Eduardo Escalante Gómez

Introducción

En la literatura sobre el bienestar, se pueden distinguir dos perspectivas: una que explora el bienestar subjetivo (BS) o hedónico (Diener, 1994) y otra que indaga el bienestar desde el punto de vista psicológico (BP) o eudaimónico (Keyes, Shmotkin & Ryff (2002).

El BS se hace referencia a si el individuo vive su realidad de manera positiva y si ésta se relaciona con la satisfacción. Para este efecto, los investigadores consideran las apreciaciones cognitivas y las respuestas afectivas que los individuos tienen. Una persona feliz tendría mejor funcionamiento psicológico, viviría una mayor cantidad de años, tendría una mejor salud física, obtendría mejores trabajos y establecería relaciones interpersonales de alta calidad (Diener, 1994).

En décadas más reciente, el interés focaliza el desarrollo de los individuos y la manera en la que reaccionan frente a determinados sucesos de vida y lo que resulta significativo para el sujeto en términos de metas (véase Ryff & Keyes, 1995). Se entendería en bienestar como multidimensional, abarcando los aspectos sociales y del entorno para comprenderlo.

A continuación, se hará una revisión de ambas perspectivas a la luz de las evidencias empíricas que aportan cada perspectiva. Al revisar la literatura, es importante determinar el significado específico presente en cada publicación.

El Bienestar subjetivo (BS)

Cuando se investiga el bienestar subjetivo, los investigadores tienen la intención de examinar en qué medida el BS estaría relacionado con determinadas variables, por ejemplo, satisfacción de vida, sin obviar la inclusión de variables situacionales, culturales y organizacionales. De allí, que uno podría considerar plausible la hipótesis que indicaría que el concepto bienestar subjetivo estaría asociado a variables tales como, la satisfacción de vida y la felicidad y el contexto en que esta ocurre. Desde este punto de vista, se estudian las variables que aluden a determinadas emociones respecto de las experiencias de vida que tiene un individuo y la situación respectiva.

Es importante determinar la especificidad de cada concepto y su propia taxonomía. En el caso del bienestar subjetivo, autores como Argyle y Martin (1991) sostienen indican que habría que incluir dos subclases: lo cognitivo (grado de satisfacción del sujeto con sus circunstancias), BSC, y lo afectivo o emocional (relación equilibrada de afectos o percepción individual de bienestar o felicidad opuesta a los sentimiento contrarios), BSA.

El investigador examina las posibles variaciones de cada uno de estos conceptos en el nivel individual en cada organización o cultura, e interpreta la variabilidad o dispersiones que hipotéticamente pudiere existir. Por ejemplo, examinar en qué medida el BS pudiere estar asociado a determinadas estructuras valóricas y culturales, por ejemplo, culturas verticales y culturas más horizontales, generando variaciones en las concepciones del poder, el logro, la autonomía de la persona.

Las investigaciones han obtenido resultados que indican que valores personales como la seguridad, tradición y conformidad se asocian negativamente con la felicidad (Sagiv y Schwartz, 2000).

En las investigaciones revisadas, se detecta que el BS está asociado con la valoración del sujeto de su propia vida, desde un punto de vista positivo (capital subjetivo positivo), y, por ende, se incorpora al análisis el concepto de “satisfacción con los sucesos de vida”.

Se observa que la persona, individualmente o en el plano organizacional, tendría un bienestar subjetivo o felicidad mayor cuando predominan las experiencias positivas por sobre las negativas.

Por otro lado, se asume que la vida cotidiana de las personas respecto de su bienestar subjetivo o felicidad, se puede modificar hasta cierto grado (lo mismo se estima para el bienestar psicosocial). Habría determinados factores que permitirían que el sujeto sea más o menos feliz, y se reconoce que determinados sucesos negativos, generarían un retroceso en el bienestar subjetivo o felicidad.

Un modelo, ampliamente aceptado, del BS sostiene que las personas deberían de manera inevitable, rápida, y total, adaptarse a cualquier suceso que ocurra en sus vidas. Esto ha sido descrito por distintas teorías, por ejemplo, la teoría de la adaptación (Helson, 1964), la teoría del equilibrio dinámico (Headey & Wearing, 1992), y la teoría del nivel previo (set-point) (Diener, Lucas, & Scollon, 2006).

La premisa fundamental de estas teorías, es que el nivel habitual de BS es altamente estable. Cambios en las circunstancias de vida, podrían ocasionar aumentos o disminuciones en el BS, pero en cuestión de meses (Suh, Diener, & Fujita, 1996), se regresaría a su nivel inicial (denominado nivel de adaptación, línea base, o nivel previo).

Lo anterior, se puede apoyar en los resultados de investigaciones transversales, que han observado que las correlaciones entre BS y las circunstancias externas de vida (por ejemplo, ingreso, estado civil) van de pequeñas a moderadas.

De igual modo, los estudios longitudinales observan que las diferencias individuales en el BS son altamente estables en el tiempo (Eid & Diener, 2004; Fujita & Diener, 2005; Lucas & Donnellan, 2007).

Todos estos estudios están en la dirección de la hipótesis de la teoría de la adaptación o son interpretados a partir de este encuadre teórico (Diener et al., 1999). No obstante, una prueba estricta de la hipótesis de esta teoría requiere que los cambios en las circunstancias de vida, se evalúen directamente. Para este efecto, se puede examinar el BS en contextos de vida que signifiquen cambios sustantivos en el acontecer de los sujetos, por ejemplo, de empleo a desempleo.

Hay que tener presente que en años recientes, la hipótesis de la teoría adaptación ha sido desafiada empíricamente (Lucas, 2007; Lucas, Clark, Georgellis, & Diener, 2004) y teóricamente (Diener et al., 2006; Headey, 2006).

Como se ha señalado más arriba, el BS se relacionaría con cómo las personas sienten (afectividad) y piensan (cognición) sobre lo que acontece en sus vidas (Diener, 1984).

El BSA y BSC difieren en sus asociaciones con determinadas variables y pueden ser considerados conceptualmente distintos (Lucas, Diener, & Suh, 1996; Schimmack, Schupp, & Wagner, 2008), aunque son parte del BS.

El Bienestar subjetivo cobraría especial importancia porque se habría identificado su relación positiva con el desempeño laboral. La satisfacción de vida (medida de bienestar subjetivo) además representaría una forma de predictor de la Satisfacción laboral y el desempeño en la organización.

Bienestar psicosocial

La literatura científica revela la necesidad de considerar factores psicosociales al momento de estudiar el bienestar, por ejemplo, la norma de internalidad o de externalidad en el control de los sucesos de vida. Esto permitiría explorar el bienestar desde el punto de vista inter-subjetivo, al incluir variables como las interacciones de los individuos en las estructuras sociales u organizacionales en las que participan.

Esto se desprende de la preocupación de los investigadores por considerar el contexto y las circunstancias externas en el que se da o no el bienestar, así como la intersubjetividad, el desarrollo de las relaciones al interior de los equipos organizacionales, y en general, en los procesos relacionales que ocurren entre los individuos.

Un enfoque de este estilo correspondería a la segunda perspectiva de estudio del bienestar, la que se define como bienestar psicológico.

Uno de los trabajos más replicados en diferentes contextos culturales y organizacionales, es el realizado por Ryff (1989), que plantea una estructura de seis factores propios del bienestar psicológico (BS), obtenidos a través de análisis psicométricos, en especial estudios factoriales

El BS (Ryff, 1989), también conocido como bienestar eudomónico (Ryan & Deci, 2001), es un concepto amplio de bienestar, que incluye facetas tales como la auto- aceptación, propósito de vida, crecimiento personal. Si se considera al BS, exclusivamente como concepto psicológico, se podría asociar conceptos psicosomáticos, pero éstos no definen el BS y se postula su exclusión como parte de las investigaciones cuando se estudia al individuo en las interacciones o en las organizaciones.

Una lectura del trabajo de Cummins, McCabe, Romeo y Gullone (1994), permite explorar el componente cognitivo del bienestar en profundidad e identificar los diferentes dominios involucrados en los juicios que los sujetos hacen de sus vidas. Bharadwaj y Wilkening (1977) observaron que la satisfacción del sujeto con su vida se relaciona con los siguientes dominios, en el orden que se exponen: familia (r = .50), condiciones de vida (r =.46), trabajo (r = .45), salud (r = .41), actividades de ocio (r =.41) e ingresos (r =.39).

En una investigación que realizamos en Argentina (Páramo, et. al, 2012), se estudió la correlación entre las dimensiones de BP con tres áreas de los rasgos de personalidad: metas motivacionales, modos cognitivos y conductas interpersonales. Los resultados obtenidos, en cuanto a la relación entre BP y estilos de personalidad, permiten apoyar la conclusión de que el BP se encuentra asociado a determinados rasgos de personalidad que se mantienen más o menos estables a lo largo del tiempo.

En la actualidad, algunas investigaciones han integrado el concepto de Ryff (1989) referido al BP con el de Keyes (1998) sobre el bienestar social (BS), por lo que se postula el concepto de bienestar psicosocial (BPS). Se trata de dos enfoques teóricos al momento de estudiar el bienestar, esto es, se investigan procesos psicológicos similares, pero se miden distintos tipos de factores o facetas.

Esto significa investigar el bienestar considerando tanto lo individual como lo social, la subjetividad como la intersubjetividad socialmente construida.

El BPS hace referencia no solamente a cuestiones de corte psicológico, sino también, a los sucesos que ocurren y a la forma de funcionamiento de las organizaciones y de las estructuras sociales en general, estaría conformado por dimensiones tales como: Integración social, que Keyes (1998) la define en términos de la calidad de las relaciones que el individuo mantiene con las estructuras sociales (Keyes, 1998); Aceptación social, que se refiere a la necesidad del individuo de pertenecer a estructuras sociales, a una organización, a un grupo, las que requieren un entorno de confianza y empatía hacia los demás; Contribución social, el sujeto necesita también sentir que es útil para ser miembro de un grupo u organización por lo que el sentimiento de utilidad es importante (Keyes, 1998), pero además que lo que hace se valora; Actualización social, se hace referencia al estado permanente de tratar de conseguir metas, en orden a obtener de algún modo beneficios; Coherencia social, esta dimensión alude al grado de conciencia del sujeto respecto de la dinámica en la que participa.

A partir de este tipo de aproximación, se estima que la felicidad o bienestar está asociada a aspectos culturales y valóricos, por ejemplo, representaciones, creencias (Zubieta, Delfino y Fernández, 2007).

Este enfoque permite abordar la subjetividad y la inter-subjetividad, y poder investigar de manera más compleja lo que se denomina bienestar o felicidad organizacional.

Al nivel del bienestar del sujeto, se agregarían las interacciones sociales al interior de la organización, y al estudio de la organización misma. Linley, et al., 2009 han estudiado la interconexión entre los varios aspectos del bienestar, empleando el enfoque psicosocial. Adler & Kwon, 2002 investigaron la confianza, la reciprocidad, el intercambio líder- miembros, cooperación, coordinación e integración. Estos autores hicieron una interesante revisión del “capital social” para entender el bienestar.

Respecto de las evidencias empíricas, se ha identificado relaciones positivas entre los antecedentes contextuales y empoderamiento psicológico, los valores son significativamente mayores a cero al nivel 0,05 (Whitener, 1990). Aunque, Chen Y Kanfer (2006) investigaron el empoderamiento de los sujetos a nivel de equipo detectando que no se observarían valores significativos. Esto significa que se requiere realizar investigaciones, que no solamente identifiquen las hipótesis en cuestión, sino que su confirmación o rechazo.

Sucesos de vida

Los sucesos de vida se pueden examinar desde dos perspectivas mayores, una perspectiva es desde el estrés y otra desde el desarrollo. La primera ve los sucesos de vida como tipos específicos de estresores. Estos provocarían alteraciones significativas en las rutinas diarias (Turner & Wheaton, 1995). Est enfoque incluye sucesos deseables como las vacaciones (Holmes & Rahe, 1967). En contraste, estresores mínimos tales como las molestias diarias (Kanner, et. al., (1981) no producirían un efecto mayor en la vida de los sujetos.

Desde la perspectiva del desarrollo, los sucesos de vida se ven como transiciones específicas. Estas se definen como una discontinuidad en el espacio de vida de la persona del cual se está consciente y demandan nuevas respuestas comportamentales. No se precisa la duración y el curso de la transición, por lo que se la puede considera lenta y continua (por ejemplo, la pubertad), como rápida y discreta (por ejemplo, la transición del secundario a la universidad).

Al investigar se debería incluir ambos tipos de perspectivas de modo de comprender bien lo que ocurre. La transición marcaría el fin de un estatus. Un estatus es una variable nominal con al menos dos valores, por ejemplo, estatus ocupacional: empleado, desempleado, estudiando o no. La transición de un estatus a otro es un suceso específico de vida, por ejemplo, pérdida del trabajo (de empleado a desempleado).

Se han realizado diferentes estudios a partir del supuesto que los cambios ambientales representados por sucesos de vida positivos y negativos, tendrían influencia en BS (Abbey & Andrews, 1985; Block & Zautra, 1981; Headey, Holmstrom, & Wearing, 1984; Headey et al., 1985; Zautra & Reich, 1983). Los sucesos de vida positivo mejorarían el BS, y los negativos lo reducirían (Grob, 1995). Además, al parecer los individuos son capaces de gestionar los sucesos de vida críticos, pero si tienen que enfrentar dos o más sucesos de vida críticos en un período de cinco años, su BS disminuye de manera importante (Grob, 1995).

Hallazgos similares encontró Veenhoven (1994). Estableció que los sucesos de vida positivos y negativos afectan el nivel de felicidad de los individuos, especialmente si hay transiciones importantes. La limitación deriva del hecho que los sucesos de vida se tratan enteramente como exógenos.

