro del círculo familiar. También vimos que esos eran tiempos difíciles, de extrema necesidad económica. Teniendo esto en cuenta es posible imaginar a María de Nazaret ayudando a las mujeres de la casa a servir comida y vino a los comensales y, por tanto, siendo de los primeros en enterarse del gran problema.

María, atenta a las circunstancias y solidaria con la pareja pobre que acaba de casarse, menciona su predicamento a Jesús, toma la iniciativa, busca una solución. Gracias a su decisión y a su persistencia, una sobreabundancia de vino es otorgada a todos los comensales y así una situación vergonzosa se evita; la carestía se torna en abundancia y la momentánea tristeza se torna en mayor júbilo (Brown, 1966, pp. 97-112).

Gracias a la intercesión de María a favor de los pobres, esa noche la comunidad de Canaán se convirtió en el lugar donde la gloria de Dios se hizo presente y donde hombres y mujeres tomaron vino, se alegraron y celebraron la boda de sus amigos o familiares, y la boda simbólica del pueblo de la Nueva Alianza con el Nuevo Moisés, con el Mesías prometido, Jesucristo, nuestro Dios y Salvador (Dillon, 1992, pp. 268-296).

Este pasaje del evangelio nos muestra claramente a María como hermana de los pobres: es parte del grupo que no tiene vino y se solidariza con los “sin vino”, con los pobres, se compadece de sus necesidades. De esta manera y hasta nuestros días, María, madre y hermana de los pobres, se solidariza con nuestras necesidades e intercede por nosotros ante su Hijo bien amado. Pasemos ahora a la última escena de esta breve reflexión bíblico-teológica: la crucifixión.

La crucifixión y muerte de Jesús (Jn 19, 25-27) (cf. Brown, 1993)

Así como Lucas describe el nacimiento de Jesús usando unas breves frases, Juan, con unas escuetas palabras, nos ofrece una ventana al interior del corazón de aquella que, de pie junto a la cruz, experimenta la desolación de perder a su amado único hijo. Y es que ¿cómo se puede describir el dolor que siente una madre ante la situación antinatural de sobrevivir la muerte de un hijo? Los evangelistas permanecen silenciosos al respecto.

La Dolorosa no es un ícono, una imagen para nuestra piedad popular: María de Nazaret, una madre judía, es testigo de la violenta y deshonrosa ejecución pública de su único hijo a manos del tiránico poder imperial romano (Schüssler, 1984). Por ello, a través de todas las generaciones y hasta el día de hoy, María se solidariza con las mujeres de todo el mundo y de toda la historia, y en especial con las madres colombianas que han perdido hijos e hijas: María se solidariza con las madres del Holocausto nazi, de la Plaza de Cinco de Mayo, de Centroamérica, de México, el sufrimiento de María la convierte en hermana solidaria y madre intercesora en favor de cualquier madre que haya perdido a un hijo o a una hija por la razón que sea (Flusser, 2005). Y al mismo tiempo, la presencia de María y del discípulo amado al pie de la cruz es un recordatorio para todos aquellos que matan al amor y lo pisotean por medio del odio y la violencia: en la figura del discípulo amado, el Hombre-Dios que pende de la cruz nos ofrece a todos una última invitación: reconózcanse como hijos e hijas de Dios, bajo la amorosa y maternal protección de María, ¡mi madre, su madre! y, reconociéndose como tales,  vivan  en paz y armonía, procurándose unos a otros, perdonándose unos a otros, amándose como yo los he amado, hasta el grado de estar dispuestos a dar su propia vida por quienes los injurian, los persiguen y los matan [17].

Del nacimiento a la cruz, del canto al llanto, la historia personal de María le permite solidarizarse con todos y cada uno de nosotros y su amor maternal la impulsa a interceder continuamente a nuestro favor.

Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá

El recorrido histórico y bíblico-teológico que acabamos de hacer nos permite reconocer en María a una persona de carne y hueso, a una madre que intercede por nosotros delante de su amado Hijo, a una hermana que se solidariza con nuestros éxitos y fracasos, en otras palabras, es para nosotros una persona real y no solo una figura histórica del pasado o una mera presencia espiritual, es decir, es una con nosotros, no en una manera teológica o espiritual abstracta, sino en la forma más concreta posible [18].

y es que María de Nazaret, al aceptar la invitación de Dios a participar en la historia de la salvación, aceptó desempeñar un papel de mediación y de intercesión a favor de toda la humanidad y a través de todos los tiempos. Por esa razón se ha manifestado en diversos tiempos y lugares, como por ejemplo en México y Colombia durante la época de la Colonia o en Francia y Portugal en tiempos más recientes. Así, es conocida con diversos nombres a través de la historia, nombres famosos como: “Nuestra Señora de Guadalupe”, “Nuestra Señora del quinche”, “Nuestra Señora Aparecida”, “Nuestra Señora de las Lajas”. y por esto decidió ser conocida en estas hermosas tierras colombianas como “Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá”.

De Nazaret a Chiquinquirá

Desde el punto de vista histórico, sociopolítico, económico y religioso, las similitudes entre el tiempo en el que vivió María de Nazaret y la época de  la restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá son sorprendentes: recordemos que la Galilea del siglo primero de la era cristiana estaba sometida al yugo del Imperio romano y que la imposición de impuestos empobreció y esclavizó a gran parte de la población; dieciséis siglos más tarde, el llamado proceso de colonización podría ser descrito de manera similar: este período se caracterizó por un choque de culturas en el que los españoles buscaron dominar y controlar el territorio de América y sus habitantes con el fin de apropiarse de sus riquezas, mientras que los indígenas lucharon por preservar su cultura, defender sus derechos y adaptarse a las exigencias de su nuevo entorno [19].

En pocas palabras, los habitantes de la Galilea del siglo primero y de la Colombia del siglo XVI sufrían gracias a la ocupación, la opresión, la lucha sociopolítica y las graves carencias económicas, enfrentadas principalmente por los más pobres de ambas sociedades. y es en ese contexto en el que la restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá ocurre [20].

La historia es bien conocida, se ha estudiado extensivamente [21] y se ha mencionado ya repetidamente durante este congreso; sin embargo, cabe destacar el hecho de que la restauración milagrosa es testificada por una mujer que se asemeja a María: en otras palabras, María de Nazaret, una mujer judía pobre, decide elegir como testigo del milagro de la restauración de su imagen a una mujer indígena pobre. La solidaridad de María de Nazaret con Isabel de Chiquinquirá es sobresaliente.

Es indudable que la renovación milagrosa del cuadro de Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá envió un mensaje inconfundible a los indígenas, a los esclavizados y a  los explotados; un mensaje de dignidad,  de esperanza, de fe y de solidaridad que les motivaría años más tarde en su lucha por la liberación.

Por esa razón, el amor y la gratitud por la presencia de María, madre y hermana de los pobres en la cultura y religiosidad del pueblo colombiano, se expresan desde entonces de un modo especial, como se mencionó el día de ayer en las presentaciones de la religiosidad popular en Colombia. La clave para entender esta profunda devoción a Nuestra Señora de Chiquinquirá se encuentra sobre todo en la dimensión de la maternidad de María que, en el caso de la milagrosa renovación del cuadro, se trata de una maternidad muy concreta: es la maternidad con referencia al pueblo amerindio (aunque se extienda a todos) que aparece en un momento bien concreto de la historia: la Colonia en Colombia (López Hernández, 1999).

La figura de María durante la Colonia es la de una madre cercana y no dominadora; es una madre hogareña que reconoce la dignidad de sus hijos e hijas, aunque estos se encuentren humillados por los infortunios de la vida; es una madre que quiere reconstruir la familia deshecha, se preocupa por la situación y necesidades de sus hijos y participa de las dificultades de los más pobres y afligidos; es una madre que se fía y les da encargos a sus hijos más débiles e indefensos, prefiriéndolos a aquellos que pueden ser socialmente más importantes; es una madre fuerte y poderosa que sabe construir un nuevo hogar sobre las ruinas (Temporelli, 2005).

La restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá dio inicio a una nueva comprensión del papel de María, tanto en la historia como en la evangelización de Colombia, pues, después de la milagrosa restauración, los ricos y poderosos fueron llamados a la “periferia” para encontrarse con la Madre de los oprimidos, con aquella que libera a los más pobres y es solidaria con ellos.

Aunque el papel de Nuestra Señora de Chiquinquirá durante la Independencia se ha explicado ya ampliamente, cabe solamente resaltar que Bolívar fue ejemplo de gran devoción mariana, pues tenía por costumbre postrarse ante la imagen de Nuestra Señora del Santo Rosario de Chiquinquirá cada vez que visitaba su hermoso santuario [22].

María cumple así con su papel de intercesora solidaria a través de los siglos y se hace presente en estas tierras, especialmente en tiempos de gran sufrimiento y necesidad, y como hizo en las bodas de Canaán, sigue intercediendo solidariamente a favor de los más pobres y necesitados.

De madre y discípula de Jesús a madre y hermana nuestra

Nuestro recorrido histórico-teológico de la vida de María nos ha permitido establecer un nexo entre María de Nazaret y Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Antes de concluir esta presentación, me gustaría establecer una última conexión: la conexión entre María de Nazaret y el momento actual.

De Galilea a Colombia

Si bien es cierto que la situación actual de Colombia no es como la de la Galilea del primer siglo de la era cristiana o la de la Colombia del siglo XVI, también es cierto que nuestra era presenta sus propios retos y desafíos [23] y que ahora, más que nunca, necesitamos la poderosa intercesión y la amorosa solidaridad de María.

María intercede hoy por las mujeres de todo el mundo y en especial por las mujeres colombianas que luchan por obtener justicia para sus hijos e hijas. Las palabras pronunciadas en las bodas de Canaán siguen resonando en nuestros días: “No tienen vino”; es decir, sus hijos y en especial sus hijas no tienen seguridad de no ser violentadas, no tienen acceso adecuado a la educación, a atención médica suficiente, a un trabajo digno, a una adecuada participación política, al respeto, a la dignidad que les corresponde por ser hijos e hijas de Dios [24].

María, madre judía de un hijo ejecutado por el poder tirano de su tiempo, se solidariza hoy con las madres y padres de hijos e hijas víctimas de estados corruptos, de la brutalidad, de la guerra, del terrorismo; con las madres y padres que comparten el calvario de tener hijos e hijas masacrados o privados de la libertad por motivos políticos; con todas las madres y padres que han perdido hijos e hijas, y acompaña a todas las madres y abuelas que buscan saber qué ha pasado con sus seres queridos desaparecidos. María intercede ante su Hijo por todas las madres y padres de Colombia y del mundo y se solidariza con su grito de:

¡No más!

¡No más asesinatos y desapariciones de nuestros hijos e hijas!

¡No más guerra y tiranía!

¡No más avaricia brutal y represión homicida!

¡No más… no más… no más!

María: madre y hermana nuestra

Según la crónica de la restauración milagrosa del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, el milagro más grande y más frecuente que Dios hace por medio de la intercesión de María, nuestra madre y hermana, es el de la conversión (Ariza, 1694). Es este un rasgo específico del amor de una madre por sus hijos: el no desfallecer ante sus tropiezos y equivocaciones, no desistir, no escatimar esfuerzos para traer de regreso a la oveja descarriada, perdonarlos, aun cuando sea lastimada por sus acciones malvadas, y amarlos, así ellos la rechacen y lastimen al lastimarse y odiarse unos a otros, en este sentido, la profundidad del amor de María, madre intercesora y hermana solidaria, puede ser expresada con el bello poema de Vicente Balaguet denominado “Balada Catalana” (en zarzosa y Alarcón, 1970). Dice el poema:

Rugiente pasión ardía en el alma del doncel;

fuera de ella nada había en el mundo, para él.

— “¡Lo que a tu capricho cuadre”

—dijo a su amada— “lo haré; si las joyas de mi madre

me pides, te las daré”.

y ella, infame como hermosa, dijo en horrible fruición:

— “¿Sus joyas? ¡Son poca cosa!

¡yo quiero su corazón!”

en fuego impuro él ardiendo hacia su madre corrió

y al punto su pecho abriendo el corazón le arrancó.

Tan presuroso volvía

la horrible ofrenda a llevar, que, tropezando en la vía, fue por el suelo a rodar.

y brotó un acento blando del corazón maternal,

al ingrato preguntando:

—“Hijo, ¿te has hecho mal?”

El mensaje es claro: María, nuestra madre, no solo no desfallece ante nuestros tropiezos y equivocaciones, sino que no desiste de ofrecernos su amor. ¿Cómo podemos responder al amor maternal que nos ofrece María? Siguiendo el mandato supremo de su Hijo de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado y de reconocernos como hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas en Cristo.

Al mismo tiempo, María, nuestra hermana, nos invita a seguir su ejemplo y a ser verdaderos seguidores de Jesús, solidarizándonos con las luchas y necesidades de nuestros hermanos y hermanas, aun de aquellos que consideramos “enemigos”, el reto mayor para nosotros, entonces, es el de amar de modo solidario a nuestros hermanos y hermanas, especialmente durante aquellos momentos en que nos sentimos tentados a seguir el camino del odio, del rencor, de la venganza y de la violencia en vez de seguir el camino del perdón, de la reconciliación, de la justicia y de la paz.

Durante esos momentos de dificultad, recordemos a la Dolorosa de pie junto a la cruz: el evangelista Juan no nos muestra a María insultando y maldiciendo a los soldados romanos o a las autoridades responsables por el asesinato de su único Hijo; por el contrario, observamos a María que, a pesar del dolor de haber perdido a Jesús, acepta ser la madre del discípulo amado y, con él, de toda la humanidad.

De esta manera, el don de la filiación, es decir, el poder ser llamados hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas en Jesús, nos conecta íntimamente al amor de la madre de Nuestro Salvador y nos sitúa a todos y cada uno de nosotros de manera simbólica en el lugar del discípulo amado, aquel a quien Jesús confía al amoroso cuidado de su madre y en quien deposita el cuidado reverente de aquella que lo acompañó de la cuna a la cruz.

Mirando a María al pie de la cruz, sorprende la crudeza de los hechos: el Hijo amado pende de la cruz. ¿Su crimen? Predicar la verdad, la justicia   y el amor. ¿Su castigo? La tortura y la muerte cruenta. ¿Sus verdugos? Los poderosos y los que tenían la obligación de llevar al Pueblo a Dios. ¿y los llamados “amigos” de Jesús? Ausentes, escondidos por temor a sufrir la misma suerte de su maestro.

María, sin embargo, se mantiene al pie de la cruz, su mirada fija en el rostro de su Hijo, pendiente de cada agonizante respiro, de cada palabra susurrada con dificultad. ¿Acaso llora? Quizás en silencio. ¿Acaso maldice  a los verdugos, a los cobardes que abandonaron a su Hijo o a Dios por semejante injusticia y dolor? ¡No! Acepta la locura de la cruz,  sabiendo que  es sabiduría de Dios y salvación para todos: verdugos, asesinos, cobardes, sufrientes, pobres y condenados incluidos [25].

La escena, aparte de profundamente conmovedora, nos recuerda una vez más que gracias a María podemos ver el rostro de Dios en la persona del Hijo y recibir el inmenso regalo de convertirnos en hijos e hijas en el Hijo, hermanos y hermanas en la fe. Pero no olvidemos que la filiación es algo que se vive, que se comparte, que se brinda. Por esa razón, miremos en este momento dentro de nuestros corazones y con sincera humildad reconozcamos que hay al menos una persona en nuestra familia, en nuestro trabajo,  en nuestra comunidad religiosa, en nuestro círculo de amigos o en nuestro grupo eclesial o social a quien no consideramos como hermano o hermana, como hijo o hija de Dios. Y si están pensando en alguien que les ha causado un mal o que les ha hecho mucho daño, recuerden de nuevo el ejemplo de aquella que vio a su Hijo colgado de una cruz: no es con odio que se vence al odio, ya que la violencia solo engendra más violencia y la venganza no devolverá la vida a nuestros muertos.

Finalmente, existen otras maneras de vivir la filiación que, precisamente  porque son parte esencial pero no exclusiva de nuestra  fe,  nos acercan   a aquellos que no la comparten e incluso a aquellos que dicen no profesar ninguna. en lenguaje moderno, el reconocimiento y el respeto a nuestra común dignidad, igualdad y libertad y la promoción y defensa de los derechos humanos (Mardones, 1993, pp. 152-154) es una forma de reconocer a todo ser humano como un hermano o hermana, como un hijo o una hija de Dios.

Por esa razón, los católicos trabajamos incesantemente en favor de la justicia, de la paz y de la promoción de los derechos de los más pobres y necesitados, ya que al hacer eso trabajamos a favor de nuestros hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios. Este reconocimiento demanda de nosotros que, a ejemplo de María, vivamos en una actitud de solidaridad, y que con fe unamos nuestras súplicas a las de ella para obtener de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, lo que más necesitamos. en otras palabras, a ejemplo de María, madre intercesora y hermana solidaria, unimos nuestras oraciones a nuestras acciones, especialmente en favor de los más pobres y desamparados entre nosotros.

Leonardo Almazán, en dialnet.unirioja.es/

Notas:

1.   El concepto de la mediación de María ha sido ampliamente desarrollado en: Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater [Sobre la Bienaventurada Virgen María en la Vida de la Iglesia Peregrina], (25 de marzo de 1987), http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/ documents/hf_jp-ii_enc_25031987_redemptoris-mater_sp.html (consultada el 20 de septiembre del 2012) y Ratzinger, J. (1999). María, Iglesia Naciente. Madrid: editorial encuentro, pp. 39-44.

2.   El concepto de solidaridad es una de las ideas fundantes de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Para un análisis detallado de este concepto, ver: Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. (2005). Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Libreria editrice Vaticana, núm. 192-196.

3.   Para la elaboración de esta sección he seguido cuidadosamente las ideas presentadas en Johnson (2003).

4.   Para una descripción de la vida de las mujeres durante el tiempo de Jesús, ver Kraemer R. y Rose D'Angelo, M. (1998), y witherington, B. (1988).

5.   Para una descripción detallada de este y otros aspectos que desarrollaré en esta ponencia: Gebara I. & Bingemer, M.C. (1989).

6.   Ver Strange, J. F. (1997).

7.   Ver: Reed, J. L. (2007). Ver también el clásico estudio sobre la vida económica en la Palestina de tiempos de Jesús: Safrai, S. et al. (eds.). (1975).

8.   Un libro interesante respecto al rol de liderazgo que algunas mujeres desempeñaron en las sinagogas del tiempo de Jesús es: Brooten, B. (1982).

9.   Esta afirmación es importante porque subsecuente iconografía representará a María —especialmente durante la Anunciación— leyendo un texto de la Sagrada escritura, lo cual contradice lo que los datos históricos, sociales y religiosos nos ofrecen. Cf. Schreiner, K. (1994). Ver especialmente el capítulo titulado “María, die Intellektuelle”.

10. Ver especialmente el capítulo primero.

11. Una excelente introducción al estudio de la Sagrada escritura en general y de los evangelios en particular se puede encontrar en Junco Garza, C. (1990).

12. De gran valor histórico, teológico y espiritual es la obra de Calderari de Vicenza, C. (1597).

13. Uno de los mejores comentarios sobre los relatos de la infancia en los evangelios de Mateo y Lucas sigue siendo: Brown, R. e. (1999).

14. Para desarrollar esta sección seguiré el texto de Brown, R. e. (1999).

15. Un análisis interesante del significado del pesebre se encuentra en Giblin, C. H. (1967).

16. Ver R. Michael D. Coogan (ed.). (1994). The New Oxford Annotated Study Bible (New Revised Standard Version). New york: Oxford University Press. Una obra excelente de reflexión sobre la no violencia y los esfuerzos en pro de la paz desde una perspectiva ética es poder (2009) y Stassen, Nation y Hamsher (cap. 2).

17. Esta idea es desarrollada por Goizueta (1995) al hablar de la Virgen de Guadalupe.

18. Ver especialmente pp. 70-76.

19. Una narración interesante de los acontecimientos que se sucedieron a la Conquista se nos ofrece en Sánchez Coronado, G. (2009).

20. Para mayor información ver: Nuestra Señora de Chiquinquirá (s.f.).

21. Ver: Ariza, A. e. (1694).

22. Escribiendo acerca de la disolución de la Convención de Ocaña (20 de junio de 1828),  el historiador Peralta Barrera escribe: “Allí, arrodillado ante la Virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia, [Bolívar] oró por el futuro de la patria en crisis” (Peralta Barrera, 1986, p. 108).

23. Para profundizar en el tema, ver: Gobierno de Colombia (s.f.).

24. Ver: Human Rights watch (s.f.).

25. Una excelente fuente de inspiración y de espiritualidad mariana es López F., T. (2007). Ver especialmente la  oración del  25  de junio titulada:  “María, reina  de la  paz  verdadera”  (p. 111).


Samuel Forero Buitrago

 

María se muestra en su multiforme pobreza cercana a la experiencia real del pueblo y de los fieles. Su experiencia de fe y de vida estuvo marcada por las situaciones reales de los suyos, de su familia, de su contexto, sobre todo de su rol particular como mujer y madre. es necesario que no pase desapercibida la historicidad real de María, pues “la humanidad de María implica su pertenencia a un pueblo particular, el pueblo judío” (Groupe des Dombes, 1999, p. 72). En el Evangelio de san Lucas, ella misma se define como esclava y pobre (Lc 1, 38.48). Más aún, su manera de actuar está sumida en la total reflexión: “Todo esto lo meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Con su pobreza halló gracia delante de Dios.

A partir del reconocimiento de su propia humanidad y de sus propios límites, María, virgen y madre, como en una especie de afirmación de vaciamiento interior, de pobreza, de disponibilidad total, fue capaz de reconocer la grandeza y el poder de Dios, ella se mostró disponible a una obra que solamente la fe puede dar, ella se dispuso a ser la esclava del Señor en una dimensión de fe que posibilitó entonces el punto de partida del nacimiento de lo divino, de la encarnación, de hacer la voluntad de Dios, del Sí (Fiat). Estos rasgos antropológicos reconocidos en María resitúan y redefinen la problemática de la mariología y constituyen también un hecho significativo para la reflexión teológica posterior.

María virgen  y  madre  del  Redentor  es  la  mujer  de  su  tiempo  en  la historia de la salvación. ella no requiere de un cúmulo de títulos para exaltar y honrar su nombre, su única riqueza se halla en el reconocimiento de su humanidad redimida por Cristo, ella es así la  primera redimida por  el Señor, pues llevó en su seno santísimo al mismo autor de la redención. Schillebeeckx afirma:

Por única que sea María y  por  muy universal que  sea su  papel  en  el plan divino de la salvación, sigue siendo verdad, que todos los hombres, con excepción de Cristo, el Dios-Hombre y Redentor, son esencialmente personas redimidas” (1969, p. 10).

María, por ser la madre del Señor, no se excluye de esta gracia de redención; por el contrario, ella es la primera redimida.

A partir de este acercamiento de una lectura histórica de María y de su total confianza en Dios, que el cántico del Magnificat ya proclama, consideraré tres puntos básicos sobre la mariología, los cuales abren de alguna manera el contexto de la problemática de este III Congreso Internacional de Teología Mariana:

1.       María, la sierva del Señor.

2.       María, madre de los creyentes.

3.       María, un cántico de exaltación.

María, la sierva del Señor

María no ejerció ningún oficio relevante en el marco del pueblo de Israel.  Su nombre indicaba la referencia de un nombre común el cual lo llevaron muchas mujeres de su tiempo, como María la hermana de Marta, María la madre de Santiago o María Magdalena. Péguy evocaba a María como “una pobre judía de Judá y como la más humilde de las creaturas” [1] (Groupe des Dombes, 1999, p. 72). Esta pobreza no es otra cosa que la confianza en Dios, traducida en una total fidelidad. María, “a pesar de la humildad y pobreza de su vida, Dios ha puesto su mirada en ella y por eso será llamada dichosa. Dios se sirve muchas veces de lo sencillo y humilde para hacer presente su salvación en la historia humana” (Guijarro y García, 1995, p. 194). La pobreza de este primer momento contenida en el ser de María, en el reconocimiento de su propia vaciedad frente al Dios Altísimo, no es la pobreza alienante que daña y frustra el futuro inmediato de una persona. es más bien el reconocimiento de considerarse como una obra de barro que será moldeada y hecha por Dios. es la conciencia del límite de la creatura frente al Creador o de una vida dedicada a Dios.

Este reconocimiento antropológico de despojo personal frente a la presencia de Dios es un acto de aceptación total de María de hacer siempre la voluntad de Dios y de no poner obstáculos a esta pedagogía divina. en este aspecto es necesario afirmar la realidad objetiva del crecimiento y del desarrollo de la fe de María desde el momento mismo del anuncio del Ángel en la Encarnación del Hijo de Dios (Schillebeeckx, 1969, p. 40). Este crecimiento de fe en María, nos dice Schillebeeckx, fue el resultado de su íntima cercanía y cotidiana asociación con su Hijo en el progresivo conocimiento de la revelación de su misterio.

De aquí se desprende entonces que la obra de María y de su vida personal no puede ser leída o estar disociada de la obra de Cristo. La mariología está íntimamente ligada a la cristología, y por tanto no se puede comprender la persona de María sin referencia total y directa a la persona de Cristo. Desde esta clave hermenéutica, las pobrezas de María como mujer y madre inserta en la historia particular de su pueblo alcanzan un valor histórico, psicológico y religioso muy importante, sobre los cuales no voy a profundizar. Además de esta actitud interior de pobreza en María, quien tiene un corazón de pobre a semejanza de otros justos del Nuevo Testamento como zacarías, Isabel, Simeón, Ana, etc., también se suman otras alocuciones bíblicas que hacen referencia a otro tipo de pobreza que reclama justicia.

La situación social que vive María no es la de una familia de potentados. Los lugares descritos por los textos bíblicos se familiarizan siempre con la pobreza y la sencillez. Son lugares sin gloria. Su esposo José es un  artesano carpintero que vive en Nazaret alejado de la gran ciudad, Jerusalén. Al lado de todas estas situaciones, el cántico del Magnificat en su segunda parte (Lc 1, 50-53) da cuenta de todos estos hechos en un paralelismo antitético en donde se pueden ver con claridad los ricos y los pobres, los poderosos y los humildes, los que cuentan y los que son despreciados. Así, los pobres y humildes de los que habla María son los que solo cuentan con Dios en su corazón, todos aquellos a los que el Salmo 34 cita como los pobres de yahvé: los humildes, los que temen a Dios, los que se refugian en él, los que le buscan, los corazones quebrantados y las almas oprimidas (Descalzo, 1992, p. 104).

Esta segunda parte del cántico es llamada también canto de pobreza y allí se registra la existencia de un grupo que es reconocido plenamente por Dios, los pobres, los anauim. y María se hace entonces la sierva del Señor en total consonancia con los pobres de yahvé. en contraposición a los pobres están los que detentan las grandezas humanas, los cuales están en conflicto con Dios: el orgullo (Lc 1, 50-51), el poder (52), y la riqueza (53). Pero Dios invierte las situaciones (Gélin, 1994, p. 74) porque se apiada de los pobres. María con su canto da la bienvenida a la realización comunitaria de salvación. Su canto es el himno también de la Iglesia que le recuerda su acción profética de anunciar la liberación mesiánica y la reconciliación de los hombres entre sí.

Al respecto, y a modo de recordación, es necesario reconocer el esfuerzo de las reflexiones teológicas de la teología de la liberación y las constantes apreciaciones que la religiosidad popular nos ofrece con respecto a los pobres. También las investigaciones del feminismo que hasta el momento han tratado sobre esta problemática. Todo ello tiene algo que decirnos de la figura de María a través de los siglos.

La teología vive y se sustenta de la vida de fe que llevan los miembros de la comunidad de la Iglesia. y los teólogos deberían experimentar que esta vida es más poderosa que todos los débiles esfuerzos llevados a cabo por la teología (Schillebeeckx, 1969, p. 12). En todo caso, vale la pena interrogarnos: ¿qué contenido teológico sobre María brindamos a nuestros creyentes que frecuentan nuestros santuarios marianos y cristológicos? ¿qué imagen de María predomina en nuestra concepción de fe? ¿Cuál es nuestro grado de compromiso con los pobres y los humildes?

María, madre de los creyentes

Una de las diferencias principales con respecto a las demás mujeres del tiempo de María es que ella vivió como mujer la experiencia de virgen y madre. Como virgen es, de alguna manera, la evocación veterotestamentaria para calificar y personificar al pueblo de Israel: “La virgen hija de Sion” (2R 19, 21). Como madre, esta interpretación se hacía en una doble definición. En primer lugar, a Sion se le reconocía como la madre de las naciones reunida en un único pueblo de Dios (Sal 137, 8), que luego será Jerusalén quien reciba esta denominación, como la madre de una posteridad numerosa (Is 54, 1-3). en segundo lugar, se reconoce como la mujer embarazada que trae  al mundo un niño (Is 66, 7-13), lo cual es la personificación del pueblo entero (Grelot, 1984, p. 411). en este sentido, María es reconocida en su humanidad como la representación de un pueblo con un significado de salvación y al mismo tiempo en quien se obra la recepción del Salvador.

María es considerada también como la mujer que podía disponerse en matrimonio para transmitir la vida. La virginidad no era para los judíos un objetivo en sí mismo, sino una disposición total de la persona para la fecundidad como bendición. Sabemos también, por los escritos bíblicos, que la tensión que habitaba en muchas mujeres contemporáneas de María era el deseo y la esperanza de dar la vida al Mesías. De este modo, para cualquier mujer la experiencia de la esterilidad, como oposición a la fecundidad, era una maldición que cerraba las puertas a la vida y a la perpetuidad del pueblo elegido. “el hecho de la virginidad de María en la  concepción de Jesús se afirma en Mt 1, 18-23 y Lc, 26-38” (George, 1993, p. 509), de igual manera se subraya la virginidad como un hecho fundamental para la filiación divina de Jesús.

Desde el inicio del cristianismo, la Iglesia en su experiencia de fe reconoció en María la maternidad del Hijo de Dios. El nombre de Théotokos es la constatación de la afirmación de su misión respecto a Cristo.

Lentamente el concepto de madre nuestra brota de la reflexión teológica. San Ireneo observa que María es como Eva que regenera a los hombres en Dios. La idea de madre de la nueva generación de vivientes permanecerá desde entonces constante (Ossanna, 1988, p. 1205).

Es de reconocer también un nuevo acento que es puesto en María, en un sentido de universalidad, como madre común, pues ya en el siglo X Juan el Geómetra afirma que María no es solamente la madre de Dios, sino nuestra madre común, porque ella profesa a todos los hombres afecto e inclinación […] y toma a todos en sus brazos, y la llama “la nueva madre común”[…], madre de todos nosotros juntamente y de cada uno. San Bernardo dice:  la madre de Dios es madre nuestra (citado en Ossanna, 1988, p, 1205).

Es importante saber que los evangelistas no presentaron a María en sus grandezas y exaltaciones, sino que la dejan ver como la primera creyente. Los textos bíblicos nos dejan ver claramente que desde el inicio podemos encontrar en María un sí de creyente, pues ella se mostró desde el principio como la mujer que fue obediente a Dios en una aceptación total del plan de Salvación. Augustin George afirma: “Los evangelistas, lejos de hacer consistir la grandeza de María en luces excepcionales, la muestran en su fe, sometida a las mismas oscuridades, al mismo proceso que el más humilde de los fieles (Lc 1,45)” (1993, p. 511).

El Pueblo de Dios antes que todo es una comunidad de creyentes. y esto aparecerá como típico en la fe de la persona en la que quede personificada la fe de todo el pueblo. Como nos lo recuerda la Lumen Gentium, ella es madre de la Iglesia y madre de los hombres. María como madre de los hombres es la primera creyente y a la vez la madre de los creyentes que va a ser recordada por generaciones de generaciones. Su ejemplo de madre que abraza  en su corazón la obra de Dios nos enseña que su papel no es estrictamente de la mediación redentora reservada exclusivamente a Cristo, sino que su mediación está dada en la solidaridad de enseñarnos a reconocer a Cristo. Consagrarnos a  ella no es más que una  manera excelente de consagrarnos  a su Hijo. En este sentido de mediación, desde unas características bíblicas, María permite que todos los hombres que buscan a Dios participen de esa solidaridad: “La ‘mediación’ de María ha de entenderse en el plano de la solidaridad de todos los hombres necesitados de la gracia” (Schmaus, 1973, tomo IV 4, p. 437).

María, cántico de exaltación

El Magnificat se inscribe en la liturgia cristiana como un cántico de alabanza de María que recoge la esperanza, la luz y los dones mesiánicos prescritos en el Antiguo Testamento. Su estructura y elementos esenciales se inspiran en el cántico de Ana (1S 2, 1-10) y de otros pasajes de la escritura en una acción de gracias. Las gracias proclamadas por María se relacionan con Abraham, el padre de los creyentes, y entre ellos dos aparece con fuerza la comunidad de los pobres, de los predilectos y los salvados por Dios (Lc 1, 50-54). Desde ese momento este cántico también es el anticipo de las bienaventuranzas.