Hay evidencias que la misma clase de suceso a menudo ocurre para el mismo tipo de individuos, lo que estaría indicando de algún modo que se estaría dando una asociación entre la personalidad y las características del suceso de vida que experimentan determinados individuos (Headey & Wearing, 1989). No obstante, no todos los estudios confirman la relación entre personalidad, sucesos de vida y BS (DeNeve & Cooper, 1998; McCrae & Costa, 1991).

Se requieren más investigaciones y análisis en orden a clarificar este tipo de relaciones, en especial porque hay resultados contradictorios (Headey, 2006; Headey & Wearing, 1989).

Hay estudios que han mostrado que el bienestar o felicidad está determinado primariamente por características individuales más que por circunstancias de vida externas (Costa & McCrae, 1984;Diener, Sandvik, Pavot, & Fujita, 1992).

Este tipo de teorización conduciría a creer que los sucesos de vida y la personalidad pueden diferir en términos de su duración del efecto en el bienestar. Es probable que la personalidad tenga efectos a más largo plazo en el BS, y los sucesos de vida lo tengan en el corto plazo (Diener, Sandvik, Pavot, & Fujita, 1992; McCrae & Costa, 1988).

Por otro lado, se ha observado que sucesos deseables están más vinculados con el BP, y que los sucesos no deseables tienen un efecto adverso en la salud mental de los individuos (Zautra & Reich, 1983).

Sucesos de vida positivos (por ejemplo, promoción) aumentarían el BS. Por otro lado, sucesos negativos (por ejemplo, mala evaluación del desempeño) disminuirían el BS.

Conclusión

Los estudios revelan que el estudio de la felicidad o bienestar requeriría, no solamente considerar la dimensión psicológica, sino también su dimensión social y cultural. La revisión de la literatura indicaría que algunas teorías abordan el constructo (bienestar/felicidad) como una cuestión psicológica, otros como cuestión psicosocial, otros acentúan el constructo como valores objetivos (filosóficos) de perfección de la naturaleza humana y no residiría en cuestiones materiales sino en el estado de conciencia de los individuos.

Se puede sostener que un enfoque intermedio o multidimensional sería plausible y recomendable. Se trataría de un ideal, pero enmarcado en la subjetividad e intersubjetividad (bienestar subjetivo) y en la psicología individual e interaccional de los individuos (bienestar psicosocial). Para su estudio habría que considerar las teorías universalistas, situacionales y personológicas, así como la teoría de la adaptación, dada que cada una de ella se aproxima al constructo bienestar o felicidad, emplean distinciones propias.

Dadas las distintas posturas sobre el bienestar o la felicidad, la literatura revela la necesidad de emplear enfoques mixtos o híbridos.

En las teorías y publicaciones sobre el constructo, se observa el par subjetivo/objetivo, pero también se podría distinguir diferentes clases de “subjetivos”, por ejemplo, diferenciar entre los valores del sujeto expresados en sus deseos, y los valores expresados en sus estados afectivos. Es decir, habría diferentes clases de evaluaciones subjetivas.

Este tipo de enfoque lo encontramos en Hawkins (2010). Esta autora alude a dos clases de evaluación subjetiva: preferencias informadas, y estados afectivos. Del mismo modo, sería plausible considerar el par objetivo/objetivo.

Un enfoque mixto indicaría que la constitución del bienestar o felicidad depende de una perspectiva multidimensional que considere diferentes factores. Esta permitiría invocar la combinación de rasgos subjetivos y objetivos, o una combinación de ambos. Esta sugerencia se sustenta en la variedad de investigaciones que hay sobre el constructo bienestar o felicidad, por ejemplo, la integración de conceptos como eficacia, resiliencia, y optimismo, esto es, un conjunto de mecanismos que promueven el bienestar y los aspectos objetivos en el que ocurre (Avey et al., 2010, 2011; Luthans et al., 2013; Roche, Haar & Luthans, 2014). Además, se requerirá un trabajo afinado de instrumentación (por ejemplo, definición e integración de escalas de medición) y operacionalización (definición de variables e indicadores) para determinar con claridad la contribución de cada concepto a la definición del constructo bienestar o felicidad.

Eduardo Escalante Gómez, en dialnet.unirioja.es/


 


Daniel Tomberlin

Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis (Jn 13, 14-15). El servicio del Lavatorio de pies es uno de los más bellos y hermosos que llevamos a cabo… Puede que lavar los pies encierre algo más profundo de lo que haya conocido este mundo. — A. J. Tomlinson

El Lavatorio es un acto sagrado de adoración que ha sido muy importante en mi vida espiritual. Creo que se presta para la adoración pentecostal. Podría decirse que el Espíritu danza con la iglesia, pues los creyentes gozosos expresan su amor, lloran, oran y hablan en lenguas mientras lavan los pies de sus hermanos y hermanas. En medio de esta sinfonía de alabanza se oyen las salpicaduras de agua, como niños que juegan con una manguera en un día caluroso. El Lavatorio es como "jugar en el Espíritu", ser niños, dejar a un lado las pretensiones. El respeto o la dignidad pasan a un segundo plano, porque todo el mundo está descalzo.

El Lavatorio nunca ha sido aceptado universalmente como sacramento, ni siquiera entre los pentecostales. No obstante, ha perdurado como un rito ocasional. Hay pruebas que sugieren que algunos de los padres de la Iglesia lo asociaban con el Bautismo. Agustín de Hipona lo describe como un "signo sacramental maravilloso" y un "misterio noble" (Comentarios a “San Juan). Ambrosio de Milán lo interpreta como un acto sacramental que demuestra el "misterio de la humildad". Benito de Nursia (siglo VI) lo incluyó entre las disciplinas semanales que debían llevarse a cabo como un ejemplo de servidumbre amorosa. En el 694, el XVII Concilio de Toledo mandó que los obispos y sacerdotes que estuvieran en una posición de autoridad, lavaran los pies de sus subordinados. Bernardo de Claraval (siglo XII) recomendó que se hiciera a diario como sacramento para la remisión de los pecados.

Hoy, algunas iglesias litúrgicas practican el Lavatorio, casi siempre durante el Jueves Santo. El sacerdote lava los pies de ciertos feligreses para demostrar que los que han sido ordenados al ministerio deben imitar la servidumbre del Señor hacia el pueblo de Dios. También, es parte de los servicios de consagración de sus líderes. En esa ocasión, el obispo lava los pies del sacerdote, novato, diácono o laico, para señalar que debe servir con un espíritu de amor y humildad. Ireneo de Lyon, uno de los primeros defensores de la sucesión apostólica de los obispos, insiste en que la autoridad eclesiástica radica en, «… el don del amor, más valioso que la gnosis, más glorioso que la profecía y superior a todos los demás carismas». Por ende, es un acto de adoración que demuestra la servidumbre amorosa.

A lo largo de la historia, los movimientos de renovación han adoptado el Lavatorio como una protesta en contra de la jerarquía eclesiástica. Tal fue el caso de los anabaptistas, quienes lo practicaban de un modo literal; es decir, recibían a sus visitas con una toalla y agua. Menno Simons escribe: «Laven los pies de sus amados hermanos y hermanas que vienen de lejos, cansados. No se avergüencen de hacer la obra del Señor, antes bien, humíllense con Cristo ante sus hermanos, de tal manera que sea hallada en ustedes una humildad de calidad». Con el pasar del tiempo, los anabaptistas lo integraron al servicio de la Santa Cena. El artículo 13 de la Confesión de Fe en Perspectiva Menonita, aprobado por la Conferencia General de la Iglesia Menonita y las iglesias menonitas en 1995, establece:

Creemos que Jesús nos llama a servirnos unos a otros en amor como lo hizo él. En lugar de procurar dominar sobre los demás, estamos llamados a seguir el ejemplo de nuestro Señor, que eligió ejercer como un sirviente, lavando los pies de sus discípulos. Cuando se aproximaba su muerte, Jesús se inclinó para lavar los pies de sus discípulos y les dijo: «Así que si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros unos a otros los pies. Porque os he dado un ejemplo, para que vosotros también hagáis lo que yo os he hecho». Con este acto, Jesús manifestó humildad y una disposición servicial, llegando a entregar su vida por los que él amó. Al lavar los pies de los discípulos, Jesús escenificó una parábola de su vida entregada hasta la muerte por ellos, y del estilo de vida a que están llamados los discípulos en el mundo.

Los creyentes que se lavan los pies unos a otros manifiestan que son uno en el cuerpo de Cristo. Así reconocen su necesidad frecuente de limpieza, renuevan su disposición a deshacerse del orgullo y del poder mundanal, y ofrecen sus vidas en servicio humilde y amor sacrificado.

Estas palabras reflejan la espiritualidad anabaptista, donde el Lavatorio es visto como:

·         Una protesta contra la jerarquía.

·         Una demostración de humildad cristiana.

·         Un rechazo del poder terrenal.

·         Una señal de la comunidad cristiana.

·         Una expresión de la necesidad de limpieza del pecado del creyente.

Los pentecostales tienen mucho en común con la espiritualidad anabaptista. Muchas iglesias aceptan el Lavatorio como necesario para la espiritualidad y adoración de la congregación. W. J. Seymour lo incluye entre las tres ordenanzas de la Iglesia. Para “Seymour, era un "tipo de regeneración" y un acto de devoción que inspiraba a la "humildad y caridad". La primera Asamblea General de la Iglesia de Dios declaró: «La Comunión y el Lavatorio de pies son enseñados por las Escrituras del Nuevo Testamento... [Por tanto] a fin de preservar la unidad del cuerpo y en obediencia a la Palabra sagrada, se recomienda que cada miembro participe en estos servicios sagrados... una o más veces al año». Entendieron que era uno de los "servicios sagrados" ordenados por las Escrituras. "Cada miembro" es exhortado a participar como muestra de su fidelidad a la Palabra "sagrada" y a la unidad de la iglesia. Además, aunque el comunicado oficial indica que se haga "una o más veces al año", solía celebrarse más a menudo. Incluso era parte de las campañas de avivamiento, los campamentos, las convenciones y servicios especiales.

A.J. Tomlinson escribió: El servicio del Lavatorio de pies es uno de los más bellos y hermosos que llevamos a cabo. Ver a la pequeña multitud de santos humildemente postrados, los unos frente a los otros, en santa reverencia a Jesús y celebrando este servicio, sencillamente porque así lo dijo Jesús, sin darnos razón o explicación alguna, es una marca de devoción y sinceridad, digna de los mayores elogios... Puede que lavar los pies encierre algo más profundo de lo que haya conocido este mundo.

      A juzgar por esos primeros escritos, era tan importante como el hablar en lenguas en la espiritualidad pentecostal.

El Verbo que Descendió de la Gloria

El Evangelio de Juan presenta una suma cristología. Jesucristo es el Verbo eterno y encarnado. Juan no es ambiguo en cuanto sus argumentos acerca de Jesús. Su descenso y encarnación son resumidos: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Juan declara que el Verbo de Dios descendió de su gloria y poder inherentes para asumir nuestra naturaleza y habitar entre nosotros. El descenso del Señor es un tema común en el Nuevo Testamento. Pedro dice que nuestro “Señor, «… fue y predicó a los espíritus encarcelados…» (1P 3, 19). Pablo expresa su cristología en un hermoso himno:

Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 5-11).

El testimonio apostólico interpreta la encarnación con términos que denotan humildad y servicio:

·         Katabaino: descendió, bajó en Jn 3, 13; Jn  6:, 8-51; Ef 4, 9-10

·         Kenoo: se despojó en Flp 2, 7

·         Doulos: esclavo, siervo, criado en Flp 2, 7

·         Tapinoo: se humilló, humilde en Mt 11, 29; Flp 2, 8

·         Diakoneo: servir en Mt 20, 28; Mc 10, 45

·         Ptocheuo: paupérrimo en 2Co 8, 9

La imagen de Jesús, levantándose de la mesa, quitándose el manto, tomando una tolla, vertiendo agua en una vasija, postrándose ante sus discípulos y lavando sus pies, añade una acción profética al significado de la Encarnación. Esta historia es la introducción a su inminente muerte en la cruz, que es el punto culminante del descenso del Verbo. Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas… Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad» (Jn 10, 11-18). “Su despojamiento nos ha revelado la gloria de Dios. Clemente de Alejandría escribe: «El Señor comía en un simple plato y hacía sentarse a sus discípulos en el suelo, sobre la hierba; y les lavaba los pies, ciñéndose con una toalla; Él, el Dios humilde, Señor del universo…» (Énfasis del autor).

Los cristianos son llamados a despojarse, humillarse, abnegarse y voluntariamente vivir en pobreza. Tal es la espiritualidad del Lavatorio: la comunión de la toalla. Se trata de un llamado difícil para cristianos que viven en una cultura que define la espiritualidad en términos de éxito y prosperidad. Si alguien desea participar en la comunión de la toalla, antes que nada, debe experimentar la kenosis; es decir, vaciarse de sí misma. El joven rico que vino en busca de la vida eterna, recibió esa orden de Jesús: «Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme» (Lc 18, 22). Cuando Pedro confesó, "eres el Cristo", Jesús se volteó hacia sus discípulos y les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8, 34). Pablo desafió a los filipenses: «Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo» (Flp 2, 3). El Lavatorio no es otro sacramento, sino un estilo de vida. Por consiguiente, es una invitación a participar en la humillación de nuestro Señor.