María se descubre entonces como un cántico de exaltación, de alabanza a Dios. en este sentido, la Iglesia en su liturgia se une a ese primer momento fecundo de María, quien por su boca canta a Dios la acción de gracias del pueblo de Israel. en consecuencia, la Iglesia encuentra en esta alabanza el mejor ejemplo de su liturgia y es allí donde quizás la Iglesia reconoce con mayor claridad a María como su madre (O’Donnell y Pié-Ninot, 2001, p. 698), ya que en Cristo recibe su origen y su eficacia. En la Iglesia ortodoxa la devoción mariana es esencialmente litúrgica:

Evocar a María, Madre de Dios, lleva a contemplar su misterio en la oración litúrgica o privada en unión estrecha con Cristo y en la memoria de los acontecimientos de la salvación. María tiene un lugar eminente con respecto a los otros seres creados y ella es orada y cantada con fervor por los fieles [2] (Jeanlin, 2012, p. 9).

Desde estos elementos esenciales de la tradición eclesial y de los relatos bíblicos, aportaremos algunos elementos nuevos para clarificar cuál es la liturgia celebrada y rendida a María.

Con justa causa fue a partir del siglo II que comenzó el culto a María después de la celebración de los mártires en el ciclo de los santos. ello se explica por el hecho del recelo de los primeros cristianos de identificar, dentro del contexto sociocultural y religioso del momento, a María como una diosa. María no era una diosa del mundo mediterráneo helenizado a quien se le podían rendir los mejores honores humanos. De esto se desprende que la celebración tardía de  las fiestas marianas de raigambres bíblicas y doctrinales no puede ser relacionada con un pasado pagano. También vemos que algunos elementos litúrgicos con referencia a María son tardíos, pues hay que esperar hasta el siglo IV para nombrar a María en el canon de la misa (Laurentin, 1985, p. 459); y las primeras oraciones en occidente dirigidas a María no datan sino hasta la mitad del siglo

V. Los evangelios son parcos en hablar de María y solamente es Lucas quien la pone a la luz pública. Por otro lado, desde el texto bíblico, notamos que el evangelista Lucas pone en claro cuál es la justa causa de alabanza de María: “porque Dios ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamaran bienaventurada” (Lc 1, 48). Su humildad y sencillez alcanzó gracia ante Dios. En este sentido, ser esclava del Señor significa que María de Nazaret es la creyente y la esclava modelo que responde con todo el corazón al plan de Dios, y es también la precursora de la galería de gentes de mala fama, es decir, de mujeres, de pecadores y gente sencilla, de los que nadie esperaría que respondiesen favorablemente a la revelación de Dios (Brown, 2004, p. 141).

En este doble movimiento de reconocimiento y exaltación de María en el Magnificat, podemos ver a una mujer de su tiempo y a una mujer en particular en un momento histórico que discierne y hace la voluntad de Dios. ¿La imagen de mujer que tenemos de María en la Iglesia se identifica realmente con María, la madre de Jesús de Nazaret? La tentación de los cristianos a través de la historia es intentar mostrar una figura de María inflamada y enaltecida a raíz de nuestros propios poderes e intereses, hasta tal punto de rendirle culto y de divinizarla. Durante épocas la Iglesia ha tenido que hacer el esfuerzo de purificar la imagen de María:

Eso llevó poco a poco a precisar en qué sentido la Virgen se honra como Madre de Dios, y a distinguir el culto de adoración (latría) debido a Cristo del honor que se rinde a las criaturas […] Por esta razón, en su rigor, el creyente “no ruega” a María, sino se encomienda a su oración: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros […] [3]. (Jourjon, 1998, p. 714).

Bien lo señala santo Tomás cuando se refiere a la adoración (latría), indicando que es exclusiva para adorar a Dios y no a la creatura. en este sentido, por el hecho de que María es ser creatura racional, a ella le rendimos veneración de dulía, y por su dignidad de ser la Madre de Dios le brindamos una veneración de hiperdulía (ST, III, q. 25, a. 5).

Al respecto, quiero traer una reflexión muy válida de Schillebeeckx con respecto a conferir falsos títulos a María, hecho que se dio en la edad Media con la pretensión de honrar a María con más de mil nombres, cosa que es inoficiosa; pues dice el teólogo dominico que ella está suficientemente honrada con los gloriosos títulos que son suyos de veras.

Como ejemplos, citaremos al seudo-Alberto: ‘No pretendemos adornar a la gloriosa Virgen con nuestras mentiras’. San Bernardo dice: “el honor de la Reina exige únicamente fidelidad; la Virgen regia no necesita falso honor, ya que está abundantemente dotada de verdaderos títulos de honor y adornada con la corona de muchas glorias. y San Buenaventura: “No deberíamos inventar nuevos títulos de honor en alabanza de la Virgen, la cual no necesita nuestras mentiras, ya que está ricamente adornada de verdadera gloria”[…] (1969, p. 13), en este contexto y más recientemente, en su discurso pronunciado en víspera del Congreso Mariano celebrado en Roma en noviembre del año 1954, el papa Pío XII advertía también a sus oyentes del peligro de exageración que puede haber en nuestra actitud hacia María (en el estudio teológico, en el fomento exagerado de devociones o en el puro sentimentalismo). y señaló también el peligro de empequeñecimiento del misterio mariano por una racionalización extrema (2000, pp. 40-41).

De esto podemos concluir que es necesario como creyentes revisar nuestra manera de dirigirnos y de honrar a la Santísima Virgen, no con suspiros y falsas devociones, sino uniéndonos a su intercesión ante Dios a la cual está ella siempre solícita.

En efecto, cabe destacar que nuestra oración mariana va dirigida a Cristo en donde el creyente, en sus iniciativas y en su experiencia particular de fe, ora a Dios por medio de María, pidiendo “¡Hágase tu voluntad!”. Por ejemplo, “[el] valor de la oración del rosario consiste en su concentración sobre el misterio salvífico de la redención. Pero María está activamente presente en y asociada con todo el conjunto de este orden histórico de la salvación” (Schillebeeckx, 2000, pp. 40-41). y continúa: “en realidad, no hay verdadera diferencia entre la forma psicológica de la oración del rosario y la de la oración del breviario. Las dos son formas vocales de oración y, al mismo tiempo, son una oración interior” (1969, p. 248).

Finalmente, es interesante saber que la oración cristiana durante siglos ha recogido del Antiguo Testamento algunas imágenes bíblicas para realzar la figura de María, especialmente para evocar sus virtudes y su misión.

Prueba de esta constatación son las letanías lauretanas a la Virgen María que datan desde 1587. Las comparaciones allí contenidas y tomadas de los grandes momentos de la historia de fe del pueblo de Israel expresan esta continuidad en la persona de una mujer elegida por Dios, figuras tales como: arca de la alianza, espejo de justicia, trono de la sabiduría, torre de David, puerta del cielo, etc. estos atributos comparativos puestos en María la hacen merecedora de ser “puente de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento” (1994, p. 70) como bien lo afirma Albert Gélin, de igual manera, ella es  el centro donde confluyen los ruegos de los orantes de la tradición cristiana: María será el eco instantáneo de una larga cadena de orantes: su espíritu refundirá todo el deseo de recibir al Dios que se aproxima y resumirá toda esta esperanza que constituye la dimensión espiritual de Israel que, por fin, va a engendrar a Cristo (1994, p. 70).

Así pues, en María, en su humanidad, encontramos la expresión más límpida de un cántico de exaltación que ella misma hace en su vida de creyente para la humanidad. en palabras del mismo autor, “María averigua cuáles son nuestras necesidades y, con franca sencillez de una madre, se las presenta a Dios, quien en Jesús, fue y sigue siendo su Hijo” (Gélin, 1994, p. 70).

Para puntualizar

Luego de haber expuesto algunos elementos esenciales de la mariología, especialmente aquellos que conciernen al conocimiento y a la veneración de  la Madre del Salvador, quiero ahora puntualizar sobre el título del presente Congreso de Teología Mariana, el cual aborda la problemática titulada: María, madre y hermana de los pobres.

Un buen comienzo académico es señalar desde ahora la necesidad de distinguir la relación existente entre los dos calificativos de madre y hermana dados a la Virgen María. en principio y en el orden de la genealogía, la relación de madre y hermana a nivel humano puede ser sospechosa porque se detentan dos relaciones asimétricas muy diferentes e inconciliables en una misma persona. La primera, señala la causa o el origen de algo, el cual le corresponde en este caso al apelativo de madre; y el segundo, en una relación proporcionada, la correlación de hermano. San Lucas nos puede ilustrar al respecto: “Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente. Le anunciaron: ‘Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte’” (Lc 8,19-20). Madre y hermanos no se identifican. En este caso, si los términos no se distinguen ellos pueden llevarnos fácilmente a la confusión.

Seguidamente, en este grado de la distinción, el apelativo madre y hermana puede ser entendido desde la analogía para indicar dos relaciones esenciales posibles que se dan, uno en el orden de la naturaleza y el otro en el de la comparación o en el sentido figurado. En este caso lo vemos claramente en la respuesta de Jesús a sus interlocutores: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). en este caso  no se desmiente lo real de la maternidad y la hermandad de los sujetos. este tipo de relación puede ser visto con otro ejemplo: en su sermón Sobre los pastores, san Agustín dice:

Por ello debo tener presente dos cosas, distinguiéndolas bien, a saber: que por una parte soy cristiano y por otra soy obispo. el ser cristiano se me ha dado como don propio; el ser obispo, en cambio lo he recibido para vuestro bien” (Liturgia de las Horas según el rito Romano, p. 224).

En este sentido literal, María es madre en el orden de la generación y de la fe como don propio de su naturaleza por ser la Madre del Hijo de Dios, pero es hermana nuestra por el beneficio que ha recibido de su pertenencia al grupo de los creyentes, los redimidos.

Por último, este esfuerzo de la distinción tiene como fin situar esta relación de madre y hermana de los pobres en un sentido espiritual. ello implica entonces una claridad terminológica para no encasillar a María en unas imágenes de nuestra experiencia familiar, las cuales quizás de manera particular nos ha tocado vivir; aquí la maternidad y la hermandad de María con respecto a nosotros los creyentes exigen una purificación de nuestras propias figuras de madre y hermano.

María no es un eslabón entre Dios y nosotros, sino el seno privilegiado que nos engendra como hermanos de Cristo. María es el cofre en el que tiene lugar nuestro encuentro directo con Cristo. Si nuestra  docilidad a la gracia, si nuestras oraciones a Cristo, las insertamos en el “fiat” mariano que hace suyas todas nuestras súplicas: entonces ese “fiat” se convierte en el medio todopoderoso de que nuestras oraciones sean escuchadas (Schillebeeckx, 1969, p. 215).

En una sana reflexión teológica de la mariología y en el aspecto figurativo, María es para nosotros madre de los creyentes y en el orden de la redención una hermana porque formó su humanidad en la gracia. ella nos presta su voz para dirigimos a su Hijo y para cantar las alabanzas de nuestras propias fragilidades, pues en ella no hay mentira. Para finalizar, hago mía la oración de Herder Cámara a la Virgen de la Liberación:

¿qué hay en ti, en tus palabras, en tu voz, cuando anuncias en el Magnificat

la humillación de los poderosos y la elevación de los humildes,

la saciedad de los que tienen hambre y el desmayo de los ricos,

que nadie se atreve a llamarte revolucionaria ni mirarte con sospecha?

¡Préstanos tu voz y canta con nosotros! (Descalzo, 1992, p. 105).

Samuel Forero Buitrago, en dialnet.unirioja.es/

José Antonio Riestra

 

1.        La obra de la Encarnación

La asunción de la naturaleza humana de Cristo por la Persona del Verbo es obra de las tres Personas divinas. La Encarnación de Dios es la Encarnación del Hijo, no del Padre, ni del Espíritu Santo. No obstante, la Encarnación fue una obra de toda la Trinidad. Por eso, en la Sagrada Escritura a veces se atribuye a Dios Padre (Hb 10, 5; Ga 4, 4), o al Hijo mismo (Flp 2, 7), o al Espíritu Santo (Lc 1, 35; Mt 1, 20). Se subraya así que la obra de la Encarnación fue un único acto, común a las tres Personas divinas. San Agustín explicaba que «el hecho de que María concibiese y diese a luz es obra de la Trinidad, ya que las obras de la Trinidad son inseparables» [1]. Se trata en efecto de una acción divina ad extra, cuyos efectos están fuera de Dios, en las criaturas, pues son obra de las tres Personas conjuntamente, ya que uno y único es el Ser divino, que es el mismo poder infinito de Dios (cfr. Catecismo, 258).

La Encarnación del Verbo no afecta a la libertad divina, pues Dios podía haber decidido que el Verbo no se encarnara, o que se encarnara otra Persona divina. Sin embargo, decir que Dios es infinitamente libre no significa que sus decisiones sean arbitrarias ni negar que el amor sea la razón de su actuar. Por eso los teólogos suelen buscar las razones de conveniencia que se pueden vislumbrar en las diversas decisiones divinas, tal como se manifiestan en la actual economía de la salvación. Buscan tan sólo poner de relieve la maravillosa sabiduría y coherencia que existe en toda obra divina, no una eventual necesidad en Dios.

2.        La Virgen María, Madre de Dios

La Virgen María fue predestinada para ser Madre de Dios desde toda la eternidad juntamente con la Encarnación del Verbo: «en el misterio de Cristo, María está presente ya “antes de la creación del mundo” como aquella que el Padre ‘ha elegido’ como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad» [2]. La elección divina respeta la libertad de Santa María, pues «el Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida (LG 56; cfr. 61)» (Catecismo, 488). Por eso, desde muy antiguo, los Padres de la Iglesia han visto en María la Nueva Eva.

«Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante” (LG 56)» (Catecismo, 490). El arcángel San Gabriel, en el  momento de la Anunciación, la saluda como «llena de gracia» (Lc 1, 28). Antes de que el Verbo se encarnara, María era ya, por su correspondencia a los dones divinos, llena de gracia. La gracia recibida por María la hace grata a Dios y la prepara para ser la Madre virginal del Salvador. Totalmente poseída por la gracia de Dios, pudo dar su libre consentimiento al anuncio de su vocación (cfr. Catecismo, 490). Así, «dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cfr. LG 56)» (Catecismo, 494). Los Padres orientales suelen llamar a la Madre de Dios «la Toda Santa» y «la celebran “como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura” (LG 56). Por la gracia de Dios María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida» (Catecismo, 493).

María ha sido redimida desde su concepción: «es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: “… la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano” (DS 2803)» (Catecismo, 491). La Inmaculada Concepción manifiesta el amor gratuito de Dios, pues ha sido iniciativa divina y no mérito de María sino de Cristo. En efecto, «esta “resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción” (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (LG 53)» (Catecismo, 492).

Santa María es Madre de Dios: «en efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios (cfr. DS 252)» (Catecismo, 495). Ciertamente no ha engendrado la divinidad, sino el cuerpo humano del Verbo, al que se unió inmediatamente su alma racional, creada por Dios como todas las demás, dando así origen a la naturaleza humana que en ese mismo instante fue asumida por el Verbo.

María fue siempre Virgen. Desde antiguo, la Iglesia confiesa en el Credo y celebra en su liturgia «a María como la (…) “siempre-virgen” (cfr. LG 52)» (Catecismo, 499; cfr. Catecismo, 496-507). Esta fe de la Iglesia se refleja en la antiquísima fórmula: «Virgen antes del parto, en el  parto  y  después  del  parto».  Desde  el  inicio,  «la  Iglesia  ha  confesado  que  Jesús  fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso; Jesús fue concebido “absque semine ex Spiritu Sancto” (Cc. Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo» (Catecismo, 496). María fue también virgen en el parto, pues «le dio a luz sin detrimento  de  su  virginidad,  como  sin  perder  su  virginidad  lo  había  concebido  (…)

Jesucristo nació de un seno virginal con un nacimiento admirable» [3]. En efecto, «el nacimiento de Cristo “lejos de disminuir consagró la integridad virginal” de su madre (LG 57)» (Catecismo, 499). María permaneció perpetuamente virgen después del parto. Los Padres de la Iglesia, en sus explicaciones de los Evangelios y en sus respuestas a las diversas objeciones, han afirmado siempre esta realidad, que manifiesta su total disponibilidad y la entrega absoluta al designio salvífico de Dios. Lo resumía San Basilio cuando escribió que «los amantes de Cristo no admiten escuchar que la Madre de Dios haya dejado de ser virgen en algún momento» [4].

María fue asunta al Cielo. «La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte» [5]. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una anticipación de la resurrección de los demás cristianos (cfr. Catecismo, 966). La realeza de María se fundamenta en su maternidad divina y en su asociación a la obra de la Redención [6]. El 1 de noviembre de 1954, Pío XII instituyó la fiesta de Santa María Reina [7].

María es la Madre del Redentor. Por eso su maternidad divina comporta también su cooperación en la salvación de los hombres: «María, hija de Adán, aceptando la palabra divina fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la

salvación humana por la libre fe y obediencia» [8]. Esta cooperación se manifiesta también en su maternidad espiritual. María, nueva Eva, es verdadera madre de los hombres en el orden de la gracia pues coopera al nacimiento a la vida de la gracia y al desarrollo espiritual de los fieles: María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza  y  ardiente  amor,  para  restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por  esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia» [9] (cfr. Catecismo, 968). María es también mediadora y su mediación materna, subordinada siempre a la única mediación de Cristo, comenzó con el fiat de la Anunciación y perdura en el cielo, ya que «con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna… Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» [10] (cfr. Catecismo, 969).

María es tipo y modelo de la Iglesia: «La Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es “miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia” (LG 53), incluso constituye “la figura” (…) de la Iglesia (LG 63)» (Catecismo, 967). Pablo VI, el 21- 11-1964, nombró solemnemente a María Madre de la Iglesia, para subrayar de modo explícito la función maternal que la Virgen ejerce sobre el pueblo cristiano [11].

Se comprende, a la vista de cuanto hemos expuesto, que la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen sea un elemento intrínseco del culto cristiano [12]. La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos,  se  venera  a  la  Santísima  Virgen  con  el  título  de  “Madre  de  Dios”,  bajo cuya protección de acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades… Este culto…

aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» [13]. El culto a Santa María «encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cfr. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario» (Catecismo, 971).

2.        Figuras y profecías de la Encarnación

Hemos visto en el tema anterior cómo tras el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, Dios no abandonó al hombre sino que les prometió un Salvador (cfr. Gn 3, 15; Catecismo, 410).

Tras el pecado original y la promesa del Redentor, Dios mismo vuelve a tomar la iniciativa y estableció una Alianza con los hombres: con Noé tras del diluvio (cfr. Gn 9-10) y después sobre todo con Abraham (cfr. Gn 15-17), a quien prometió una gran descendencia y hacer de ella un gran pueblo, dándole una nueva tierra, y en quien un día serían bendecidas todas las naciones. La Alianza se renovó después con Isaac (cfr. Gn 26, 2-5) y con Jacob (cfr. Gn 28, 12-15; Gn 35, 9-12). En el Antiguo Testamento, la Alianza alcanza su expresión más completa con Moisés (cfr. Ex 6, 2-8; Ex 19-34).

Momento importante en la historia de las relaciones entre Dios e Israel fue la profecía de Natán (cfr. 2S 7, 7-15), que anuncia que el Mesías será de la descendencia de David y que reinará sobre todos los pueblos, no sólo sobre Israel. Del Mesías se dirá en otros textos proféticos que su nacimiento tendría lugar en Belén (cfr. Mi 5, 1), que pertenecería a la estirpe de David (cfr. Is 11, 1; Jr 23, 5); que se le pondría por nombre «Enmanuel», esto es, Dios con nosotros (cfr. Is 7, 14); que se le llamará «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la Paz» (Is 9, 5), etc. Junto a estos textos que describen al Mesías como rey y descendiente de David, hay otros que relatan, también de modo profético, la misión redentora del Mesías, llamándolo Siervo de Yahvé, siervo de dolores, que asumirá en su cuerpo la reconciliación y la paz (cfr. Ef 2,14-18): Is 42, 1-7; Is 49, 1-9; Is 50, 4-9; Is 52, 13-Is 53, 12. En este contexto es importante el texto de Dn 7, 13-14 sobre el Hijo del hombre, que misteriosamente a través de la humildad y el abajamiento supera la condición humana y restaura el reino mesiánico en su fase definitiva (cfr. Catecismo, 440).

Las principales figuras del Redentor en el Antiguo Testamento son el inocente Abel, el sumo sacerdote Melquisedec, el sacrificio de Isaac, José vendido por sus hermanos, el cordero pascual, la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto y el profeta Jonás.

3.        Los nombres de Cristo

Son muchos los nombres y títulos atribuidos a Cristo por teólogos y autores espirituales a lo largo de los siglos. Unos se toman del Antiguo Testamento; otros, del Nuevo. Algunos son utilizados o aceptados por Jesús mismo; otros le han sido aplicados por la Iglesia a lo largo de los siglos. Veremos aquí los nombres más importantes y habituales.

Jesús (cfr. Catecismo, 430-435), que en hebreo significa «Dios salva»: «en el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión» (Catecismo, 430), es decir, El es el Hijo de Dios hecho hombre para salvar «a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). El nombre de Jesús «significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cfr. Hch 5, 41; 3Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cfr. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación» (Catecismo, 432). El nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana (cfr. Catecismo, 435). Cristo  (cfr.  Catecismo,  436-440),  que  viene  de  la  traducción  griega  del  término hebreo «Mesías» y que quiere decir «ungido». Pasa a ser nombre propio de Jesús «porque El cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de El» (Catecismo, 436). Éste era el caso de los sacerdotes, los reyes y excepcionalmente de los profetas.  Éste  debía  ser  por  excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para  instaurar definitivamente su Reino. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey (cfr. ibíd.). Jesús «aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cfr. Jn 4, 25-26; Jn 11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cfr. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cfr. Jn 6, 15; Lc 24, 21)» (Catecismo, 439).

Jesucristo es el Unigénito de Dios, el Hijo único de Dios (cfr. Catecismo, 441-445). La filiación de Jesús respecto a su Padre no es una filiación adoptiva como la nuestra, sino la filiación divina natural, es decir, «la relación única y eterna de Jesucristo con Dios, su Padre: El es el Hijo único del Padre (cfr. Jn 1, 14.18; JN 3, 16.18) y El mismo es Dios (cfr. Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cfr. Hch 8, 37; 1Jn 2, 23)» (Catecismo, 454). Los evangelios «narran en dos momentos solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su “Hijo amado” (Mt 3, 17; Mt 17, 5). Jesús se designa a sí mismo como el “Hijo único de Dios” (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna» (Catecismo, 444).

Señor (cfr. Catecismo, 446-451): «en la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cfr. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por “Kyrios” [“Señor”]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza  en este sentido fuerte el título “Señor” para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cfr. 1Co 2, 8)» (Catecismo, 446). Al atribuir a Jesús el título divino de Señor, «las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cfr. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cfr. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque Él es de “de condición divina” (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cfr. Rm 10, 9; 1Co 12, 3; Flp 2, 11)» (Catecismo, 449). La oración cristiana, litúrgica o personal, está marcada por el título «Señor» (cfr. Catecismo, 451).

4.        Cristo es el único mediador perfecto entre Dios y los hombres. Es Maestro, Sacerdote y Rey.

«Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina: por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres» (Catecismo, 480). La expresión más profunda del Nuevo Testamento sobre la mediación de Cristo se encuentra en la primera carta a Timoteo: «Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1Tm 2, 5). Se presentan aquí la persona del Mediador y la acción del Mediador. Y en la carta a los Hebreos se presenta a Cristo como el mediador de una Nueva Alianza (cfr. Hb 8, 6; Hb 9, 15; Hb 12, 24). Jesucristo es mediador porque es perfecto Dios y perfecto hombre, pero es mediador en y por su humanidad. Esos textos del Nuevo Testamento presentan a Cristo como profeta y revelador, como sumo sacerdote y como Señor de toda la creación. No se trata de tres ministerios distintos, sino de tres aspectos diversos de la función salvífica del único mediador.

Cristo es el profeta anunciado en el Deuteronomio (Dt 18,18). Por profeta tenía la gente a Jesús (cfr. Mt 16, 14; Mc 6, 14-16; Lc 24, 19). El mismo inicio de la carta a los Hebreos resulta paradigmático a estos efectos. Pero Cristo es más que profeta: Él es el Maestro, es decir, aquel que enseña por propia autoridad, con una autoridad desconocida hasta entonces que dejaba sorprendidos a quienes le escuchaban. El carácter supremo de las enseñanzas de Jesús se fundamenta en el hecho de que es Dios y hombre. Jesús no sólo enseña la verdad, sino que El es la Verdad hecha visible en la carne. Cristo, Verbo eterno del Padre, «es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta» (Catecismo, 65). La enseñanza de Cristo es definitiva, también en el sentido de que, con ella, la Revelación de Dios a los hombres en la historia ha tenido su último cumplimiento.

Cristo es sacerdote. La mediación de Jesucristo es una mediación sacerdotal. En la carta a los Hebreos, que tiene como tema central el sacerdocio de Cristo, Jesucristo es presentado como el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, «único Sumo Sacerdote, según el orden de Melquisedec» (Hb 5, 10; Hb 6, 20), «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7, 26), «que, “mediante  una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados” (Hb 10, 14), es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz» (Catecismo, 1544). Del mismo modo que el sacrificio de Cristo –su muerte en la Cruz- es único por la unidad que existe entre el sacerdote y la víctima –de valor infinito-, así también su sacerdocio es único. Él es la única víctima y el único sacerdote. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran figura del de Cristo y recibían su valor precisamente por su ordenación al de Cristo. El sacerdocio de Cristo, sacerdocio eterno, es participado por el sacerdocio ministerial y por el sacerdocio de los fieles, que ni se suman ni suceden al de Cristo (cfr. Catecismo, 1544-1547).

Cristo es Rey. Lo es no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre. La soberanía de Cristo es un aspecto fundamental de su mediación salvífica. Cristo salva porque tiene el poder efectivo para hacerlo. La fe de la Iglesia afirma la realeza de Cristo y profesa en el Credo que «su reino no tendrá fin», repitiendo así lo que el arcángel Gabriel dijo a María (cfr. Lc 1, 32-33). La dignidad real de Cristo ya había sido anunciada en el Antiguo Testamento (cfr. Sal 2, 6; Is 7, 6; Is11, 1-9; Dn 7, 14). Cristo, sin embargo, no habló mucho de su realeza, pues entre los judíos de su tiempo estaba muy difundida una concepción material y terrena del Reino mesiánico. Sí lo reconoció en un momento particularmente solemne, cuando contestando a una pregunta de Pilato, respondió: «Sí, tu lo dices. Yo soy Rey» (Jn 18, 37). La realeza de Cristo no es metafórica, es real y comporta el poder de legislar y de juzgar. Es una realeza que se fundamenta en el hecho de que es el Verbo encarnado y en que es nuestro

Redentor [14]. Su reino es espiritual y eterno. Es un reino de santidad y de justicia, de amor, de verdad y de paz [15]. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y resurrección (cfr. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo «venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 28)» (Catecismo, 786). Todos los fieles «participan de estas tres funciones de Cristo y tienen las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas» (Catecismo, 783).

5.        Toda la vida de Cristo es Redentora

Por lo que se refiere a la vida de Cristo, «el Símbolo de la fe no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero los artículos de la fe referentes a la Encarnación y a la Pascua de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo» (Catecismo, 512).

Toda la vida de Cristo es redentora y cualquier acto humano suyo posee un valor trascendente de salvación. Incluso en los actos más sencillos y aparentemente menos importantes de Jesús hay un eficaz ejercicio de su mediación entre Dios y los hombres, pues son siempre acciones del Verbo encarnado. Esta doctrina la entendió con especial profundidad San Josemaría, que ha enseñado a transformar todos los caminos de la tierra en caminos divinos de santificación: «llega la plenitud de los tiempos y, para cumplir esa misión (…) nace un Infante en Belén. Es el Redentor del mundo; pero, antes de hablar, ama con obras. No trae ninguna fórmula mágica, porque sabe que la salvación que ofrece debe pasar por el corazón del hombre. Sus primeras acciones son risas, lloros de niño, sueño inerme de un Dios encarnado: para enamorarnos, para que lo sepamos acoger en nuestros brazos» [16].

Los años de la vida oculta de Cristo no son una simple preparación para su ministerio público, sino auténticos actos redentores, orientados hacia la consumación del Misterio Pascual. Tiene gran relevancia teológica el hecho de que Jesús compartió durante la mayor parte de su vida la condición de la inmensa mayoría de los hombres: la vida cotidiana de familia y de trabajo en Nazaret. Nazaret es así una lección de vida familiar, una lección de trabajo [17]. Cristo también realiza nuestra redención durante los muchos años de trabajo de su vida oculta dando así todo su sentido divino en la historia de la salvación a la labor cotidiana del cristiano, y de millones de hombres de buena voluntad: «Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino» [18].

José Antonio Riestra, en opusdei.org/es

Notas:

1.   SAN AGUSTÍN, De Trinitate, 2, 5, 9; cfr. Concilio Lateranense IV: DS 801.

2.   JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 8; cfr. PIO IX, Bula Ineffabilis Deus; PÍO XII, Bula Munificentissimus Deus, AAS 42(1950)9768; PABLO VI, Exh. Ap. Marialis cultus, 25; CIC, 488.

3.   SAN LEÓN MAGNO, Ep. Lectis dilectionis tuae, DS 291-294.

4.   SAN BASILIO, In Christi generationem, 5.

5.   CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, 59; cfr. la proclamación del dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa Pío XII en 1950: DS 3903.

6.   Cfr. PÍO XII, Enc. Ad coeli reginam, 11-10-1954: AAS 46(1954)625-640.

7.   Cfr. AAS 46(1954)662-666.

8.   CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, 56.

9.   Ibídem, 61.

10. Ibídem, 62.

11. Cfr. AAS 56(1964)1015-1016.

12. Cfr. PABLO VI, Exh. Marialis cultus, 56.

13. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen Gentium, 66.

14. Cfr. PÍO XI, Enc. Quas primas, 11-11-1925, AS 17(195)599.

15. Cfr. MISAL ROMANO, Prefacio de la Misa de Jesucristo, Rey del Universo.

16. SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, 36.

17. Cfr. PABLO VI, Alocución en Nazaret, 5-1-1964: Insegnamenti di Paolo VI 2(1964)25.

18. SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, 14


Jesús de las Heras Muela

La síntesis del Adviento en un decálogo

1.- Adviento es una palabra de etimología latina, que significa “venida”.

2.- Adviento es el tiempo litúrgico compuesto por las cuatro semanas que preceden a la Navidad como tiempo para la preparación al Nacimiento del Señor.

3.- El adviento tiene como color litúrgico al morado que significa penitencia y conversión, en este caso, transidas de esperanza ante la inminente venida del Señor.

4.- El adviento es un periodo de tiempo privilegiado para los cristianos ya se nos invita a recordar el pasado, vivir el presente y preparar el futuro.

5.- El adviento es memoria del misterio de gracia del nacimiento de Jesucristo. Es memoria de la encarnación. Es memoria de las maravillas que Dios hace en favor de los hombres. Es memoria de la primera venida del Señor. El adviento es historia viva.

6.- El adviento es llamada vivir el presente de nuestra vida cristiana comprometida y a experimentar y testimoniar la presencia de Jesucristo entre nosotros, con nosotros, por nosotros. El adviento nos interpela a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor en el justicia y en el amor. El adviento es presencia encarnada del cristiano, que cada vez que hace el bien, reactualiza la encarnación y la natividad de Jesucristo.

7.- El adviento prepara y anticipa el futuro. Es una invitación a preparar la segunda y definitiva venida de Jesucristo, ya en la “majestad de su gloria”. Vendrá como Señor y como Juez. El adviento nos hace proclamar la fe en su venida gloriosa y nos ayuda a prepararnos a ella. El adviento es vida futura, es Reino, es escatología.

8.- El adviento es tiempo para la revisión de la propia vida a la luz de vida de Jesucristo, a la luz de las promesas bíblicas y mesiánicas. El adviento es tiempo para el examen de conciencia continuado, arrepentido y agradecido.

9.- El adviento es proyección de vida nueva, de conversión permanente, del cielo nuevo y de la tierra nueva, que sólo se logran con el esfuerzo nuestro -mío y de cada uno de las personas- de cada día y de cada afán.

10.- El adviento es el tiempo de María de Nazaret que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.

Noción del Adviento

“El adviento es un tiempo de preparación para la navidad, donde se recuerda a los hombres la primera venida del Hijo de Dios… Es un tiempo en el que se dirigen las mentes, mediante este recuerdo y esta espera a la segunda venida de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos” (Misal Romano, Nº 39)

“El adviento tiene una triple dimensión: histórica, en recuerdo, celebración y actualización del nacimiento de Jesucristo; presente, en la medida en que Jesús sigue naciendo en medio de nuestro mundo y a través de la liturgia celebraremos, de nuevo, su nacimiento; y escatológica, en preparación y en espera de la segunda y definitiva venida del Señor”.

“El adviento, en su mismo término, en su palabra, es <presencia> y <espera>… El adviento es tiempo de esperanza gozosa y espiritual. No es tanto un tiempo como la cuaresma de penitencia, sino de gozo, de espera y esperanza gozosa. Toda la liturgia de este tiempo persigue una finalidad concreta: despertar en nosotros sentimientos de esperanza, de espera gozosa y anhelante”. (Vicent Ryan)

“El adviento es un tiempo atractivo, cargado de contenido, evocador, válido… Vivir el adviento cristiano es revivir poco a poco aquella gran esperanza de los grandes pobres de Israel… Vivir el adviento es ir adiestrando el corazón para las sucesivas sementeras de Dios que preparan la gran venida de la recolección, recolección exitosa para todos los que desde su lucidez o ignorancia aportan su lucecita de amor y de ternura… La vida es todo adviento o hemos perdido la capacidad de que algo nos sorprenda grata y definitivamente… La esperanza es la virtud del adviento. Y la esperanza es el arte de caminar gritando nuestros deseos”. (Vicent Ryan)

El origen del Adviento

Sobre el origen del adviento es preciso remontarse al siglo IV. “El Concilio de Zaragoza (año 380) habla de un tiempo preparatorio a la navidad, que comprende desde el 17 de diciembre, es decir, ocho días antes de la gran fiesta del nacimiento de Jesús, y obliga a los cristianos a asistir todos los días a las reuniones eclesiales hasta en día 6 de enero.

En Francia, San Gregorio de Tours, menciona un período de ayuno a celebrar a partir del 11 de diciembre, lo que confirió al adviento un carácter marcadamente penitencial… Nos consta en la Iglesia de Roma en el siglo IV una gran celebración de la fiesta de la navidad… Progresivamente, según se va enriqueciendo de contenido teológico el memorial de la “nativitas domini”, así se va diseñando el adviento como una auténtica liturgia.

San León magno, Obispo de Roma en el siglo V, piensa el misterio de la navidad como una preparación para la pascua: el pesebre es premonición de la cruz y la llegada del Mesías asumiendo la humanidad es evocación de la segunda venida del Señor, revestido de poder y gloria.

De ahí que, con el paso del tiempo, el adviento en Roma revistiera esa doble perspectiva y que se mantiene hasta el día de hoy: celebración de la parusía del Señor que ha de venir y también celebración de aquel misterio de Cristo, su salvífica encarnación, que culmina en el misterio pascual, realizado por la muerte y resurrección del Señor. Así, pues, adviento que en cuanto vocablo pagano no significa más que venida o llegada, o aniversario de una venida, asume un nuevo valor semántico: el de espera y el de preparación”.

Contenidos y actitudes del Adviento

1.- El adviento es, en primer término, tiempo de preparación a la Navidad, donde se recuerda a los hombres la primera venida del Hijo de Dios.

2.- Es asimismo tiempo en el que se dirigen las mentes, mediante este recuerdo y esta espera, a la segunda venida de Cristo, que tendrá lugar al final de los tiempos.

3.- Por ello, el adviento tiene una triple dimensión: histórica, en recuerdo, celebración y actualización del nacimiento de Jesucristo en la historia; presente, en la medida en que Jesús sigue naciendo en medio de nuestro mundo y a través de la liturgia celebramos, de nuevo, su nacimiento; y escatológica, en preparación y en espera de la segunda y definitiva venida del Señor.

4.- El adviento es, ya en su mismo término o vocablo, <presencia> y <espera>. Es tiempo, no tanto de penitencia como la cuaresma, sino de esperanza gozosa y espiritual, de gozo, de espera gozosa. Toda la liturgia de este tiempo persigue la finalidad concreta de despertar en nosotros sentimientos de esperanza, de espera gozosa y anhelante.

5.- El adviento es un tiempo atractivo, cargado de contenido, evocador, válido… Vivir el adviento cristiano es revivir poco a poco aquel gran esperanza de los grandes pobres de Israel desde Abraham a Isabel, desde Moisés a Juan el Bautista… Vivir el adviento es ir adiestrando el corazón para las sucesivas sementeras de Dios que preparan la gran venida de la recolección… La vida es siempre adviento o hemos perdido la capacidad de que algo nos sorprenda grata y definitivamente.

6.- Durante este tiempo del adviento se han de intensificar actitudes fundamentales de la vida cristiana como la espera atenta, la vigilancia constante, la fidelidad obsequiosa en el trabajo, la sensibilidad precisa para descubrir y discernir los signos de los tiempos, como manifestaciones del Dios Salvador, que está viniendo con gloria.

7.- A lo largo de las cuatro semanas del adviento debemos esforzarnos por descubrir y desear eficazmente las promesas mesiánicas: la paz, la justicia, la relación fraternal, el compromiso en pro del nacimiento de un nuevo mundo desde la raíz.

8.- El adviento nos dice que la perspectiva de la vida humana está de cara al futuro, con la esperanza puesta en la garantía del Dios de las promesas.

9.- Adviento es el camino hacia la luz. El camino del creyente y del pueblo que caminaban entre tinieblas y encuentran la gran luz en la explosión de la luz del alumbramiento de Jesucristo, luz de los pueblos.

10.- La esperanza es la virtud del adviento. Y la esperanza es el arte de caminar gritando nuestros deseos: ¡Ven, Señor Jesús!

Los personajes del Adviento

Cuatro son los grandes personajes del adviento en espera, en preparación y anuncio del Dios que llega, del Señor que se acerca. El primero de ellos es el profeta Isaías. En el Nuevo Testamento destacan María de Nazaret y su esposo José y Juan el Bautista, auténtico prototipo del adviento.

“El gran pedagogo del adviento es Isaías. Habría que leerle con una gran paz interior, dejando que sacuda nuestras conciencias dormidas, aliente a la esperanza, anime a la conversión, promueva gestos claros de paz y de reconciliación entre los hombres y entre los pueblos… Adviento es también el mes de María; es litúrgicamente más mariano que ninguno otro a lo largo del año. El icono de María gestante, o de la expectación, personifica a la Iglesia madre que está llena de Cristo y lo pone como luz en el mundo, para que el resto de sus hermanos habiten tranquilos hasta los confines de la tierra, pues él será nuestra paz -Mi 5, 2-5-”

“María de Nazaret es la estrella del adviento… Ella llevó en su vientre con inefable amor de madre a Jesucristo… Ella vivió un adviento de nueve meses en su regazo materno y virginal, en su mente y en su corazón… ¡Qué largo y hermoso adviento!… Ella es la “mater spei”, el modelo de la espera y de la esperanza. Supo, como nadie, preparar un sitio al Señor, el Hijo que florecía en sus entrañas… En Ella se realizó la promesa de Israel, la esperanza, después, ahora y ya para siempre, de la Iglesia… ¿No debería ser, pues, diciembre el mes de María?”. (José Manuel Puente)

Los lugares y los símbolos del Adviento

1.- El desierto, el ámbito donde clama la voz del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.

2.- El camino, signo por excelencia del adviento, camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar al Señor. Que lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.

3.- La colina, símbolo del orgullo, la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros cálculos y categorías humanas, que son precisos abajar para la llegada del Señor.

4.- El valle, símbolo de nuestro esfuerzo por elevar la esperanza y mantener siempre la confianza en el Señor. ¡Qué los valles se levanten para que puedan contemplar al Señor!

5.- El renuevo, el vástago, que florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del Señor.

6.- La pradera, donde habitarán y pacerán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y león, mientras los pastoreará un muchacho pequeño.

7.- El silencio, en el silencio de la noche siempre se manifestó Dios. En el silencio de la noche resonó para siempre la Palabra de Dios hecha carne. En el silencio de las noche y de los días del adviento, nos hablará, de nuevo, la Palabra.

8.- El gozo, sentimiento hondo de alegría, el gozo por el Señor que viene, por el Dios que se acerca. El gozo de salvarnos salvados. El gozo “porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro” son quebrantados como en el día de Madían; el gozo y la alegría “como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”.

9.- La luz, del pueblo del caminaba en tinieblas, que habitaba en tierras de sombras, y se vio envuelto en la gran luz del alumbramiento del Señor. Esa luz expresada hoy día en los símbolos catequéticos y litúrgicos en la corona de adviento, que cada semana del adviento ve incrementada una luz mientras se aproxima la venida del Señor.

10.- La paz, la paz que es el don de los dones del Señor, la plenitud de las promesas y profecías mesiánicas, el anuncio y certeza de que Quien viene es el Príncipe de la paz, el arbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas”. “¡Qué en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente!”

Todos estos lugares, todos estos símbolos, conducirán, como un peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora del adviento.

El decálogo de la corona de Adviento: Memoria, Símbolo, Profecía

1.- Noción: Se trata de una corona de ramas verdes, en la que se fijan cuatro velas vistosas, generalmente violáceas. Suele colocarse sobre una mesita, o sobre un tronco de árbol, o colgada del techo con una cinta elegante. En principio, no se pone encima del altar, sino junto al ambón o en otro lugar adecuado como, por ejemplo, junto a una imagen o icono de la Virgen Madre, siempre Santa María del Adviento. La corona de Navidad es así el primer anuncio de la Navidad.

2.- Orígenes e inculturación: Es una costumbre originaria de los países germánicos y extendida a América del Norte, ya convertida en un símbolo del Adviento en los hogares  cristianos y de las parroquias y comunidades.

Durante el frío y la oscuridad del final del otoño los pueblos germánicos precristianos recolectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida del sol naciente y de la primavera.

Ejemplo, pues, de cristianización de la cultura donde lo viejo toma ahora un nuevo y pleno sentido, la Corona de Adviento encuentra un espléndido referente en Jesucristo, la luz del mundo, el vencedor de la oscuridad y de las tinieblas.

3.- Los contenidos de la Corona de Adviento: Una corona circular, ramas o follaje verde, cuatro velas y algún adorno sobre ellas como manzanas rojas y el listón rojo.

4.- La Corona circular: El círculo hace presente la figura perfecta que no tiene principio ni fin, evocando la unidad y eternidad del Señor Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre (cfr. Heb 13, 8). Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio ni fin. Es asimismo interpelación para que también nuestro amor a Dios y amor al prójimo tampoco finalice nunca.

5.- El follaje verde perenne: Las ramas verdes pueden ser de ramas de pino, abeto, hiedra…. Representan a Cristo eternamente vivo y presente entre nosotros.

6.-Los adornos: Son unas manzanas rojas y un listón rojo. Las manzanas representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva. Hablan, pues, del pecado de la expulsión del paraíso y el anhelo permanente del hombre de regresar a él. Por eso el listón rojo significa el amor de Dios que nos envuelve y nuestra respuesta también de amor a ese amor de Dios.

7.- Las cuatro velas: Representan los cuatro domingos que jalonan este tiempo de vigilante espera. Nos hacen pensar en la oscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Y así con cada vela que encendemos, la humanidad se iluminó y sigue iluminando con la llegada de Jesucristo a nuestro mundo.

8.- El encendido de las velas: Como expresión de alegre expectación, cada semana, se realiza el rito de encender las velas correspondientes: el primer domingo de Adviento, una, el segundo, dos, el tercero, tres, el cuarto y último, las cuatro.

El progresivo encendido de estos cirios nos hace tomar conciencia del paso del tiempo en el que esperamos la última y definitiva venida del Señor. Este itinerario, acompañado de alguna oración o canto, nos marcará los pasos que nos acercan hasta la fiesta de Navidad, y nos ayudará a tener más presente el tiempo en que nos encontramos.

9.- El rito del encendido de las velas: El rito encendido de la corona se puede realizar en todas las misas dominicales de la parroquia, incluyendo la vespertina del sábado. En las comunidades religiosas, en cambio, será mejor hacerlo en la celebración que inaugure cada semana: las primeras Vísperas.

La Corona que se ha instalado en la iglesia parroquial, se puede bendecir al comienzo de la Misa. La bendición se hará después del saludo inicial, en lugar del acto penitencial.

10.- La metáfora, el significado global de la Corona de Adviento: Este sencillo lucernario es a la vez memoria, símbolo y profecía.

** Es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo.

** Es símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia.

** Es profecía de Cristo, luz del mundo que volverá para iluminar definitivamente al mundo y a quien esperamos con las lámparas encendidas.

El Adviento en los prefacios de la Misa

Para que podamos recibir los bienes prometidos que, ahora, en vigilante espera, esperamos alcanzar.

El Prefacio es la parte de la plegaria eucarística de la Santa Misa, previa a la consagración, en la que el sacerdote, en nombre todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de la salvación o por algunos de sus aspectos particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo litúrgico.

En el actual Misal Romano hay cuatro Prefacios generales de Adviento. Los Prefacios 1 y 3 se rezan desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, y los Prefacios 2 y 4, del 17 al 24 de diciembre. La lectura y meditación de los cuatro nos muestra espléndida y hermosamente la identidad del Adviento de sus signos, símbolos, praxis y principales personajes como María, y siempre en unidad íntima con la Navidad hacia donde se encaminan.

En seis bloques temáticos agrupamos ahora estos Prefacios, algunos de los cuales podrían repetirse en su emplazamiento en razón de la riqueza y hondura de su contenido:

1.- Memoria de la primera venida del Señor:

“Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación”.

“A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre”

2.- El Señor sigue viniendo a nosotros:

“El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino”

3.- Espera y preparación de su venida definitiva

“Para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, podamos recibir los bienes prometidos que, ahora, en vigilante espera, esperamos alcanzar”

“Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva”

4.- Actitudes de Adviento

“Vigilante espera”

“Prepararnos con alegría”

“Velando en oración y cantando su alabanza”

“Recibir al Señor en la fe, testimoniarlo en el amor y esperar confiados en su reino”

5.- Santa María la Virgen, el modelo de Adviento

“A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”

“Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Así donde creció el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Señor”

6.- Los dones que el Señor que viene nos traerá

“El pan de los ángeles”

“La salvación y la paz”

“La gracia recuperada”

“El don de la vida nueva”

“El desbordamiento de la misericordia”

El decálogo de la Vigilancia en Adviento de la mano de Benedicto XVI

¿Qué significa la llamada de la Palabra de Dios y de la Liturgia a la vigilancia durante el Adviento.

1.- Justo desapego de los bienes terrenos.

2.- Sincero arrepentimiento de los propios errores.

3.- Humilde confianza en las manos de Dios nuestro Padre, tierno y misericordioso.

4.- Apertura a los signos de los tiempos y a saber descubrir y discernir los acontecimientos grandes y los hechos sencillos desde un corazón abierto a la Providencia.

5.- Gozosa, íntima y orante actitud de acogida, escucha y de la contemplación de la Palabra de Dios para ver la realidad, el mundo y el prójimo con ojos nuevos, vivir con esperanza fiable y actuar con caridad efectiva.

6.- La vigilancia cristiana es seguir al Señor, caminar hacia el encuentro con Cristo que está continuamente visitándonos.

7.- La vigilancia cristiana es elegir lo que El eligió.

8.- Es amar lo que El ha amado y ama.

9.- Es configurar la propia vida con la suya.

10.- Es recorrer cada minuto de nuestra vida y de nuestro tiempo en el horizonte de su amor sin dejarnos abatir por las dificultades pequeñas o grandes, cotidianas o extraordinarias

Jesús de las Heras Muela, en revistaecclesia.com/

José Cantón Duarte, Mª del Rosario Cortés Arboleda y Mª Dolores Justicia Díaz

Dificultades de adaptación de los hijos de divorciados

Los hijos de divorciados, comparados con los que viven con ambos progenitores, es más probable que presenten problemas de adaptación. Sin embargo, las estadísticas pueden estar ocultando el hecho de que la mayoría afronta con éxito las transiciones matrimoniales de sus padres.

Durante el año que sigue a la separación, tanto los hijos como las hijas presentan unas tasas superiores de problemas externalizantes (agresión, delincuencia, consumo de drogas) que los de hogares intactos, aunque son más frecuentes y parecen persistir durante más tiempo en los varones.

Concretamente, los niños de familia monoparentales a cargo de la madre es más probable que presenten puntuaciones más elevadas en conducta agresiva, comportamiento antisocial, conducta delictiva y consumo de alcohol y drogas (Cantón y Justicia, 2002a).

Por ejemplo, según Simons y Chao (1996), los adolescentes de ambos géneros que viven en hogares monoparentales presentan más conductas delictivas (robos en hipermercados, citación judicial, persistencia en actos delictivos) que los de hogares intactos. Además, aunque los varones puntúan el doble que las chicas en conductas delictivas, las adolescentes de hogares monoparentales cometen más actos delictivos que los varones de hogares intactos.

Asimismo, en las familias monoparentales se dan índices superiores de consumo de drogas, con independencia del estatus socioeconómico. La presión de los iguales y la exposición a modelos desviados se relaciona, en general, con este consumo de drogas, explicando un 39%, pero la relación es más fuerte en las chicas que en los chicos y en los/as adolescentes a los que les falta el padre (Farrell y White, 1998).

Por lo que respecta al desarrollo de problemas internalizantes, el 26% de las adolescentes y el 30% de los adolescentes hijos de divorciados obtienen puntuaciones extremas en depresión, situándose en el rango del 20% superior (Conger y Chao, 1996). No obstante, los adolescentes que viven en hogares intactos pero con escaso interés del padre por ellos tienen una menor autoestima que los de hogares monoparentales en su situación (Clark y Barber, 1994).

Estudios recientes indican que la madurez que parecen presentar los hijos de divorciados puede estar ocultando una inversión de roles o parentificación, instrumental (tareas del hogar, cuidado de sus hermanos) o bien emocional (actuar como consejero o confidente o incluso prestar apoyo emocional al progenitor necesitado).

Los resultados de los estudios indican que, en general, los divorciados asignan a sus hijos adolescentes más tareas y les obligan a asumir más responsabilidades que los padres de hogares intactos. No obstante, son las hijas que viven en hogares monoparentales con una elevada conflictividad entre sus padres las que presentan una mayor parentificación emocional con uno u otro progenitor (Hetherington, 1999).

La parentificación instrumental y emocional de las hijas hacen que presenten unos mayores niveles de depresión y ansiedad, mientras que la parentificación emocional de los hijos varones que viven con el padre les lleva a una mayor depresión. Además, el contenido de las revelaciones que las madres hacen a las hijas es importante de cara a su adaptación. Las confidencias referentes a sus relaciones íntimas y sexuales se asocian con un inicio de actividades sexuales a una edad más temprana y con más problemas externalizantes de conducta, mientras que las relativas a problemas de empleo, situación económica, sobrecarga de tareas o soledad se relacionan con una mayor responsabilidad social y depresión de las hijas (Hetherington, 1999).

En cuanto a la influencia de la separación de los padres sobre la calidad de las relaciones entre hermanos, se han formulado dos modelos teóricos: la teoría de la compensación (se produce un mayor acercamiento en respuesta a las dificultades con los padres) y la teoría de la congruencia (similitud de las relaciones padres-hijos y entre hermanos).

Sin embargo, los datos aportados por los estudios apoyan, en general, la hipótesis de la congruencia. La ruptura matrimonial aumenta las interacciones negativas entre hermanos (mayor hostilidad y coerción), que se van desentendiendo mutuamente, llegando a producirse una pérdida de afecto y de apoyo. No obstante, cuando uno de los hermanos es una adolescente se produce un mayor afecto y apoyo (Conger y Conger, 1996).

Los hijos/as de hogares monoparentales, comparados con los de hogares intactos, comienzan a una edad más temprana las actividades sexuales y las realizan con más frecuencia (Whitbeck et al., 1996); las hijas tienen más probabilidad de convertirse en madres adolescentes.

También es más probable que practiquen el absentismo escolar, tengan un menor rendimiento académico, presenten una menor motivación de logro y menos aspiraciones educativas, y, finalmente, que no terminen los estudios de secundaria y no consigan alguna titulación universitaria (McLanahan, 1999).

Los adolescentes que han vivido una, dos o más transiciones matrimoniales de sus padres es más probable que presenten una menor aceptación, autonomía y supervisión, más conflictos familiares, más conductas disruptivas en el aula y una inferior calificación final global (Kurdek, Fine y Sinclair, 1995). Por el contrario, la aceptación familiar proporciona el contexto adecuado para que el niño adquiera las habilidades interpersonales y cognitivas necesarias para integrarse y permanecer en un grupo de iguales que valore los éxitos académicos (Kurdek, Fine y Sinclair, 1995).

Procesos de adaptación a la separación

Diferencias de género.

En general, se han encontrado unas peores consecuencias en los niños, especialmente durante los dos años siguientes a la separación, mientras que la adaptación de las niñas es más rápida y sus problemas menos visibles (Cantón y Justicia, 2002b). Por ejemplo, Elder y Russell (1996) informaron que las adolescentes tenían mejor rendimiento académico y Morrison y Cherlin (1995) encontraron que las niñas no presentaban problemas significativos de conducta o de rendimiento en lectura.

Por otra parte, se han demostrado unos efectos diferenciales de la ausencia del padre (Mott, Kowaleski-Jones y Menaghan, 1997). La ausencia reciente del padre influye en más problemas externos de los niños varones, con independencia de las variables familiares y de la madre. La ausencia prolongada tiene un modesto efecto sobre niños y niñas, explicándose sus problemas más por características de la madre y familiares asociadas a la ruptura.

En algunos estudios también se ha informado de una reacción diferente de niños y niñas (Allison y Furstenberg, 1989; Mazur et al., 1992). Los niños suelen presentar más problemas conductuales y las niñas malestar psicológico, depresión, ansiedad y baja autoestima. Las adolescentes es más probable que abandonen los estudios de bachillerato o universitarios, y, aunque los y las adolescentes tienen la misma probabilidad de convertirse en padres, les afecta más negativamente a las chicas, con un mayor declive de estatus socioeconómico (McLanahan y Sandefur, 1994).

Diferencias en función del nivel evolutivo.

Los preescolares tienen menos capacidad para evaluar las causas y consecuencias, para afrontar las circunstancias estresantes y para utilizar los recursos extrafamiliares. Además, es más probable que experimenten ansiedad de abandono y autoinculpación (Zill, Morrison y Coiro, 1993). Los niños que viven la separación antes de los 8 años de edad, durante la preadolescencia presentan ansiedad, hiperactividad, agresiones físicas en el contexto escolar y desobediencia y conductas desafiantes (Pagani et al, 1997).

Otros investigadores insisten en la mayor vulnerabilidad del adolescente debida a los cambios personales y en sus relaciones. Así, se ha informado de una mayor probabilidad de abandono de los estudios, dificultades para encontrar trabajo, inicio de relaciones sexuales más temprano, relación con iguales antisociales y actividades delictivas y consumo de drogas (Conger y Chao, 1996; Demo y Acock, 1996; Elder y Russell, 1996; Whitbeck et al., 1996).

No sólo la edad en el momento de la separación, sino también el tiempo transcurrido puede moderar los efectos de la separación (Wallerstein, Corbin y Lewis, 1988). Los preescolares inicialmente experimentan un trastorno profundo, conductas regresivas e intensa ansiedad por miedo al abandono. Dieciocho meses después, la mitad de los varones presenta más problemas que al principio (iguales, hogar), mientras que la mayoría de las niñas parece recuperarse. Cinco años después la adaptación está en función de la calidad de vida de la familia. Transcurridos diez años, cuando están en la adolescencia, recuerdan poco de la ruptura y cómo era la familia antes de producirse la separación. La mayoría habla con pena de las privaciones económicas y emocionales sufridas y evoca con melancolía la vida más afectuosa y protectora de los hogares intactos. Los preescolares que viven la separación de los padres son el grupo más afectado a corto plazo, pero a largo plazo se adaptan mejor que los mayores, probablemente por su inmadurez en el momento de la ruptura y porque después recuerdan menos los conflictos familiares y malos momentos por los que atravesaron (Wallerstein, Corbin y Lewis, 1988).

Los preadolescentes inicialmente se sienten impotentes y temerosos ante la separación. Experimentan una cólera intensa contra uno o ambos progenitores por la ruptura y tienden a ponerse de parte de un progenitor. Alrededor de la mitad baja su rendimiento académico, y este descenso se mantiene durante el año que sigue a la separación. Los adolescentes inicialmente se caracterizan por sufrir una depresión aguda y por presentar comportamiento antisocial, conductas regresivas (aislamiento social y emocional en colegio, carencia de amistades en otros ámbitos) y ansiedad por su futuro. Dieciocho meses después de la separación se produce un empeoramiento de los niños mayores, preadolescentes y adolescentes que al principio parecían haberse adaptado a la situación provocada por la ruptura, presentando más problemas de conducta y de rendimiento, especialmente los varones. Finalmente, y lo mismo que en el caso de los preescolares, cinco años después de la separación la adaptación de los hijos depende fundamentalmente de la calidad de vida general de la familia.

Personalidad y temperamento del niño

Un temperamento difícil o problemas de conducta restan capacidad de adaptación ante la negatividad de los padres y para la consecución de apoyos (Cantón y Justicia, 2002b). La inmadurez y los problemas de conducta y afectivos previos a la separación se relacionan con hiperactividad y déficits de atención, sobreansiedad y depresión y conducta de oposición (Kasen, Cohen, Brook y Hartmark, 1996).

La emotividad negativa (frecuencia e intensidad de cólera, miedo) ante sucesos estresantes relacionados con el divorcio (discusiones entre padres, interferencia en visitas, críticas al otro, no cumplir régimen de visitas) hace que el niño los perciba como más amenazantes y que opte por una estrategia de afrontamiento de evitación (no pensar, distanciarse), presentando mayor depresión y problemas de conducta (Lengua, Sandler, West, Wolchik y Curran, 1999).

Cognición Social

Los niños con errores cognitivos negativos valoran los sucesos de un modo más negativo, exagerado y pesimista, y esta forma de pensar puede conducir a una sintomatología depresiva y ansiosa (Cantón y Justicia, 2002b). Su valoración de los sucesos del divorcio como intencionados y nocivos contra ellos les puede llevar a usar estrategias de afrontamiento negativo (Kendall et al., 1990; Lazarus, 1991).

Los errores cognitivos negativos de los niños sobre la separación de sus padres (expectativas catastróficas, autoinculpación) a partir de los diez años hacen que experimenten más depresión y ansiedad y presenten una menor autoestima y más problemas conducta (Mazur et al., 1992;1999). Por el contrario, los niños con errores positivos (excesiva autovaloración, ilusión de control y visión optimista) tienen menos conductas agresivas y un nivel inferior de depresión (Mazur et al., 1992).

Estrategias de Afrontamiento

Los niños capaces de reconstruir los sucesos estresantes incontrolables del divorcio de forma positiva (minimizar su impacto, centrarse en lo positivo, reafirmación cognitiva) se adaptan  mejor  (Radovanovic,  1993).  Por  el  contrario, aquellos que  optan por  el afrontamiento de evitación presentan niveles superiores de depresión, ansiedad y problemas de conducta (Lengua y Sandler, 1996; Sandler, Tein y West, 1994).

El afrontamiento por evitación impide que el niño trabaje activamente para cambiar la situación problemática o que se centre cognitivamente en la misma para abordarla de un modo más positivo. Resulta especialmente ineficaz en situaciones crónicas de estrés (como las que tienen que afrontar los hijos de divorciados) en las que hay que encontrar una forma de hacerles frente (Cantón y Justicia, 2002b).

Procesos familiares y adaptación de los hijos

Según Hetherington, Bridges e Insabella (1998), el impacto de los factores de riesgo (características negativas del niño, estrés parental, cambios de estructura familiar, problemas socioeconómicos) se encuentra mediatizado por las disrupciones en las relaciones e interacciones familiares provocadas por el divorcio.

Entre estos procesos familiares se incluyen las relaciones del niño con los padres, las prácticas de crianza, los conflictos interparentales y las alteraciones en el ejercicio de las funciones parentales (Chase-Lansdale y Hetherington, 1990).

La influencia de los padres

La negatividad de la madre en las interacciones con los hijos se relaciona directamente con los problemas externalizantes que éstos presentan y también indirectamente al facilitar su alejamiento de la familia y vinculación con iguales desviados. Probablemente esto contribuye a explicar el hecho de que alrededor de la cuarta parte de los hijos adolescentes termine desimplicándose de su familia (Hetherington, 1999).

El mantenimiento de una relación positiva con la madre protege a los niños mayores y adolescentes de la influencia de iguales desviados y disminuye el riesgo de consumo de drogas. Por el contrario, las malas relaciones, el rechazo o el escaso control los hace más vulnerables a la presión de los iguales y al consumo de drogas (Brody y Forehand, 1993; Mason et al., 1994).

Por otra parte, algunos estudios han encontrado que las actitudes y conductas sexuales más liberales y permisivas en algunos casos de las divorciadas tienen un efecto modelador sobre el comportamiento sexual de hijos e hijas. De hecho, los mecanismos que mejor explican la mayor actividad sexual de los hijos de divorciados son una mayor permisividad sexual y unas prácticas de crianza ineficaces que les llevan a implicarse con iguales desviados (Whitbeck et al., 1996).

La influencia de los iguales

Existe una relación fuerte y consistente entre juntarse con iguales desviados y problemas externalizantes de conducta en la adolescencia. La exposición a modelos desviados y la presión de los iguales se relaciona con el consumo de drogas entre los adolescentes, aunque esta relación se encuentra moderada por el género, la ausencia del padre y la relación con la madre (Cantón y Justicia, 2002c).

Los adolescentes varones, que carecen de la figura del padre y que mantienen unas relaciones tirantes con la madre son más vulnerables a la presión de los iguales para que consuman droga. Una relación estrecha con la madre actúa como factor de resistencia capaz de reducir la influencia de iguales en consumo de drogas (Farrell y White, 1998; Mason et al., 1994).

Los adolescentes de hogares monoparentales que mantienen con la madre una relación basada en el afecto y la comunicación, y que resuelven adecuadamente los problemas que surgen entre ellos, se resisten más a la influencia de los iguales desviados. Sin embargo, es más probable que exista una mala relación con la madre en el caso de los adolescentes hijos de divorciados (Cantón y Justicia, 2002c).

Estructura familiar y prácticas de crianza.

En el período inmediato a la separación se suele producir un deterioro de las prácticas de crianza, caracterizándose éstas por la irritabilidad, la coerción, un menor afecto y control, y por la inconsistencia (Conger et al., 1995; DeGarmo y Forgatch, 1999).

Las madres divorciadas y las depresivas tienen menos habilidades de resolución de problemas familiares y es más probable que provoquen conflictos con los hijos por el uso de una disciplina coercitiva (DeGarmo y Forgatch 1999). El divorcio se relaciona con una mayor presión económica y depresión de la madre que, a su vez, la pueden llevar a una menor supervisión de los hijos y a aplicar unas estrategias de disciplina menos eficaces (hostilidad, castigos físicos, inconsistencia). Estas prácticas de crianza se relacionan con el estado de ánimo depresivo de los hijos y con una mayor hostilidad entre los hermanos (Conger y Chao, 1996; Conger y Conger, 1996).

La madre en un hogar monoparental dedica menos tiempo a la supervisión diaria del trabajo escolar de los hijos (Astone y McLanahan, 1991) y esta falta de implicación y de supervisión del progenitor con la custodia se relaciona con el fracaso escolar y con el abandono de los estudios (McLanahan, 1999). Por el contrario, un mejor estatus socioeconómico de las madres divorciadas (ingresos, estudios, ocupación) se relaciona con unas prácticas de crianza más adecuadas y éstas, a su vez, con la realización de actividades constructivas en casa y con un mejor comportamiento en la escuela de los hijos. Las actividades en casa y la buena conducta predicen un mayor logro académico (DeGarmo, Forgatch y Martínez, 1999).

Las prácticas de crianza ineficaces (hostilidad, baja supervisión, inconsistencia) aumentan la probabilidad de que los adolescentes hijos de divorciados se comporten de manera impulsiva, desafiante, y que se sientan atraídos por actos de carácter delictivo (Florsheim, Tolan y Gorman-Smith, 1998). La separación de los padres afecta negativamente a las prácticas de crianza (baja supervisión y estrategias inadecuadas de disciplina), lo que facilita el acercamiento de sus hijos adolescentes con iguales desviados y el desarrollo de conductas delictivas (Simons y Chao, 1996).

Los niños y adolescentes que viven en un hogar monoparental a cargo de la madre corren un bajo riesgo de desarrollar problemas de conducta cuando ésta aplica estrategias de disciplina eficaces, establece un ambiente organizado y predecible, permite un cierto funcionamiento autónomo y facilita el establecimiento de relaciones de apoyo entre los hijos y un varón adulto en la familia (Florsheim et al., 1998).

La estructura familiar desempeña también un papel moderador sobre los efectos de las prácticas de crianza. Las prácticas democráticas se relacionan con una mayor competencia social y menos problemas de conducta de niños y adolescentes (Steinberg et al., 1994), aunque su influencia varía en función de la estructura familiar, perjudicando más las prácticas inadecuadas a los que viven en hogares monoparentales (Gerard y Buehler, 1999).

Conflictos entre los padres y adaptación

La cooperación, el apoyo mutuo y la no confrontación entre los ex-cónyuges tiene unos efectos positivos en padres e hijos; sin embargo, sólo un 25% de divorciados consigue establecer este tipo de relación. Entre un 15-20% de los divorciados con hijos tiene un elevado nivel de conflictos, incluso dos años después de la separación, siendo temas comunes de discusión el reparto de bienes, la residencia de los hijos, el régimen de visitas y la manutención (Cantón y Justicia, 2002c).

Los conflictos que guardan relación con el niño, los que le hacen sentirse amenazado físicamente o involucrado, los que implican violencia o los que quedan sin resolver son los que más perjudican su desarrollo. Los hijos/as mayores responden más negativamente a los conflictos y tratan más de intervenir cuando implican violencia, habiéndose encontrado también diferencias de género en la respuesta a los conflictos entre los padres: las hijas tienden a autoinculparse y los hijos a no verse involucrados (Hetherington, 1999).

Cuando los excónyuges recurren a la agresividad verbal para resolver las cuestiones relativas a la crianza de los hijos, éstos presentan un comportamiento más agresivo y una menor autoestima y conducta prosocial, siendo menos probable que ocurra cuando mantienen una relación de cooperación (Camara y Resnick, 1989).