La Cruz

El Evangelio de Juan se distingue de los sinópticos por la manera en que vincula el Lavatorio con sus narraciones de la Santa Cena. Los sinópticos narran la institución de la Santa Cena junto con la Pascua. Juan presenta el Lavatorio junto con la Pascua (Jn 13, 1). No busca reemplazar la cena, sino interpretarla. Los cuatro evangelios testifican que son experiencias redentoras. En los sinópticos, Jesús distribuye el pan y el vino (su cuerpo y sangre) para establecer el pacto de la salvación. En Juan, lava los pies de sus discípulos para que tengan comunión con él (Jn 13, 8-10). Ireneo escribió: «… pues quien lavó los pies a sus discípulos, santificó y purificó todo su cuerpo». Atanasio de Alejandría implica una relación entre el Lavatorio y la crucifixión: «... en el mismo cuerpo con que lavó sus pies, llevó nuestros pecados en la cruz». En los sinópticos, la Santa Cena es un preludio de la cruz y representa el sacrificio de Cristo. En el Evangelio de Juan, el Lavatorio interpreta la cruz como el punto culminante del descenso del Hijo en su servicio a la humanidad. Este Lavatorio es descrito en términos del amor y la muerte expiatoria de Cristo. Decimos que es un acto regenerativo, porque los discípulos fueron transformados mientras Jesús lavaba sus pies. “i no se lo hubieran permitido, no habrían tenido "parte" con Él (Jn 13, 8). Por lo tanto, tiene una importancia redentora. Para los discípulos de Cristo, no se trataba meramente de sus conciencias, sino de su salvación individual. Al dejar que lavara sus pies estaban confesándole como "Maestro y “Señor" (Jn 13, 13). Además, Jesús los mandó a lavarse los pies los unos a otros (Juan 13:14). Su obediencia era una afirmación de su discipulado. El Lavatorio interpreta la cruz como el lugar donde Jesús puso su vida por sus discípulos. Por consiguiente, los manda a poner sus vidas por los otros.

Santificación

Juan omite los detalles explícitos del bautismo de Jesús y la institución de la Santa Cena. Sin embargo, ambos sacramentos sirven como trasfondo para el tema de la salvación. Tanto el Bautismo como la Eucaristía son el marco teológico para la escena en que Jesús lava los pies de sus discípulos y su posterior mandamiento a que hagan lo propio entre ellos. El Lavatorio define la Eucaristía en términos del descenso del Hijo y su muerte sacrificial. De igual manera, complementa el Bautismo y realza la continuidad de la vida de fe. Juan Damasceno parece haber entendido estos tres actos sacramentales como medios interrelacionados para recibir la gracia salvífica de Dios:

Por lo tanto, recibimos un nacimiento del agua y el Espíritu (me refiero al santo bautismo) y la comida es el mismo Pan de vida, nuestro Señor Jesucristo, quien bajó del cielo. Pues, justo cuando estaba a punto de morir voluntariamente por nosotros, en la noche en que sería llevado, estableció un nuevo pacto con sus santos discípulos y apóstoles, y a través de ellos con todos los que crean en él. En el aposento alto, de la santa e ilustre Sión, después de haber comido la antigua Pascua con sus discípulos y cumplido el antiguo pacto, lavó los pies de sus discípulos como símbolo del santo bautismo.

Entiéndase que el Lavatorio no es la primera experiencia de regeneración ni un sustituto del Bautismo. Agustín dice que no era una costumbre aceptada en toda la Iglesia, porque algunos lo habían confundido con el Bautismo. “in embargo, afirma que celebrarlo durante la cuaresma, "podía dejar una impresión duradera". Juan presenta el Bautismo como el primero de los rituales de transformación (Jn 3, 3, 5), pero el Lavatorio es descrito como posterior, pertinente a la continuidad de la relación del creyente como siervo o sierva del Señor. El Bautismo corresponde al nuevo nacimiento; el Lavatorio se repite como parte de la limpieza que necesita el creyente. La conversación entre Jesús y Pedro refleja estas diferencias:

Pedro le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos (Jn 13, 8-10).

El “Señor menciona un "baño" que bien pudiera referirse al Bautismo. Pedro hizo su confesión de fe y "nació del agua y del Espíritu". Por lo tanto, ni él ni los discípulos tenían que volver a bañarse, sino mantenerse limpios. Jesús desea que sus discípulos estén "todo limpios" (Jn 13, 10). La iglesia primitiva discutió hasta la saciedad el problema del pecado posbautismal. En su doctrina, el Bautismo era el primer acto de confesión de fe, que limpiaba el alma del pecado original y de los cometidos hasta ese momento. Para la época de Constantino, muchos habían optado por demorar su bautismo hasta verse en su lecho de muerte. La razón es que se creía que no había remedio para los pecados cometidos posbautismales. Sus temores eran apoyados con los siguientes pasajes bíblicos:

Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados (Hb 10, 26; también véase Hb 6, 1-4). Porque si después de haber escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la primera (2P 2, 20). Todo el que permanece en El, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido (1Jn 3, 6; también 1Jn 3, 9; 1Jn 5, 18).

Los padres primitivos no querían trivializar la gracia de Dios ni la gravedad del pecado humano. Clemente de Alejandría escribe: «Todo el que ha recibido el perdón de los pecados, no debería pecar jamás... es una apariencia de arrepentimiento y no un verdadero arrepentimiento pedir a menudo perdón de los pecados que cometemos frecuentemente; de hecho la verdadera penitencia consiste en no recaer en los mismos pecados y en desarraigar del alma aquellos que nos hicieron reos de muerte». Nótese que la controversia giraba en torno a los "pecados mortales", tales como la idolatría, inmoralidad sexual o el asesinato. Su gravedad radicaba en que podían conducir a la apostasía. Por eso, la Iglesia estableció la práctica de la exomologesis, palabra griega que significa 'confesión', es decir, "un segundo arrepentimiento" o una "confesión pública", para extender la gracia a los que habían caído en el pecado y, además, disciplinar a la comunidad cristiana. Si un creyente cometía un pecado mortal, podía ser excomulgado. No obstante, el ofensor o la ofensora podían someterse a un proceso de restauración (Penitencia) que culminaba en la confesión y así, se reconciliaba con la Iglesia. Durante la Penitencia, seguía siendo cristiano (o miembro de la Iglesia), pero no podía participar en ciertos aspectos de la fe, como la Eucaristía ni servir como diácono. El punto culminante del período de restauración es la confesión, una presentación pública y dramática, que también es un acto de reconciliación. No se trata de una confesión verbal, sino de una demostración (confesión somática) del deseo de reconciliarse. El cuerpo asume la postura de arrepentimiento. Muchos protestantes dirán que es un ejemplo de la justificación por obras. Pero, la verdad, se trata de la obra del Espíritu de gracia dentro de la comunidad de la fe. Tertuliano explica: «La confesión [rito de la Penitencia] comprende todo el proceso por el que el hombre se abate y se humilla ante la majestad de Dios, hasta el punto de conducirse de modo capaz de atraer sobre sí la piedad y misericordia divinas». Los pentecostales enseñan que los pecadores deben mostrar, «… frutos dignos de arrepentimiento…» (Lc 3, 8; Lc 19, 8-9). Aquellos que han caído deben arrepentirse y volver a sus "primeras obras" (Ap 2, 5). El camino de salvación pentecostal es la búsqueda de la santidad, que es, participar de la excelencia moral de Dios. Dicha búsqueda afecta todo el ser: espíritu, alma y cuerpo. Por lo tanto, la confesión del pecado incluye una disposición de corazón, una confesión verbal y genuina y presentar el cuerpo como, «… sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional» (Rm 12, 1). El Lavatorio puede entenderse como una confesión, un acto sacramental, donde el poder del Espíritu Santo santifica a la comunidad cristiana. John Christopher Thomas comenta:

… el Lavatorio funciona como una extensión del bautismo de los discípulos, porque significa la limpieza continua del pecado adquirido (después de bautismo) por el contacto con un mundo pecaminoso. Este acto, por ende, es una señal de la comunión constante con Jesús.

El Lavatorio es una expresión somática, de amor profundo y humildad, que se presta para la confesión de los pecados y la obtención del perdón: «Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (St 5, 16). Nos hemos acostumbrado a verlo como un asunto privado, un motivo de preocupación que solamente atañe al pecador y el Señor. Esta perspectiva individualista del arrepentimiento muchas veces logra que el cristiano ofensor se esconda detrás de la gracia. Entonces, la gracia se convierte en una licencia para pecar y la raíz nuca es subsanada. Si la confesión y el perdón solamente tuvieran un propósito jurídico, es decir, una declaración de perdón; entonces, bastaría con esta religión de "entre-Jesús-y-yo". “in embargo, según Santiago, confesarse mutuamente abre la puerta a la sanidad, planteada en términos de una restauración integral. El pecado secreto casi siempre provoca angustia personal, como dice el salmista: «Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día» (Sal 32, 3). Los teólogos de la reforma enseñaron la doctrina del sacerdocio del creyente, pero Martín Lutero no se opuso a que el pecador se confesara ante un ministro:

La iglesia debe retener la confesión privada, pues permite que las consciencias afligidas y aplastadas por los terrores del pecado, se desnuden y reciban el consuelo que no recibirán por medio de la predicación pública… debe darse la oportunidad de una confesión, de modo que busquen y encuentren el consuelo entre los ministros de la iglesia.

La confesión tiene como fin la santificación. Esto significa que la persona que ha caído dirá la verdad sobre sí misma. El penitente no se esconde detrás de una gracia falsa, sino que se revela y es transformado por la gracia. Este tipo de confesión y perdón ocurren dentro de la comunidad de fe. La presencia de los hermanos y las hermanas es una oportunidad para limpiar la culpa y pena. La parte ofensora debe buscar el perdón y la reconciliación con la ofendida (Mt 5, 23-24). La Iglesia responde con gentileza y ofrece el perdón. El Lavatorio provee para ello. Este sacramento debe ser visto como parte del ministerio sacerdotal de Cristo: «Él conserva su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre. Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos» (Hb 7, 24-25). Dentro de la comunidad de los discípulos prevalecía el choque de egos y muchos ejemplos de fracaso. Los discípulos no pudieron echar fuera un demonio. Jesús los reprendió por su falta de fe (Mc 9, 17-19). Jacobo y Juan estaban hambrientos de poder, querían ser los primeros en el Reino. Su deseo provocó una discusión entre los Doce (Marcos 10:35-41). El Pedro que confesó, "Tú eres el Cristo", se atrevió a reprender al “Señor. Más tarde, después de haber insistido que "jamás fallaría", lo negó tres veces (Mt 16, 12-22; Mt 26, 69-75). Judas traicionó al Señor (Mt 26, 47-49). Sobre el lugar de Judas a la mesa, Juan Crisóstomo escribe: «Así Cristo, cuando colmaba de beneficios al que lo iba a traicionar, le lavaba los pies, lo convencía de su traición pero a ocultas, lo reprendía pero mansamente, le proporcionaba servicios, mesa, beso de paz, en una palabra todo lo contrario de lo que el traidor hacía. No se arrepintió Judas, pero Cristo perseveró haciendo lo que estaba de su parte». Crisóstomo presenta una visión de Cristo como el Sumo Sacerdote que lava los pies de Judas en un esfuerzo por rescatarlo.

Agustín interpreta este acto como parte de la peregrinación espiritual en el camino de la salvación. Los cristianos son extranjeros y peregrinos que muchas veces sucumben a la corrupción de este mundo:

Lo dice el “Señor, lo dice la Verdad: quien está lavado debe lavarse los pies… ¿… que es sino que el hombre en el santo bautismo se lave todo entero, no con excepción de los pies; todo entero, pero enredado después en los asuntos humanos, pisa la tierra? Los mismos afectos humanos, sin los que no se puede estar en esta vida mortal, son como los pies de las cosas humanas que nos afectan, y de tal modo nos afectan, que, si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no está la verdad con nosotros. Diariamente nos lava los pies aquel que interpone su valimiento en favor nuestro , y nos es necesario lavar diariamente los pies, esto es, enderezar los caminos de los pasos espirituales… la Iglesia, lavada por Cristo con el agua y su Palabra, aparece sin manchas ni arrugas, no sólo en aquellos que, después de recibir el bautismo, son inmediatamente arrebatados del contagio de esta vida, ni pisan la tierra para no tener necesidad de lavar los pies, sino también en aquellos a quienes la misericordia del Señor sacó de este mundo con los pies limpios. Pero en todos los que aquí moran, aunque esté limpia, porque viven en la justicia, tienen, no obstante, necesidad de lavar los pies, porque no están exentos de pecado (énfasis del autor).

El Sumo Sacerdote lava los pies de sus discípulos y discípulas debido a sus fracasos, para que estén limpios del pecado. El camino de la salvación comienza con el Bautismo de arrepentimiento y agua. El Lavatorio es un medio de gracia para la limpieza posterior. El Espíritu, que reposa sobre las aguas bautismales, también se mueve sobre la vasija. El Bautismo representa el nuevo nacimiento, regeneración y la primera limpieza. El Lavatorio significa la limpieza continua provista por la santificación, tan necesaria en vista de este siglo corrupto. Los primeros pentecostales afirmaron esta interpretación. En un informe presentado ante la convención de la Iglesia de Dios en Alabama, H. G. Rogers escribió:

Nos gozamos grandemente. Dios estuvo con nosotros en la impartición de la Palabra. Algunos fueron salvos y otros fueron bendecidos de una manera maravillosa. El domingo, los santos se reunieron y participaron en la Santa Cena y el Lavatorio de pies. El Espíritu Santo se manifestó de un modo maravilloso. Un hombre fue santificado justo después de que sus pies fueron lavados. Oh, qué bien paga la obediencia a Dios y ser feliz. El lunes, veinte hermanos y hermanas siguieron al Señor en el Bautismo. El Señor los bendijo maravillosamente (énfasis del autor).