Las prácticas de crianza democráticas reducen en gran medida los efectos de los conflictos. No obstante, en un hogar monoparental con alta conflictividad entre los excónyuges y con un estilo no democrático de la madre con la custodia, las prácticas democráticas del padre no residente no amortiguan los efectos negativos del estilo educativo de la madre. En los hogares monoparentales las prácticas de crianza de la madre son más determinantes que las del padre para la adaptación de hijos e hijas. Sin embargo, cuando las visitas se producen en un contexto de baja conflictividad interparental y el padre no residente se encuentra bien adaptado y usa un estilo democrático, sus visitas frecuentes resultan beneficiosas para la adaptación de los hijos (Hetherington, 1999).

Durante los dos años siguientes a la separación, con alto o bajo nivel de conflictos, los hijos tienen más problemas que los de hogares intactos altamente conflictivos. Sin embargo, a los dos años de la ruptura, si los excónyuges mantienen un bajo nivel de conflictividad, sus hijos/as están mejor adaptados que los de intactos con conflictos. No obstante, también hay que tener en cuenta que los hijos varones de hogares monoparentales con bajo nivel de conflictos presentan más problemas que los de hogares intactos también poco conflictivos (Hetherington, 1999). Sin embargo, dos años después de la separación los niños de hogares intactos pero con alto nivel de conflictos interparentales tienen más problemas de adaptación y de autoestima que los de familias intactas o divorciadas con bajo nivel de conflictos (Amato y Keith, 1991).

Disposiciones de custodia y adaptación de los hijos

Madre con la custodia.

Según Kitson (1992), el aspecto cualitativo más importante del hogar monoparental a cargo de la madre es la mayor frecuencia e intensidad de sucesos vitales negativos y el estrés económico (muchas veces unido a un aumento de horas de trabajo y el cambio de residencia). Cuatro años después de la separación aún siguen experimentando más cambios vitales negativos.

Estos sucesos estresantes le pueden provocar un desequilibrio psicológico reflejado en conducta colérica, impulsividad, depresión, ansiedad, soledad, sensación de estar controlada desde fuera y labilidad emocional (Hetherington, 1993). Las divorciadas puntúan más en síntomas depresivos (autoinculpación, soledad, inseguridad ante el futuro), debido a la presión económica que soportan, el estrés laboral, los sucesos negativos (cambio de residencia, muerte de ser querido, robos) y la falta de apoyo (Lorenz, Simons y Chao 1996; O’Connor et al., 1998). A su vez, los problemas emocionales provocan disrupciones en el funcionamiento familiar: menor disponibilidad psicológica, irritabilidad y prácticas de crianza coercitivas, menos contacto con el padre sin la custodia y más problemas de conducta de los hijos (Hetherington, 1995).

Aunque las madres de hogares intactos insatisfechas con su matrimonio es más probable que utilicen unas prácticas de crianza disfuncionales (hostilidad, coerción, castigo físico, falta de supervisión, críticas, inconsistencia), las divorciadas recurren a ellas con más frecuencia debido al estrés económico y la depresión (Simons y Johnson, 1996). No obstante, el empleo desempeña un papel moderador en la relación entre depresión de la divorciada y el empleo del castigo físico, de manera que las divorciadas depresivas que trabajan fuera de casa recurren menos a él.

Los hijos desarrollan o no problemas de conducta en función del contexto en que se produce el castigo físico, es decir, según que lo perciban como una consecuencia de su conducta o como un resultado de la depresión o estrés de la madre (Jackson et al, 1998). Por otra parte, el divorcio y la depresión materna tienen un efecto interactivo sobre las expectativas educativas de las hijas: las hijas de divorciadas depresivas tienen unas expectativas educativas más bajas que las de hogares intactos Tannenbaum y Forehand, 1994).

Padre con la custodia.

Mientras que los problemas de las divorciadas con sus hijos tienen que ver fundamentalmente con su dificultad para controlarlos y disciplinarlos, los problemas del divorciado con ellos son sobre todo de comunicación, de establecimiento de relaciones de confianza y de supervisión de actividades y tareas. Especial dificultad parece tener con la supervisión de las hijas adolescentes, hasta el punto de que es más probable que éstas se involucren en actividades delictivas cuando están bajo custodia paterna que cuando residen con la madre (Buchanan et al., 1992).

En general, sin embargo, los estudios realizados sobre la custodia paterna indican que estos hogares cuentan con una serie de ventajas frente a los hogares monoparentales a cargo de la madre. Los separados que piden y obtienen la custodia de sus hijos tienen una mayor disponibilidad económica; disfrutan de una mejor vivienda, vecindario y colegio; utilizan unas prácticas de crianza más eficaces; tienen menos hijos a su cargo; la madre tiene más contacto con ellos que el padre en su misma situación (con lo que esto representa de apoyo emocional para el niño y de menor conflictividad entre los padres) y, finalmente, el separado suele contar con un mayor apoyo emocional por parte de sus familiares y amigos (Clarke-Stewart y Hayward, 1996). Además, el padre que desde el principio del proceso solicita la custodia de los hijos se caracteriza por haber mantenido unas relaciones más intensas con los hijos antes del divorcio, haber conseguido un mayor nivel educativo y tener a su cargo niños mayores o adolescentes (Hetherington y Stanley-Hagan, 1997).

Al padre separado con la custodia también le cuesta adaptarse, como demuestra el hecho de que sólo el 18% se sienta seguro y confortable con su nuevo rol, mientras que un 25% manifiesta encontrarse muy o bastante desorientado, a disgusto o irritado; no obstante, la mayoría se sienten satisfechos de haber pedido y obtenido la custodia (Nieto, 1993).

El divorciado se involucra más en actividades con los hijos cuando solo tiene varones, cuando son menos en número o mayores y cuando en su infancia tuvo una figura de padre. Además, los de mayor nivel educativo les leen y ayudan más con los deberes escolares. Algunos estudios han informado también de diferencias étnicas en estas relaciones, siendo los divorciados con custodia afroamericanos los que dedican más tiempo a hablar con ellos, leerles y ayudarlos con sus deberes, mientras que los hispanos comparten más actividades recreativas. Estos resultados son importantes porque los hijos que comparten más actividades con el padre custodio son los que tienen, por ejemplo, un mejor rendimiento académico (Cooksey y Fondell, 1996).

Los resultados de los estudios indican que los hijos e hijas bajo custodia paterna presentan menos problemas de conducta y personales (mayor autoestima y menor depresión, ansiedad o comportamiento problemático) y se muestran menos negativos con la madre con la que no residen. No obstante, también hay que tener presente que se encuentran mejor adaptados emocionalmente cuando también lo está el progenitor con la custodia, que las relaciones entre ambos son más positivas cuando las visitas a la madre son más prolongadas y que los niños que mantienen una relación negativa con la madre es más probable que presenten problemas (Clarke-Stewart y Hayward, 1996).

No se pueden generalizar, por tanto, los resultados de los estudios sobre custodia paterna y concluir que es más beneficiosa para los hijos que la materna. En primer lugar, hay que tener en cuenta que los datos son correlacionales (el padre puede pedir la custodia de los niños cuando se encuentran mejor adaptados). Por otra parte, y aunque, en general, los hijos bajo custodia paterna se encuentran mejor, no sucede así cuando se les compara con los que residen con la madre y mantienen un contacto de alta calidad con el padre (Clarke-Stewart y Hayward, 1996).

Progenitor sin la custodia.

Los principales desafíos a los que se enfrenta el progenitor no residente son la búsqueda de una nueva residencia, el establecimiento o mantenimiento de sus redes sociales, la separación física de los hijos y no intervención directa en los aspectos cotidianos de su crianza, la consecución de acuerdos sobre el régimen de visitas y el tipo de relación que mantendrá con el otro progenitor a fín de mantenerse informado sobre aspectos cruciales de la crianza (Hetherington y Stanley-Hagan, 1997).

Un dato importante en el que coinciden los estudios es el de que la divorciada sin la custodia tiene aproximadamente el doble de contactos con sus hijos que el divorciado en su misma situación, siendo también menos probable que decida apartarse definitivamente de su vida o que disminuya su contacto con ellos por las nuevas nupcias de ella o del excónyuge (White, 1994).

El padre, por el contrario, al sentirse marginado y obligado a un contacto intermitente es más probable que encaje más la situación y que opte finalmente por el distanciamiento progresivo de los hijos. El hecho es que unos dos años después de la separación entre un 30-40% de los niños no ve al padre y sólo entre un 20-30% lo ve una vez a la semana (King, 1994).

El primer año después del divorcio es un periodo de reorganización durante el que se van configurando las pautas de involucración del padre y de relaciones padre-niño, de modo que si no se establece una relación positiva ambos pueden llegar a adaptarse a su mutua pérdida y esto repercutir en una futura desvinculación (Ahrons y Miller, 1993). Por consiguiente, la intervención encaminada a conseguir una mayor implicación del padre no residente se debe producir en los primeros momentos de la ruptura matrimonial y centrarse en el establecimiento de una relación de cooperación entre los padres para una crianza más eficaz (Hetherington y Stanley-Hagan, 1997).

Los resultados de los estudios indican que la frecuencia de contactos entre el padre y los hijos es mayor cuando éste pertenece a un estatus socioeconómico superior, cuando ninguno de los progenitores tiene nueva pareja, cuando hay un bajo nivel de conflictos entre los excónyuges y éstos se han adaptado bien al divorcio, cuando son conscientes de su responsabilidad como padres y, finalmente, si los hijos están en edad escolar o en la adolescencia y son varones (Nord y Zill, 1996; Chase-Lansdale y Hetherington, 1990). Cuando los hijos presentan problemas emocionales o conductuales el padre suele optar por uno de dos patrones extremos de comportamiento, bien aumentando el grado de implicación al pensar que en estas condiciones lo necesitan más o bien desvinculándose del todo al tener ellos mismos sus propios problemas que resolver (Hetherington y Stanley-Hagan, 1997).

Cuando existe un elevado nivel de conflictos entre los padres o uno de ellos es incompetente o se encuentra trastornado psicológicamente las visitas frecuentes del progenitor sin la custodia probablemente tendrán unos efectos negativos en los hijos, perdiéndose el posible efecto beneficioso de esta relación (Amato y Rezar, 1994). De hecho, si la madre con la custodia no está satisfecha con las visitas, los niños se encuentran peor adaptados y con más problemas de conducta aunque el padre los visite con frecuencia (King y Heart, 1999; Buchanan et al., 1997).

Para que se adapten bien es necesario que ambos progenitores se impliquen activamente en la crianza en un clima de colaboración (Simons et al., 1994). Si no ocurre así y el padre sin la custodia no se involucra (no actúa como guía de los hijos, no mantiene relaciones afectuosas con ellos, no comparte actividades, no habla sobre el futuro, no establece unas relaciones de intimidad y de confianza), los adolescentes presentan más problemas, especialmente los varones (Thomas, Farrell y Barnes, 1996).

El padre sin la custodia influirá positivamente en la adaptación de los hijos en la medida en que siga desempeñando adecuadamente su función parental. Cuando les ofrece su apoyo, usa un estilo de crianza democrático y existe un bajo nivel de conflictos entre los padres, sus visitas tienen un efecto beneficioso para la adaptación del niño, especialmente si es de su mismo género (Amato, 1993; Amato y Gilbreth, 1999). Los niños que cuentan con el apoyo y estímulo del padre presentan una mayor autoestima y menos problemas de depresión y ansiedad (Zimmerman, Salem y Maton, 1995).

Cuando tiene hijos adolescentes y habla con ellos, les proporciona apoyo emocional, se interesa por su opinión, argumenta sus decisiones, les explica las normas, usa el razonamiento inductivo y el refuerzo de conductas positivas, los adolescentes presentan menos problemas conductuales y personales (Simons et al., 1994). Si mantiene unas relaciones afectuosas con ellos y ejerce un elevado nivel de control presentan un mejor rendimiento académico, sobre todo las hijas, y menos conductas escolares problemáticas (Coley, 1998).

Sin embargo, es la calidad de la relación y no tanto la frecuencia de los contactos lo que influye en una mejor adaptación. Cuando el padre comparte con los niños una serie de actividades rutinarias (ir de compras, leerles, llevarlos de visita, ayudarles con los deberes, ver juntos la TV) y pasa con ellos las vacaciones estos se adaptan mejor a la ruptura matrimonial de sus padres (Clarke-Stewart y Hayward, 1996).

Recursos económicos, apoyo social y adaptación de los hijos

Recursos económicos de los hogares monoparentales

Los hogares a cargo de madres divorciadas o solteras disponen de menos recursos económicos que los intactos (McLanahan, 1999) y esta disminución de medios puede significar menos oportunidades de éxito para los hijos. Las circunstancias son especialmente difíciles en el caso de aquellas mujeres cuyos ingresos antes del divorcio ya eran inferiores a  la  media.  En  Estados  Unidos,  por  ejemplo,  la  tasa  de  pobreza  de  las  familias monoparentales a cargo de la madre es del 44%, cinco veces mayor que la de los matrimonios intactos con hijos (U.S. Bureau of the Census, 1995). Incluso en familias bien situadas económicamente, la pérdida de ingresos provocada por la separación suele ser del 50% aproximadamente (McLanahan, 1999).

El impago, total o parcial, de las manutenciones es uno de los aspectos más importantes de los problemas económicos de estas familias. Poco más de la mitad de los padres sin la custodia y menos de la mitad de las madres en su misma situación paga la manutención asignada, aunque se haya fijado de manera proporcional a los ingresos (Hetherington y Stanley-Hagan, 1999).

Según Meyer y Bartfeld (1996), se produce un mayor cumplimiento de las órdenes de manutención cuando hay ejecución forzosa (retención directa de la nómina, interceptación de devoluciones de la renta o embargo de bienes), la tramitación del cobro la realizan organismos públicos, el progenitor no residente tiene un mayor nivel de ingresos y educativo, se acordó un porcentaje no elevado (la tasa más alta de cumplimiento se produce cuando la manutención es de un 10-20% de los ingresos), el apego emocional a los hijos después de la separación (los padres que antes de la ruptura se involucran más en sus vidas y que después siguen manteniendo contacto es más probable que paguen todo o parte), un divorcio no contencioso, la mayor duración del matrimonio, más edad de los hijos (niñez versus primera infancia, aunque el cumplimiento disminuye en familias con hijos adolescentes) y, finalmente, que la madre con la guarda y custodia no haya contraído nuevas nupcias. Por el contrario, no influyen en el pago de la manutención ni el número de hijos ni las nuevas nupcias del padre no residente.

Recursos económicos y adaptación de los hijos

La disminución de medios económicos lleva a los niños a experimentar circunstancias (por ejemplo, traslado de residencia con la consiguiente pérdida de apoyos) que hacen difícil su vida después de la separación de los padres. La pérdida de ingresos de la madre con la custodia suele ir acompañada de un exceso de trabajo, altos índices de inestabilidad laboral y de una movilidad residencial hacia barrios con peores colegios, servicios inadecuados y a menudo con grupos de iguales desviados y altas tasas de delincuencia (McLanahan y Sandefur, 1994). Por otra parte, la necesidad de la madre de buscar trabajo para aumentar los ingresos repercute en un menor tiempo de dedicación a los hijos.

Los indicadores de desajuste económico o de movilidad (especialmente en las familias situadas en los índices de pobreza) reducen los efectos atribuidos a la ruptura matrimonial. McLanahan (1999), por ejemplo, encontró que las circunstancias socioeconómicas moderaban los efectos del hogar monoparental sobre los problemas de conducta y el logro académico. Una prueba más de la importancia de los aspectos socioeconómicos son los hogares monoparentales a cargo de madres solteras, donde el capital económico y educativo es aún menor y el rendimiento académico de los niños es más bajo que el de los hijos de padres separados.

Las nuevas nupcias suponen el restablecimiento de una familia nuclear y una mejora de los recursos económicos, permitiendo a muchas madres salir de una situación de pobreza. Sin embargo, la mejora económica no se refleja en una mejor adaptación de los hijos porque a menudo nuevos factores estresantes asociados a las nuevas nupcias (conflictos en torno a la crianza, disponibilidad del dinero, relaciones familiares) los contrarrestan (Demo y Acock, 1996). Aunque el nivel de ingresos de estos hogares reconstituidos es comparable al de los intactos, puede que los ingresos del padrastro no estén tan disponibles y que el padre sin la custodia decida no seguir contribuyendo a la educación de los hijos. Esto explicaría, por ejemplo, el hecho de que, independientemente del nivel de ingresos familiar, los hijastros se matriculen menos en la universidad que los de hogares monoparentales (Cantón, Justicia y Cortés, 2002).

Apoyo Social

La pérdida de ingresos económicos que normalmente acompaña a la separación matrimonial disminuye las posibilidades de que la familia pueda residir en una comunidad con buenos recursos sociales, influyendo así negativamente en la adaptación de los hijos.

Parte de la desventaja de vivir en un hogar monoparental con frecuencia también se debe a tener que trasladarse de vecindario, desconectándose de su comunidad y teniendo más dificultades para acceder a los recursos comunitarios. Además, el traslado suele implicar para los hijos un cambio de colegio, que es un fuerte predictor del fracaso escolar (Teachman, Paasch y Carver, 1996).

No obstante, cuando el motivo de la movilidad es la consecución de un mejor empleo las consecuencias positivas del traslado superan a las negativas, mientras que se producen los efectos contrarios cuando se debe a la escasez de medios. La tasa de movilidad involuntaria entre las familias monoparentales es el doble (34%) que la de los hogares intactos (McLanahan, 1999).

A los padres divorciados les resulta difícil prestar a sus hijos la atención y el apoyo que necesitan, de manera que amigos, vecinos y profesores pueden constituir una importante fuente de apoyo (Wills, Blechman y McNamara, 1996). Las personas de confianza que más apoyo prestan a la madre son mujeres en casi el 70% de los casos y principalmente amigos (47%), familiares (24%) o nuevo compañero sentimental (29%). Sin embargo, comparados con amigos o parientes, los compañeros sentimentales suelen mostrarse más negativos y apoyarlas menos (DeGarmo y Forgatch, 1997).

La disponibilidad de apoyo social puede repercutir positivamente sobre la calidad de las prácticas de crianza. Las conductas de apoyo (ayuda en los problemas personales y en la crianza de los hijos) contribuyen a una mayor habilidad de resolución de problemas y mejores estrategias de disciplina de la madre que, a su vez, se relacionan con menos conductas antisociales de los hijos (DeGarmo y Forgatch, 1999; Simons y Johnson, 1996).

Finalmente, los padres de hogares intactos, además de charlar más con sus hijos sobre las cuestiones del colegio, suelen participar también más en las actividades del centro escolar y conocer a un mayor número de padres de compañeros de sus hijos. Tanto el interés por las tareas escolares como las relaciones sociales con otros padres se asocian a un mayor rendimiento académico. El tipo de comunidad escolar más perjudicial para el logro de los hijos de divorciados es aquella en que se combina la alta concentración de familias monoparentales y de nuevas nupcias con un bajo nivel de relaciones entre los padres de los alumnos (Suet-Ling Pong, 1997).

José Cantón Duarte, Mª del Rosario Cortés Arboleda y  Mª Dolores Justicia Díaz, en dialnet.unirioja.es/

Varios autores en austral.edu

 

Queremos estar del lado de las soluciones,

no de los problemas

Cómo solucionar la mortalidad materna y el embarazo no deseado

Introducción

En Argentina se discute la legalización del aborto fundamentalmente queriendo solucionar dos problemas reales que padecen las mujeres y su entorno: la mortalidad materna y el embarazo no deseado.

En este breve documento, la Universidad Austral explica su visión sobre esos dos problemas y su conexión con la práctica del aborto como solución planteada por un sector de la sociedad. Y también se describen, de manera general, cinco propuestas de soluciones a la mortalidad materna y a la situación del embarazo no deseado para no tener que llegar al aborto, puesto que, desde nuestra perspectiva, consideramos que es una tragedia tanto para la mujer que se somete a esta práctica y su entorno, como para la persona humana en desarrollo en el seno de la mujer.

Planeo 1: Aborto legal para reducir la mortalidad materna, ¿es así?

Quienes argumentan la necesidad de legalizar el aborto, entre otras cuestiones, sostienen que sería necesario realizarlo de manera legal para reducir la mortalidad materna, ya que hacerlo de manera clandestina aumentaría el riesgo de la salud de la mujer y, por lo tanto, impactaría en la mortalidad materna. Incluso, algunos agregan el dato de que la muerte por aborto sería la principal causa de muerte materna.

En primer lugar, el aborto es la tercera causa de mortalidad materna en Argentina. Una sola muerte ya es una tragedia, pero las cifras son importantes para planificar las prioridades del sistema de salud de un país.

De acuerdo a las cifras aportadas por el Ministerio de Salud de la Nación se produjeron en 2016 (aún no se conocen las estadísticas de 2017) 43 muertes maternas por embarazos terminados en Aborto. Pero de esas 43 muertes, 12 se produjeron por abortos espontáneos por lo que la cifra de muertes maternas por aborto provocado es de 31 muertes maternas y no de 43. Al comparar los datos con las otras causas de muerte materna vemos que las muertes por sepsis y otras infecciones y complicaciones del puerperio, ascienden a 41 y que las muertes por trastornos hipertensivos son 34, por lo que las 31 muertes maternas por aborto provocado ocupan el tercer lugar como causa de muerte materna, lo que representa el 12,6% del total [1].

Por otro lado, según la Dirección de Estadísticas de Información de Salud del Ministerio de Salud de la Nación, la tasa de mortalidad materna está disminuyendo en los últimos años en la Argentina, aunque la tasa de mortalidad por aborto ha disminuido de manera más acelerada. Los últimos datos que se disponen son del 2016. Mientras que entre 2016 y 2015 la mortalidad materna disminuyó el 12%, la disminución de la mortalidad materna por aborto fue del 20%. Y si retrocedemos siete años con respecto al 2016, es decir al 2009, mientras que la mortalidad materna disminuyó 38%, la mortalidad materna por aborto disminuyó 50% [2].

Claramente, la mortalidad materna en general y, fundamentalmente, la mortalidad materna por aborto está disminuyendo en la Argentina, sin que el aborto esté legalizado plenamente en el país.

Lo mismo ha sucedido en otros países en desarrollo, sin ir más lejos en Chile y Uruguay [3], países donde la mortalidad materna mejoró al margen de la legalización del aborto, puesto que se ha comprobado una importante disminución de esa tasa de mortalidad mientras el aborto no era legal.

En el caso chileno existen estudios científicos que detallan los factores que determinaron la mejora en más del 93% de la mortalidad materna llevando a que ese país tuviera el mejor indicador de mortalidad materna de Latinoamérica y el segundo del continente. Esos factores fueron:

-        Aumento en el nivel educativo de las mujeres.

-        Nutrición complementaria para las mujeres embarazadas y sus hijos.

-        Acceso universal a mejores instalaciones de salud materna (atención prenatal temprana, parto por parteras calificadas, atención posnatal, disponibilidad de unidades obstétricas de emergencia y atención obstétrica especializada)

-        Cambios en el comportamiento reproductivo de las mujeres que les permite controlar su propia fertilidad

-        Mejoras en el sistema sanitario, es decir, suministro de agua limpia y acceso a red cloacal.

Que sea necesario legalizar el aborto para reducir la mortalidad materna, incluso la muerte materna por aborto, pareciera que no es tan así. Es más, si lo analizamos bien, el aborto en sí mismo es un problema que incrementa la muerte materna, es decir, si no existiera el aborto habría menos muertes maternas. Pareciera que las variables que mejoran la mortalidad materna están más asociadas al desarrollo humano de la mujer.

Sin embargo, lejos está el país de haber solucionado el problema de la mortalidad materna. En el 2000, Argentina se había comprometido a reducir la mortalidad materna a 1,3 cada 10 mil nacimientos para 2015, para cumplir con el Quinto Objetivo de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas. Según los últimos datos, correspondientes al 2016, nuestro país está en 3,4 cada 10 mil nacimientos [4].

El diagnóstico que vemos es que, si bien estamos mejorando en la tasa de mortalidad materna, aún nos queda mucho por trabajar. Por lo tanto, la mortalidad materna es un problema a solucionar.

Planteo 2: Aborto como solución al embarazo no deseado, ¿es una solución?

El otro planeo es que legalizar el aborto sería necesario para que las mujeres pudieran elegir no continuar con un embarazo no deseado. Para quienes lo plantean así, el aborto no es un problema, sino que es una solución al problema del embarazo no deseado.

Según el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, en la Argentina nacen 700 mil chicos por año, 110 mil son de madres de menos de 19 años y, de esas, el 68% son no deseados, unos 75.000. De esos 75.00         embarazos, unos 3000 son de menores de 15 años y las causas son mayormente abusos no denunciados [5].

Ahora bien, ¿se soluciona de raíz un embarazo no deseado a través del aborto? Evidentemente no, porque el aborto no impide un embarazo no deseado. En este sentido el aborto es una solución tardía porque actúa sobre algo que la mujer no hubiera deseado tener. En muchos casos, el aborto solo servirá para encubrir los abusos cometidos dentro del círculo afectivo de la joven, y permitirá que estas situaciones de maltrato se consoliden en el tiempo.

Además, el aborto pasa de ser una falsa solución a un problema real, porque aumenta el riesgo de mortalidad materna y somete a la mujer a una situación traumática que ninguna quisiera vivir. En este sentido el aborto es una tragedia porque queriendo ser una solución se transforma en un problema. Pensamos que frente al problema del embarazo no deseado hay dos maneras de combatirlo: 1. Impedir que la mujer quede embarazada, si no lo desea; 2. Si el embarazo no deseado comenzó a desarrollarse, tratar de revertir la situación de crisis que vive la mujer, o bien buscar una alternativa para que la misma no ejerza una maternidad no deseada.

Conclusión: dos problemas a solucionar

De esta manera, observamos que los verdaderos problemas a solucionar son: la mortalidad materna y el embarazo no deseado; y estamos convencidos de que no se solucionan mediante el aborto, sino que en realidad complejiza aún más la situación de la mujer.

En este sentido, observamos que las propuestas de soluciones deben apuntar directamente a solucionar estos dos problemas.

Cinco propuestas de soluciones

Por todo lo dicho, vemos que esas soluciones integrales a los problemas de la mortalidad materna y el embarazo no deseado deben responder a necesidades de salud, educación, familia y derecho entre otras disciplinas.

Cuadro 1

Las propuestas se presentan en forma de ideas generales que, en caso de querer detenerse en ellas habrá que desarrollarlas de manera más amplia.

Propuesta 1: Educación integral.

1.       Existen estudios científicos que demuestran la relación entre educación y reducción de la mortalidad materna [6], [7]: Koch (2012) afirma que el aumento en el nivel de educación parece tener un impacto favorable en la tendencia descendente de la RMM, modulando otros factores clave como el acceso y la utilización de las instalaciones de salud materna, los cambios en el comportamiento reproductivo de las mujeres y las mejoras del sistema sanitario. En consecuencia, los diferentes ODM pueden actuar sinérgicamente para mejorar la salud materna. La reducción en la tasa de mortalidad materna no está relacionada con el estado legal del aborto.

2.       La Organización Mundial de la Salud afirma que la educación y la salud están íntimamente unidas. Los datos que lo demuestran son abrumadores [8]. Asimismo, asevera que la educación aumenta el estatus de la mujer, favorece su salud sexual y la protege de la violencia doméstica. Alega que la educación es un arma poderosa para romper el ciclo de la pobreza, la enfermedad, la miseria y la persistencia intergeneracional del bajo nivel socioeconómico de la mujer.

3.       El Dr. Tedros [9] afirma que “si las mujeres están marginadas y su potencial sin explotar, hoy en día nuestras sociedades son más débiles. Del mismo modo, si descuidamos las necesidades de salud y desarrollo de nuestros niños, nuestras sociedades están destinadas a ser más débiles mañana. No podemos permitirnos perder el hoy y el mañana por no invertir en las mujeres y los niños.”

4.       La Educación Integral es la forma más sincera de ocuparse de las problemáticas existentes en nuestra sociedad, que afectan a niños, niñas y adolescentes. Es una forma concreta y real de prevenir situaciones que afectan a los más vulnerables y de construir una sociedad e igualitaria.

5.       La Convención sobre los Derechos del Niño afirma que “el niño debe estar plenamente preparado para una vida independiente en sociedad, y ser educado en el espíritu de los ideales proclamados en la Carta de las Naciones Unidas y, en particular, en un espíritu de paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad (…)”. [10]

Un objetivo de este tipo no podrá conquistarse sin la puesta en marcha de una educación integral que, a la par de la alfabetización, logre el desarrollo de aquellas cualidades indispensables para la convivencia social y el desarrollo armónico de cada uno de sus miembros.

6.       En octubre de 2006 se sancionó en Argentina la Ley Nacional de Educación Sexual Integral (ESI) 26.150.

El Consejo Federal de Educación promulgó en 2008 los lineamientos curriculares elaborados por el Ministerio de Educación (ME) y a partir de los cuales cada provincia debería realizar las adecuaciones necesarias. A pesar del tiempo transcurrido, no se ha presentado una evaluación a nivel nacional de los alcances y resultados obtenidos en todas las provincias.

7.       La educación integral debe contemplar a todas las dimensiones de la persona, evitando reduccionismos que impidan un desarrollo armónico de todo su potencial y su persona.

8.       Un plan de educación integral debe considerar:

•        El desarrollo de un plan estratégico que pueda garantizar la adecuada implementación de la ley de Educación Sexual Integral 26.150, asegurándose de esta forma que esta educación sea recibida por todos los niños, niñas y adolescentes de la República Argentina.

•        El diseño de un sistema de evaluación de los resultados, para determinar la pertinencia y eficacia de las estrategias planteadas, a fin de lograr impactos reales.

•        La propuesta debe estar destinada a todos los centros educativos del país, de todos los sectores sociales y localidades de la República Argentina, con el adecuado respeto al derecho internacionalmente reconocido de los padres de educar a sus hijos según sus propias convicciones [11], como así también de los centros educativos a educar según su ideario [12].

•        Una visión personalista de la educación, que transmita el valor único de cada persona y el consiguiente respeto que ésta merece. La educación personalista desde una temprana edad actúa, no solamente como prevención de embarazos no deseados y conductas sexuales de riesgo, sino que, a su vez, es un factor protector de diversas conductas de riesgo y situaciones de vulnerabilidad en la que se encuentran niños, niñas y adolescentes en la actualidad y que representan un problema para el Estado y para toda la sociedad.

•        Un plan de inserción de los estudiantes en el mundo laboral, ya sea a través de estudios superiores o a través de oficios. La construcción de un proyecto de vida es un favor protector de diversas conductas de riesgo y contribuye, a su vez, en la edificación de una sociedad más organizada y armónica.

•        Un equipo especializado que se encargue de la capacitación docente, indispensable para que la educación integral sea posible.

Propuesta 2: Contención de la mujer y su contexto traumático

Ante la inminencia de un embarazo no deseado, no se puede exponer a la mujer a una arbitrariedad despótica, sino que se deben generar espacios de asistencia, acompañamiento y contención aun en las circunstancias más traumáticas, respondiendo a las necesidades particulares de cada situación (discapacidad mental, abuso sexual, violencia familiar, etc.).

En el caso de la mujer violada siempre es una víctima de quien por la fuerza la oprime y la expone a cargar del dolor que duramente esto supone, como mujer. Ante un embarazo no deseado como producto de esa violación, el aborto puede no resultar la mejor salida, ya que en muchos casos significaría la agudización del trauma y de la afectación de la dignidad de la mujer.

Diversos estudios realizados en la materia señalan las consecuencias del aborto en la mujer [13], y de acuerdo al grado de impacto psicológico producir síntomas que incluyen: inestabilidad emocional, sentimientos de culpa, angustia, ansiedad, depresión, agresividad, incapacidad para establecer vínculos afectivos duraderos, problemas como: anorexia, bulimia, adicciones, altas tasas de suicidio, etc.

Para evitar este tipo de cuadros y no victimizar más a la mujer se sugiere elaborar un Programa de atención a la víctima de abuso y violación, que incluya:

1.       Un equipo interdisciplinario que trabaje en el acompañamiento y seguimiento personalizado de cada una de las mujeres que requieran atención

2.       Acompañamiento médico necesario para preservar su salud y curar heridas tras la violación, pero también para acompañarla, si corresponde, durante el embarazo y el parto.

3.       Acompañamiento psicológico y psiquiátrico para el abordaje de estas situaciones traumáticas, a fin de lograr la elaboración y superación del proceso del duelo propio de este tipo de situaciones.

4.       Acompañamiento legal para asegurar la denuncia y persecución del abusador o violador, a fin de demostrar que tal crimen contra la integridad de la persona no puede quedar impune.

5.       Si la violación o abuso se produce en el círculo íntimo (familia, familia ampliada, parejas, amigos de los padres, etc.) el programa deberá prever la contención y sistemas de apoyo propios para ofrecer a la víctima un nuevo espacio vital donde pueda sentirse segura y contenida.

6.       Estructuración de un sistema de apoyo que permita contener a la víctima abandonada, sola, sin familia, en hogares dónde faciliten su cuidado, atención y guía hasta tanto pueda volver a tener, o a validar, su propio proyecto vital

7.       En este entorno, y siempre que no sea el deseo de la mujer ejercer su maternidad, ofrecer una alternativa al aborto del concebido a raíz de la violación, a través de la entrega en adopción del menor, salvando a otra inocente víctima de la violación.

Algunas consideraciones a tener en cuenta:

•        Este programa de atención a la víctima deberá estar disponible para el acompañamiento a la mujer abusada o violada, incluso cuando no haya un embarazo de por medio, porque lo que se intenta preservar es la dignidad de la persona abusada y ofrecer un sistema integral de apoyo y contención.

•        El acceso a tal sistema deberá ser simple y contar con una amplia red de articulación de manera que quien lo requiera no deba atravesar un sinnúmero de cuestiones burocráticas. Para ello se sugiere establecer políticas comunes de abordaje entre los Ministerios de Salud, Acción Social, Educación y Deportes, Justicia, etc. de manera que el equipo se encuentre preparado para salir al encuentro de quienes lo necesitan y no tengan conciencia o capacidad personal para pedir ayuda.

•        Esta propuesta se integra en forma sistémica con otras políticas aquí mencionadas para asegurar un abordaje integral de la problemática.

•        Elementos de este Programa podrían incluirse en el PLAN NACIONAL DE ACCIÓN PARA LA PREVENCIÓN, ASISTENCIA Y ERRADICACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES 2017–2019 - LEY 26.485, que contempla las situaciones de violencia sexual y obstétrica. Para ello, y de acuerdo a esta propuesta debiera modificarse la medida nro. 3 en cuanto a la incorporación del Protocolo ILE (Interrupción Legal del Embarazo) en los planes de estudio de las carreras de medicina e incorporar un programa de desarrollo humano que promueva la ayuda a las víctimas y no su revictimización; y adoptarse las medidas concernientes a la atención integral de víctimas de abuso y violación.

•        Este Plan Nacional ya cuenta con espacios de atención y detección temprana de situaciones de violencia, Hogares de Protección Integral, centros de atención en todo el país, etc. que se encuentran planificados y en vías de concreción. Esto agilizaría los procesos administrativos de atención y divulgación del plan.

Propuesta 3: Protección del embarazo y del parto seguros

Creación de un Programa Nacional para un Embarazo y Parto Seguro que llegue a toda nuestra población cuya finalidad sea disminuir en forma drástica la penosa cifra de 35 embarazadas muertas cada 100.000 nacimientos vivos para llevarnos a menos de 10 cada 100.000, que son cifras de países como Irlanda

Puntos del Programa:

1.       Promover el abordaje integral de la mujer en edad fértil (15 a 45), que contemple la creación de unidades de atención dentro de centros existentes, con abordaje integral, longitudinal e interdisciplinario. El equipo, que debe funcionar en cada hospital, debe garantizar el acceso a los cuidados en salud que aborde las necesidades y problemas específicos de la mujer vulnerable desde la adolescencia, detectando determinantes sociales y económicos que puedan vulnerar su salud y su realización personal. De manera concreta, este abordaje integrado de médicos familiares, tocoginecólogos, psicológos, enfermeras especializadas, etc, permite un abordaje para esta población de situaciones de vulnerabilidad tales como infecciones, ansiedad, estrés, depresión, abuso de sustancias, falta de educación, embarazo adolescente, falta de acceso a cuidados del embarazo, pobreza, abandono, violencia, etc.

2.       El Programa debe acoplarse al subsidio por embarazo, de tal manera que su cobro esté ligado al cumplimiento de los controles médicos periódicos de su embarazo que quedarán registrados en una base de datos de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES).

3.       La recomendación de la Organización Mundial de la Salud es que haya un mínimo de ocho controles médicos durante el embarazo.

Por ello, en el Programa el primer control debiera ser antes de la semana 10 y luego en las semanas 20, 26, 30, 34, 36, 38 y 40. La embarazada tendrá en su poder un registro de sus controles con las observaciones de importancia halladas y firmada por el médico actuante.

4.       Los controles ayudarán a reducir drásticamente la morbimortalidad materna y fetal no solo por la posibilidad de detectar problemas o enfermedades, sino también porque las consultas deberán incluir información sobre la correcta alimentación y nutrición durante la gestación, recomendaciones sobre planificación familiar y apoyo para mujeres que han sido víctimas de violencia de género.

5.       El Programa contemplará la provisión gratuita de todo medicamento y suplemento alimentario necesario, articulándolo con el programa Remediar.

6.       Toda embarazada en la República Argentina tendrá asegurado el fácil acceso al sistema de salud. Se dispondrá de un 0800 con el que podrá obtener turno con una demora no superior a 4 días desde su llamado siendo derivada al Centro de Atención dependientes de maternidades que cumplan con la Condiciones Obstétricas y Neonatales Esenciales (CONE) más próximo a su hogar.

7.       Para asegurar un parto seguro las maternidades deberán tener las CONE. Estas incluyen las siguientes condiciones: Procedimientos quirúrgicos obstétricos; Procedimientos anestésicos; Transfusión de sangre segura; Asistencia neonatal inmediata; Evaluación del riesgo materno y neonatal y Tratamientos médicos de patologías asociadas al embarazo.

8.       La ley debe exigir el cumplimiento efectivo de la exigencia de la Organización Mundial de la Salud de cumplir con las CONE en todos los servicios que asisten partos, y que ya generó la resolución 348 del año 2003 del Ministerio de Salud de la Nación (MS) en tal sentido y que nunca fue cumplida en su totalidad.

9.       Se deberá actualizar la Resolución N° 641/12 (M.S.) que aprobó Directrices de Organización y Funcionamiento de los Servicios de Cuidados Neonatales y los Servicios de Maternidad.

10.     Será responsabilidad del Consejo Federal de Salud articular los distintos Programas Materno Infantiles provinciales para evitar mecanismos paralelos, superposición de acciones y desaprovechamiento de mecanismos regulares del sistema de salud que debilitan la óptima llegada de los programas a los diferentes niveles de atención.

11.     Después del parto y, su posterior alta, toda embarazada deberá ser controlada médicamente en la 1ra semana y, si todo es normal, al mes. Debiendo el bebé ser controlado por el pediatra en la 1ra semana y, si todo es normal, en los meses 1, 2 ,4 ,6 ,9 y 12 quedando registrado en la base de datos de la ANSES para poder así cobrar el subsidio por nacimiento.

12.     El Programa proveerá de los suplementos alimentarios y medicamentos necesarios, tanto para ella madre como para el bebé durante el 1er año de vida.

13.     “Centros obstétricos de emergencia y mejores cuidados de salud materna hasta el año de vida del bebé”.

Propuesta 4: Apoyo a la mujer embarazada en un contexto vulnerable

Hay mujeres que, aunque no hayan deseado quedar embarazadas, ante el hecho consumado desean ser madres, pero se enfrentan a la limitación de recursos tanto afectivos como económicos para poder cuidar debidamente de su propia vida y la de su hijo.

Es por ello, que urge asegurar las condiciones materiales de la mujer que no puede afrontar un embarazo por encontrarse en una situación de vulnerabilidad económica. Cabe considerar que, aun así, la ayuda material resulta insuficiente.

Ante ello deberá trabajarse en programas orientados a superar la pobreza multidimensional, y específicamente, en la mejora del sistema de planes sociales que acompañan a la mujer embarazada. Atendiendo no solo a proveer una suma de dinero mensual, sino más bien en estructurar un plan que permita salir de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra esa mujer y el bebé por nacer. Para ello se propone una Plan de desarrollo y formación personal que abarque áreas como:

1.       Educación formal que promueva la inserción social.

2.       Formación para el empleo y el desarrollo profesional o de oficios.

3.       Mentoreo para el desarrollo de proyecto de vida personal, de acuerdo a las capacidades, habilidades e intereses de cada mentoreada.

4.       Acompañamiento en la contención del niño en horas hábiles (guarderías y salas maternales), que permita la formación escolar, académica y/o profesional de la madre, y su posterior inserción en el mercado laboral.

5.       Asesoramiento y orientación durante el embarazo y el primer año de vida del niño a fin de fortalecer el vínculo materno-filial [14]. Es recomendable que se pueda ampliar a quienes pueden ser su red de apoyo (padre, abuela, tía, hermana) [15].

6.       Desarrollo de microemprendimientos, a través de la promoción de microcréditos para el desarrollo profesional de la mujer y de su entorno.

Es importante señalar que la vulnerabilidad no solo viene de la mano de la pobreza.

En todos los casos, el embarazo en el desarrollo vital de la mujer significa una situación de crisis en la que los cambios bio-psico-afectivos (sea el niño deseado o no), implica la necesidad de acomodación y asimilación a una nueva situación.

En general, si la mujer o su pareja se encuentran confundidos, recurrirán a su contexto familiar y social para resolver la situación. De la respuesta del entorno dependerá la promoción del vínculo materno-filial y la contención a la mujer embarazada.

Este último factor resulta terminante. Recordemos que, en España [16], sobre una encuesta a 3.000 mujeres, el 87% dijo que la causa que las había llevado al aborto fue el abandono afectivo. Si tomamos este dato en cuenta y agregamos el último informe de la OMS sobre los suicidios en el mundo, descubriremos que la Argentina es el tercer país de la región con mayor índice de decesos por esta causa (14.2 cada 100.000 habitantes). De acuerdo con el Ministerio de Salud Argentino en el año 2015 se suicidaron 625 mujeres y en 2016 otras 585 (de las cuales 157 fueron jóvenes entre 15 y 24 años). Es evidente que el contexto familiar y social resultan determinantes para que la mujer continúe con la propia vida, y con la vida del niño que gesta.

Por eso la propuesta es constituir en cada municipio o barrio (según el número de habitantes) Centros de Orientación Familiar, que aborden de una manera multidimensional la problemática de la vulnerabilidad en relación a la persona y sus vínculos. De esta manera podrán ofrecerse recursos desde el Estado para acompañar a la mujer con un embarazo inesperado de acuerdo con sus necesidades concretas: embarazo adolescente, mujeres abandonadas, etc. Entre los servicios a prestar se incluirán:

1.       Servicios de ayuda, acompañamiento y promoción de la mujer, con abordaje interdisciplinario y seguimiento personalizado, durante el periodo de gestación y crianza del niño.

2.       Talleres de gestación para embarazadas.

3.       Talleres de crianza para mamás con bebés de 0 a 3 años (primera infancia).

4.       Talleres de Promoción para el desarrollo integral de la mamá.

5.       Seguimiento médico integral (clínica, obstetricia, nutrición, pediatría, psicología, etc)

6.       Estructuración de un sistema de apoyo que permita contener a mujer sola, o sin familia capaz de albergarla afectivamente, en hogares o casas comunes dónde se facilite su cuidado, atención y guía hasta tanto pueda volver a tener, o a validar, su propio proyecto vital; mientras se las hace responsables del cuidado de la casa común.

Programas como los mencionados ya se están llevando adelante a través de Organizaciones de la Comunidad que no reciben subsidios oficiales (como Grávida, CAM, u otros) que tienen centros de atención y contención en todo el país. El programa podría fácilmente articularse a través de estas instituciones u otras que se creen a tal fin, de manera de aunar esfuerzos de toda la comunidad para la protección social de toda mujer vulnerable.

Propuesta 5: Mejorar el sistema de adopción

Comprendemos perfectamente que haya mujeres que no desean ejercer su maternidad, por lo cual creemos necesario mejorar el actual sistema de adopción.

El Registro Único de Adoptantes a Guarda con fines Adoptivos (RUA) informa en el reporte de mayo 2018, que continua vigente la tendencia de matrimonios, parejas o personas solas que buscan adoptar a niños menores de un año (el 90% de los inscriptos en el RUA) Es por ello que acudir a la adopción de niños durante el embarazo es un camino posible y efectivo para conciliar ambos intereses sociales.

Para ello es importante señalar ciertos antecedentes:

•        Ya existe legislación en ciertas provincias que permiten dar al niño en adopción durante el embarazo [17], debiendo la mujer ratificar su decisión cuarenta días después de haber superado el estado puerperal. Esto agilizaría enormemente los tiempos de espera de la adopción y se podría dar respuesta al 90% de las familias en espera.

•        Habilitar lo que en Europa se llama “baby box”, que consiste en la entrega voluntaria y anónima de los niños por parte de sus mujeres para entregarlos en adopción. En Europa hay varios países que tienen baby boxes, donde se presentan casos de mujeres que entregan a los niños, muchas veces por conflicto étnico, que son dados en adopción inmediatamente. En Argentina hemos tenido un antecedente similar con el sistema de “Casa Cuna” (Hospital Pedro de Elizalde), lugar en donde los niños eran dejados a los pies de la capilla y recogidos por las monjas que atendían los hospitales.

•        Actualmente hay un proyecto de ley presentado por Jorge Enríquez sobre el sistema de parto anónimo, hoy vigente en Francia. Debería analizarse en profundidad su posibilidad de instrumentación.

•        También se encuentra en estudio un proyecto de ley encabezado por la Diputada Cornelia Schmidt Lierbman, sobre un protocolo de adopción precoz para las mujeres que deciden no abortar y dar a luz a sus hijos para entregarlos en adopción.

En función de ello, se propone:

1.       Revisar la legislación sobre adopción en el Código Civil y Comercial y en la ley del niño, niña y adolescente, para reducir la cantidad de partes intervinientes (ahora puede haber hasta cinco partes en el proceso de adopción, lo que lo entorpece mucho), y revisar la implementación de las medidas de protección y excepcionales, que puedan tomarse con suma celeridad por parte del juez interviniente.

2.       Enmarcar el proceso de adopción durante el embarazo en las mismas exigencias que se disponen hoy para evitar las entregas directas y la venta de niños. Es decir, los aspirantes deberán inscribirse en el registro respectivo (RUA) con centros de atención en casi todo el país y su selección deberá ser evaluada por los equipos técnicos de cada juzgado o jurisdicción para asegurar el bienestar del menor dado en adopción.

3.       Crearse un protocolo de actuación de los organismos administrativos de la infancia.

4.       Crear campañas públicas de difusión y sensibilización con la adopción.

5.       Prever, para el sistema de adopción en general, un acompañamiento pre y post-adoptivo para los adoptantes. Sabemos que hoy esta tarea se ha delegado en los equipos técnicos de los juzgados (en los que existe un equipo interdisciplinario), o en los mismos miembros del poder judicial. En uno y en otro caso la atención no siempre es la esperada debido a la falta de personal y recursos para atender la demanda de los distintos casos que recaen sobre estos profesionales.

6.       Por lo cual, se propone crear en los Centros de Orientación Familiar (ver propuesta 4) un espacio de atención y seguimiento de casos de adopción. La orientación familiar podrá fortalecer al matrimonio, pareja o persona adoptante, contribuyendo a la adaptación de la nueva realidad familiar, a la creación o fortalecimiento de vínculos, a la prevención de conflictos y disfunciones. Al funcionar como equipo interdisciplinario podrán atenderse a situaciones más complejas que requieran la intervención de especialistas de la salud física y mental.

7.       Finalmente, el proyecto de ley no puede perder de vista a las mujeres que dan a los niños en adopción. Aquí debe reforzarse las ayudas y el acompañamiento desde los Centros de Orientación Familiar a través del equipo interdisciplinario para poder atender a las necesidades que se presenten en los distintos casos.

Conclusión final

La Universidad Austral entiende que el aborto es una falsa solución a dos problemas reales que padecen las mujeres y su entorno: la mortalidad materna y el embarazo no deseado.

Nuestra contribución es abordar esos dos problemas mediante las cinco propuestas desarrollas desde una perspectiva conceptual y apuntando directamente a las causas.

En ese sentido, el aborto además de ser una falsa solución, se transforma en un nuevo problema, puesto que: por un lado, somete a la mujer a una práctica por sí misma traumática y, por otro lado, desorienta a la búsqueda de las verdaderas soluciones a los problemas planteados.

Referentes de las propuestas, en austral.edu.ar/

Propuesta 1: Educación integral de la mujer

•        Mag. Carolina Sánchez Agostini, Profesora de la Escuela de Educación y de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.

•        Mag. Ma. Dolores Dimier de Vicente, Secretaria Académica del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

Propuesta 2: Contención de la mujer y su contexto traumático

•        Mag. Lorena Bolzon, Decana del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

•        Mag. Ma. Dolores Dimier de Vicente, Secretaria Académica del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

Propuesta 3: Protección del embarazo y del parto seguros

•        Dr. Ernesto Beruti, jefe de Obstetricia del Hospital Universitario Austral.

Propuesta 4: Apoyo a la mujer embarazada en un contexto vulnerable

•        Mag. Lorena Bolzon, Decana del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

•        Mag. Ma. Dolores Dimier de Vicente, Secretaria Académica del Instituto de Ciencias para la Familia.

Propuesta 5: Mejorar el sistema de adopción

•        Dra. Úrsula Basset, Directora del Centro Austral de Derecho de las Personas, la Familia y las Sucesiones de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral.

•        Mag. Loren

Notas:

1.   Dirección de Estadísticas de Información de Salud del Ministerio de Salud de la Nación: Mortalidad Materna, año 2016: http://www.deis.msal.gov.ar/wp-content/uploads/2016/09/2016-Tabla42.html / http://www.deis.msal.gov.ar/wp- content/uploads/2016/09/2016-Tabla40.html. La Nación 15/03/2018: https://www.lanacion.com.ar/2117103-antes-de-empezar-el-debate-el-gobierno-dio-cifras-sobre- el-aborto. Infobae 24/04/2018 https://www.infobae.com/sociedad/2018/04/24/el-ministerio-de-salud-admite-que-el-aborto-no-es- la-primera-causa-de-muerte-materna/

2.   Dirección de Estadísticas de Información de Salud del Ministerio de Salud de la Nación: Mortalidad Materna, desde 2007 a 2016: http://www.deis.msal.gov.ar/index.php/estadisticas-vitales/

3.   International Journal of Gynecology and Obstetrics 134 (2016) S20–S23. Trends in Maternal Mortality: 1990 to 2015 http://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/194254/9789241565141_eng?sequence=1

4.   Idem referencia 2.

5.   La Nación 26/04/2018: https://www.lanacion.com.ar/2129265-el-gobierno-instrumentara-medidas-para-reducir-la- cifra-de-embarazos-no-deseados

6.   Koch E, Thorp J, Bravo M, Gatica S, Romero CX, et al. (2012) Women's Education Level, Maternal Health Facilities, Abortion Legislation and Maternal Deaths: A Natural Experiment in Chile from 1957 to 2007. PLOS ONE 7(5): e36613. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0036613

7.   McAlister C, Baskett TF (2006) Female education and maternal mortality: a worldwide survey. J Obstet Gynaecol Can 28: 983–990.

8.   Chan, M. (2010) La educación y la salud están íntimamente unidas. Disponible en: http://www.who.int/dg/speeches/2010/educationandhealth_20100920/es/

9.   Director de la Organización Mundial de la Salud. Disponible en: http://www.who.int/dg/priorities/women-children/es/

10. Convención sobre los Derechos del Niño: adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989, recuperado del sitio: https://www.unicef.org/argentina/spanish/7.-Convencionsobrelosderechos.pdf

11. Declaración Universal de Derechos Humanos: art. 26.3, Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica): art. 12.4, Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: art. 13.3, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos: art. 18.4, Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer: art. 16. e), Convención sobre los Derechos del Niño: art. 14.2, Ley 24.195: art. 4; 44.

12. Ley Nacional de Educación 26206 art 63 inca.

13. Pavia, Carolina, Vida y ética, UCA: Instituto de Ética, Año 1, N° 0, Dic. 2000, p. 45-47. La autora se basa en los estudios de Cassadey, Ney, Rue-Speckhard, Ney-Wickett.

14. Programa PROVIDE. Programa Nueve Lunas. Secretaria de Acción social y Salud. Municipalidad de Daireaux.

15. Programa Mil días, Municipalidad de San Miguel. http://www.msm.gov.ar/prensa/jaime-mendez-visito-una-familia-del- programa-mil-dias/

16. El abandono y la falta de alternativas, principales causas del aborto en España.

17. Protocolo para abordaje de madres en crisis con la maternidad - Tribunal Superior de Justicia, Registro de Adopción, Provincia de Neuquén.

Jutta Burggraf

 

Introducción

¿Qué “imagen de la mujer” tuvo el fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer? Es una pregunta que me han hecho a veces, y sobre la que yo también he reflexionado con interés. Puedo decir, antes que nada, que estoy convencida de que este sacerdote sencillo y sonriente, que la mayoría de nosotros sólo conoce por las fotografías, fue uno de los grandes pioneros de la promoción de la dignidad y emancipación de las mujeres en todo el mundo [1].

Recuerdo una pequeña anécdota que me contaron una vez; ocurrió en 1960, en una casa en Roma. Varias chicas estaban viendo unas diapositivas con el Padre, como los miembros de la Obra llaman a su fundador. Eran diapositivas de Kenya; mostraron paisajes exóticos, puestas del sol impresionantes, fauna selvática… De pronto, sobre la pantalla se proyectó una imagen extraña, un bulto oscuro y plegado. ¿Qué era? ¿Un vegetal? ¿Un animal? ¿Un monstruo? En todo caso, parecía muy feo, hasta repulsivo. La que manejaba el proyector, graduó el artilugio del enfoque, para obtener más nitidez, y poco a poco, se pudo distinguir una figura humana, de piel negra y muy rugosa. Pero, ¿era hombre o mujer? Unas expresaron sus dudas, otras su sorpresa. En ese momento, en la penumbra de la sala, se pudo oír la voz de Escrivá, con fuerza y sentimiento: “Sea una mujer o sea un hombre, ¡es un alma!… Sólo por ella, valdría la pena ir a Kenya” [2].

Valor idéntico de los sexos

No fue la revolución feminista la que convenció a ese sacerdote español del valor idéntico de los sexos. Como Josemaría tenía una mente abierta y una fe viva y profunda, comprendía desde su juventud que el hombre y la mujer tienen exactamente la misma dignidad [3]. Ambos son inteligentes y libres; a ambos les fue confiado el cultivo de la tierra como tarea común, y ambos poseen una última y exclusiva relación inmediata con Dios. “Nadie es más que otro, ¡ninguno! –solía decir–. Cada uno de nosotros valemos lo mismo, valemos la sangre de Cristo” [4]. Y, como para subrayar esa verdad, exclamó en otra ocasión: “No quiero sino ayudar, por los caminos del espíritu, a la libertad y a la dignidad de cada persona. Ese es mi sueño” [5].

La posición de la mujer, por tanto, está al lado del varón, no es superior ni inferior a él. Perdonen que repita esa evidencia. Pero merece la atención considerar que Escrivá tuviera esto claro en un tiempo en el que las sociedades europeas apenas se habían despertado de otros sueños, un tanto distintos, románticos o pesados –¡según la perspectiva!–, en los que se esperaba de las mujeres poco más que sonreír a los varones, tocar el piano, hacer puntillas y aprender el Catecismo. Cuando el joven Josemaría estudiaba derecho en la Universidad de Zaragoza (1923-27), probablemente no había ninguna chica entre sus compañeros de curso; y cuando Dios le hizo ver que convendría admitir también a mujeres en el Opus Dei, en 1930, no existía todavía el sufragio femenino en España, ni en Francia, Italia, Suiza y muchos otros países [6]. A las mujeres de las clases medias y altas se les recomendaba vivamente atenerse a las “reglas de oro” que fray Luis de León había expuesto, en el siglo XVI, en su célebre libro “La perfecta casada” –obra que, todavía en la primera mitad del siglo XX, no pocas mujeres recibieron como regalo el día de su boda. Allí uno puede aprender cosas importantes sobre la condición femenina: “A la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios difíciles, sino para un solo oficio simple y doméstico; por tanto, les limitó el entender y por consiguiente las tasó las palabras y las razones” [7]. Una de las primeras mujeres que entró en contacto con la Obra, resume con sencillez: éramos todavía “hijas de familia” [8].

¡Y Josemaría Escrivá se dirigió justamente a estas hijas de familia! No las consideraba frágiles y de porcelana. No rehusó la labor con ellas. Con la energía y el optimismo que le caracterizaban, les enseñó a trabajar, y las chicas trabajaban duramente. Lo hicieron con alegría y eficacia, para gran sorpresa de muchos contemporáneos. Con este logro, por supuesto, no se agotó el afán de Josemaría. El joven sacerdote apenas había empezado a realizar su tarea. No se limitó a un grupo de “mujeres nobles”. Traspasó las fronteras que marcaban las clases sociales en aquellos tiempos; rompió esquemas y etiquetas. Sin miedo ni prejuicios de ningún tipo, entró en contacto con mujeres de todas las condiciones y edades. Fue a los barrios más pobres de Madrid, a los pueblos más desconocidos del Alto Aragón, a los centros de encuentro de las grandes ciudades. “De cien nos interesan cien,” solía decir, expresando sus ideales nobles. No quería restringir su labor pastoral a un grupo seleccionado, sino servir a todos los hombres y mujeres para que encontrasen los caminos hacia la felicidad: caminos nuevos, ciertamente, más allá de los antiguos moldes. En los años cincuenta, Escrivá tenía cierto “orgullo de padre” al comprobar que unas chicas del Opus Dei atravesaron Roma en una motocicleta.

Grandeza de cada persona

A la altura de los tiempos en los que nos movemos, parece obvio (al menos en Occidente) que el varón y la mujer tienen el mismo rango, idéntica dignidad. Sin embargo, hasta hoy en día, no han desaparecido ni la prostitución ni la pornografía, ni otros intentos, más disimulados, que reducen el sexo femenino a su apariencia física. También hoy, la mujer es presentada, en ciertas propagandas y revistas, carteles, películas y novelas, y hasta en las organizaciones turísticas, como un ser que no es muy capaz intelectualmente, como elemento decorativo o de exhibición, como objeto del deseo masculino. La reacción a este esnobismo consiste, a veces, en que algunas mujeres se niegan a arreglarse y pintarse, y se liberan hasta tal punto del dictamen de la moda que prefieren ponerse los pantalones más viejos y raídos, antes que un vestido bonito. Quieren demostrar que son inteligentes y libres; quieren atraer por su espíritu, no por un cuerpo que es considerado como una mercancía. ¡Y nadie que tenga un mínimo de sensibilidad y entendimiento, podrá reprocharles eso! Es de agradecer que varias grandes compañías de aviación contraten como azafatas, desde algún tiempo, también a mujeres un poco mayores: francamente, ellas pueden servir la limonada con igual delicadeza y amabilidad que las chicas jóvenes, guapas y espabiladas.

Es cierto que se pueden observar algunos progresos; pero sigue siendo inquietante que, en grandes ámbitos de nuestras sociedades, no se respete a la mujer, incluso al comienzo del tercer milenio. De ahí se derivan humillaciones mucho mayores que aquellas otras causadas por injusticias políticas y sociales. Por una parte, se proclaman a voces los derechos fundamentales, pero por otra, se hiere a las mujeres en su ser más íntimo y profundo, poniéndolas al nivel de las cosas o de los animales brutos.

Josemaría Escrivá, en cambio, como cualquier auténtico cristiano, nunca actuaba así. No consideraba a las mujeres como objetos o muñecas, sino como seres humanos dotados de razón. Veía bullir la sangre de Cristo en cada una de ellas [9]. Con esta actitud de fondo no podía juzgar por las apariencias. Tenía plena conciencia de que se ofende y desprecia profundamente a una persona cuando se centra el interés exclusivamente en sus cualidades externas. En la Obra caben todos, solía decir: los altos y bajos, los gordos y flacos, “todos los que tienen un corazón grande”.

La primera mujer que se hizo miembro del Opus Dei era una persona enferma, moribunda [10]. El joven fundador la conoció a principios de los años treinta, cuando atendía a los pacientes de algunos grandes hospitales de Madrid. María Ignacia sufría una tuberculosis avanzada e incurable, y sumamente infecciosa. Todo esto no le importaba a Josemaría. No se fijó ni en el cuerpo gastado, ni en la piel marcada por los efectos de la luz ultravioleta de la lámpara de cuarzo, uno de los “remedios” antiguos contra la tuberculosis. Descubrió la belleza interior de una persona generosa, que maduraba por la aceptación serena del dolor. Y cuando aceptó a María Ignacia en la Obra, no tomó esta decisión, ciertamente, “a pesar” de su enfermedad. La aceptó tal como era, completamente, con su enfermedad, sus limitaciones y debilidades, y con su gran capacidad para amar. Escrivá comprendió que el sufrimiento de aquella mujer era mucho más eficaz que todas las organizaciones y actividades, que todo el brillo exterior. “Fue la fuerza para ir adelante”, explicó años después [11].

¿Se puede demostrar mejor la dignidad de la persona humana, el valor de cada hombre, sea varón o mujer?

Promoción profesional de la mujer

El fundador del Opus Dei era, para la sociedad y el mundo, “una voz crítica y a la vez amable, una voz correctora y, sin embargo estimulante” [12]. Su misión no consistía tanto en denunciar las estrecheces mentales de su época y todos los tiempos. Se empeñó más bien en sacar a las mujeres del papel secundario que se les asignaba, y contribuir así, de un modo positivo, a un mundo más justo y agradable.

“Emancipación” significaba para Escrivá abandono de las tradiciones represivas, de clichés y de prejuicios, y también de formas de vida que se habían vuelto estrangulantes. Se preocupaba por que las mujeres tuvieran acceso al mismo tipo de información que los hombres, a las mismas lecturas; que alcanzasen las mismas oportunidades y recibieran una sólida formación cultural y cristiana. Y esto, independientemente de que la profesión fuera una u otra, o la dedicación a ella mayor o menor. En 1951, cuando las mujeres universitarias todavía eran minorías bastante reducidas en España, proyectó el primer Plan de Estudios filosófico-teológicos para todos los miembros de la Obra, y quiso establecer los programas con la amplitud e intensidad de cualquier Universidad exigente.

Escrivá veía a la mujer en todos los caminos profesionales, en todas las encrucijadas del trabajo, y no sólo en las cuatro paredes de su propio hogar [13]. Tuvo esta mirada acertada antes que la filósofa francesa Simone de Beauvoir publicara su monografía clave El otro sexo (que suele considerarse como la “biblia” del feminismo) [14], y antes que la escritora americana Betty Friedan se hiciera famosa con su éxito mundial La mística femenina [15]. Es un consuelo comprobar que, también en la primera mitad del siglo XX, había personas sensatas que desenmascararon la tradicional imagen de la “mujer en casa” como un ideal burgués y nada cristiano. Según la visión cristiana del mundo, la mujer es llamada a rezar y trabajar, igual que el hombre. ¿Y dónde? Eso hay que verlo en cada caso concreto.

Hoy en día, las mujeres de la Obra se dedican a las más variadas profesiones y oficios: gerentes de empresa y asistentas de limpieza, policías y abogados, choferes de autobús, arquitectas, bailarinas y teólogas (esto, hasta el momento, es una novedad en algunos países). ¿Y cuál es el trabajo de más valor? Escrivá, realmente, no miró las apariencias. No se fijó tanto en lo que puede llamarse la “parte objetiva” del trabajo: la casa que se construye, el libro que se escribe, el pastel que se hace… Dio primacía a la dimensión subjetiva, a la actitud de fondo que mueve a una persona a moverse y esforzarse, apelando a la última razón escondida en lo más hondo de la conciencia. La pregunta clave, que enseñó a hacerse cada uno, es la siguiente: ¿a quién sirvo con mi trabajo?, ¿a mí o a los demás?, ¿a mí o a mi Dios? Se dirigía a lo más profundo del corazón humano, porque si queremos cambiar el mundo, hemos de partir precisamente desde ahí. Así repetía sin cansancio que el trabajo que tenía más valor era el que estaba realizado con más amor de Dios [16], sea el de una profesora de la Sorbona o el de una empleada que está fregando los platos en la cocina de un hotel perdido de una única estrella. Animó a todos a realizar el trabajo ordinario con alegría, haciendo de él un encuentro con Dios, cada día con un sentido nuevo, con una luz distinta, una vibración renovada. “Las obras del amor son siempre grandes, aunque se trate de cosas pequeñas en apariencia,” solía afirmar [17]. Sobra decir que una persona que se empeña en trabajar por amor, cuidará de por sí el aspecto objetivo. Siendo cantante, se esforzará por cantar bien; siendo médico, empleará todos los medios que estén a su alcance para diagnosticar con acierto una enfermedad. Las catedrales medievales han sido construidas con mucho amor, y también con mucha geometría [18]. Es justamente el amor el que lleva a estudiar a fondo la geometría.

Con respecto a las mujeres, podemos hacer un primer resumen: el fundador de la Obra esperaba de ellas que tomasen su vida profesional realmente en serio, les animaba a aceptar responsabilidades de mayor envergadura y cargos de más difícil desempeño: no para “brillar” personalmente, sino para servir más y mejor, para amar con eficacia.

El talento de la solidaridad

Ahora uno puede preguntarse: ¿Escrivá no veía ninguna diferencia entre el hombre y la mujer? ¿Trataba a todos por igual? La respuesta sólo puede ser un no redondo. Ese sacerdote experimentado, profundamente convencido del idéntico valor de todas las personas, se esforzaba por hacer justicia a cada una. Es justamente este afán por ser justo –y dar a cada uno lo que realmente necesita– el que nos lleva a descubrir las diferencias entre los seres humanos. Nos lleva también a aceptar que los varones y las mujeres, aunque compartan todo lo esencial en la común naturaleza humana, tienen, a veces, distintas sensibilidades y necesidades: experimentan el mundo de forma diferente, sienten, planean y reaccionan de manera desigual, lo que puede percibir cualquier persona realista [19]. Ignoro hasta qué punto esto sea algo innato o adquirido, si depende más de la naturaleza o de la cultura. En todo caso, aunque se deben las diferencias, sin duda, en buena parte a la educación y al entorno social, queda siempre un “resto” que no se puede negar sin hacer daño a las personas. Josemaría tomó en cuenta este “resto”; se preocupaba por una formación integral, por una emancipación equilibrada. “No te quitaba tus naturales tendencias,” decían sus amigos [20].