El Lavatorio nos recuerda que la iglesia es una comunidad de gracia que acoge y restaura a los cristianos que han pecado. Jesús mandó a los discípulos a lavarse los pies los unos a otros. Era un grupo polémico. Ese mandamiento es debatido, pero Jerónimo de Estridón nos recuerda que, «... nuestra profesión nos obliga a lavar los pies de quienes acuden a nosotros, no para discutir sus méritos». Hay que lavarlos porque están sucios. Dice Agustín:

Pues ¿qué otra cosa parece dar a entender el “Señor en este hecho tan excelente, cuando dice: "Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros", sino lo que claramente dice el Apóstol: "Perdonándoos mutuamente si alguno tiene queja contra otro; así como el “Señor os ha perdonado, así lo habéis de hacer también vosotros"? Perdonémonos, pues, unos a otros nuestros delitos y oremos mutuamente por nuestros pecados, y así, en cierta manera, lavemos nuestros pies los unos a los otros. Es deber nuestro ejercitar con su ayuda este ministerio de caridad y de humildad; y de su cuenta queda escucharnos y limpiarnos de todo contagio pecaminoso por Cristo y en Cristo, para que lo que perdonamos a otros, es decir, para que lo que desatamos en la tierra sea desatado en el cielo.

Puesto que cada creyente está "en Cristo", como miembro de su cuerpo, se convierte en una extensión del ministerio sacerdotal de Cristo cuando lava otros pies. Tertuliano dice que al encomendarnos a la misericordia de nuestros hermanos y hermanas, también, encontramos el sacerdocio de Cristo:

Allí donde están uno o dos fieles, allí se encuentra la Iglesia, y la Iglesia se identifica con Cristo. Por eso, cuando tú tiendes las manos hacia tu hermano, estás tocando a Cristo, estás abrazando a Cristo, estás implorando a Cristo. Y cuando tus hermanos derraman lágrimas por ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien por ti suplica a su Padre, obteniendo fácilmente lo que como Hijo pide.

En otras palabras, nuestros pies en realidad son tocados por el sacrificio expiatorio de Cristo. El Lavatorio como Ministerio Jesús dice: «En verdad, en verdad os digo: el que recibe al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió» (Jn 13, 20). El lavatorio de los pies de sus discípulos encaja en su misión apostólica. Jesús es el Siervo divino, los discípulos son siervos del Divino y como tales son enviados al mundo. El apóstol Pablo utiliza dos veces la metáfora de "los pies" para referirse a la proclamación del evangelio (Rm 10, 15; Ef 6, 15). El atuendo apostólico del servicio cristiano incluye el calzado de la paz y un vestido de humildad (Ef 6, 15; 1P 5, 5). Nos dice que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene muchos miembros. Cristo es la Cabeza (Ef 5, 23) y a través del Espíritu Santo, ha impartido diversos ministerios (apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas) y oficios (el diaconado, obispado) (1Co 12, 28; Ef 4, 11). Estos son los pies del cuerpo. Cristo supervisa y orienta a su Iglesia. Sus ministros, ministras y oficiales siguen sus instrucciones para guiar al pueblo. Clemente de Alejandría entiende el Lavatorio como una preparación para la misión. Al comentar sobre el ungimiento de los pies de Jesús, dice:

Esta escena puede muy bien ser el símbolo de la enseñanza del Señor y de su pasión: sus pies, ungidos de oloroso perfume, significan alegóricamente la divina enseñanza que camina con gloria hacia los confines de la tierra... los pies perfumados del Señor son los apóstoles que, como lo anunciaba la fragancia de la unción, recibieron el Espíritu Santo. Los Apóstoles que recorrieron toda la tierra y predicaron el Evangelio son llamados alegóricamente pies del Señor... Y Él mismo, el Salvador, cuando lavaba los pies a sus discípulos y los enviaba a realizar buenas obras, quería simbolizar los viajes que habían de realizar para el bien de los gentiles y que serían coronados con una gloria sin mancilla, que había preparado con su propio poder.

En cuanto a las características de los siervos y las siervas de la Iglesia, La Constitución Eclesiástica de los Apóstoles (documento del siglo IV que refleja la tradición y derecho eclesiásticos) afirma:

Pues habiendo tomado la toalla, se la ciñó. Luego, puso agua en una vasija y mientras comíamos la carne, vino y nos lavó los pies, secándolos con la toalla. De esa manera nos demostró su afecto y bondad fraternal, para que hiciéramos lo mismo, los unos a los otros. Si, entonces, nuestro Señor y Maestro se humilló a sí mismo, ¿cómo podrían ustedes, los obreros de la verdad y administradores de la piedad, avergonzarse de hacer lo mismo hacia los hermanos débiles y enfermos? Por tanto, ministren con una mente amable, sin murmurar ni sublevarse; pues no lo hacéis por el hombre, sino por Dios, quien habrá de recompensar vuestro ministerio en el día de su visitación.

El poder y la autoridad son tentaciones que intoxican y corrompen el alma. Es de esperarse que ni los siervos ni las siervas sucumban con tanta facilidad, pero bien sabemos que no somos inmunes. La iglesia corintia estuvo plagada por divisiones y contiendas. Muchos cuestionaban y hasta rechazaron abiertamente el ministerio apostólico de Pablo. “us cabecillas eran conocidos como los "súper apóstoles" (2Co 11, 5). El conflicto estribaba en sus modelos ministeriales. El apóstol seguía un patrón de "debilidad", "la mansedumbre y bondad de Cristo" (1Co 2, 3; 2Co 10, 1). “Sus oponentes, los súper apóstoles, seguían un modelo triunfalista. Se vanagloriaban de su poder divino y sus dones carismáticos. Pablo no era "impresionante" y su estilo de predicación era "despreciable" (2Co 10, 10; 2Co 11, 6). “u ministerio vino con "debilidad, temor y temblor", asediado por muchas enfermedades, una de las cuales era, «… una espina en la carne, un mensajero de “Satanás…». Los corintios evaluaron ambos estilos y favorecieron a los súper apóstoles. Empero, toda su elocuencia no daba el grado en términos de autenticidad; es decir, en nada se parecía a Cristo. De hecho, eran impostores (2Co 11, 13-15).

La autenticidad del ministerio cristiano no radica solamente en la audacia o el carisma. La mejor definición es que esté dispuesto a quitarse el manto, tomar la toalla, llenar la vasija y lavar los pies del pueblo de Dios. El Lavatorio ejemplifica la autenticidad del ministerio cristiano, pues abrazamos los sufrimientos de Cristo por el bien de la iglesia. Junto a Pablo, decimos: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la iglesia» (Col 1, 24).

Lavar los pies de Jesús

La Biblia narra dos ocasiones en que los pies de Jesús fueron lavados: Lc 7, 36-45 y Jn 12, 1-8. En estas historias, dos mujeres le demuestran su amor. Ambas son interpretadas como salvíficas. En Juan, María, la hermana de Lázaro, unge los pies de Jesús con perfume y los seca con su cabello. María era una mujer justa, una discípula dedicada, que acostumbrada sentarse a los pies del Señor a escuchar sus enseñanzas. Jesús dijo una vez: «María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (Lc 10, 42). Su acto de devoción llenó la casa con la fragancia de los perfumes. Judas se ofendió por la extravagancia de su gesto. Empero, su actitud delataba a un discípulo distraído, que no era consciente de la importancia del evento que había presenciado. Esto ocurrió justo antes de la Pascua y el evangelista lo interpreta como la preparación para el entierro del Señor crucificado. En el capítulo 13 de Juan, Jesús lava los pies de sus discípulos para que tengan parte con él. María fue la única que tuvo la visión profética de anticiparse al sacrificio de Jesús como el Cordero de Dios. Ungió y lavó los pies que lo llevarían a la cruz. En Lucas, una prostituta toma un perfume costoso para ungir los pies de Jesús, lavarlos con sus lágrimas y enjugarlos con sus cabellos. Simón, el fariseo, se ofendió al verla en su casa. Pero Jesús la recibió, porque es el amigo de los pecadores: «Tus pecados han sido perdonados... Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Lc 7, 48-50). Ambrosio de Milán la describe como un alma herida que andaba en busca de la sanidad ofrecida por el Gran Médico. Sus lágrimas representan los dolores del arrepentimiento. El que limpiara sus pies con sus cabellos era "el abandono de la pompa mundana". “us besos son expresiones de una devoción profunda. Así, «…se quitó de encima su pecado y el mal olor de su extravío». Ambrosio, conmovido ante su propia maldad, ora arrepentido: « ¡Resérvame para mí también, oh Jesús, el poder lavar tus pies, esos que has ensuciado mientras caminabas conmigo!... Pero ¿dónde encontraré el agua viva con la que podré lavar tus pies? Si no tengo agua, tengo mis lágrimas.

¡Haz que, lavándote los pies con ellas, yo mismo me purifique!». Entiende que vive en Cristo y Cristo en él (Col 1, 27). En su mente estaba claro su pecado y que los pecados de la humanidad habían sido imputados a Cristo. Por eso, pide la oportunidad de lavar los pies de Cristo, de tal manera que, al igual que la ramera, encontrara la paz salvadora. Un obispo anónimo (siglo III) cita la historia de la prostituta que lavó los pies de Jesús en su polémica contra Novaciano, un presbítero cismático de la Iglesia de Roma que se oponía a la restauración de los obispos y sacerdotes que recapitularon de la fe durante la persecución deciana. El cisma amenazaba la unidad de la Iglesia, pues implicaba que no había remedio para el pecado posbautismal. El obispo responde:

... la restauración es posible para aquellos que se arrepienten, oran y laboran… así vemos en el evangelio, donde se dice de una pecadora… y se situó a los pies del “Señor y lavó sus pies... He aquí, el “Señor perdona su deuda con su amabilidad liberal... ¡He aquí Aquel que perdona los pecados; he aquí a la mujer arrepentida, llorando, orando y recibiendo la remisión de sus pecados!

El Lavatorio marca la restauración de los pecadores. Cristo se identifica con los extranjeros, pobres, hambrientos y presos. Es el amigo de los pecadores. Cuando regrese en gloria, dirá:

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí»... Respondiendo el Rey, les dirá: «En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25, 35-Mt 36, 40).

La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Pablo escribe: «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él» (1Co 12, 27). Como Cristo, la Iglesia debe ser la amiga de los pecadores. Si lavamos los pies de nuestros hermanos y hermanas de los extranjeros, pobres, hambrientos y presos, estamos haciéndolo al Señor. Servicio y adoración El apóstol Pablo escribe en su Primera Carta a Timoteo, el pastor de la iglesia efesia, sobre los requisitos para las viudas que buscan ayuda:

Que la viuda sea puesta en la lista sólo si no es menor de sesenta años, habiendo sido la esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra (1Tm 5, 9-10, énfasis del autor).

Muchos eruditos del Nuevo Testamento creen que el Lavatorio no era una ceremonia religiosa, sino un acto de hospitalidad común en el antiguo Cercano Oriente. Además, puesto que la presunta fecha de composición de la Primera Epístola a Timoteo es ubicada en el 65 d. C., mientras que el Evangelio de Juan data del año 90, no es posible que el primero estuviera refiriéndose al sacramento descrito en el capítulo 13 de Juan. Pero quizá no fue el caso. Aunque Juan fue escrito a finales del siglo I, de seguro ya existía una tradición oral sobre la ocasión en que Jesús lavó los pies de sus discípulos. El que Pablo haya decidido incluirlo entre las muestras de hospitalidad, de ninguna manera contradice que Jesús le haya dado una mayor importancia. ¿Acaso las viudas no deben imitar al Siervo divino? Jesús usó ritos familiares para establecer los sacramentos cristianos. La Santa Cena parte de los elementos familiares de la Pascua. Al tomar el pan y la copa dijo: "Esto es mi cuerpo… esto es mi sangre". Tanto el Bautismo como el Lavatorio eran prácticas judías. Sin embargo, Jesús dijo: «El que crea y sea bautizado será salvo» (Mc 16, 16). Incluso, era de esperarse que los cristianos emularan el ejemplo de Jesús y le atribuyeran una mayor importancia. Efrén de Siria (siglo IV) interpreta la hospitalidad en términos de adoración y servicio cristiano:

¿Ha entrado un pobre en tu casa? Dios ha entrado en tu casa; Dios mora en tu residencia. Ése, a quien has aliviado de sus problemas, también hará lo mismo contigo. ¿Lavaste los pies del desconocido? Haz lavado la inmundicia de tus pecados. ¿Le preparaste la mesa? He aquí, Dios está comiendo a tu lado, Cristo está bebiendo a tu lado y el Espíritu Santo está descansando en ella. ¿Se abasteció y refrescó el pobre? Alimentaste al Señor. Él está listo para recompensarte; en presencia de los ángeles y hombres confesará que saciaste su hambre; te dará las gracias por haberle dado de beber y calmado su sed.

El Lavatorio es descrito como un acto de hospitalidad que refresca al huésped y purifica al anfitrión o la anfitriona. Agustín dice que era una costumbre prevalente y un acto encomiable de humildad cristiana:

Y los fieles, entre quienes no existe la costumbre de hacerlo con sus manos, lo hacen con el corazón… Pero es mucho mejor y más conforme a la verdad si se ejecuta con las manos. No se desdeñe el cristiano de hacer lo que hizo Cristo. Cuando se inclina el cuerpo a los pies del hermano, se excita en el corazón, o, si ya estaba dentro, se robustece el amor a la humildad.

Agustín añade que también es una metáfora del servicio cristiano:

Pero, aparte de esta significación moral, recuerdo que, al recomendaros la excelencia de esta acción del Señor lavando los pies de los discípulos, ya lavados y limpios, os hablaba de que el Señor lo había hecho refiriéndose a los afectos humanos de quienes andamos por esta tierra, a fin de que sepamos que, por mucho que hayamos progresado en la justicia, no estamos exentos de pecado, del cual nos limpia después con su valimiento, cuando pedimos al Padre, que está en los cielos, que nos perdone nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Era un símbolo sacramental maravilloso y profundo, un signo de limpieza y salvación, instituido por el Señor. El Lavatorio es parte de la obra del Espíritu en el altar. Ambrosio proporciona un precedente teológico para esta interpretación:

Mi Señor se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua en la jofaina y lava los pies a sus discípulos: también quiere lavarnos los pies. Y no sólo a Pedro, sino a cada uno de los fieles nos dice: "“i no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos". Ven, “Señor Jesús, deja el manto que te has puesto por mí. Despójate, para revestirte de tu misericordia. Cíñete una toalla, para que nos ciñas con tu don: la inmortalidad. Echa agua en la jofaina y lávanos no sólo los pies, sino también la cabeza; no sólo los pies de nuestro cuerpo, sino también los del alma. Quiero despojarme de toda suciedad propia de nuestra fragilidad. ¡Qué grande es este misterio! Como un siervo lavas los pies a tus siervos y como Dios mandas rocío del cielo [...]. También yo quiero lavar los pies a mis hermanos, quiero cumplir el mandato del Señor. Él me mandó no avergonzarme ni desdeñar el cumplir lo que él mismo hizo antes que yo. Me aprovecho del misterio de la humildad: mientras lavo a los otros, purifico mis manchas. Esto, digo, es un misterio divino en el que deben mirar los que realizan el lavado. El agua no es, pues, el misterio celestial, mediante el cual logramos ser dignos de tener parte con Cristo. También hay otra agua con que llenamos la jofaina de nuestra alma… El agua es el mensaje del cielo. “Señor Jesús, deja que esa agua entre en nuestra alma, nuestra carne, que a través de la humedad de esta lluvia reverdezcan los valles de nuestras mentes y los campos de nuestros corazones. Que tus gotas caigan sobre mí y me revistan de gracia e inmortalidad.

Ambrosio declara que el Lavatorio es un encuentro con el Espíritu de gracia, "el agua... del cielo" que transmite "gracia" e "inmortalidad". Era una experiencia espiritual, poderosa que lavaba sus pecados y renovaba su alma.

La celebración

En muchas iglesias pentecostales, el Lavatorio es llevado a cabo junto con la Eucaristía. James L. Cross sugiere que son las dos partes de un mismo sacramento: «El uno entraña el otro y no basta con servir la Comunión. Por necesidad, también debe celebrarse el Lavatorio de los pies de los santos». Sus palabras nos dan una idea clara sobre la manera en que la Iglesia de Dios interpretaba ambos sacramentos. El Evangelio de Juan presenta el Lavatorio dentro del contexto teológico del Bautismo y la Eucaristía. De ahí, se justifica tanto que se celebren juntos o por separado. Lo importante es que demos espacio a cada una de esas interpretaciones. Este sacramento se presta para una variedad de ocasiones y experiencias. El Lavatorio puede celebrarse en conjunto a la Santa Cena como un sacramento de santificación. Jesús lavó los pies de sus discípulos para que "estuvieran limpios". Pablo exhorta a los corintios a que se examinen a sí mismos antes de sentarse a la Mesa del Señor. El Lavatorio es una oportunidad excelente para que los hermanos y las hermanas confiesen sus pecados, se reconcilien en el amor de Dios y que el Espíritu Santo limpie los pecados, tanto de la comunidad, como de cada persona. De igual manera, puede observarse como un sacramento de comisión, pues ha sido asociado con la misión y el ministerio de la Iglesia. Su marco es la misión cristiana. Los cristianos deben recordar que nuestros santuarios y templos son lugares de descanso y refrigerio, pero debemos salir a la obra de Cristo. Hemos sido llamados a los campos y las carreteras. El Lavatorio nos recuerda que nuestros pies se ensucian mientras transitamos por este mundo. Los pies santos son instrumentos del evangelio en nuestros barrios, hospitales, escuelas, cárceles y doquiera haya gente sufriendo. El apóstol Pablo exclamó: « ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!» (Rm 10, 15). Cada vez que recibamos a Cristo en la Santa Cena, debemos acordarnos de la Gran Comisión. El Lavatorio debe ser parte de las ceremonias de ordenación. Jesús lavó los pies de sus discípulos y los envió al mundo. Por ende, como ejemplo del verdadero ministerio cristiano debe ser parte de los servicios de ordenación de hombres y mujeres. Los candidatos y las candidatas al ministerio deben venir ante el altar y la congregación para presentarse a sí mismos como "sacrificios vivos, santos y agradables a Dios" (Rm 12, 1). Entonces, son comisionados al ministerio por sus respectivas autoridades eclesiásticas. A continuación, sus líderes y lideresas deben lavarles los pies para significar su dedicación al servicio. El Lavatorio debe incorporarse a los servicios y las ceremonias de instalación ministerial. Cada vez que una iglesia reciba a un nuevo pastor o pastora, deben lavar sus pies como señal de consagración y dedicación. Esta ceremonia debe estar a cargo de la oficialidad local. Este acto significaría que la congregación ha aceptado a su nuevo pastor o pastora y se ha comprometido a apoyarles. De igual manera, los pastores y las pastoras deben lavar los pies de su nueva congregación como un acto de devoción y servicio. Lo mismo debe ocurrir durante la instalación de los oficiales de la denominación. Al hacerlo, demostramos que somos consiervos y consiervas de la Iglesia (Mc 10, 42-45). Hace varios años, fui llamado como pastor de una congregación donde hubo un conflicto grande con el liderazgo.

Claro, cada parte había tenido que ver en el asunto. Después de unos meses, llevé a cabo un culto de oración con los hombres. Después de la oración, les informé que quería lavarles los pies. Tomé la toalla y una vasija y lavé sus pies. Al final, alguien exclamó: "Jamás había visto que un pastor hiciera algo así". El Espíritu Santo se movió en nuestros corazones y empezó a sanar las heridas del pasado. Los conflictos no desaparecieron, pero la conversación adquirió un nuevo tono. Esa noche, los adversarios se convirtieron en hermanos. El Lavatorio puede ser parte de la celebración del Bautismo para los que deseen confesar sus pecados posbautismales. Recuerde que el Bautismo es un acto de iniciación irrepetible, mientras que el Lavatorio debe repetirse como sacramento de limpieza. Como tal, señala la posibilidad de la restauración. Por lo tanto, es apropiado celebrarlo conjunto al Bautismo. Una vez que haya llevado a las aguas a los nuevos convertidos, haga un llamado al arrepentimiento y la confesión de los pecados en el altar, donde luego, lavará los pies. Ken Archer comenta:

A medida que lavamos nuestros pies, recordamos nuestras propias deficiencias; sin embargo, también experimentamos la declaración de Dios: "Tus pecados te son perdonados". La comunidad descubre que es un pueblo santo y real sacerdocio. El discipulado, la integridad, disciplina y santidad comunal son aspectos integrales de la travesía por el camino de la salvación.

Por supuesto, nada impide que lleve a cabo un servicio dedicado exclusivamente al arrepentimiento y la confesión, los cuales deberían ser importantes para cualquier iglesia que esté en busca de una avivamiento (Hch 3, 19). Muchas veces nuestra adoración es obstaculizada porque hemos contristado o apagado al Espíritu Santo (Ef 4, 30; 1Tes 5, 19). Además, el testimonio de Cristo queda en entredicho cuando no reflejamos su carácter. Cristo nos ha llamado a ser un modelo de unidad y paz, pero duele admitir que hemos fallado. Nuestro Señor nos ordena que amemos y oremos por nuestros enemigos, que seamos "embajadores de la reconciliación" (II Corintios 5:20). En el “sermón del Monte nos dice:

Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga "Necio" a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga "Fatuo", quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda (Mt 5, 22-24, RV 1995).

En ocasiones, nuestra adoración no es olor grato. No podemos acercarnos al altar de Dios con corazones llenos de ira, amargura, conflictos y divisiones. Casi siempre, son conflictos que involucran a comunidades enteras, porque nacen de las diferencias étnicas, económicas y geopolíticas. La Iglesia debe trascenderlos y convertirse en un pueblo profético que anuncie la redención. En este sentido, el Lavatorio puede convertirse en un acto profético que transmita y demuestre la gracia de Dios. Hace unos años, estaba pastoreando una iglesia en una pequeña ciudad del Sur estadounidense. Esta ciudad tiene una larga historia de tensiones raciales. Durante una campaña de avivamiento, invitamos a un coro afroamericano. Esa noche, el Espíritu del Señor empezó a moverse en la música y sentí que debía lavar los pies de mi colega y hermano en Cristo. Mandé a buscar una toalla y una vasija y fui a donde mi hermano para pedirle permiso. Estuvo de acuerdo. Delante de nuestras congregaciones, me arrodillé y lavé sus pies para simbolizar la reconciliación entre nuestras comunidades. No obstante, muchos de mis miembros se enojaron conmigo. El Lavatorio se convirtió en una confrontación profética para esa congregación.

Muchos se vieron obligados a reconocer su pecado de prejuicio racial, pero estaban preparados para arrepentirse y santificarse. Unos meses más tarde, renuncié a mi cargo. Dos años más tarde, recibí una llamada telefónica de parte de uno de los líderes de esa congregación. Durante el transcurso de nuestra conversación, me informó que varias familias afroamericanas se habían unido a la iglesia. Ahora era una iglesia multicultural y próspera. El hermano me dijo: "Nada de eso hubiera ocurrido sin su ejemplo de reconciliación". El Lavatorio es un sacramento de gracia que confronta proféticamente el corazón humano para que sanemos nuestros conflictos. El Espíritu de gracia santifica a la comunidad. Otro de los contextos apropiados es la restauración de los creyentes que están fuera de la comunión. El cuerpo sufre cada vez que un creyente peca de tal manera que la disciplina conlleve su exclusión de la membrecía. El ministerio sufre en su integridad cuando uno de sus ministros o ministras caen en pecado. La iglesia no ha sabido manejar el ministerio de la restauración porque es doloroso. A veces, no ocurre debido a la falta de humildad o arrepentimiento de la parte ofensora. Aún así, debe hacerse todo lo posible para sanar y restaurar la integridad y el compañerismo. En muchos casos, esos fracasos éticos provocan un escándalo público. Por consiguiente, la restauración también debe hacerse en público y el Lavatorio se presta para ello. En tales casos, las personas deben pasar delante de la congregación, recibir la oración y entonces, dejar que su pastor o pastora lave sus pies. Otro de los contextos apropiados es el fomento de la unidad. Como pastor, he tenido el privilegio de participar en varias asociaciones ecuménicas. En muchas ocasiones he participado en la planificación de servicios comunitarios, tales como el Día Nacional de Oración, Semana Santa y otros. Por lo general, el público está compuesto por los miembros de varias tradiciones. Es triste que algunas iglesias prohíban la confraternización con otras denominaciones. Los organizadores tratan de evitar la celebración de la Comunión. A menudo, en su lugar, he sugerido que llevemos a cabo el Lavatorio y casi siempre he recibido una respuesta afirmativa. Recuerdo un servicio en que un sacerdote católico lavó los pies del pastor metodista. En otra ocasión, unos treinta pastores hicieron lo mismo frente a las escalinatas del Tribunal del Condado. Este sacramento es una expresión visible de la Iglesia como la comunión del Espíritu Santo, que extiende su gracia a todos los hermanos y las hermanas en Cristo. Los himnos y las canciones deben reflejar los temas de la peregrinación espiritual, confesión, limpieza, restauración, servicio y misión.

Etiqueta

Mientras prepara el servicio, tenga en cuenta varias cosas. En primer lugar, siempre es aconsejable que, por modestia, separe a los sexos. Ello no implica que los envíe a cuartos separados, sino que ubique estaciones a ambos lados del santuario. De esa manera, estarán juntos en el servicio. Muchos no participan en el Lavatorio por razones de salubridad. Se oponen a poner sus pies en el agua que haya sido usada por otros. Este problema se resuelve fácilmente con el cambio del agua, una vasija y toallas frescas para cada persona. Como sacramento de humillación, es aconsejable que los líderes y las lideresas laven los pies de la congregación. Ese orden nos recuerda que el que quiera ser el mayor, deberá ser el siervo de los demás.

Daniel Tomberlin, en academia.edu/


Almudena Alegre Hernándo

VII.- Terapia familiar aplicada a la violencia de género en la pareja. Estudio de caso.

“La historia explica el presente, pero nunca cierra el futuro”. (Boris Cyrulnik)

A lo largo de este apartado, se presentará un caso a través del cual se podrá detectar diferentes aspectos de la terapia sistémica que se han tratado en este trabajo.

7.1- Derivación del caso

Antes de comentar las características de este caso, es importante señalar que esta intervención se produce en otro país, concretamente en Venezuela.

La derivación se realiza a través de la ONG que estaba interviniendo con esta mujer a través del programa de capacitación laboral para mujeres y de apoyo escolar y ocio y tiempo libre con los menores.

Se trata de una mujer A.G., de 39 años de edad, víctima de VGP con tres menores a cargo.

7.2.- Demanda

A.G. solicita apoyo psicológico tras la separación de su pareja hacía casi un año.

Demanda apoyo en dos ejes de intervención:

       A nivel individual, apoyo para desvincularse afectivamente de su pareja.

       A nivel familiar, apoyo en su papel como madre.

7.3.- Genograma

El genograma se refiere al momento que se hizo la intervención con esta familia, en el año 2011.

7.4.- Historia de la familia y sucesos importantes

       1994.- Inicio de la relación y convivencia casi inmediata

       1995.- Primer episodio de violencia física durante el embarazo. Nacimiento de P. Ma.

       1997.- Nacimiento de M.A.

       2000.- Intento salida del hogar pero vuelve con él por razones vinculares y dificultades para sobrevivir.

       2001.- Nacimiento de L.