Entonces, ¿cuál es ese “resto” que señalará la diferencia fundamental entre los sexos? Es, sencillamente, la capacidad de ser padre o madre, con las cualidades que derivan de ella. Escrivá se refería, a veces, con cierto entusiasmo a la maternidad física, echando piropos a las guapas madres de familia, lo que puede extrañar a una mentalidad moderna occidental. Estoy segura de que no lo hacía por ingenuidad, como si desconociera los problemas graves que tienen que afrontar casi todas las familias, en todos los países; tampoco lo hacía por cortesía superficial. Ese modo de hablar y actuar brotó de una profunda fe cristiana. Josemaría creía firmemente que la paternidad humana es una colaboración directa con la creación divina: los padres actúan con Dios, de una manera misteriosa, al concebir un nuevo ser. Por eso, el amor matrimonial tiene tanta grandeza e importancia. Muestra la especial confianza y cercanía de Dios. Más aún, la mujer como madre es llamada a ser “lugar” de una intervención divina directísima. El nuevo ser es creado en ella, y le es confiado, en un comienzo, para que ella –primero dentro de sí– lo reciba, lo albergue y lo alimente. Sin duda, el embarazo está marcado, con frecuencia, por el esfuerzo y la fatiga; pero, ¿no es una distinción especial para la mujer poder sentir el amor creador divino hasta en la propia corporalidad?

De ninguna manera significa esto que la madre deba estar condenada a realizar “un trabajo de esclavos”, pese a que, para amplios círculos de la población occidental, parece estar demostrado. Si bien muchas mujeres experimentan el nacimiento de un niño como una carga, ello se debe, en parte, a la incomprensión del medio y, en parte, a estructuras sociales injustas. No obstante, no se trata de circunstancias que necesariamente deban acompañar la maternidad, sino de consecuencias de la debilidad humana. Por eso, subraya Escrivá, no se puede privar de la vida a un nuevo ser humano sólo por esas dificultades, más bien son esas dificultades las que deben ser suprimidas. Este es un desafío apremiante para todos los que se preocupan por la justicia en el mundo.

Pero la circunstancia de que una mujer pueda llegar a ser madre no significa que todas las mujeres deban serlo, ni que todas encuentren en la maternidad su felicidad. Escrivá consideraba también la dimensión espiritual de la feminidad, lo que antes se llamaba a veces “maternidad espiritual”, y hoy podríamos denominar quizá “el don de la solidaridad”. Constituye una determinada actitud básica que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentada por ésta. Así como durante el embarazo la mujer experimenta una cercanía única hacia el nuevo ser, así también su naturaleza favorece los contactos espontáneos con otras personas de su alrededor. La “maternidad espiritual” se traduce en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de amar [21]. Josemaría afirmaba que “la mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición…” [22].

El “don de la solidaridad” puede considerarse como la riqueza interior de la mujer. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que las personas son más importantes que las cosas. Significa romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, buscar caminos con ellos. A una mujer sencilla no le cuesta nada, normalmente, transmitir seguridad y crear una atmósfera en la que quienes la rodean puedan sentirse a gusto.

Escrivá alentaba a las mujeres a afirmar consciente y decididamente su diversidad: a descubrir, aceptar y desarrollar los propios talentos. En este contexto, les animaba también a cuidar el aspecto exterior. Las invitaciones, un tanto divertidas, que hacía a innumerables mujeres, a presentarse de un modo agradable, estaban lejos de cualquier culto al cuerpo; lejos también de querer reducir el sexo femenino a una función decorativa. Eran nada más que una muestra de que cuidaba el desarrollo sano de toda la persona, lo físico como lo espiritual; eran consejos prácticos de un Padre para aumentar la alegría de la vida y vivir la caridad con los más próximos; expresaban su amor a la armonía y la belleza. Si la emancipación fuera tan sólo una asimilación de la mujer al hombre, sería algo demasiado insípido y constituiría un empobrecimiento para el mundo. La vida perdería luz y calor, la convivencia perdería su especial atractivo. Hay que intentar algo mucho más valioso, más provechoso; pero también más difícil: la aceptación de la mujer en su diferencia, el desafío de ser mujer.

Las tareas del hogar

Según estas premisas, Escrivá no veía ningún inconveniente en que algunas mujeres, dentro del Opus Dei, llevaran su preparación y competencia a las tareas del hogar, sintiéndose solidarias con millones de mujeres en todo el mundo. Pienso que, a medida que avanza la técnica, nos damos cada vez más cuenta de la gran importancia social que tienen esos quehaceres domésticos: canalizan la felicidad y el bienestar de toda la familia y, al fin y al cabo, hacen habitable nuestro mundo.

Justamente hoy en día, en que la mayoría de las personas realizan trabajos bastante estresantes en fábricas, empresas, administraciones, oficinas, super- mercados y tiendas, necesitan un hogar que les espere a la vuelta. Y debe haber alguien que sepa crear  ese hogar –ese espacio de convivencia humana–, tanto material como espiritualmente. Nuestra vida no consiste exclusivamente en el planteamiento de magníficos proyectos, sino en miles de pequeñeces sucesivas. Sin la superación de éstas tampoco se puede realizar nada “grande” [23]. Algunas personas se encontrarían perdidas en el mundo, si no tuviesen a su lado a alguien que les ayudara a orientarse en la vida real. Además, para la serenidad de muchas personas –y no sólo de los niños– es importante que haya alguien que tenga tiempo, que no esté siempre agobiado y con cosas en la cabeza más importantes que el simple saber escuchar, tranquilizar, consolar o animar; hay que deshacer tensiones, amortiguar las desilusiones, compartir uno con otro los éxitos y discutir los problemas. ¡Qué bien, cuando existe para todo esto un punto de apoyo!

Josemaría era consciente de que cualquier tarea requiere una capacitación adecuada para realizarse de modo cabal. Por eso dio solidez a las profesiones del hogar. Puso en marcha muchas iniciativas culturales de reconocido prestigio, tanto en África como en Europa, en Australia como en América, para que se dote a estas profesionales de un acervo científico y técnico de alto nivel. Dispersos por los cinco continentes existen hoy centros de formación y escuelas de todas clases y condiciones, que se han creado para responder a las exigencias locales.

Con esto estaba lejos de aconsejar a que todas las mujeres vuelvan al “dulce hogar”. Pero quería que todas las personas tengan posibilidad de hacer libremente, y con cierta soltura, lo que creen que es bueno. Pienso que hemos discutido demasiado sobre el tema de si las mujeres son distintas de los hombres y hasta qué punto lo son. En primer lugar, cada persona es diferente del resto. A cada una se le debe dar la posibilidad de realizarse sin violencias, de ser feliz y de hacer felices a los demás, indistintamente de su modo de vida, posición o trabajo. En la actualidad, ya nadie pone en duda que también las mujeres son capaces de dedicarse a la técnica electrónica. Pero esto no quiere decir que a todas les guste el internet. “La mujer emancipada es empresaria, quizá también arquitecto u oficinista, pero siempre fuera de casa,” así reza el nuevo dogma. ¿Pero, por qué la mujer emancipada no ha de ser madre de una familia numerosa, siempre que la emancipación se entienda como un proceso de madurez conseguido? Cuando una mujer prefiere hacer pasteles, chaquetas de punto, jugar con sus hijos y procura hacer de su casa un hogar agradable, esto no quiere decir que se haya quedado resignada a las expectativas que tenían en el siglo XIX. Simplemente significa que lo que para ella es importante no lo es para las que la critican. En primer lugar, no es importante lo que la persona hace sino cómo lo hace. Ni el trabajo ni la familia son soluciones en sí mismas para los problemas individuales o sociales, y ambos conllevan ventajas y riesgos.

No quiero glorificar los trabajos del hogar; ciertamente, cualquier profesión es un reto para hacer el bien. Pero puedo decir que he descubierto, en mi familia natural y en el Opus Dei, el gran valor escondido de esas tareas. Como se realizan casi siempre en oculto –sin compensaciones especiales ni comprobaciones públicas–, pueden llevar a las personas que se dedican a ellas hasta una madurez extraordinaria. “Tenéis un lugar especial… en el corazón de Dios,” les decía a veces el fundador de la Obra [24]. Los trabajos domésticos pueden ayudar a desarrollar, de modo especial, la capacidad de estar ahí, libremente, para los demás. Como constituyen una ocasión para hacer innumerables sacrificios (sean grandes o pequeños), pueden aumentar enormemente la capacidad de amar de quienes los realizan; pueden fomentar la disposición de darse a los demás, sin esperar nada a cambio. Así, esos trabajos, aparentemente tan monótonos, son la fuente secreta de la felicidad y eficacia de toda una familia.

¿Y los varones?

Parece que ahora se ha despertado en nosotros un sano feminismo, que hemos cultivado casi todos, en las últimas décadas. Ante esa situación nos podemos preguntar: ¿y qué pasa con los varones? ¿No conviene que ellos también se entreguen a los trabajos del hogar?

¿que aprovechen esa ocasión estupenda para aprender a amar? Creo que Escrivá no tenía nada en contra de esto, al revés. Animó constantemente a todas las personas a pensar en los demás, a ayudarse mutuamente. A los chicos que estaban viviendo en su casa en Roma, para recibir una formación más intensa, les dijo en una ocasión: “Aquí no formamos superhombres. ¡No os vais por ahí a mandar!… Vais a servir. Vais a ser los últimos. Vais a poner el corazón en el suelo, para que los demás pisen blando” [25]. Además, cuando en los años cincuenta, unos de estos chicos consiguieron por fin un piano largamente ansiado, Josemaría les animó a regalar este objeto tan precioso a las chicas que les ayudaban en la administración doméstica [26]. Y no faltaron los momentos en los que él mismo, siendo un venerado monseñor, acercó las fuentes de la comida a una de aquellas buenas cocineras, mientras decía con una sonrisa: “¡Hoy me toca servir a mí!” [27].

El amor auténtico se expresa en innumerables gestos pequeños y rara vez en grandes actos. Considerando que la mujer tiene una relación especial con la vida en su comienzo, se suele deducir que por eso, en cierta medida, parece ser más fácil para ella expresar el amor de forma concreta. El hombre, en cambio, guarda por naturaleza una distancia mayor hacia la vida; por esta razón se dice que puede (y debe) aprender mucho de la mujer.

Me parece que ese planteamiento tradicional también hoy en día tiene cierta validez; pero tenemos que hacer dos precisiones. Por un lado, las mujeres, evidentemente, no son siempre suaves y abnegadas. No todas ellas han desarrollado su talento hacia la solidaridad, ni mucho menos. Aquí hay grandes retos para la formación, de ambos sexos.

Por otro lado, en el caso concreto, un varón puede tener mucha más sensibilidad para captar lo que va bien a una persona que la mayoría de las mujeres. El mismo Josemaría Escrivá era uno de estos hombres, muy atento a las pequeñas y prosaicas necesidades de los demás. Cuando, por ejemplo, las primeras japonesas del Opus Dei llegaron a Roma, encarecía a que se las tratase con delicadeza exquisita: que se les facilitase la adaptación al clima, a las comidas, al idioma, a las costumbres del nuevo país… [28]. Recuerdo otra anécdota que relató un señor, miembro de la Obra, que vivía en la casa del fundador. Un buen día, ese señor amaneció con un grano en plena punta de la nariz. Durante toda la mañana –contaba–, si se encontró con dieciocho personas por la casa, los dieciocho, uno a uno, indefectiblemente, le informaron de que… ¡tenía un grano en la nariz! En algún momento pasó el Padre por donde él estaba trabajando. No le dijo nada. Al poco rato vino alguien con un tubo de pomada, comentando con pocas palabras: “de parte del Padre, para que te la pongas en ese grano” [29]. Ese es amor eficaz.

El fundador del Opus Dei servía y enseñaba a servir, tanto a varones como a mujeres, cada uno desde el sitio que le correspondía. Junto a esto, me parece importante hacer otra aclaración. Hay que tener en cuenta que el contexto socio-cultural en el que se desarrollaba la vida de Josemaría Escrivá, era muy distinto a la situación en la que nos encontramos hoy. Hace unas décadas, por ejemplo, un “amo de casa” era un fenómeno prácticamente desconocido. No podemos esperar del fundador que nos solucione todos los problemas concretos, con los que nos encontramos a lo largo de la historia. Nos compete a nosotros sacar las consecuencias prácticas de sus enseñanzas, tan ricas y, me parece, apenas comprendidas y menos aún realizadas en todo el mundo. Es lo que el actual prelado del Opus Dei está haciendo, con claridad y firmeza. Referente al tema que nos interesa, invita a los varones a “entrar” en el hogar, a compaginar la tensión entre familia y profesión como las mujeres; y apela a todos los que tienen buena voluntad a replantear ciertas formas de organización social y laboral, en favor de las mujeres casadas [30].

Más que justicia

Sin embargo, Josemaría Escrivá veía claramente que el empeño por hacer justicia es de vital importancia, pero no basta. Las reivindicaciones pueden crear un clima frío, de mutua desconfianza, rencores y venganza; pueden llevar hasta el odio. Una vida feliz sólo se logra, cuando se aprende a pedir perdón por los fallos propios, y se pide a Dios la gracia de perdonar los ajenos: cuando, en definitiva, se purifica la memoria y se vive en paz con el pasado. Lo más interesante siempre es lo que está delante de nosotros, en el futuro.

Realmente, cuando se concede a las mujeres nada más que la garantía de que se apliquen los derechos humanos también a ellas, se les da muy poco. Además, sabemos todos de sobra que hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es prácticamente imposible. Hace falta algo más. Muchas personas cuentan sus penas no sólo para que se busquen soluciones en el mundo exterior. Las comunican también porque buscan comprensión y cariño, orientación, aliento y consuelo. “Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad,” afirmaba Escrivá. “Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios. La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo” [31]. Y Santo Tomás resumía escuetamente: “La justicia sin la misericordia es crueldad” [32]. Pienso que esa actitud, que antes se llamaba misericordia (y que hoy apenas mencionamos) es el núcleo de la “maternidad espiritual” o, si se quiere, es la moderna “solidaridad”, vista con cierta hondura. Implica darse cuenta de que cada persona necesita más amor que “merece”, es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. En cuanto tal es una disposición deseable para cualquier persona, de ambos sexos.

Josemaría Escrivá era una persona justa y, a la vez, profundamente misericordiosa. Se esforzaba por conceder a hombres y mujeres no solamente su derecho, sino mucho más. Les inculcó la confianza de ser muy queridos, de tener un inmenso valor, de tener grandes talentos y posibilidades. A las mujeres las llevaba a metas más altas que el mero “oponerse” a un mundo hostil. Les transmitía la convicción de que pueden transformar ese mundo que es suyo, pueden ser creativas y poner en marcha los proyectos más inauditos. El mundo será, en última instancia, lo que sean ellas. Escrivá sabía despertar grandes esperanzas e ilusiones en los demás. “Valencia nos parecía pequeña,” confiesa una de las primeras mujeres del Opus Dei del sur-este de España [33].

Una cultura de la confianza

Josemaría difundió un clima de libertad y cariño en torno suyo, en el que la gente se sentía a gusto. “Siempre se interesaba por mi quehacer… Siempre positivo,” afirma la conocida periodista Covadonga O’Shea, contando un encuentro que tuvo con el Padre: “En un momento de entusiasmo, al escucharle, le pregunté cómo pensaba él que podría hacer mejor la revista en la que trabajaba. La respuesta fue inmediata y tajante; no me dejó lugar a dudas: ‘¡Con libertad!’, y siguió: ‘Yo no puedo, ni quiero, meterme en tu trabajo ni en la forma de hacerlo’. Además, no te daría un buen consejo, porque no entiendo de estos temas” [34].

Escrivá dejó ser a cada uno, relativizó las dificultades que nunca faltaban, y amó a los hombres y mujeres incluso con sus defectos. “Hay que aprender a reírse de sí mismo,” solía decir [35]. Descubrió lo que en cada persona hay de original, interesante y amable, y lo sacaba, gracias a su optimismo, su talento pedagógico y, quizá en primer lugar, su inmensa fe en la bondad de todas las criaturas.

Confiaba plenamente en las mujeres que se acercaron a su labor. No tenía siquiera reparo en transmitirles sus pensamientos más íntimos y personales [36]. Y las mujeres se lo agradecieron depositando una enorme confianza en él [37]. Muchas de ellas cruzaron el mundo para extender con su labor profesional la semilla de la fe. Desarrollaron todas sus capacidades humanas en las nuevas tierras. Llevaron a buen término los más diversos quehaceres, que no se pueden programar ni medir. Pusieron en marcha y en pleno funcionamiento innumerables residencias universitarias, centros culturales, escuelas de secretariado e idiomas, colegios, institutos de formación profesional, escuelas agrarias para campesinas. Se lanzaron a colaborar en Universidades y Magisterios. Escrivá no tuvo la menor duda de que trabajarían bien [38]. Pero lo impresionante es que logró transmitir esta seguridad al grupo que le siguió en los comienzos de la Obra: personas muy jóvenes, algunas antiguas hijas de familia, que apenas habían salido de su país. “Soñad y os quedaréis cortos,” les había dicho sencillamente [39]. Y les había orientado a poner su confianza no sólo en él, un “pobre hombre” [40], sino, en último término, en el mismo Dios [41], quien no deja solos a los que se esfuerzan por dar testimonio de su amor.

Liberación cristiana

Josemaría Escrivá era un contemporáneo inquieto en su afán de llevar la Buena Nueva del cristianismo a todos los hombres, un sacerdote al que los caminos usuales le parecían insuficientes. No se cansaba de proclamar que la emancipación auténtica se consigue por la fe cristiana. Es Cristo quien nos trae la liberación de todas las estrecheces y rigideces que pueden pesarnos. Pero sobre todo nos libera del pecado y de la culpa que en definitiva nos pueden llegar a corroer y a destruir mucho más profundamente que los hechos externos. Cualquier carga que nos apesadumbre interiormente, nos desmoralice o nos hiera, Dios nos la quita si pedimos perdón. Entonces, cada persona puede experimentar que es un ser muy amado, y es aceptado también con sus debilidades, con sus errores y limitaciones.

En este marco, profundamente religioso, se sitúa lo que Josemaría Escrivá hacía a favor de las mujeres. Realmente, las promocionaba sin cesar, pero buscaba mucho más que una simple mejora de su vida social. Tenía la esperanza de que la gracia divina tocase el corazón de cada persona que trataba, que cada una de ellas pudiese experimentar el efecto liberador del mensaje cristiano, desarrollar sus capacidades y emplearlas para salir, ella misma, de la oscuridad a la luz, llevando la Buena Nueva a los demás. De este modo, el fundador del Opus Dei impulsaba caminos de justicia y de paz entre las naciones, sin disputar excesivamente sobre las grandes cuestiones feministas que revolucionaron nuestras sociedades. La mujer en cuanto tal no era un problema para él. La razón para ello puede encontrarse, quizá, en el hecho de que estaba rodeado, desde su más tierna infancia, de algunas mujeres fuertes (su madre y su hermana Carmen) que, según yo sepa, no tenían dificultades para aceptarse como personas humanas, y además femeninas. Pero esto me parece ser un tema para otro estudio.

Un desafío para nosotros

Me gustaría terminar aclarando una cosa. Escrivá fue llamado “un hombre nuevo para los nuevos tiempos” [42]. Esta expresión del filósofo Cornelio Fabro es un tanto compleja. El fundador de la Obra era, ciertamente, un hombre nuevo en cuanto que era un hombre de Dios. La gracia divina es siempre original: da juventud, ilusión y vitalidad. Y este sacerdote sonriente nos ha mostrado un camino para los nuevos tiempos, en cuanto que ha recordado, con fuerza, la Buena Nueva de Cristo, que es un mensaje siempre actual. Aunque todos los hombres se conviertan un día en astronautas, siempre habrá necesidad de sentirse amado y amar, de pedir perdón y perdonar, de encontrar el sentido completo de la existencia, que da la mayor seguridad que se puede encontrar en nuestro planeta.

El Padre nos ha abierto el horizonte de un mar sin orillas. Sin embargo, no quiso ni pudo darnos soluciones hechas para los problemas concretos de los nuevos tiempos. Nunca quería ser “modelo de nada” [43]. Por esto, compete a nosotros, sus hijas e hijos, encontrar esas soluciones, para cada época por las que estamos atravesando. Compete a nosotros, hoy, empeñarnos en que se reconozca la plena dignidad de la persona en todo el mundo, y que la mujer, por fin, deje de ser un “tema”, un tema espinoso [44]. Para lograr eso, nos conviene profundizar en el espíritu de ese soñador realista, tener en cuenta sus visiones amplias, inspirarnos en su entusiasmo y su audacia. Tenemos que seguir caminando; tenemos que avanzar, y optar, como él, también hoy, por los pobres y por los ricos, por los sanos y enfermos, por los hombres y mujeres que encontremos en nuestro camino: con alegría, con la divina capacidad de realizar lo costoso con toda sencillez, sin darle mayor importancia.

Poco antes de su muerte, Escrivá dijo a un grupo de mujeres: “Si seguís correspondiendo, haréis una gran labor… (yendo por todo el mundo): tantos millones y millones que no conocen todavía a Nuestro Señor…, y son hijos de Dios como nosotros, y si conocieran a Dios, serían cien veces mejores que nosotros” [45]. Sólo para ayudar a una única persona humana, valdría la pena ir a Kenya.

Jutta Burggraf, en odnmedia.s3.amazonaws.com/

Notas:

1.   Ciertamente, había contemporáneos del fundador del Opus Dei que tenían ideas igualmente renovadoras acerca de la mujer; así, por ejemplo, el beato P. Poveda. Pero como queremos, aquí y ahora, conocer más a Escrivá, me limito a hablar de él.

2.   Cf. Testimonio de Helena SERRANO, Archivo General de la Prelatura (= AGP), Registro Histórico del Fundador (= RHF; ambos en Roma, Bruno Buozzi 73, y Madrid, Diego de León 14), T-04641; cit. en Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, Barcelona 1996, pp.131s.

3.   Cf. Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Conversaciones, n.87; entrevista con Pilar Salcedo, publicada en Telva, 1-II-1968.

4.   AGP, RHF 21159, p.936.

5.   Cf. Manuel AZNAR: Amigo de la libertad, en: Así le vieron. Testimonios sobre Mons. Escrivá de Balaguer, ed. por Rafael SERRANO, 2ª ed., Madrid 1992, p.26.

6.   Poco antes, las mujeres habían obtenido el derecho al voto en Inglaterra y Alemania (ambas en 1918), Suecia (1919), Estados Unidos (1920), Polonia (1923) y otros países. Lo obtuvieron más tarde en España (1931), Francia e Italia (ambas en 1945), Canadá (1948), Japón (1950), México (1953) y Suiza (1971). Cf. la tabla cronológica en Gloria SOLÉ ROMEO: Historia del feminismo. Siglos XIX y XX, Pamplona 1995, p.91.

7.   LUIS DE LEÓN: La perfecta casada (1561), en Obras completas castellanas, ed. por Félix GARCÍA, Madrid 1951, p.220. Cf. la interpretación crítica de Blanca CASTILLA Y CORTAZAR: Arquetipo de la feminidad en “La perfecta casada” de fray Luis de León, en “Revista agustiniana” 35 (1994), pp.135-170.

8.   Natividad GONZÁLEZ FORTÚN, cit. en Ana SASTRE: Tiempo de caminar, 2ª ed. Madrid 1990, p.103.

9.   Cf. Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, n.80; AGP, RHF 21166, p.63.

10.    Cf. José Miguel CEJAS: María Ignacia García Escobar. Una mujer del Opus Dei, Madrid 1992.

11.    Cit. en José Miguel CEJAS: María Ignacia García Escobar. Una mujer del Opus Dei, cit., p.15.

12.    José MORALES: La práctica del cristianismo en “Surco”, en: La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Pamplona 1994, p.215.

13.    Cf. Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Carta, 29-VII- 1965: “Desempeñáis… toda clase de cargos profesionales, sociales, políticos.” IDEM: Conversaciones, cit., n.90: “Una mujer con la preparación adecuada ha de tener la posibilidad de encontrar abierto todo el campo de la vida pública, en todos los niveles.”

14.    Cf. Simone de BEAUVOIR: Le deuxième sexe. La obra apareció por primera vez en 1949, en Paris.

15.    Cf. Betty FRIEDAN: The Feminin Mystique. El original se publicó en 1963.

16.    Cf. el testimonio de Marlies KÜCKING, en: Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.251. Ana SASTRE: Tiempo de caminar, cit., p.308.

17.    Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER, cit. por Alfredo LÓPEZ: Estuve cerca de Monseñor Escrivá, en: Así le vieron, cit., p.128.

18.    Cf. Albino LUCIANI: Buscando a Dios en el trabajo ordinario, en Así le vieron, cit., p.17.

19.    Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Conversaciones: “Lo específico no viene dado tanto por la tarea o por el puesto cuanto por el modo de realizar esa función, por los matices que su condición de mujer encontrará para la solución de los problemas con los que se enfrente, e incluso por el descubrimiento y por el planteamiento mismo de esos problemas.” cit., n.90.

20.    Alvaro DOMECQ: Un hombre que sabía querer, en Así le vieron, cit., pp.62s. Cf. Pedro ALTABELLA: Una amistad de 43 años, ibid., p.22.

21.    Cf. JUAN PABLO II: Carta apostólica Mulieris dignitatem (15-VIII-1988), n. 30.

22.      Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Conversaciones, cit., n.87.

23.    Cf. Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Carta, 29-VII- 1965.

24.    Testimonio de Mercedes MORADO, AGP, RHF T-07902; cit. en Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.251.

25.    Cf. el testimonio de César ORTIZ-ECHAGÜE, AGP, RHF T-04694, en: Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.253.

26.    Cf. Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.241.

27.    Cf. el testimonio de Helena SERRANO, AGP, RHF T-04641, en: Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.253.

28.    Cf. Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.238.

29.    Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.231.

30.    Cf. Javier ECHEVARRÍA: Entrevista con Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, realizada por Patricia Mayorga, en “El Mercurio” (Chile), 21-I-1996; y en “Mundo Cristiano” (1996/3), n.410.

31.    Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Amigos de Dios, n.172.

32.    TOMÁS DE AQUINO: In Matth., 5,2.

33.    Cf. Desde aquel 14 de febrero, en “Iniciativas” (1999/9), p.55.

34.    Covadonga O’SHEA: La enseñanza que tuve la suerte de recibir, en: Así le vieron, cit., pp.163s.

35.    José Luis SORIA: Maestro de buen humor. El beato Josemaría Escrivá de Balaguer, 3ª ed., Madrid 1994, p.107.

36.    Cf., por ejemplo, Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere, cit., p.83s; y el testimonio de Lourdes BANDEIRA VÁZQUEZ, RHF 4885, en: Ana SASTRE: Tiempo de caminar, cit., p.266. - Cuenta Paul Ourliac, miembro del Instituto de Francia: “Se llegaba a él con la inquietud que se tiene al tratar a un ser excepcional y, sin embargo, inspiraba confianza. Escuchaba, preguntaba…” Paul OURLIAC: Monseñor Escrivá de Balaguer y la Universidad, en Así le vieron, cit., p.171.

37.    Cf. los testimonios de María Dolores FISAC SERNA, RHF 4956; Enrica BOTELLA RADUÁN, RHF 4894; Encarnación ORTEGA PARDO, RHF 5074, en: Ana SASTRE: Tiempo de caminar, cit., p.274.

38.    Cf. el testimonio de Kathleen PURCELL, RHF 5650, en: Ana SASTRE: Tiempo de caminar, cit. p.469.

39.    Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Carta, 24-X-1942.

40.    Cf. Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER: Via crucis, prólogo.

41.    Cf. el testimonio de Encarnación ORTEGA PARDO, RHF 4894, en: Ana SASTRE: Tiempo de caminar, cit. p.279.

42.    Esta expresión de Cornelio FABRO está recogida en el texto de Antonio MILLÁN-PUELLES: Un hombre que amó la libertad, en: Así le vieron, cit., p.146.

43.    Cf. Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere: “Cuántas veces, comentando de sí mismo que no es ‘modelo de nada’ y que ‘el único modelo es Jesucristo’, ha hecho una salvedad: ‘yo, si en algo puedo ponerme de ejemplo, es… de hombre que sabe querer.’” cit., p.230.

44.    Javier ECHEVARRÍA: Entrevista con Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, realizada por Patricia Mayorga, en “El Mercurio” (Chile), 21-I-1996; y en “Mundo Cristiano” (1996/3), n.410.

45.    Josemaría ESCRIVÁ DE BALAGUER, RHF 21164, p.241, en: Ana SASTRE: Tiempo de caminar, cit., pp.500 s.

Ricardo F. Crespo

En este trabajo, primero analizaremos, brevemente, las diferentes acepciones del término 'libertad', para distinguir sus tipos. Luego, exploraremos en los textos del san Josemaría los tipos de libertad a los cuales se refiere para concluir con la debida conexión y distinción que siempre mantiene entre libre arbitrio y libertad de ejercicio.

1.     Sobre la libertad

¿Qué es la libertad? 'Libertad' es un término análogo. Un hombre es 'libre' en muchos sentidos posibles. Soy libre de elegir, libre de hacer, libre de pensar, puedo estar libre o en la cárcel.

Pero, más aún, también hay entradas 'libres' para un acto, un animal está 'libre' o en cautiverio, o hacemos un régimen 'libre' de colesterol, y un cuerpo baja en 'caída libre'. Tengo la mañana 'libre' o no tengo ni un minuto 'libre'. Y lo que complica aún más las cosas, Dios y los ángeles también son libres.

Con tantas posibilidades tan diversas ya se ve que la cuestión del significado de libertad es dificil y medulosa. Es un enigma que no admite una 'fosilización' conceptual.

Lo primero que haremos será afirmar que nos dedicaremos a la libertad humana. Probablemente de quien, más propiamente, se pueda predicar la libertad es de Dios. Dios es el 'creativo' por excelencia: crea el mundo, sin ninguna necesidad, porque sí nomás, y de la nada (ex nihilo). Porque su libertad, como su esencia, es infinita, Él es el creativo máximo. Todo lo existente proviene de su libertad. Nosotros que somos finitos, tenemos una libertad limitada, y sólo podemos crear relativamente: siempre partiendo de algo. No hay un hombre 'creativo' absoluto. Por eso, uno nunca es completamente dueño de su idea. Uno nace y se forma en una comunidad y cultura sin las cuales la idea nunca habría dado a luz. Como nosotros no somos libres como Dios, no nos interesa ahondar en la libertad divina. Digamos que la libertad en Dios y los ángeles son cosas del mundo 'lunar', algo 'eminente', y dejémosla de lado.

También dejaremos de lado la libertad en los animales y demás objetos físicos. En efecto, en este campo nos animamos a afirmar que todas éstas son acepciones metafóricas de la libertad (la llamada 'analogía impropia' o metáfora).

Como es, de todos modos, un tema complicado, nos ayudaremos con algunas clasificaciones y nociones de las diversas acepciones de la libertad humana reconocidas y merecedoras de confianza. Para lo que acudiremos al filósofo español Antonio Millán Puelles quien en su libro, siguiendo la máxima del sabio –sapientis est ordinare– trata de poner un poco de orden en toda esta cuestión [1]. En realidad, no hace más que repetir el esquema clásico enriqueciéndolo con algunas precisiones y matices. Digo que 'nos ayudaremos' con esta clasificación, porque alteraremos algunos detalles expositivos.

Brevemente, Millán Puelles establece una primera división principal entre libertades innatas y adquiridas. Las segundas encuentran su fundamento en las primeras.

Entre las innatas distingue a su vez la libertad trascendental del entendimiento (ilimitada amplitud del horizonte objetual del entendimiento humano) y de la voluntad (irrestricta apertura de la voluntad a todo bien concreto), por una parte. Hay un reducto interior en el que nadie puede entrar. El de un Alejandro Solzhenitsyn, un Víctor Frankl o una Tatiana Góricheva. Ellos nos hablan de una fuerte experiencia de libertad interior en circunstancias de una libertad exterior casi nula [2]. Solemos referirnos a esta libertad innata con los calificativos de 'radical', 'constitutiva', 'intrínseca' e 'interior'. Por otra parte, la otra libertad innata es el clásico libre arbitrio o libertad de elección, el dominio de los propios actos por parte de la voluntad, la capacidad de elegir.

Las libertades adquiridas son la libertad de ejercicio (capacidad de realizar lo elegido) también llamada moral (porque supone un autodominio adquirido o facilitado por el desarrollo de las virtudes o habilidades correspondientes) y la libertad política o social. La primera –de ejercicio– es interior, pero tiene su manifestación exterior en los actos concretos que origina. Esos actos son posibles mientras no falte la libertad política o social. La segunda –política– es la llamada clásicamente libertad exterior.

En este mapa, la noción central es la de libre albedrío. Tomás de Aquino dice que “liberum arbitrium est ipsa voluntas. Nominat autem eam non absolute, sed in ordinem ad aliquem actum eius, qui est eligere". Es decir, el libre arbitrio es la misma voluntad en cuanto ordenada a elegir: el dominio de las propias decisiones. La capacidad humana que todos tenemos de elegir o no esto o aquello.