       2004.- A.G. inicia programa de apoyo nutricional y de capacitación laboral en la ONG. Aumento de la violencia. Episodio de violencia más grave.

       2005.- Abandono del programa de capacitación laboral.

       2009.- Descubrimiento infidelidad de P.M. Abandono de la familia por parte de P.M. Último episodio de violencia física.

       2010.- Contacto con la ONG: programa de capacitación laboral para mujeres y de ocio y tiempo libre para los menores.

       2011.- Solicitud de apoyo psicológico.

7.5- Familia de origen de A.G.

A.G. es la segunda hija, teniendo un hermano mayor y otro menor que ella. Al igual que su familia, es de origen colombiano. Toda su familia reside en Colombia. Ella se estableció en Venezuela cuando conoció a P.M.; quien era de Venezuela.

Define la relación entre sus padres como exclusiva, en la cual su madre estaba más pendiente de su marido que de los hijos, “estaba enamorada, ciega y sólo vivía por y para él”. Según su relato, su padre tenía un tratamiento diferencial hacia sus hermanos, valorando más a sus hijos que a su hija (“mi padre jugaba con mis hermanos a juegos de chicos pero nunca tuvo ojos para mí”). Recuerda a su padre como frío y distante.

7.6.- Establecimiento de la pareja conyugal

Conoció a P.M. en el trabajo. Ella trabajaba en un colmado, en la zona de frontera entre Colombia y Venezuela. Refiere que sintió que era “el amor de su vida”: “me trataba muy bien”, “era como en los cuentos”, “por fin me sentía querida”.

Al poco tiempo, comenzaron a convivir juntos, estableciéndose en Venezuela, dejando su trabajo y su país.

Recuerda los inicios de la convivencia con cierta tensión, con dificultades para ponerse de acuerdo y con comportamientos celosos. Ella justificaba los celos, diciendo: “no me importaba que fue celoso porque así sabía que me quería”.

A los pocos meses, se quedó embarazada.

7.7.- Historia de violencia

El primer episodio de violencia física se produjo durante el embarazo. Con anterioridad, refería insultos, menosprecios y humillaciones.

Situaba este primer episodio de violencia en su embarazo. Recordaba que fue un día en el que se encontraba mal y no tenía preparada la comida. Cuando su marido llegó, comenzó a criticarla, insultarla, llegando finalmente a la agresión física.

A partir de entonces, se sucedieron diferentes episodios agresivos, de origen  arbitrario. En una ocasión A.G. intentó salir del hogar pero volvió “porque lo quería”; “me prometió que nos iba a ir bien” y “tampoco tenía dónde ir”. Así mismo, solicitó apoyo a la ONG, dentro del programa de apoyo nutricional y de capacitación laboral, que finalmente abandonó por incremento de la violencia.

Tras varias sospechas de infidelidades por parte de él, ella se planteaba la ruptura definitiva de la relación, sin embargo, él abandonó a su familia (mujer e hijos/a), mudándose a otra ciudad (Caracas) para convivir con su nueva pareja.

7.8.- Dinámica familiar

Del relato de A.G. se desprende proximidad entre el hijo mayor y el padre. Señalaba que P. Ma se parecía mucho a la familia de P.M y a P.M, cumpliendo el deber delegado de padre a hijo. “El hombre de la casa era mi marido, pero cuando él se tenía que ir de viaje por razones laborales, le encargaba a nuestro hijo mayor, ser el hombre de la casa”. “La relación entre los dos era muy estrecha”. Continuaba “mi marido decía que estaba seguro de que P.Ma era hijo suyo, porque era como él, pero de los otros dos... de los otros dos decía que a saber... a saber quiénes eran sus padres porque yo era una... porque yo era una... una cualquiera”.

7.9.- Hipótesis

       Hipótesis 1: “Las carencias nutricias en la familia de origen de A.G. afectan a la elección de pareja, estableciendo una relación de alta exclusividad, con un contrato implícito imposible de cumplir, en el que todas las necesidades se cubren en la pareja”.

       Hipótesis 2: “Relación de pareja asimétrica rígida, donde él ocupa una posición one-up y ella one-down”.

       Hipótesis 3: “La violencia se produce en una unidad familiar, de tal manera que afectará a la estructura y dinámica relacional de toda la unidad familiar”.

7.10.- Intervención

En los siguientes cuadros se recogen las intervenciones realizadas, teniendo en cuenta los dos ejes de demanda definidos en el apartado 7.2.

       A nivel individual:

Objetivos:    

-        Comprender la dinámica del maltrato en la pareja.

-        Fomentar una identidad resiliente.

-        Promover la reelaboración del trauma.

-        Favorecer la desvinculación afectiva.

-        Fomentar el control y manejo de emociones tales como culpabilidad, tristeza, miedo etc.

Técnicas:     

-        Análisis de la dinámica relacional.

-        Revisión la historia de la familia de origen de A.G.

-        Análisis de la historia de pareja y de la historia de maltrato.

-        Análisis y ampliación de acontecimientos extraordinarios.

-        Construcción de una narrativa más funcional (“mujer que fue capaz de...”).

-        Cuestionamiento de mitos románticos.

-        Análisis emociones y externalización.

-        Ritual de “despedida”.

-        Proyección al futuro a pesar del pasado.

-        Orientación a recursos comunitarios: programas de apoyo, red social etc.

Enfoques teóricos:  

-        Estratégicos.

-        Comunicacionalistas.

-        Narrativistas.

-        Transgeneracional.

       A nivel familiar. Evolución    Positiva.

Objetivos:    

-        Promover una estructura familiar donde se diferencie el sistema parental del filial.

-        Reconocer a los otros miembros de la familia en su dolor por lo vivido.

-        Reforzar a A.G. en su rol materno.

-        Reforzar el subsistema fraternal.

Técnicas:     

-        Expresión emocional.

-        Técnicas de reparación y reconocimiento del dolor.

-        Análisis de roles y mapa familiar.

-        Diferenciación de subsistemas.

-        Intensificación de la relación en el subsistema fraternal.

Enfoques:    

- Principalmente estructuralista.

Evolución:    

- Positiva

Generalmente, los procesos de intervención no son lineales, sino que, tal como la propia palabra señala son procesuales, de tal manera que, en determinados momentos hay ciertos retrocesos o estancamientos así como aspectos más difíciles de cambiar y otros más fáciles.

Los estancamientos coinciden con las áreas más difíciles de cambiar, más resistentes al cambio y/o asociados a elementos cruciales, donde existe cierto desequilibrio entre el área a abordar y los recursos personales y/o sociales del cliente; es decir, donde hay un desequilibrio entre los factores mantenedores del problema y los recursos para el cambio, teniendo mayor peso los primeros. Por otra parte, no es extraño que las áreas en las cuales los avances son más complicados de conseguir, tengan relación con lo emocional, lo afectivo, lo nutricio, lo vincular y con aquellos constructos nucleares de nuestra propia identidad y narrativa personal y/o familiar.

Atendiendo al eje individual de esta intervención, en este caso, como en muchos otros, uno de los aspectos que más intensidad de intervención requirió fue el asociado con lo emocional y con la vinculación: la desvinculación afectiva y la disolución del vínculo.

Si bien en esta ocasión, no se produjo una vuelta a la relación, probablemente porque P.M. había iniciado otra relación que había supuesto un cambio de ciudad, A.G. refería una intensa vinculación hacia su expareja, calificándola de necesidad. Si abrimos el foco a la historia afectiva de A.G. en su familia de origen, quizá pueda comprenderse esta dificultad para elaborar la pérdida de un vínculo, a pesar de ser un vínculo traumático y violento. La sensación de falta de nutrición emocional de A.G en su propia familia de origen así como la alta apuesta emocional que ella consideraba había hecho son factores que pueden estar influyendo en esta dificultad para la disolución del vínculo. Por otra parte, A.G. sentía que había primado su relación de pareja a ella misma, porque la propia relación le daba identidad (“ser mujer  de”, “sentirse querida por”). Esa primacía de ese vínculo también se detectaba en el análisis del ciclo de violencia, donde en las diferentes fases, “intentaba salvar la relación que le daba sentido”. En cierto modo, se puede detectar cierta pseudomutualidad, puesto que había sacrificado su identidad para preservar el sentimiento de pertenencia a esa relación.

Es muy difícil determinar qué aspectos concretos influyen en la evolución de una intervención. De tal manera que el trabajo en la desvinculación, fue asociado a la (re)construcción de su propia identidad así como a la reelaboración del trauma y afianzamiento en su propio criterio. En ese proceso, también afloró la parte más emocional con vivencias persistentes de tristeza y culpabilidad.

Como he indicado anteriormente, la intervención es un proceso, con partes más fáciles y más difíciles, con avances y estancamientos. Quizá la parte más psicoeducativa, relacionada con la comprensión de la dinámica relacional del maltrato, fue la más sencilla, dado que apela a lo racional, siendo lo emocional siempre un reto mayor.

Es importante tener en cuenta el momento en el que se demanda una intervención. En este caso, A.G, mantenía esa fuerte vinculación afectiva pero, en su historia de maltrato, había habido un intento de salida del hogar, que demostraba capacidad para salir adelante así como acumulación de hechos que le hacían cuestionarse la continuidad de la propia relación (descubrimiento de infidelidad).

Considero que la intervención familiar supuso mayor complejidad que la individual, con especial dificultad en la recuperación de la relación madre- hijo mayor.

Pienso que conceptos sistémicos como la diferenciación de sistemas familiares y de roles asociados a esos holones son de gran ayuda para favorecer el análisis de la dinámica familiar y promover en los miembros de la familia ese análisis y reflexión.

En diferentes sesiones, fue posible acercarse al dolor de cada uno de los miembros de la unidad familiar, especialmente al de P.Ma. No hay que olvidar que P.Ma fue el hijo que mayor tiempo estuvo inmerso en un contexto de violencia. Así mismo, la cercanía a su padre, dentro de un mandato delegado de “ser el hombre de la casa” cuando él no estaba, suponía un rol más próximo a pseudopareja de su madre que de hijo, a “jefe de familia” y le otorgaban poder y funciones que no le correspondían como hijo. Es decir, dentro de una estructura familiar vertical y patriarcal, P.M. delegaba a su hijo su posición y sus funciones cuando él no estaba. Esta delegación afectaba negativamente a la relación madre e hijo, evidenciándose, sobre todo, cuando P.M. abandonó a su familia. Este abandono, que se inserta en el ciclo vital familiar, también se entremezcla con el propio ciclo vital individual de P.Ma., que se encuentra en la adolescencia, etapa crucial y complicada por ser el tránsito entre la infancia y la juventud.

El análisis de los roles que P.Ma había ocupado en su familia permitió diferenciar los distintos subsistemas familiares, reconociendo P.Ma que “a veces hablaba a su madre con la voz de su padre”, “que a veces se comportaba más como si fuera la pseudopareja de su madre que su hijo” etc. Este mismo análisis con la madre permitió descubrir cuándo estaba hablando P.Ma por él mismo o por la voz delegada de su padre. Este mismo análisis, permitió a A.G. percibir, desde la circularidad, su importancia de rol de madre porque para que P.Ma pudiera ocupar su rol de hijo, se necesitaba que A.G. ocupara el de madre y así sucesivamente.

El trabajo así planteado permitió recuperar la relación entre madre e hijo mayor, sin embargo, generó sentimientos de rabia de P.Ma hacia su propio padre, aspecto que apenas se trabajó y que hubiera sido conveniente profundizar, quizá dentro de un formato individual ante la imposibilidad de planificar sesiones con el padre.

La intervención abrió caminos hacia la reparación, el reconocimiento del dolor por lo vivido, la intensificación de la relación en el subsistema fraternal, aspectos que fueron más fáciles de abordar una vez se trabajó el mapa familiar así como los roles en los que estaba entrampada esta familia debido a la situación de VGP.

En la exposición anterior, se ha explicado cómo se pasó de esa perspectiva de intervención individual a una familiar. Sin embargo, ¿cómo podemos aplicar el otro eje tratado en este trabajo a este caso concreto?

La VGP que sufrió A.G. se ubica en el ámbito privado, en su domicilio. Sin embargo, es posible abrir el foco al ámbito social.

A nivel macrosistémico, la cultura patriarcal afectaba a la propia relación de pareja, reproduciéndose esa asimetría hombre- mujer en la dinámica relacional y, además, P.M. usaba la violencia para mantener e incluso “legitimar” esa desigualdad. De hecho, esta familia se ajustaba al modelo de familia vertical, donde existía un “jefe del hogar” (P.M. o P.Ma por delegación de P.M). Este modelo aún es validado y no cuestionado por diferentes culturas, como la nuestra o la cultura latinoamericana. Así mismo, la permisividad del uso de la violencia para mantener el poder también es un elemento cultural que, desgraciadamente, se tolera.

En cuanto al exosistema, existía la “legitimización institucional de la violencia” (concepto señalado en el apartado 3.1 de este trabajo). Otros elementos propios de este nivel apelan a la existencia de legislación pero no de recursos para atender esta problemática social, a la transmisión de mitos románticos e ideales de amor a través de novelas, telenovelas y de los medios de comunicación, apoyo institucional insuficiente etc.

A nivel microsistémico, me centraré en aspectos relacionados con la familia de origen de A.G. A.G. apelaba a la falta de cariño y de amor en su propia familia de origen. Esta vivencia de carencia afectiva influyó en su deseo de salir del hogar familiar, incluso abandonando su país, cuando conoció a alguien “que la quería de verdad”. Pienso que esa carencia emocional que refería A.G. reduce su capacidad para elegir libremente pareja, sintiendo que necesita a “un salvador”, “a alguien que la rescatase de su propia familia de origen”. A.G. apenas tenía comunicación con su propia familia de origen. Si bien apuntaba a la distancia física (vivían en otro país), la distancia emocional era más determinante. No compartía con su familia lo que estaba viviendo, de tal manera que éstos no eran conocedores de lo que ocurría. Su principal fuente de apoyo se encontraba en la ONG, donde participaba en el programa de capacitación laboral. A.G. amplió su red social gracias a este programa, encontrando personas y amistades que supusieron una importante fuente de apoyo emocional e instrumental. La propia capacitación laboral y la creación de amistades permitió que A.G. se redescubriera en otras identidades, en otras facetas y en otros selves. Es importante resaltar que el propio programa de capacitación laboral apostaba por el empoderamiento de las mujeres, no sólo a nivel laboral, sino social, de participación comunitaria etc., atendiendo siempre a la importancia de tejer redes de apoyo en la propia comunidad.

En mi opinión, la grandeza de la terapia es que siempre abre caminos. En este caso, un camino que no se abrió pero que quizá se podía haber abierto, siempre con el consentimiento y la voluntariedad de A.G., podía haber sido un trabajo más específico con su propia familia de origen, que hubiera abordado esos sentimientos negativos en el peor de los casos y ambivalentes en el mejor, de A.G. hacia su propia familia de origen, especialmente, hacia sus padres.

Finalmente, señalaré que no se realizó ninguna intervención con P.M. No se pudo trabajar con él ni aspectos relacionados con el maltrato ni su identidad de pareja así como su rol como padre.

VII.- Conclusión y opinión personal

“Te quiero libre y me quiero libre contigo”. (La Otra. Cantautora)

Lejos de la lucha idiomática sobre si la VGP debería llamarse violencia machista, violencia contra las mujeres, terrorismo patriarcal etc, considero importante recordar que la VGP es un tipo de maltrato que se produce en las relaciones íntimas, al igual que otros tipos de maltrato: violencia filioparental, maltrato infantil, violencia doméstica, violencia conyugal etc.

Este tipo de violencia se produce en un contexto de afectividad, donde se supone que existe amor, respeto e intimidad. Surge en una relación donde se ha realizado una apuesta emocional y donde se han mostrado las propias vulnerabilidades y fragilidades.

Entender cualquier maltrato en general y éste en particular como un suceso que ocurre en el ámbito privado, dentro del hogar, implica una incorrecta comprensión de esta violencia, obviando su carácter estructural, así como los componentes macro, exo y microsistémicos. El modelo ecológico aplicado a la VGP permite promover acciones y actuaciones en los niveles señalados.

Abrir el foco de análisis de este grave problema, permite plantearnos interrogantes que, aunque no estén directamente asociados con esta lacra social, sí que lo están indirectamente:

       ¿Cómo construyo mis relaciones de pareja?

       ¿Qué mitos sobre el amor mantengo? ¿Son constructivos o no?

       ¿Valido la violencia en alguna de sus formas?

       ¿Cómo gestiono y negocio las diferencias?

       ¿Cómo me sitúo en las relaciones de pareja: desde la simetría o desde la complementariedad? ¿Qué peligros implican esas puntuaciones si se vuelven rígidas?

       ¿Cómo manejo las dos fuerzas que se producen, irremediablemente en la pareja: fusión y diferenciación? ¿Cómo le permito manejar a mi pareja ambas fuerzas desde la circularidad?

       ¿Cómo me sitúo ante un caso de VGP: desde el moralismo, la culpabilización a la mujer, el rechazo y desconfirmación del hombre etc?

Una idea repetida a lo largo de este trabajo es que este tipo de violencia se produce en una unidad familiar, sin embargo, parece que este maltrato se ha entendido, mayoritariamente, a nivel individual. Además, en muchas ocasiones, se ha marcado una única dirección: la denuncia.

En este sentido, considero que:

       La mujer es libre y autónoma para tomar decisiones tales como la denuncia. El inicio de procesos legales y penales implica juicios, peritajes, posibles nuevas amenazas, culpabilizaciones, posibles acusaciones etc, que, en ocasiones, son vividas de manera

negativa por parte de las mujeres. Si bien considero que esta decisión es de la mujer, creo fundamental trabajar la seguridad personal de las mujeres y menores en contextos de violencia (a través de un plan de huida, activación de la red social y profesional, petición de ayuda etc.)

       En cualquier caso, prevalece el bienestar del y de la menor; de tal manera que si se encuentra en una situación de desamparo, será preciso activar contextos de control.

       El trabajo en red de los diferentes sistemas (Servicios Sociales, asistencialistas, policiales, jurídicos, educativos, sanitarios etc.) así como la perspectiva familiar pueden ser elementos claves para un abordaje integral de la VGP.

       Las intervenciones en VGP, al igual que cualquier problemática, no existe fuera de su contexto y de las personas que la viven. Por este motivo, considero pertinente revisar modelos profesionales que encaminan las intervenciones hacia una única opción, sin entender la propia idiosincrasia del caso. Puede ser que haya mujeres que no quieran dejar, definitivamente, la relación. Ante esta situación, es posible encontrarse diferentes situaciones. Puede ocurrir que haya mujeres que no quieran dejar la relación y que sus parejas sean, en algún modo conscientes, de su violencia. Quizá esta situación sea la más idónea porque hay cierto consenso en que algo (la violencia) no funciona, lo que puede predecir una evolución más favorable. Desde mi punto de vista, en este supuesto, se podría plantear terapia de pareja previa consecución del cese de la violencia. Por otra parte, puede darse una situación, a mi parecer, menos ideal. Sería aquélla en la que ella no quiere dejar la relación y él no es consciente ni se hace responsable de su violencia. En mi opinión, ésta es la situación más compleja para el sistema profesional. Trabajar la seguridad de la mujer (a través de planes de supervivencia y/o de huida) siempre es necesario pero, pienso que en este caso es imprescindible. Así mismo, se puede plantear una intervención que le permita recuperar espacios de la pareja, generando una dinámica relacional más simétrica, así como empoderarla y centrarse en su propia autoestima y valía personal. Ante este tipo de intervenciones, es importante atender al posible riesgo que puede tener la mujer, puesto  que puntuar las secuencias comunicativas desde la simetría puede suponer un incremento del nivel de riesgo, de agresión y agresividad por parte de su pareja. Por lo tanto, los planes de supervivencia que primen su seguridad y protección son esenciales. No es de extrañar que este tipo de intervenciones ayuden a la mujer a tomar conciencia de la situación y, ante la ausencia de cambio por parte de su pareja, pueda plantearse, en un futuro, el abandono de la relación. Sin embargo, será ella quien decida la ruptura de pareja en el momento que ella considere preciso y no sea el o la profesional quien tome la decisión por ella, es decir, no se producirá una delegación en el sistema profesional de una decisión personal. Entre estas dos situaciones descritas se da un amplio abanico que requerirá una valoración profesional individualizada y que debe ser respetuosa con la capacidad de decidir que tiene cada persona. Esta última apreciación no obvia nuestro deber de poner en conocimiento, cuando así sea necesario y cuando valoremos oportuno, determinados hechos y delitos a las instancias judiciales correspondientes. A diferencia del maltrato infantil, la violencia de género con convivencia (la convivencia siempre supone mayor riesgo) suele afectar, mayoritariamente a personas mayores de edad, por lo tanto, el debate de cuándo denunciar, desde el sistema profesional social, terapéutico y asistencial, está abierto. Si bien la normativa es clara en este sentido, abogando por denunciar siempre que se tenga conocimiento de un caso delictivo, la realidad social siempre es mucho más compleja y requiere de un análisis individualizado y exhaustivo que permita valorar la intervención más adecuada para cada caso, sobre todo, cuando es el propio sistema profesional quien activa la denuncia. En esta situación, considero fundamental reflexionar sobre cómo se va a comunicar a la mujer esa decisión y qué medidas de protección puede ser utilizadas por la propia mujer.

       Importante recordar que los y las profesionales formamos parte de la intervención. Como señala la segunda cibernética, somos sistemas observantes y coconstruimos la realidad junto a las personas con las que intervenimos.

Respecto a los hombres que ejercen violencia, pienso que el tratamiento e intervención con este colectivo ha tenido un carácter residual. En mi opinión, esta situación debería atenderse puesto que:

       Cualquier intervención es, en última instancia, prevención y reduce la incidencia.

       Diversos estudios afirman que el aislamiento social de los hombres que ejercen maltrato favorece la aparición y mantenimiento de la violencia así como reduce el control de la conducta.

       En última instancia, estamos ante una persona, a la que es importante humanizar. Si bien es cierto que, como profesionales, debemos valorar y conocer nuestras capacidades, limitaciones, habilidades y resonancias para determinar si podemos o no trabajar con este colectivo.

No quisiera finalizar este trabajo sin hacer mención a las dos líneas de pensamiento en el estudio de la violencia que señala Eduardo José Cárdenas (2000), que, cuanto menos, invitan a la reflexión:

       Una línea de pensamiento , muestra al ser humano con una marcada tendencia a tener interés por lo idéntico y a temer lo diferente, haciendo valer el poder de la masculinidad, defendiendo lo propio y destruyendo lo distinto (Héritier y Ravazzola)

       La otra línea de pensamiento, muestra al ser humano con interés profundo por lo diferente, en este caso, el otro género, estando dispuesto a cuidarlo con su poder, incluso cuando ese cuidado se pueda transformar en intrusión, control y destrucción (Madanes y Guevara). Para Madanes, la violencia es la contracara del amor.

Con muchos interrogantes aún sobre esta problemática, se detecta la complejidad de cualquier tipo de maltrato en general y de éste en particular, así como de la indudable experiencia de sufrimiento de las unidades familiares inmersas en un contexto de violencia.

Son numerosos los retos que, a nivel profesional y como sociedad, se nos abren para erradicar y/o minimizar el impacto de la violencia de género en las mujeres y menores que lo viven así como los desafíos de intervención y rehabilitación de los hombres que ejercen violencia. La investigación, el análisis, la formación, entre otros, son claves para conseguir avanzar en la comprensión, en la prevención y en la intervención en casos de VGP. Desde mi punto de vista, una visión holística y sistémica puede ayudar al sistema profesional a entender esta violencia y a planificar intervenciones que atienden, no sólo al plano individual, sino también al ámbito familiar. Así mismo, el enfoque integral de este problemática, requerirá la actuación de diferentes contextos de intervención: contexto terapéutico, de control, en algunos casos también asistencialista etc. Un buen trabajo en red garantizará ese enfoque integral, dado que la VGP se puede definir como una problemática social, pero también como un delito, así como una situación que sufre la familia etc. Diferentes definiciones y visiones coinciden en la crudeza de este tipo de violencia.

Sin olvidar ese sufrimiento y dolor, pero atendiendo a la capacidad resiliente de cada persona y de las relaciones más próximas, este trabajo ha pretendido definir y ubicar la violencia de género en su plano social y familiar, trascendiendo el ámbito privado y la perspectiva individual.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Almudena Alegre Hernándo

VI.- Intervención en violencia de género en la pareja

La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido, la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma. (Boris Cyrulnik)

Siguiendo a Valentín Escudero (2011), “la atención terapéutica en casos de violencia de género requiere el trabajo con:

       Las madres, para ofrecerles el apoyo y las herramientas necesarias para tomar consciencia del problema, y posibilitar el cambio y salida de la situación violenta (ya sea la separación, ya sea el cambio en la relación violenta). Esto implica un trabajo a nivel

terapéutico que ayude a las madres a reparar las secuelas del maltrato, a nivel psicoeducativo que promueva habilidades parentales y un trabajo a nivel social que proporciona recursos socioeconómicos para construir un hogar seguro y responder a las necesidades de cuidado de la familia.

       Los niños y las niñas, para atender a las secuelas y dificultades de desarrollo resultantes de sufrir y/o presenciar la violencia de género.

       La familia, para promover un sistema basado en el apego seguro entre sus miembros. Esto implica un trabajo tanto con la madre y los/as niños/as y adolescentes así como con la familia extensa y figuras de confianza que ayude a redefinir el sistema para

potenciar relaciones basadas en la proporción de afecto incondicional, de protección y de límites adecuados a las características y necesidades particulares de los/as menores”.

Por su parte, en la propuesta de Navarro Góngora (2015), los objetivos de intervención serían:

       La seguridad de todas las personas implicadas en la historia de violencia.

       Victimario: finalización de la violencia.

       Víctima: volver a recuperar el control de su vida.

       Hijos/as: reparar el daño que sufrieron y recuperar su infancia lo más normal posible.

       Entablar relaciones de colaboración con el sistema profesional implicado en el seguimiento de la situación de violencia.

No es posible hablar de intervención sin nombrar la evaluación, puesto que ambas se entrelazan. La evaluación inherentemente va unida a la comprensión.

La evaluación es fundamental de cara a la intervención, ya que permite formular hipótesis, comprobarlas, comprender la dinámica y estructura familiar y planificar una intervención ajustada a la propia persona y/o familia. Recogida de información y terapia forman parte del mismo proceso.

Barudy (1998) expone que la evaluación es un procedimiento destinado a:

       Comprender la naturaleza de los malos tratos y las características de los mismos (indicadores directos e indirectos).

       Determinar el grado de urgencia de la intervención, conociendo cuáles son los factores de riesgo, el nivel de daño sufrido por el niño o la niña y el riesgo de reincidencia.

       Evaluar la dinámica familiar, en cuanto a sus aspectos disfuncionales, sus recursos así como su plasticidad estructural para determinar su posibilidad de cambio.

       Conocer la red de instituciones y profesionales que se ocupan de la familia así como la red social informal.

       Proponer medidas de protección de los niños, niñas y adolescentes y la ayuda terapéutica más adecuada para los niños y niñas y sus familias.