Pero el libre arbitrio se reduce a la nada si no pasa a la libertad de ejercicio, o moral. Es moral, porque la capacidad de realización significa un perfeccionamiento personal. El único perfeccionamiento posible está acorde con la naturaleza o fines propios del agente. La capacidad de realización del mal significa un ahondamiento de la incapacidad de perfeccionarse. Es sólo una habilidad técnica, no un verdadero perfeccionamiento humano. Por eso, no es verdadera libertad.

La libertad de arbitrio y de ejercicio se pueden identificar con el amor, que es el acto propio de la voluntad, facultad por la que el hombre elige  y se une al objeto amado. Por eso, cuanto más se ama, más libre se es (" Quanto aliquis plus habet de caritate, plus habet de libértate" – "Cuanto más amor alguien tenga, más libertad tendrá"–, Tomás de Aquino, In III Sententiarum, d. 29, q. un., a 8). [3].

2.     El concepto de libertad en san Josemaría Escrivá de Balaguer

El Fundador del Opus Dei es conocido por la agudeza con la que trata esta cuestión, al punto que el filósofo italiano Cornelio Fabro, a la hora de elegir el tema para una contribución a un volumen escrito en homenaje a san Josemaría Escrivá, se inclinó por tratar el concepto de esta capacidad humana [4].

Los escritos de San Josemaría no son filosóficos, sino pastorales. Por eso, su concepto de libertad, aunque –lógicamente– abraza el natural, trasciende este ambito. Por designio divino la libertad tiene una decidida prioridad existencial en la salvación del hombre: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti", cita san Josemaría de San Agustín[5]. Y, más adelante, añade: 'Libremente, sin coacción alguna, porque me da la gana, me decido por Dios"[6]. A nadie, antes de que llegara el Cristianismo, se le podría haber pasado por la cabeza que el hombre pudiera, por su libertad, endiosarse siguiendo el camino de la salvación. Esta prioridad de la libertad es, como decía San Agustín, un especial querer de Dios, que creó al hombre a Su imagen y semejanza: racional y libre.

Dicha prioridad se apoya en un primado natural de la libertad. En expresión de Fabro, este último "significa que, por su misma naturaleza, la energía primaria de la voluntad tiende a la formación de la persona [7]. Pero hay que entender que es una libertad limitada, participada, que está para seguir los carriles 'naturales', los resultantes de la racionalidad. "Libertas, secundum Augustinum, opponitur necessitati actionis, non autem naturalis inclinationis" y "omnia naturaliter bonum appetant" [8]. El hombre es causa sui en cuanto a que en el orden moral llega a ser lo que elige ser. Pero esa elección puede tanto hacerlo crecer en humanidad como 'bestializarlo'. Por eso, la libertad no puede autofundamentarse.

En San Josemaría Escrivá encontraremos todas estas ideas, especialmente en su homilía "La libertad, don de Dios." "La libertad no se basta a sí misma, necesita un norte, una guía" (n. 26). De suyo puede elegir tanto el bien como el mal: "esa posibilidad compone el claroscuro de la libertad humana" (n. 24). Ese norte, ese líquido de contraste, es la verdad. " Veritas liberabit vos [9]. Y esa verdad es Cristo, quien enseña al hombre la verdad acerca del hombre, como enfatiza Juan Pablo II parafraseando la Constitución Pastoral Gaudium et Spes [10]. No hace más que recordar al 'hombre en busca de sentido' (Frankl), que Él es el Camino, la Verdad y la Vida [11].

La libertad es libre en cuanto a la especificación, pero no en cuanto al ejercicio: no hay más remedio que elegir. No elegir es un modo de elección, y no es muy feliz. "El indeciso, el irresoluto", afirma San Josemaría Escrivá, "es como materia plástica a merced de las circunstancias; cualquiera lo moldea a su antojo y, antes que nada, las pasiones y las peores tendencias de la naturaleza heridas por el pecado" (n. 29). Elegir al margen de Dios, por su parte, es una paradójica opción por la esclavitud. Cita a Tomás de Aquino quien sostiene que "cada cosa es aquello que según su naturaleza le conviene; por eso, cuando se mueve en busca de algo extraño, no actúa según su propia manera de ser, sino por impulso ajeno; y esto es servil. El hombre es racional por naturaleza. Cuando se comporta según la razón, procede por su propio movimiento, como quien es: y esto es propio de la libertad. Cuando peca, obra fuera de razón, y entonces se deja conducir por impulso de otro, sujeto en confines ajenos, y por eso el que acepta el pecado es siervo del pecado" [12].

Volviendo a San Josemaría Escrivá, "el que no escoge –icon plena libertad!– una norma recta de conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros, vivirá en la indolencia –como un parásito–, sujeto a lo que determinen los demás. Se prestará a ser zarandeado por cualquier viento, y otros resolverán siempre por él" (n. 29). En cambio, "La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres" (n. 27). 'Porque se me da la gana', como le gustaba decir tantas veces. "Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres" (n. 26). Es decir, la libertad, que es el libre arbitrio, 'desemboca' en esclavitud cuando se elige el mal, y se hace plena cuando elige a Dios. Esta postura es plenamente consistente con su defensa de la libertad de las conciencias y su rechazo a la libertad de conciencia [13].

3.     Conclusión

Esta valoración de la libertad conduce a una apasionada defensa de ésta. De este modo, las libertades innatas y el libre arbitrio se constituyen en el más firme apoyo de las adquiridas. "En esa tarea que va realizando en el mundo, Dios ha querido que seamos cooperadores suyos, ha querido correr el riesgo de nuestra libertad [14]. Si Dios ha corrido este "riesgo", nosotros hemos de hacer todo lo posible por defender la libertad sin dejar de mostrar en qué consiste el buen uso de aquélla. Puesto que su uso erróneo significa la "autoaniquilación". Este buen uso como . Puesto que su uso erróneo significa la "autoaniquilación". Este buen uso como condición de subsistencia de la libertad proviene de su origen, paradójicamente, condicionante: "¿De dónde nos viene esta libertad?", señala, "De Cristo, Señor Nuestro. Ésta es la libertad con que Él nos ha redimido. Por eso enseña: si el Hijo  os alcanza la libertad seréis verdaderamente libres (Jn 8, 36). Los cristianos no tenemos que pedir prestado a nadie el verdadero sentido de este don, porque la única libertad que salva al hombre es cristiana [15]. Jesucristo ha ganado para nosotros esta libertad en la Cruz: allí hemos de ejercerla. Explica en la homilía "Hacia la santidad": "Se acepta gustosamente la necesidad de trabajar en este mundo, durante muchos años (...) No rehusemos la obligación de vivir, de gastarnos —bien exprimidos— al servicio de Dios y de la Iglesia. De esta manera, en libertad: in libertatem gloriae filiorum Dei (Rm 8, 21), qua libertate Christus nos liberavit (Ga 4, 31); con la libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha ganado muriendo sobre el madero de la Cruz [16].

Ricardo F. Crespo, cedejbiblioteca.unav.edu

Notas:

1.   Millán Puelles, Antonio. El valor dé la libertad, Madrid, Rialp, 1995.

2.   Cfr. e.g., sus conocidos Alerta a Occidente, Barcelona, Acervo, 1978; La presencia ignorada de Dios, Barcelona, Herder, 1977; Hablar de Dios resulta peligroso, Barcelona, Herder, 1986, respectivamente. Sobre el concepto de libertad interior, constitutiva o trascendental, cfr. también de A. Millón Puelle,s, La libre afirmación de nuestro ser, Madrid, Rialp, 1993, pássim y de Ricardo Yepes, Fundamentos de antropología, Pamplona, EUNSA, 1996, pp. 159-163.

3.   Quaestiones Disputatae de Veritate, q. 26, a. 6 (Respondeo).

4.   "El primado existencial de la libertad", en Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei. En el 50° Aniversario de su Fundación, Pamplona, EUNSA, 1985, pp. 341-56.

5.   Sermo CLXIX, 13, cit. en "La libertad, don de Dios", Amigos de Dios, Madrid, Rialp, 1977, n. 23.

6.   "La libertad, don de Dios," op. cit., n. 35 (de ahora en más LDD).

7.   Fabro, op. cit., p. 344

8.   De Veritate, q. 22, a. 5, ad 3m.

9.   Juan VI, 32. 10.

10.    Desde el mismo Discurso Inaugural de su Pontificado (17-X-78), pasando por la Encíclica Redemptor Hominis, ha sido un estribillo habitual de Juan Pablo II. Cfr. Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 22. Cfr. también LDD, 26.

11.    Juan XIV, 6.

12.    Quaestiones Diputatae de Malo, q. VI, a. I (cit. en LDD, 34).

13.    LDD, n. 32.

14.    "Cristo presente en los cristianos", en Es Cristo que pasa, Madrid, Rialp, 1973, n. 113.

15.     LDD, n. 35.

16.    En Amigos de Dios, n. 297.

Jaime Fuentes

7          - Recomenzar con María: necesidad de un tiempo fuerte mariano

Esta “Iglesia en salida”, a la que urge contar con hijas e hijos que se reconozcan a sí mismos como “discípulos misioneros”, tiene necesidad de experimentar una vez más la fuerza y la eficacia del recurso sincero, filial y humilde, a la Santa Madre de Dios, Omnipotencia suplicante. El devenir de la historia y, dentro de ella, de la obra de la salvación, nos reconduce intensamente a María: es hora de potenciar aún más el camino mariano de la Iglesia y de su misión. ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde ir, en esta época de oscuridad?

En el Catecismo de la Iglesia Católica se encuentra una afirmación preñada de esperanza: los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro (n. 89). Nos preguntamos: ¿no habrá llegado la hora de proclamar solemne y definitivamente que la Maternidad espiritual de Santa María, creída y amada por todo el pueblo cristiano, es una preciosísima verdad que pertenece al depósito de la fe católica? ¿No será éste, quizás, el gran impulso de santidad y de sentido apostólico que anhelamos?

La Maternidad espiritual de María, a cuya intercesión y cobijo se acoge hoy Francisco, así como lo hicieron su antecesor y los Papas del siglo XX que le precedieron es, como ha escrito un reconocido mariólogo, el tema dominante de la doctrina mariana del Concilio y la expresión más familiar del Concilio para presentar del modo más eficaz, también pastoralmente, el lugar que María tiene en la historia de la salvación: la figura de la madre es, de hecho, la más familiar de todas [34].

¿Podría ser, pues, la definición dogmática de la Maternidad espiritual de María, el iter tutior que facilitara e iluminara la comprensión de la íntima esencia mariana del misterio de la Iglesia e hiciera más firme y seguro –más filialmente cristocéntrico y mariano– el camino de nuestra fe, de nuestra misión evangelizadora y de nuestra caridad fraterna con todos los hombres? Examinemos esta posibilidad, que ha sido objeto de distintas consideraciones.

Por una parte, como se sabe, ya a comienzos del siglo XX, el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas, alentó un movimiento para pedir la definición de la Mediación Universal como un nuevo dogma [35]. Al comenzar el Concilio Vaticano II, unos 500 (obispos) pedían la definición dogmática de la Mediación universal de la Virgen María. Más de setenta votos piden que se defina su realeza y cuarenta y  siete que se defina la corredención mariana [36]. Más recientemente, el movimiento Vox Populi Mariae Mediatrici, que ha reunido varios millones de firmas, ha propuesto la definición de los títulos marianos Madre Espiritual de Todos los Pueblos, Corredentora, Mediadora de todas las gracias y Abogada [37]. Más cercana aún en el tiempo (febrero de 2008) ha sido la carta de cinco cardenales, enviada a todos los miembros del colegio cardenalicio, en el mismo sentido [38].

Son conocidos los motivos por los que no prosperaron las dos primeras peticiones [39]. La propuesta del movimiento Vox Populi Marie Mediatrici, indujo a la Santa Sede a solicitar al XII Congreso Internacional de la PAMI, reunido en Czestokowa en 1996, su parecer sobre “la posibilidad y la oportunidad de la definición de los títulos marianos”. La Comisión constituida a tal efecto emitió una breve Declaración que, en síntesis, afirma: 1) Los títulos, tal como son propuestos, resultan ambiguos, ya que pueden entenderse de maneras muy diversas. 2) Por lo que atañe al título de Mediadora, recuerda que la Santa Sede, a principios del siglo XX, dejó de lado la propuesta del Cardenal Mercier. 3) Los títulos y la doctrina contenida en ellos necesitan una mayor profundización en  una renovada perspectiva trinitaria, eclesiológica y antropológica. 4) Los teólogos, y de modo especial los no católicos, se manifestaron sensibles a las dificultades ecuménicas que implicaría una definición de dichos títulos [40].

Respondiendo con exactitud a la pregunta de la Santa Sede, la PAMI, como se ve, se expidió negativamente acerca de la definición dogmática de los títulos marianos. Es necesario detenerse aquí, pues es éste, a nuestro juicio, el punto dolens de la cuestión.

En efecto, las peticiones de definición dogmática de los títulos marianos mencionados, se inscriben quizás en un modo de concebir la Mariología diferente del que señaló el Concilio Vaticano II. En el siglo XIX y principios del XX, escribió J. Ratzinger, el pensamiento mariológico estaba orientado ante todo a explicar los privilegios de la Madre de Dios que se compendiaban en sus grandes títulos [41]. Debía llegar el Concilio y el magisterio pontificio de Pablo VI y de Juan Pablo II, para que la Mariología buscara sus bases no tanto en la especulación teológica como en la Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura [42].

Este fue el camino seguido por san Juan Pablo II durante todo su pontificado, para que la Iglesia llegara a comprender en profundidad la doctrina es decir, la verdad de la intercesión y mediación materna de la Santísima Virgen, histórica y multisecularmente manifestada en el recurso filial del pueblo cristiano a Ella. Como explica el rector de la Facultad “Marianum”, la historia de  los dogmas y de la teología enseña que la Iglesia, después de largas y sufridas discusiones, define una doctrina que entiende plenamente contenida en la divina Revelación [43]. En esta perspectiva, se comprende que no hayan arribado a buen puerto los movimientos que promovieron y promueven la definición dogmática de los citados títulos marianos.

En este orden de cosas podemos plantearnos esta pregunta: ¿sería la definición dogmática de la doctrina de la Maternidad espiritual de la Santísima Virgen, el camino seguro que, arraigando en la vida de la Iglesia, facilitara la comprensión del misterio de su intercesión y mediación maternales? Muchos pastores, teólogos y fieles lo consideran así.

Para ahondar en su conveniencia, es oportuno considerar, ante todo, que el Magisterio mariano de Juan Pablo II –ningún Papa dedicó tanto tiempo a la catequesis mariana [44]- ha constituido una preciosa verificación de que, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos [45].

En efecto, siguiendo las pautas señaladas por la Lumen gentium [46] para conocer la “mente” del Romano Pontífice, se puede ver que Juan Pablo II fue el primero que llevó a cabo, como Obispo de Roma, lo que él aconsejaba a todos los obispos de la Iglesia: se necesita nuestra fe, nuestra responsabilidad y firmeza para que el don de Cristo al mundo pueda manifestarse en toda su riqueza. Se refería a una fe que no sólo conserve intacto en la memoria el tesoro de los misterios de Dios, sino que también tenga la audacia de abrir y manifestar de modo siempre nuevo este tesoro a los hombres [47]. Estudiando el magisterio mariano del Pontífice se llega a la conclusión de que el Papa propuso muy frecuentemente, insistentemente y con profundidad cada vez mayor, sirviéndose de palabras  y gestos, la doctrina de la mediación materna de la Santísima Virgen que, como vimos, es expresión de su Maternidad espiritual. La enseñanza de san Juan Pablo II, en definitiva, ha supuesto para la Iglesia una riquísima explicitación de esa función mariana, contenida en la Revelación que Dios ha confiado a la Iglesia.

Por otra parte, es un gozoso hecho que, desde hace no pocos años, se verifica en todas partes, por parte de los fieles (sacerdotes y laicos), un recurso extraordinario a la intercesión de la Madre, en buena medida debido a las apariciones y revelaciones de la Virgen, de las que se tienen noticias en los cinco continentes [48], aunque también a veces por temor y en busca de su protección maternal ante la inminencia de la persecución y quizás de la muerte [49]. En consecuencia, teniendo en cuenta que el Pueblo de Dios cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para expresar su fe (…) y que Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe –el sensus fidei- que ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios [50], no se ve que haya dificultad alguna para que el Sumo Pontífice declare explícitamente o confirme que la Maternidad espiritual de María es una verdad que pertenece al depositum fidei, puesto que no se puede excluir que en un cierto momento del desarrollo dogmático, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe pueda progresar en la vida de la Iglesia, y el Magisterio llegue a proclamar algunas de estas doctrinas también como dogmas de fe divina y católica [51].

8-        El gran peso de las razones a favor

1)       Al clausurar la tercera sesión del Concilio, Pablo VI expuso un principio de comprensión de la misión de la Iglesia que, en la turbulencia que hoy la agita, es un refugio inalterable: el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia [52]. Precisión clave la del Pontífice, desde el momento en que por todas partes se difunden ideas erróneas sobre el Verbo Encarnado y sobre la Iglesia, que comparten el desconocimiento de su naturaleza sobrenatural. El acto pontificio definitorio acerca de la Maternidad espiritual de María, ¿no sería el disparador de un renovado descubrimiento del misterio sublime de la Santísima Virgen y, en consecuencia, del misterio de la filiación de los hombres en Cristo su Hijo (hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo) y, por tanto, del misterio de la Iglesia?

2)       En ese mismo sentido, y en continuidad con lo que acabamos de decir, parece oportuno señalar que, cumplidos cincuenta años del Concilio Vaticano II y moviéndonos en su horizonte doctrinal, es necesario redescubrir y fomentar, a la luz del misterio materno de María, el carácter materno de la Iglesia. El Papa Francisco, como hemos visto en apenas pocos ejemplos, no se cansa de predicar sobre este tema esencial. Como escribió J. Ratzinger, una eclesiología puramente estructural hará degenerar a la Iglesia en un programa de actuación (peligro al que estaría expuesta, también, “la nueva evangelización”). Sólo mediante lo mariano se concreta también plenamente el ámbito afectivo en la fe, y con ello se alcanza la correspondencia humana a la realidad del Logos encarnado [53]. La reafirmación dogmática de la convicción, ya presente en la fe del pueblo de Dios, acerca de María como Madre espiritual de todos los hombres, ¿no llevaría a toda la Iglesia a profundizar en el significado de la vocación bautismal cristiana y de la unidad del pueblo de Dios?

3)       La proclamación de la Maternidad espiritual de María y el ejercicio de su maternal intercesión significaría también, en el plano pastoral, por esas mismas razones, un reforzamiento del sentido de la esperanza cristiana de los fieles. Los obispos latinoamericanos manifestaban su preocupación porque numerosas personas pierden el sentido trascendente de sus vidas y abandonan las prácticas religiosas, y, por otro lado, que un número significativo de católicos está abandonando la Iglesia para pasarse a otros grupos religiosos [54]. A su vez, los obispos europeos diagnosticaban en 2003: los hombres viven hoy sin esperanza.  En la raíz del problema está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como «el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre, por lo que, no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria. La cultura europea da la impresión de ser una apostasía  silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera [55]. El acto pontificio que proponemos, ¿no supondría también un reforzamiento en los fieles de la comprensión de su identidad de cristianos y, por expresarlo así, una defensa oportuna de los valores que caracterizan el significado de la existencia humana vivida bajo la luz de Cristo, colmada de esperanza y capaz de transmitir esperanza?

4)       La Iglesia del siglo XXI tiene necesidad particular de madres de familia formadas a semejanza de su Madre: generosas hasta el heroísmo, abnegadas hasta el amor a la Cruz, audaces y perseverantes, amantes de la familia y expertas en humanidad. ¿Acaso la proclamación dogmática de la Maternidad espiritual de María no supondría un extraordinario incentivo en las madres cristianas y en todas las mujeres, para despertar la dimensión evangelizadora de su condición personal de hijas de Dios a imagen de Cristo y de María?

5)       Por todo el mundo se difunde la “cultura de la muerte”, en particular el abominable crimen del aborto [56]. Legalizada su práctica en no pocos países, a la conciencia, como advertía san Juan Pablo II, le cuesta cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana [57]. María es esencialmente Madre: del Verbo Encarnado, de todos los hombres y mujeres que habitan la tierra, incluidas aquellas que recurren al aborto. La proclamación dogmática de la Maternidad espiritual de la Santísima Virgen, ¿no llevaría a una clarificación de las conciencias, de manera que quienes duden si abortar o no busquen a la “Madre del Buen Consejo” y encuentren en ella consuelo y arrepentimiento? Asimismo, las mujeres que han sufrido el drama de un aborto y cargan con su culpa durante toda la vida, ¿no sentirán el alivio de su pena y se acercarán nuevamente al Redentor, mediante la intercesión de la “Madre de Misericordia”, de quien jamás se oyó decir que haya abandonado a uno de sus hijos? [58].

6)       Conviene recordar las lecciones de la historia: ella enseña que, pese a ciertas apariencias en contrario, ha sido siempre una situación de amenaza para la Iglesia la que ha conducido a la formulación de los dogmas [59]. Actualmente la Iglesia sufre el embate de la “ideología de género” y de un laicismo confesional, agresivo e intolerante, que pretende borrar la idea misma de Dios y destruir la familia, Iglesia doméstica y célula primordial de la sociedad. Asimismo, el fundamentalismo musulmán es en distintos lugares de la tierra una gran amenaza para nuestros hermanos en la fe, de los cuales se cuentan por millares los que por ella han dado su vida o han debido exiliarse de sus patrias. La definición dogmática de la Maternidad espiritual de María, ¿no provocaría el redescubrimiento de la divina grandeza de la maternidad de la mujer, frente a las ideologías que pretenden anularla? A su vez, teniendo en cuenta que las personas que profesan serenamente la religión musulmana manifiestan un respeto y cariño especiales a la Madre de Jesús, ¿no contribuiría su exaltación a un entendimiento mayor con los cristianos?

7)       Las definiciones de los dogmas marianos, escribía Journet, se corresponden secretamente con los grandes acontecimientos de la Iglesia [60]. Y después de ilustrar su afirmación con ejemplos de la historia, se adelantaba a nuestro tiempo y en 1954, apenas cuatro años después de la definición dogmática de la Asunción, escribía: la doctrina de la mediación corredentora de la Virgen [61], que quizás será definida el día de mañana, recordará a los cristianos que, a imagen de María, unida al sacrificio redentor que su Hijo ofrecía en el Calvario por toda la humanidad, ellos son invitados, en un universo cada vez más solidario económicamente pero cada vez más dividido espiritualmente, a ser en Cristo y por Cristo con toda la Iglesia, no solamente miembros “salvados”, sino miembros “salvadores” de este mundo contemporáneo que les es hostil y de los millones de almas que encierra [62]. Siendo la nueva evangelización un proyecto apostólico de gran aliento y de dimensiones universales, que ha de ser llevado a la práctica por todos los cristianos, ¿no encontraría un fuerte punto de apoyo y una fuente de desarrollo, en la firme convicción de fe de contar para su realización con la eficaz intercesión de la Madre de la Iglesia y de cada uno de los fieles?

8)       “¡Abrid las puertas a Cristo!”, exclamaba Juan Pablo II al comenzar su pontificado. Nadie pudo prever entonces, ni cómo ni cuándo tendría lugar esa deseada apertura al Verbo Encarnado y a la Iglesia, de los países dominados por el comunismo, en los cuales hoy vive la Iglesia en libertad. El acto pontificio del que estamos tratando, al mismo tiempo que solemne expresión de gratitud de la Iglesia para con su Madre, ¿no aparece como prenda de la anhelada cooperación de la Iglesia con María, para acometer la nueva etapa de la evangelización?

9)       Vivimos en un tiempo de “pensamiento débil”, de un subjetivismo que todo lo relativiza y, simultáneamente, la nuestra es una época de credulidad, en la que encuentran su lugar, como verdades de fe, fantasías asombrosas. Muchas personas sedientas de certeza, ¿cabe dudar de que se acercarán a la Iglesia atraídas por la seguridad del Magisterio infalible, que garantice la realidad divina de la Maternidad espiritual de la Virgen, de su amable cercanía a todos los hombres?

10)     Comentando el sentido del dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo, Joseph Ratzinger entendía que la fuerza motriz decisiva en esta definición fue el culto a María; que el dogma, por así decir, tiene su origen, su fuerza motriz y también su objetivo no sólo en el contenido de una proposición, cuando más bien en un homenaje, en un acto de exaltación [63]. María, con su cariño materno, atrae a multitudes en todos los sitios. ¿No debería la Iglesia –“es de bien nacidos ser agradecidos”- corresponder a sus desvelos con el acto que proponemos?

11)     En la religión judía, María no tiene significación. No obstante, ¿acaso no supondría un estímulo importante para su conocimiento y estudio, si el Papa Francisco, que fomenta incansablemente el diálogo judeo-cristiano, propone con el mayor grado de solemnidad, la Maternidad espiritual de todos los hombres de la Hija de Sión?       

9-        Tiempo de superar por elevación los inconvenientes

1)       Dejemos la palabra al Papa emérito Benedicto XVI, que expone la primera aparente dificultad que ofrece un acto como el que estamos proponiendo. Subrayamos los aspectos que nos parecen relevantes para nuestro tema.

Cuando se estaba muy cerca de la definición dogmática de la asunción en cuerpo y alma de María al cielo, se pidieron las opiniones de todas las facultades de teología del mundo. La respuesta de nuestros profesores fue decididamente negativa. En este juicio se hacía notar la unilateralidad de un pensamiento que tenía presupuestos no sólo históricos, sino incluso historicistas. La tradición venía a ser identificada con lo que era documentable en los textos. El patrólogo Altaner, profesor de Würzburg –pero a su vez procedente de Breslau- había demostrado con criterios científicamente irrebatibles, que la doctrina de la asunción en cuerpo y alma de María al cielo era desconocida antes del siglo V: por tanto, no podía formar parte de la ‘tradición apostólica’, y este fue el dictamen compartido por todos los profesores de Munich. El argumento es indiscutible, si se entiende la tradición en sentido estricto como la transmisión de contenidos y textos documentados. Era la postura que sostenían nuestros profesores. Pero si se entiende la tradición como el proceso vital, con el que el Espíritu Santo nos introduce en toda la verdad y nos enseña a comprender aquello que al principio no alcanzamos a percibir (cf. Jn 16, 12s), entonces el ‘recordar’ posterior (cf. Jn 16, 4) puede describir algo que al principio no era visible y que, sin embargo, ya estaba en la palabra original [64].

2)       Salvatore Perrella, rector de la Facultad “Marianum”, estudiando la posibilidad de definir dogmáticamente la mediación de la Virgen, se hacía una pregunta que hay que considerar: ¿puede una doctrina que no está plenamente madura, ser objeto de definición dogmática, en un tiempo (…) de desencanto o de cansancio ecuménico? [65]. Dicho de otra manera, ¿cómo afectaría al ecumenismo la definición de la Maternidad espiritual de María?, aspecto que ya había sido considerado en el voto de Czestokowa de 1996 [66].

En lo que respecta al diálogo con los protestantes, hay que tener en cuenta que el abismo que separa ambas realidades se ha hecho demasiado profundo. (…) Realmente hay que constatar que el protestantismo ha dado pasos que más bien lo alejan de nosotros: con la ordenación de mujeres, la aceptación de uniones homosexuales y cosas semejantes. Hay también otras posturas éticas, otras conformidades con el espíritu de la actualidad que dificultan el diálogo. Naturalmente, al mismo tiempo hay en las comunidades protestantes personas que tienden vivamente hacia la auténtica sustancia de la fe y que no aprueban esta actitud de las grandes Iglesias [67].

Las cosas son distintas en la relación de la Iglesia Católica con la Ortodoxa [68] y, particularmente, por la fe y la piedad marianas que distinguen a estas Iglesias hermanas. Lo que es obligatorio como doctrina dogmática para todos los ortodoxos, dice el teólogo ortodoxo A. Stawrowsky, son las siguientes definiciones de la Iglesia sobre la Santísima Virgen María: 1.- Ella es Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo: Theotokos, según la definición del III  Concilio ecuménico de Éfeso, del 431. 2.- Ella es siempre Virgen. (…) 3.- Ella es la intermediaria del género humano ante su Hijo, según la definición del IV Concilio ecuménico [69].

Esta coincidencia doctrinal anima a continuar con particular esperanza el diálogo ecuménico con la Iglesia Ortodoxa: según la lógica de su  corazón materno, presagiaba Juan Pablo II, Ella nos ayudará a hallar el camino del acuerdo mutuo entre el Occidente católico y el Oriente ortodoxo [70]. La profunda piedad hacia la Madre de Dios, nos ha llevado a un profundo acuerdo entre católicos y ortodoxos sobre el valor de la presencia de María en la vida cristiana [71]. El Concilio Pan-ortodoxo que se prepara actualmente [72] es, ciertamente, una gran esperanza: teniendo en cuenta que para esas Iglesias las decisiones del Concilio son infalibles [73], ¿no cabe esperar que la unidad buscada cristalice, al menos, en un acuerdo para honrar definitivamente a la Madre de Dios como Madre nuestra?

10-      Consultar al pueblo cristiano

Es conocida la disputa sostenida en su tiempo por John H. Newman, a raíz de un artículo que publicó en el Rambler. Con ejemplos tomados de la historia, el futuro Cardenal defendía la importancia de consultar a los laicos cuando se prepara una definición dogmática. ¿Por qué? La respuesta es inmediata: porque el cuerpo de los fieles es uno de los testigos del carácter tradicional de la doctrina revelada, y porque dicho consensus a través de la Cristiandad, es la voz de la Iglesia Infalible [74].

El Beato Newman, cuyo pensamiento influyó no poco en la eclesiología del Concilio Vaticano II, en particular por lo que se refiere a la doctrina del sensus fidelium consagrada en la Constitución Lumen gentium [75], explicaba que al prepararse una definición dogmática, el laicado tendrá un testimonio para dar; pero si hay una instancia en la que debería ser consultado, es respecto de doctrinas concernientes directamente a lo devocional. (…) El pueblo fiel tiene una especial función en lo que respecta a aquellas verdades doctrinales relacionadas con lo cultual. (…) Y la Santísima Virgen es preeminentemente objeto de devoción, razón por la cual, repetimos, aun cuando los Obispos ya se habían pronunciado favorablemente a favor de su absoluta impecabilidad (se refiere a la consulta que hizo Pío IX antes de definir la Inmaculada Concepción), el Papa, no contento con esto, quiso conocer el parecer de los fieles [76].

En la oportunidad de realizar un acto extraordinario de magisterio acerca de la doctrina de la Maternidad espiritual de María, el camino señalado por Newman se presenta como muy necesario: por el valor teológico del consensus fidelium y también por la fina sensibilidad de la responsabilidad que tienen los laicos en la Iglesia, cultivada durante este medio siglo post conciliar. Los medios de comunicación actuales permitirían hoy realizar una extraordinaria consulta mundial, para conocer el parecer de los fieles antes de realizar el acto al que nos referimos.

11-      La ley del progreso mariano, al servicio del progreso en el anuncio de la fe y en la misión evangelizadora

Es natural preguntarse –más todavía en este tiempo en el que vivimos bajo la dictadura del relativismo [77]- cuál será la reacción que provocará, ad extra y ab intra Ecclesiae, un acto de magisterio solemne pontificio, infalible por su naturaleza.

No es aventurado decir que, para los que pertenecen a otras confesiones distintas de la Iglesia Católica y viven en la lógica de la tolerancia racionalista, resultará un acto intolerable. En consecuencia, el Papa será atacado por todos los medios de comunicación “tolerantes”. Pero bien sabe Francisco, al igual que su antecesor y que todos los Obispos de Roma, que la Iglesia, el cristiano y sobre todo el papa, debe contar con que el testimonio que tiene que dar se convierta en escándalo, no sea aceptado, y que, entonces, sea puesto en la situación de testigo, en la situación de Cristo sufriente [78].

Se puede adelantar, por otra parte, que en el seno de la Iglesia ha de verificarse la “ley del progreso mariano”, de la que el Cardenal Journet escribió en su obra cumbre. La densidad de la cita justifica su extensión.

Por la identidad que existe entre María y la Iglesia, el gran teólogo suizo hacía ver que, por un destino a la vez trágico y grandioso, los progresos de la piedad mariana y eclesial, a medida que son más necesarios a la Iglesia,  obligada a tomar una conciencia sin cesar más neta de su diferencia específica por la cual ella es la sal de la tierra, corren el riesgo al mismo tiempo de separar más y más a los pueblos que ella tiene la misión de evangelizar.

Las definiciones dogmáticas sobre la Virgen y la Iglesia (…) tienen el efecto, por un lado, de reunir las fuerzas vivas de la Iglesia cara a los supremos combates y, por otro, de alejarla cada vez más de un mundo en el que su ley es vivir -“Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17, 15)- para llevarle la sangre de la redención.

Aquí abajo, la ley de lo sobrenatural es no poder comenzar a reunir si no es venciendo muchas resistencias. Desde el principio, Cristo no puede anunciar el sacramento por excelencia de la unidad de su Iglesia, sin aumentar las divisiones: “Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo dejaron y no fueron más con Él” (Jn 6, 66).

La misma ley continúa rigiendo en la Iglesia. Hace falta comprender con suficiente magnanimidad que, cuando se preparan nuevas definiciones dogmáticas del magisterio solemne, muchos cristianos, que a pesar de todo permanecerán fieles a su fe católica hasta el final, se dejarán sin embargo invadir y se sentirán heridos por consideraciones “demasiado humanas”, de las que ninguno de nosotros puede creerse totalmente eximido. Cuando tratan de pensar individualmente, los vemos dividirse en dos grupos extremos.

Unos, en los cuales el celo no está incontaminado, se exaltan pensando poder lanzar al mundo nuevos desafíos, con el fin de agravar su situación y de precipitar su catástrofe. Otros, lamentan que se agrande el desgarrón por el que la Iglesia se separa no solamente del  mundo, sino también de las Iglesias disidentes; se afligen por lo que se atreven a llamar un endurecimiento progresivo de la revelación evangélica, y lloran con toda la sinceridad de sus corazones, debido a la inoportunidad de nuevas definiciones.

Solamente la contemplación de la ley trágica y grandiosa del progreso del reino de Dios en el tiempo, es capaz de levantar el corazón de los cristianos, por encima de estas dos formas contrarias de error. La Iglesia, que no está hecha de nuestros defectos y lleva al Espíritu Santo, sabe adónde va. Ninguno de sus hijos lo sabe plenamente; solamente Dios, que es Maestro de la historia y de la marcha de la Iglesia [79].

12-      De la Iglesia en Latinoamérica

En este tiempo de especial prueba que le ha tocado vivir a la Iglesia y al mundo, la “ley del progreso del reino de Dios en el tiempo”, según escribía Journet, no puede no considerar el papel que tendría la Iglesia que vive en Latinoamérica.

En efecto, el precioso tesoro –así lo calificó Benedicto XVI- que ella posee es la piedad popular, de la cual trató extensamente el Documento de Aparecida [80] y encuentra su más hermosa manifestación en la devoción a María Santísima: ella se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana [81].

Una expresión no menor de este sentimiento mariano colectivo, fue la petición que la totalidad de los obispos mexicanos elevó al Papa Pío XII el 14 de octubre de 1954, pidiendo la definición dogmática de la Maternidad espiritual de María. Volvieron a insistir ante Juan XXIII el 16 de octubre de 1959 [82], una vez anunciada la convocatoria del Concilio Vaticano II. Como es sabido, no entraba en las intenciones del Concilio definir dogmas.

Aun castigados muchos países de América Latina por distintas manifestaciones de violencia y hostigados por fuerzas disgregadoras de la familia, la piedad popular sigue siendo en sus gentes una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad popular [83]. María Santísima, Reina de la familia y Reina de la paz, ¿no esperará de la sabiduría de sus hijos latinoamericanos que, en el próximo Sínodo sobre la Familia, propongan a Francisco, hijo de la piedad mariana bajo la cual nació, creció y que fomentó con ardor, proclamar solemnemente a María, Madre espiritual de los hombres, para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia y de toda la humanidad?

* * * * * *

La hora de la Cruz y la de la Resurrección, siempre contiguas e inseparables en la historia de la Esposa de Cristo, han sido también, en todo momento, horas de recogimiento en torno a Nuestra Madre Santa María.

Quiera Dios que, al exaltar la Iglesia solemnemente en nuestros días la amorosa Maternidad espiritual de la Señora, y su incansable y todopoderosa Mediación por nosotros ante su Hijo, resuene eficazmente en la conciencia de los cristianos, y a través de ellos, en toda la Humanidad, el eco de su buen consejo: “Haced lo que Él os diga”.

Que Él bendiga asimismo nuestros deseos y nuestras acciones en honor de su Madre, que es también ¡Madre nuestra, Madre nuestra, Madre nuestra!

Jaime Fuentes, opusdei.org/

Notas:

34.    D. BERTETTO, Maria la Serva del Signore. Mariologia, Nápoles 1988, pp. 539-540, cit. en J.L. BASTERO DE ELEIZALDE, Virgen singular. La reflexión teológica mariana en el siglo XX, Madrid 2001, p. 223s. Como se sabe, Pablo VI, en la Ex. Ap. Signum magnum, (13-V-1967) salió al cruce de quienes pensaban que el culto a la Virgen podría ir en desmedro de la centralidad de la liturgia o del movimiento ecuménico. En este documento, refiriéndose a la maternal función de cooperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos que desarrolla María, concluyó: Ésta es una muy consoladora verdad, que por libre beneplácito del sapientísimo Dios forma parte integrante del misterio de la humana salvación: por ello ha de mantenerse como de fe por todos los cristianos (13-V-1967, n. 8).

35.    J.L. BASTERO DE ELEIZALDE, Virgen singular, o.c., p. 236ss, en que explica con detalle este tema. Vid. tb. R. LAURENTIN, Pétitions internationales pour une définition dogmatique de la médiation et la corédemption, en Marianum 48 (1996) pp. 446ss. I. CALABUIG, O.S.M., Un dossier inedito: gli Studi di due Commisioni Pontificie sulla definibilità della mediazione universale di Maria, en Marianum 133 (1985) I-II, pp.10ss.

36.    M. GARRIDO BONAÑO, O.S.B, El culto a la Virgen María en las Actas del Concilio Vaticano II, en La Mariología desde el Vaticano II hasta hoy, en Estudios Marianos, vol. LVIII (1993), p. 13. Vid. tb., J.A. RIESTRA, María en la vida de la Iglesia y de los cristianos (Redemptoris Mater nn. 25-49), en Scripta Theologica (1987), XIX 3, p. 672.

37.    Vid. M.I. MIRAVALLE, El Dogma y el Triunfo, México 1998. Y la página web del movimiento: www.fifthmariandogma.com. Vid. tb., J. FERRER ARELLANO, La Mediación materna de la Inmaculada, esperanza ecuménica de la Iglesia. Hacia el quinto dogma mariano, Madrid 2006.

38.    Vid. J. FUENTES, Todo por medio de María, o.c., pp. 188s.

39.    Vid. J.L. BASTERO DE ELEIZALDE, Virgen singular, o.c., pp. 248ss.

40.    Cfr. L’Osservatore Romano, edición en español, 13-VI-1997, p. 12.

41.    J. RATZINGER-H.U. VON BALTHASAR, María, Iglesia naciente, Madrid 1999, p. 33.

42.    El cardenal Ratzinger hacía notar, refiriéndose a la Redemptoris Mater, el nuevo planteamiento de la mariología que ha escogido el Papa: no se trata de desplegar ante nuestra contemplación asombrada misterios que descansan sobre sí mismos, sino de entender el dinamismo histórico de la salvación, que nos engloba, nos asigna nuestro lugar en la Historia, dando y exigiendo. María no está, ni simplemente en el pasado, ni sólo en lo alto del cielo, asentada en el ámbito reservado de Dios; está aquí y sigue presente y activa en el actual momento histórico; es aquí y ahora una persona que actúa. Su vida no está sólo detrás de nosotros, ni simplemente sobre nosotros; como el Papa subraya continuamente, nos precede. Nos explica nuestro momento histórico, no mediante teorías sino actuando, mostrándonos el camino a seguir (Ibid., p. 33s).

43.    S.M. PERRELLA, Impronte di Dio nella storia. Apparizioni e Mariofanie, Padova 2011, p. 263.

44.    S.M. PERRELLA, Juan Pablo II, el Papa de la “mediación materna” de la Madre del Redentor, en la Presentación a J. FUENTES, Todo por medio de María, o.c., p. 15.

45.    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 66.

46.    Vid. Const. dogm. Lumen gentium, n. 25.

47.    JUAN PABLO II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, Buenos Aires 2004, p. 178s.

48.    Cfr. Actas del 22º Congreso Mariológico-Mariano Internacional, celebrado por la PAMI en Lourdes (2008) sobre las apariciones de la Virgen.- Ya en 1991 la revista TIME, nada sospechosa, por cierto, de partidismo católico, advertía el fenómeno del crecimiento de la devoción mariana en el mundo. En el último número de ese año, la revista tituló su cover-story, The search for Mary. Entre otras cosas escribía: Aunque la presencia de la Virgen ha empapado a Occidente durante centenares de años, todavía queda sitio para admirarla, ahora tal vez más que nunca (...) Un renacimiento popular de la fe en la Virgen se está dando a lo largo de todo el mundo. Millones de devotos llenan sus santuarios, muchos de ellos gente joven (p. 49). Y más adelante: Cualquiera que sea el aspecto de María que la gente prefiera destacar y abrazar, es seguro que todos los que la buscan encuentran en ella algo que sólo una madre santa puede dar (p. 52).

49.    “Durante la fiesta de la Asunción en la ciudad kurda de Erbil, principal objetivo del Estado Islámico, los cristianos la celebraron desvelando una enorme Virgen María situada sobre una columna a una altura de quince metros. Para que vea, para que proteja a los cristianos y para que sepan que allí están ellos. A escasos kilómetros del frente, la Virgen ha dado ánimo a una comunidad cansada y aterrada y sirve ahora como una fuente de esperanza. Una imagen que además gira sobre sí misma para poder mirar a todas las direcciones para hacer presente que ella está en todas partes y que no abandona a sus hijos. El proyecto llevaba planeado mucho tiempo y justamente se ha podido inaugurar cuando la situación es más extrema. Un cristiano local dice que “ahora todo el mundo sabe que este es un país cristiano”. (Religión en libertad, 27-8- 2014). (Descargado, 28-8-2014).

50.    FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium, n. 119.

51.    CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la Professio fidei, 29-VI-1998.

52.          PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, 21-XI-1964, en Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, Madrid 1966, p. 1037.

53.          J. RATZINGER, María, Iglesia naciente, o.c., p. 19. El autor continúa: En este punto veo yo la verdad de la expresión “María, vencedora de todas las herejías”: donde se da ese enraizamiento afectivo, existe la vinculación “ex toto corde” –desde el fondo del corazón- con el Dios personal y su Cristo y resulta imposible la refundición de la cristología en un “programa” de Jesús, que puede ser ateo y puramente material: la experiencia de estos últimos años corrobora hoy de manera asombrosa lo acertado de estas viejas palabras.

54.          CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento conclusivo de Aparecida, 2007, n. 98 f).

55.          JUAN PABLO II, Ex. Ap. Ecclesia in Europa, 28-VI-2003, n. 9.

56.          Cfr. JUAN PABLO II, Ex. Ap. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 6 y Enc. Evangelium vitae, 25-III- 1995.

57.          Enc. Evangelium vitae, n. 4.

58.          Cfr. oración Acordaos.

59.          M. SCHMAUS, La Verdad, encuentro con Dios, Madrid 1966, p. 135.

60.          Ch. JOURNET, o.c., p. 144.

61.          La utilización del término “corredención” para señalar el papel de la Virgen en la obra salvífica de su Hijo, es un tema sobre el que existen opiniones diversas: vid., por ej., J. GALOT, Maria. La donna nell’opera della salvezza, Roma 1991, pp. 239-292, en el que estudia y defiende esta prerrogativa mariana. También, en otro sentido, J. RATZINGER, La sal de la tierra, Madrid 1997, p. 195s. Journet, gran teólogo, seguramente hablaría hoy de la doctrina de la mediación materna de María, incluyendo en ella su corredención.

62.          Ch. JOURNET, o.c., p. 145. Destacado nuestro.

63.          J. RATZINGER, La Figlia di Sion. La devozione di Maria nella Chiesa, Milano 1979, p. 70, cit. en P. BLANCO, María en los escritos de Joseph Ratzinger, en Scripta de María 5 (2008) pp. 309-334.

64.          BENEDICTO XVI, Mi vida. Recuerdos 1927-1997, Madrid 1998, cit. en P. BLANCO, María en los escritos… o.c., p. 322.

65.          S. PERRELLA, Impronte di Dio..., cit., p. 263.

66.          Vid. supra.

67.          BENEDICTO XVI, Luz del mundo, o.c., p. 107.

68.          Vid. Ibidem, pp. 99-104.

69.          A. STAWROWSKY, La Sainte Vierge Marie. La doctrine de L’Immaculée Conception, Mar 1973, 37-38, cit. en J. GALOT, Maria, la donna… o.c. p. 381.

70.          JUAN PABLO II, Discurso a los Cardenales de todo el mundo, convocados para el Consistorio extraordinario, 13-VI-1994, en www.vatican.va (Descarga 16-VII-2012).

71.          J. GALOT, o.c., p. 380.

72.          Vid. el sitio web oficial de la Iglesia Ortodoxa rusa: www.mostpat.ru

73.          BENEDICTO XVI, La sal de la tierra, o.c., p. 195.

74.          J. H. NEWMAN, Los fieles y la tradición, Buenos Aires 2006, p. 63.

75.          Vid. Lumen gentium, n. 12.

76.          J. H. NEWMAN, o.c., p. 110s. Destacado nuestro.

77.          Vid. BENEDICTO XVI, Luz del mundo, o.c., pp. 104ss.

78.          Ibidem. p. 22

79.          Ch. JOURNET, L’Église du Verbe Incarnée, II, París 1951, p. 430s.

80.          Cfr. Documento conclusivo, ns. 258-265.

81.          Ibidem, n. 269.

82.          Los textos respectivos, en latín, se encuentran en La Maternidad espiritual de María. Estudios Teológicos. Comisión Nacional pro definición dogmática de la Maternidad espiritual de María. Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 1961.

83.          Documento conclusivo, n. 263.

Jaime Fuentes

1-        Un tiempo de singular esperanza mariana

Cuando comenzaba el vigésimo quinto año de su pontificado, el 16 de octubre de 2002, san Juan Pablo II entregó a la Iglesia una preciosa Carta Apostólica [1] en la que suplicaba –es el verbo exacto- a todos sus miembros, a redescubrir y rezar el Rosario. Las intenciones que movían al Papa a clamar por esa oración tenían una urgencia que, transcurridos más de diez años de su llamamiento, no ha hecho sino aumentar: la causa de la paz en el mundo y la de la familia [2].

El santo pontífice albergaba en su alma una grave preocupación, que sólo la intercesión materna de María, mediante la oración del Rosario, podría trocar en esperanza: en efecto, escribía, las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro [3].

Por la extrema gravedad de lo que estaba en juego, después de pedir encarecidamente a los obispos, sacerdotes y diáconos; a los teólogos, a los consagrados y consagradas, a las familias, a los ancianos y a los enfermos, a los jóvenes…, a todos, que rezaran el Rosario, Juan Pablo II terminaba la Carta suplicando: ¡Que este llamamiento mío no sea en balde! [4]

¿Quién podría juzgar si el eco que obtuvo fue el que pretendía? Seguramente sí, en tantos cristianos. Pero es también innegable que día a día es mayor la cerrazón de nuestro presente: ¿alguien habría imaginado siquiera, las tragedias que hoy sufren millones de cristianos en todo el mundo, a causa de injustas contradicciones y duras persecuciones de matriz oscuramente religiosa, social o política?

Por lo que respecta a la familia, en aquella misma Carta sobre el Rosario, Juan Pablo II daba la voz de alerta frente a las fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. Insistía en la necesidad de fomentar el Rosario en las familias cristianas (…) para contrarrestar los efectos desoladores de esta crisis actual [5]. Dada la elocuencia del texto y la evidencia de los hechos, resulta quizás innecesario glosar, en las circunstancias actuales, estas palabras.

Desde otra perspectiva, la que mira al interior de la Iglesia, nuestro presente está también marcado por una negrura que pareciera no tener fin. Se advierte de muchos modos; por ejemplo, en el dolor y el desconcierto que provocan los casos de pedofilia protagonizados por miembros del clero. Con palabras de Benedicto XVI en 2010, hay que decir que es una gran crisis. (…) Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así[6]. Estos casos, que siguen apareciendo aquí y allá, son causa, entre sus muchos efectos dañinos, de una sensible pérdida de credibilidad en la Iglesia.

En medio de este triste cuadro, y de manera por completo inesperada –nadie había pensado en la renuncia de Benedicto XVI hasta que él la anunció- llega a la Iglesia un nuevo Papa, desde el fin del mundo, según sus propias palabras. Con una mínima maleta de viaje, el nuevo sucesor de Pedro trae en su corazón un profundo amor a la Virgen: para Ella, Salus Populi Romani, será la primera visita, al día siguiente de su elección como Obispo de Roma. Y, como quien tiene incorporada a su vida ordinaria la certeza de su intercesión materna,  a esa “casa” volverá para rogarle por alguna necesidad importante o para agradecerle su ayuda: en frecuentes ocasiones, durante dos años  de pontificado, el Papa Francisco ha acudido privadamente a rezar a Santa María la Mayor. Y ha transmitido así a los fieles un renovado aliento de esperanza en nuestra Madre.

En julio de 2013, pasados apenas cuatro meses de su elección, su primer viaje fuera de Italia es al Brasil, para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Por el número de jóvenes del mundo entero que se desplazaron a Río y por la acogida llena de cariño que dispensaron al Papa, fue un viaje ciertamente histórico, pero, a nuestro juicio, la JMJ también lo fue en el sentido que aquí nos interesa, porque en ella, mediante palabras y gestos, Francisco dio a conocer con nitidez su hondo espíritu mariano.

2-        Siguiendo siempre la estela de María

El día 27 de julio de 2013, reunido con los obispos brasileños, el Papa se explaya hablando de la Madre de Dios y de su misterio y, por la unión inseparable que existe entre la Virgen y la Iglesia, explicando el modo en que ésta debe vivir a la luz del misterio de María.

Su punto de arranque fue la historia de la Virgen de Aparecida, Patrona del Brasil, cuya imagen, partida en dos, fue rescatada en un río por unos pescadores… Dijo Francisco: Hay aquí una enseñanza que Dios nos quiere ofrecer.

Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. (…) Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como partes de un mosaico, que vamos encontrando. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.

La enseñanza del Papa puede tener, a mi juicio, dos legítimas lecturas. La primera de ellas, de carácter pastoral, se podría expresar así: es necesario cultivar la paciencia en la labor apostólica, sin pretender recoger rápidamente los frutos de nuestro trabajo. La segunda, de orden más teológico, podría entenderse como aplicación de una consideración que hacía Benedicto XVI acerca del desarrollo de la fe mariana de la Iglesia: Existe la historia en la fe. (…) La fe se desarrolla. Y eso incluye también justamente la entrada cada vez más fuerte de la Santísima Virgen en el mundo como orientación para el camino, como luz de Dios, como la Madre por la que después podemos conocer también al Hijo y al Padre [7].

Continuaba Francisco explicando vivamente la relación que existe entre el misterio de Dios, dado a conocer por medio del reflejo de su Madre, y su acogida por parte de la fe de la gente sencilla, manifestada en la piedad popular: Los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón.

Los pescadores, una vez compuesta la imagen de la Madre encontrada en el río, “agasalham”, arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después, los mismos pescadores llaman a sus vecinos para que admiren el misterio de la Virgen, reflejo de la belleza de Dios. Sin la sencillez de su actitud, reflexionaba el Papa hablando a los obispos sobre el trabajo pastoral, nuestra misión está condenada al fracaso [8].

También san Juan Pablo II había expresado en distintas ocasiones, desde el comienzo de su pontificado, la misma idea: María nos lleva al misterio de su Hijo y del amor del Padre. Por ejemplo, en su segunda encíclica, Dios es rico en misericordia, explicando que el amor de Dios se revela por medio de María, que ha hecho con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina, hacía considerar que tal revelación es especialmente fructuosa porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre [9].

Palabras y gestos. De esta manera Dios se ha revelado a los hombres [10] y, análogamente, así está dando a conocer el Papa Francisco el lugar que ocupa la Santísima Virgen en la vida de los hombres y de la Iglesia.

El 24 de julio celebró la Misa en el Santuario de Aparecida. Durante la homilía explicó con profundidad y sencillez al mismo tiempo, que la Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María [11].

Al finalizar la Misa llegó el gesto del Papa, expresivo por demás: tomó en sus brazos la pequeña imagen de Nuestra Señora de Aparecida y así, acunándola, salió al balcón exterior de la Basílica, para dirigir unas palabras a la muchedumbre que lo esperaba. Fue muy breve, hizo alguna broma y terminó dándoles la bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, acompañando sus palabras con el movimiento de la imagen. ¿No fue, quizás, un modo elocuente de expresar que por medio de María nos llegan todas las gracias?

3-        Junto a la Madre de la Esperanza, en la cercanía de la Cruz

15 de agosto de 2013, Solemnidad de la Asunción de la Virgen, día de especial alegría en la Iglesia. Durante la Misa que celebró en Castelgandolfo, aun sin perder el buen humor acostumbrado, Francisco tomó pie de la relación indisoluble que hay entre María y la Iglesia, para referirse con extrema claridad a un tema especialmente grave: al combate que la Iglesia debe sostener frente al demonio.

Vivir en la Iglesia significa conjugar en sus diversos tiempos y modos el verbo luchar. La Iglesia, representada en el Apocalipsis por la figura de la mujer, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. No debe sorprender que todos los discípulos de Jesús debamos sostener esta lucha. Pero María no deja solos a sus hijos: María nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. El Papa animó a experimentar la cercanía de la Madre rezando el Rosario, que tiene también, dijo, una dimensión “agonística”, es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices. También el Rosario nos sostiene en la batalla.

En la fiesta de la Asunción, Francisco alentó de modo particular a mantener viva la esperanza, a los que sufren hoy por su fe: la Virgen los comprenderá como sólo Ella puede hacerlo, pues ha conocido también el martirio de la cruz: el martirio de su corazón, el martirio del alma. (…) Donde está la cruz, para nosotros los cristianos hay esperanza, siempre. (…) Por eso me gusta decir: no os dejéis robar la esperanza (…) porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos hace avanzar mirando al cielo. Y María está siempre allí, cercana a esas comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza [12].

Nos encaminamos hacia la conmemoración del Centenario de las apariciones de Fátima. Bien sabe la Iglesia que Fátima no es “una advocación más” de la Virgen. Lo que ocurrió en 1917 en ese rincón de Portugal, ha sido y continúa siendo como una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta, según lo expresó Benedicto XVI el 13 de mayo de 2010. Bien lo sabía también san Juan Pablo II, que en tres ocasiones viajó a esa “casa” de María…

El 13 de octubre de 2013, aniversario de la última aparición de la Virgen, Francisco hizo en Roma un acto de consagración delante de su imagen, traída desde Fátima. Diez días más tarde, quiso dedicar la Audiencia de los miércoles a mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia (…) “en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo”, como se lee en Lumen gentium (n. 63). Dijo el Papa que, así como la fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel (…) en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito de Dios. En el orden de la caridad, así como María llevó a Jesús, la Iglesia también lo hace: esto es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús! , exclamaba Francisco. María, modelo de unión con Cristo. Explicó el Papa que María cumplía todas sus acciones en unión perfecta con Jesús. Pero esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en el ofrecimiento de la vida al Padre para la salvación de la humanidad [13].

4-        La misión divina de María: ser Madre de Dios y de los hombres

El 1 de enero de 2014, Francisco celebró la Misa en honor de la Madre de Dios, en la Basílica de Santa María la Mayor. Madre de Dios, repitió varias veces en su homilía, saboreando el título principal y esencial de la Virgen María, explicó. Recordó cómo, durante el Concilio de Éfeso, los habitantes de la ciudad se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los obispos, gritando: “¡Madre de Dios!”. ¿Cuál era el significado de esta espontánea exclamación?

Dos respuestas ofreció el Obispo de Roma: Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. La petición estaba motivada por un sentimiento muy natural y sobrenatural: es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. Al mismo tiempo, la petición de los fieles significaba algo más: es el sensus fidei del santo pueblo fiel de Dios, que nunca, subrayó, en su unidad, nunca se equivoca [14]. El reconocimiento de la maternidad divina de María es, pues, un fruto de ese infalible “instinto sobrenatural” de los fieles que desde siempre han disfrutado la certeza de ser realmente hijos de María.

En la misma ocasión, meditando las palabras de Jesús a su Madre al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 27), explicaba Francisco que ellas tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. (…) La “mujer” se convierte en nuestra Madre en el momento en que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a todos, y los ama como los amaba Jesús. A partir de ese momento, la Madre de Jesús es también Madre de los hombres y comienza a cuidar de ellos: en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.

Conmovido y entusiasmado, Francisco terminó la homilía del 1 de enero de 2014 invitando a todos los que llenaban el primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios –la Theotokos- con el título de Salus Populi Romani. (…) a invocarla tres veces, imitando a aquellos hermanos de Éfeso, diciéndole: ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! Amén.

5-        Madre amorosa de una Iglesia esencialmente evangelizadora

María, Madre de Dios, es inseparablemente Madre de todos los hombres. Y en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium –que es una cantera de ideas concretas y de sugerencias audaces para recomenzar una nueva etapa en la labor evangelizadora de la Iglesia- la Madre del Redentor de los hombres es, realmente, la Alma Mater de la propuesta ardiente de Francisco: Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora, escribe al finalizar el documento, y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización [15].

El capítulo octavo de Lumen gentium (n. 65) explica cuál es ese espíritu al que se refiere Francisco, cuando afirma que María es ejemplo de aquel amor maternal que es necesario cultivar para dar a luz a Jesucristo en las almas. El Papa dirá ahora que hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño [16].

La Iglesia que impulsa el Papa es una “Iglesia en salida”, de “discípulos misioneros” que no se achican ante las dificultades y, llenos de misericordia en sus actitudes y en sus palabras, saben ir a las “periferias existenciales” para atraer a la Iglesia a muchos que, habiendo conocido a Jesucristo, lo han abandonado.

La “revolución de la ternura”, que el Papa quiere promover en la Iglesia para el bien de todos los hombres, tiene en María su paradigma y su esperanza: Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. (…) Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno [17].

En La alegría del Evangelio, documento programático del pontificado de Francisco, la Virgen Madre de Dios y de los hombres es, naturalmente, la intercesora a la que Francisco confía que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial. En Ella fija el Papa la mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores. A la Madre que tenemos en el cielo le ruega que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo [18].

6-        Madre de los hombres, dulce y eficaz Mediadora

En otro lugar hemos tenido ocasión de estudiar el riquísimo magisterio mariano que san Juan Pablo II regaló a la Iglesia durante todo su extenso pontificado [19]. La suya fue una preciosa labor de orfebrería en honor de la Virgen: extrayendo del tesoro de la Revelación joyas preciosas –verdades antiguas y nuevas-, con el oro de su amor a Santa María forjó un monumento destinado a perdurar en la Iglesia para siempre. La síntesis de esa maravillosa obra, escribimos entonces, es la mediación maternal, que la Madre de Dios y de los hombres ejerce en favor de sus hijos y, como el propio Juan Pablo II enseñó, el reconocimiento de su función de mediadora está implícito en la expresión “Madre nuestra” [20].

En realidad, en el seno de la fe católica no deja de latir la certeza de que maternidad espiritual y mediación materna son, en María, realidades inseparables. Ambas hunden sus raíces en la específica misión de nuestra Madre en la historia de la salvación, al servicio de la misión redentora de su Hijo.

A lo largo de sus dos primeros años de pontificado, el actual Obispo de Roma ha manifestado también, como sus antecesores, en distintos tonos y de manera constante, su completa confianza en la intercesión materna de María: en concreto, como acabamos de ver, para que dé frutos esta nueva etapa evangelizadora, de tanta amplitud como urgencia, en este tiempo duro en el que se desenvuelve la vida de los hombres y, en concreto, la de tantos fieles cristianos.

Es verdad que en todas las épocas de la historia han crecido juntos  el trigo de la santidad y la cizaña del rechazo de Dios, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo, afirmaba Benedicto XVI durante su viaje a Fátima en el año 2010: la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia [21]. El tiempo no ha hecho más que verificar, con más y peores ejemplos, estas palabras.

¿Cómo interpretar y paliar estas circunstancias que, como ya dijimos, atentan contra la credibilidad misma de la Iglesia? Pensamos que la respuesta se encuentra en la consideración que hacía el Papa emérito al cumplirse el 40° aniversario del Concilio Vaticano II: María está tan unida al misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como lo son ella y Cristo [22]. De la misteriosa identificación entre María y la Iglesia se desprende que ésta sólo podrá adentrarse en los misterios gloriosos, después de haber sufrido con Cristo y con María los misterios de dolor.

Uno de los mayores teólogos del siglo XX, el Cardenal Charles Journet, lo expresaba con profundidad: antes de llegar a tomar plena conciencia de los efectos de la Redención y de poder formularlos explícitamente, la Iglesia debe comenzar por probarlos en su propia carne [23].

La identificación entre María y la Iglesia –la Iglesia ha alcanzado en María la perfección, enseña el Concilio [24]- nos lleva a comprender, según el mismo autor, que para la Iglesia el tiempo es necesario, las pruebas le son necesarias y los “desafíos” que tiene que enfrentar, no sólo de parte de sus adversarios, sino también de la ignorancia, de la torpeza, de la mediocridad, de los pecados de sus hijos. Más aún, incluso, todo el devenir de la historia, sus progresos, sus catástrofes, le son necesarios a la Iglesia, para obligarla a tomar conciencia, en forma progresiva, cada vez más amplia y más explícita de su propio misterio [25].

No en vano el primer capítulo de la Lumen gentium se titula El misterio de la Iglesia. Quizás en estos 50 años hemos tenido poca conciencia de ésta, su naturaleza sobrenatural, y hemos tratado a la Iglesia según nuestras humanas posibilidades, dando culto a Dios según nuestra sensibilidad; hemos trabajado confiando en nuestras propias fuerzas… [26]. Sufrimos ahora un doloroso “caer en la cuenta” del misterio que es la Iglesia y de la íntima relación que la une con su Madre. Así, por medio del dolor, estamos conociendo de alguna manera por vía de conocimiento experimental y afectivo, lo que (la Iglesia) era cuando, frente a  Cristo, se encontraba enteramente recapitulada en María; y también para que ella pueda conocer todo lo que es ahora por María [27].

María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles, escribió Francisco [28]. Y en la homilía antes citada, Benedicto XVI afirmaba con segura esperanza: María refleja a la Iglesia, la anticipa en su persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación [29]. A su vez, Juan Pablo II, ya en su primera encíclica, frente al difícil trabajo de llevar el misterio de la Redención a todos los hombres, concluía: ahora nos parece comprender mejor qué significa decir que la Iglesia es madre, y más aún, qué significa decir que la Iglesia tiene necesidad de una Madre [30].

En esta perspectiva, pues, de la identificación de la Iglesia con María y de la necesidad que ella tiene de su intercesión materna para llevar a cabo la nueva evangelización, nos preguntamos: ¿cómo podría nuestra Iglesia sufriente –por los pecados de sus hijos y por la virulencia de los ataques que la acosan- allegarse a la Stella Maris para rogarle monstra te esse Matrem? [31].

Al convocar el Año Mariano de 1987-1988, Juan Pablo II se planteaba, con otras palabras, esta inquietud. Casi al terminar la encíclica Redemptoris Mater, después  de  explicar  que  María  «precede»  constantemente  a  la  Iglesia   en   este camino suyo a través de la historia de la humanidad, hacía ver que, además de recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación en Cristo Señor, en el Año Mariano la Iglesia debería preparar, por su parte, cara al futuro las vías de esta cooperación [32]. Dicho de otra manera, el Papa deseaba encontrar para la Iglesia de nuestro milenio el iter tutior [33] que facilite a María el ejercicio de su intercesión materna.

Jaime Fuentes, https://opusdei.org/

Notas:

1.   JUAN PABLO II, Carta Ap. Rosarium Virginis Mariae, 16-X-2002.

2.   Ibidem., n. 6

3.   Ibidem., n. 40. Destacado nuestro.

4.   Ibidem., n. 41.

5.   Ibidem., n. 6. Destacado nuestro.

6.   BENEDICTO XVI, Luz del mundo, Barcelona 2010, p. 30.

7.   Ibidem., p. 172. Destacado nuestro.

8.   FRANCISCO, Discurso al episcopado brasileño, en Río de Janeiro, 27-VII-2013, en w2.vatican.va Todas las citas del Papa Francisco son tomadas de esta fuente.

9.   JUAN PABLO II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, n. 11. Destacado en el original.

10.    Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 2.

11.    FRANCISCO, Homilía en la Basílica del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, 24-VII-2013.

12.    FRANCISCO, Homilía en Castelgandolfo, 15-VIII-2013. Destacado nuestro.

13.    FRANCISCO, Audiencia, Plaza de San Pedro, 23-X-2013.

14.    FRANCISCO, Homilía 1-I-2014. Destacado nuestro.

15.    FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 284.

16.    Ibidem., n. 288. Destacado nuestro.

17.    Ibidem. Destacado nuestro.

18.    Ibidem.

19.    J. FUENTES, Todo por medio de María. Juan Pablo II y la mediación maternal de la Santísima Virgen, 2ª. Rosario, Argentina, 2010.

20.    JUAN PABLO II, Audiencia 1-X-1997, en La Virgen María, Madrid 1998, p. 239.

21.    BENEDICTO XVI, Palabras a los periodistas durante su viaje a Portugal, 11-V-2010. En www.vatican.va (Descarga, 6-VII-2012).

22.    BENEDICTO XVI, Homilía en el 40º aniversario del Concilio Vaticano II. En www.vatican.va (Descarga, 6-VII-2012).

23.    CH. JOURNET, Esquisse du dévelopment du dogme marial, Paris 1954, p. 144.

24.    CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 65.

25.    CH. JOURNET, o.c., p. 145. Destacado nuestro.

26.    Vid. Evangelii gaudium, ns. 76-109. Francisco dedica no pocas páginas a este problema.

27.    CH. JOURNET, o.c., p. 145.

28.    FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium, n. 288.

29.    BENEDICTO XVI, Homilía 40º aniversario, cit.

30.    JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptor hominis, cit., n. 22. Destacado nuestro.

31.    Himno Ave Maris Stella.

32.    JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater, cit., n. 49.

33.    Cfr. Himno Ave Maris Stella.