La recogida de información es intervención, puesto que desde el comienzo, se establecerá la alianza terapéutica que permitirá conocer y comprender a cada persona así como a la unidad familiar y, por otra parte, favorecerá el establecimiento de hipótesis de trabajo que proporciona una intervención ajustada a cada persona y/o unidad familiar.

Es imprescindible recoger información sobre (Meninos, 2002):

       Los padres, madres o personas que los/las cuidan (historia previa, genograma, historia conyugal, denuncias presentadas, intervenciones terapéuticas anteriores, reconocimiento de las dificultades, motivación para el cambio, problemas de salud, adicciones, etc.)

       Los y las menores (historia previa, situación escolar, motivación e intereses, relaciones con iguales, competencias en la resolución de conflictos, capacidad de autocontrol, tolerancia a la frustración, expectativa de futuro, limitaciones físicas, psíquicas o emocionales, daño como trauma relacional, intervenciones anteriores, adicciones etc).

       Las relaciones familiares (genograma, relaciones con miembros de la familia nuclear, familia extensa, vinculación afectiva etc.)

       Relaciones con la comunidad

       Situación económica.

Por otra parte, uno de los elementos más estrechamente relacionado con las percepciones de la VGP y con la actitud de los miembros hacia la posibilidad de cambio es el fenómeno de la negación (Fraenkel, Sheinberg & True, 2004).

La negación puede entenderse a cuatro niveles: negación de los hechos, de consciencia, del impacto y/o de la responsabilidad.

Uno de los objetivos iniciales importantes en estos casos es el trabajo de la negación en cualquiera de sus dimensiones para promover el cambio.

6.1.- Aportaciones psicoterapéuticas en la intervención en violencia de género en la pareja

Siempre se menciona la importancia del contexto terapéutico y del sistema terapéutico. La creación y coconstrucción de un marco donde consultante y terapeuta sientan seguridad. Si bien la seguridad siempre es fundamental, en casos en los que la violencia está presente, es una máxima, dado que las personas tienen una historia previa del que se deriva el mensaje que las relaciones íntimas son peligrosas y pueden dañar.

Diferentes autores/as abordan modelos psicoterapéuticos para la intervención en VGP, existiendo descripciones detalladas de modelos cognitivos- conductuales para la intervención en este tipo de violencia.

Sin negar la idoneidad de estos modelos, en este apartado comentaré el modelo propuesto por Navarro Góngora (2015). A mi entender, este modelo permite intervenir en la historia de maltrato, que también está inserta en una historia afectiva. Considero que este enfoque se deriva de una perspectiva narrativista, de tal manera que en la intervención se atiende al significado de los hechos sucedidos en la historia afectiva y de violencia así como a la identificación de puntos de inflexión que permita a la mujer tomar conciencia de lo que está sucediendo.

Esta propuesta de Navarro Góngora (2015) entiende la violencia como un proceso y relaciona las fases de una historia de violencia crónica con diferentes estrategias de intervención:

       Primera etapa de la historia de violencia. La mujer se mueve entre una minimización de las agresiones y la negación total de lo que ocurre. Sin embargo, al mismo

tiempo que minimiza la violencia, percibe lo que ocurre y la distancia emocionalmente de su pareja. Desde la primera agresión, se produce una menor disponibilidad afectiva aunque no pueda reconocerlo. Persiste la ambivalencia: trata de prevenir las agresiones y trata de continuar con la relación. La creencia de que él tiene una parte buena o que tiene cierto compromiso con la relación, puede inducirla a “rescatar la parte buena de su pareja”, a devolverlo al buen camino, primando la relación a la violencia. La minimización también se ve afectada puesto que él insiste en que el problema es ella, no la violencia que él ejerce. Desde mi punto de vista, mitos de salvación de la pareja y de compatibilidad del amor y violencia así como apostar por la relación a pesar de la violencia (primacía del vínculo sobre la violencia) pueden estar desempeñando un papel importante en esta primera fase.

Navarro Góngora propone estas estrategias de intervención acordes a esta fase:

o        Comprender dicha ambivalencia.

o        Plantear la realidad de la agresión, la cual es evidente y no anecdótica (acumular evidencias).

o        Necesidad de protegerse de esa violencia (protegerse no significa tener que romper la relación, repudia la violencia y no exactamente a la persona).

o        El significado de esa violencia: qué dicen las agresiones de la relación (¿es amor?), de la persona que golpea (¿es de quién me enamoré?) y de la valoración que el que golpea tiene de su pareja (¿ve algo positivo en mí?, ¿golpeamos a alguien cuando percibimos algo positivo en él/ella?).

       La violencia en la etapa crónica. Esta fase se caracteriza por la pérdida de confianza en el criterio propio a favor del de su pareja, estando también presentes el terror, el sometimiento, el aislamiento social, el funcionamiento intelectual impreciso, las dudas, falta

de autoestima así como sintomatología postraumática, ansiedad, depresión y otros posibles problemas físicos y psicológicos. En esta fase, el proceso de acumulación de episodios sigue su curso y además, se atribuye significado a lo que está pasando. Aparecen puntos de inflexión que revelan la verdadera relación, acentuándose la distancia emocional, redefiniendo la imagen de su pareja y la suya propia. Se construye una nueva imagen de la relación, de la pareja y de quién es la víctima para el agresor y de la víctima misma, acumulándose hechos, significados y puntos de inflexión. Sólo es posible acumular si se confía en el propio criterio. De tal manera que, para las mujeres que se someten al criterio de él y no validan el suyo propio, será muy difícil o incluso imposible salir de la violencia.

En esta fase, el autor propone:

o        Ayudarles en el proceso de acumulación, identificando ciertas conductas de la pareja como actos violentos y como una pauta de violencia

 

o        Identificación de episodios violentos que suponen una diferencia con respecto a lo que venía pasando (puntos de inflexión), señalando episodios que son nuevos en el patrón de violencia, con el mensaje explícito de que si la violencia cambia, será a peor.

 

o        Identificar el significado, en términos relacionales y personales de esos episodios de violencia.

 

o        Las estrategias anteriores permiten afianzar la confianza de la mujer en su propio criterio.

       La etapa final de la historia de violencia. La ambivalencia es sustituida por la confianza en el propio criterio y continúa el proceso de acumulación anteriormente descrito. Aparecen los puntos de no retorno, es decir, agresiones que suponen una diferencia con respecto a las agresiones previas y que tienen un carácter marcadamente peligroso. Campbell et al (1998) identifican los siguientes puntos de no retorno: la violencia de ella, su independencia económica, la infidelidad de él, su violencia extrema, ella se define como maltratada y los hijos/as son objeto de violencia. En esta fase, se inician y consolidan las  salidas del hogar, demostrándose a sí misma que puede salir de la relación pero, por otro lado, pueden existir sentimientos que le unen a su pareja, ambivalencia también comprobada en rupturas de relaciones no violentas. En mi opinión, estos puntos de no retorno así como los de inflexión señalados en la etapa anterior, se pueden relacionar con el concepto desarrollado por Perrone y Nannini (1997) de “consenso implícito rígido”, que supone una especie de contrato o acuerdo que comprende tres aspectos: espacial (territorio donde se admite la violencia), temporal (momento en el que se desencadena la interacción y la cronología de los hechos están predeterminados, de tal manera que son momentos ritualizados en los que es muy probable que irrumpa la violencia) y temático (circunstancias o contenido de comunicación que desencadenan el proceso). El consenso implícito rígido no permite metacomunicación y la transgresión de las reglas implícitas del consenso explica la súbita denuncia de la violencia oculta durante años.

Gondolf (2002) señala que salir de una relación violenta sigue una trayectoria similar a salir a una adicción, con recaídas frecuentes hasta que se sale definitivamente. Sin embargo, en cada salida la mujer se demuestra a sí misma que es capaz de dejar una relación violenta (Navarro Góngora, 2015). A su vez, cada salida de la relación tiene un doble mensaje: se denuncia que hay problemas que resolver y, en segundo lugar, si esos problemas no se resuelven, son capaces de dejar la relación.

Estrategias de intervención asociadas a esta fase son:

o        Proseguir con el proceso de acumulación, atendiendo también a los cambios de ella, de su conducta, pensamiento y sentimientos así como a una identidad más positiva que la anterior.

o        Identificar los episodios de violencia que suponen un cambio de pauta (puntos de no retorno).

o        Identificar los cambios de identidad de la mujer hacia una imagen más positiva, retomando el control de sus vidas, atendiendo a la posible exposición a mayor nivel de violencia que deberá ser tratada con medidas de autoprotección.

o        Preparar planes de seguridad para la salida de la relación o para la finalización de la violencia. Las medidas de seguridad son cruciales en este momento puesto que los estudios indican que es en el momento de la ruptura cuando se produce mayor número de asesinatos de mujeres.

Navarro Góngora (2015) señala diferentes objetivos y estrategias de intervención en situación de violencia no crítica, con el fin último de “recobrar y renovar una identidad perdida que fue manipulada por la violencia, la violencia es una experiencia de robo de la identidad”:

       Supervivencia y seguridad de todas las personas implicadas y afectadas por la violencia, actuando el sistema profesional como agente de control social.

       Conseguir que la mujer recupere el control sobre su vida, tanto dentro como fuera del hogar. En el primer caso, evitando situaciones que potencialmente conducen a la

violencia y recuperando control en áreas libres de violencia. En el segundo, a través de la reinserción laboral, reanudación de hábitos y prioridades vitales, reconstrucción de la red social etc. Así mismo, el control también se aplica al control de impulsos.

       Psicoeducación sobre las estrategias de la violencia como control, sobre los efectos de la violencia y del significado de las agresiones (qué le hicieron y cómo se lo hicieron).

       Elaboración de situaciones de violencia que se hayan convertido en traumas. Luxenberg et al (2001) apuntan que “dejar en el pasado” no significa “superar” un trauma, ya que éstos permanecen en el recuerdo de las personas produciendo respuestas emocionales; todo lo que se termina por conseguir es cambiar la relación entre la víctima y sus traumas, ayudándoles a convivir con lo que les pasó y sin que se sientan destruidas cuando lo evocan. La elaboración de un trauma implica (re)construir una historia, la expresión de emociones asociadas a esos recuerdos, la integración de los acontecimientos dentro de la historia personal y el encuentro de un sentido a ese trauma para posibilitar una experiencia de crecimiento.

       Recuperar la confianza en su propio criterio.

El tiempo es un elemento importante, dado que las mujeres con historias crónicas de violencia suelen estar ancladas en el pasado, con dificultades para vincularse al presente. La elaboración del pasado es fundamental para restar su peso y facilitar esa conexión con el aquí y ahora. No hay que olvidar que el pasado, a través de la narración condiciona el presente.

Me parece fundamental, destacar en este apartado las propuestas de Perrone y Nannini (1997), quienes diferencian distintos tipos de terapia en función de si es una relación de violencia agresión o violencia castigo. Así mismo, distinguen entre salidas de evitación, aquéllas que evitan la violencia sin resolver la problemática y salida de resolución, que modifican condiciones de aparición de la violencia.

Atendiendo a la violencia castigo, los autores señalan que quien tiene la posibilidad de encontrar estrategias de transformación de la violencia es quien se encuentra en posición down, ya que quien está en posición up, sólo la culpabilidad o el sentimiento de fracaso pueden motivarlo para tratar de evitar la violencia.

No es posible finalizar este apartado sin atender a una peculiaridad de cualquier tipo de maltrato que hace referencia a la posibilidad de atención inmediata. Si bien esta actuación no pertenece al contexto terapéutico, merece una breve mención por su frecuencia y por su posible concomitancia con un proceso terapéutico así como su anterioridad al mismo. La intervención en un momento de crisis en cualquier tipo de maltrato supone un desafío para el sistema profesional, por este motivo y siguiendo a Labrador y cols (2011), señalaré algunos aspectos fundamentales en casos de acción inmediata:

       Expresión emocional (acogida)

       Valoración de la peligrosidad. Si bien el juicio clínico es irrempazable, existen instrumentos validados de valoración del riesgo así como literatura e investigación sobre los factores prevalentes a la hora de evaluar el riesgo y peligrosidad. No obstante, la extensión de este tema no puede ser abordada en este trabajo.

       Implementación de estrategias urgentes de afrontamiento y elaboración de un plan de seguridad individualizado. Desde mi punto de vista, en este momento será importante decidir la activación de recursos de urgencia y emergencia (centro de salud etc) y de dispositivos sociales a disposición de la mujer (centro de emergencia etc) así como de su red familiar y social, respetando siempre las decisiones de la propia mujer.

En cuanto a la denuncia, considero más conveniente que sea la propia mujer quien tome esta decisión.

Como señala Navarro Góngora (2015), es crucial en cualquier intervención en crisis, consolidar la confianza en el criterio de la mujer víctima para que pueda seguir avanzando en el control de su vida. Este autor apela a la importancia de trazar con la mujer posibles planes de supervivencia (huida) y de seguridad.

6.2.- Intervención grupal con mujeres víctimas de violencia de género en la pareja

José Armando Ahued y colaboradores (2014) proponen programas protocolizados sobre intervenciones con mujeres víctimas de VGP.

Los autores proponen 16 sesiones grupales, de carácter semanal, de 120 minutos, utilizando las técnicas de intervención del modelo sistémico con conceptos constructivistas (resignificación, externalización del síntoma, redes sociales, rituales y metáforas) abordando estos ejes temáticos:

       Violencia de género

       Poder, jerarquía y roles

       Círculo de la violencia

       Violencia ejercida

       Aspectos jurídicos

       Emociones

       Autoestima

       Comunicación y asertividad

       Manejo de estrés

       Toma de decisiones

       Plan de vida

       Redes de apoyo y reinserción social.

6.3.- Intervención con menores víctimas de violencia de género en la pareja

Como se ha comentado anteriormente, la VGP es un tipo de maltrato, que supone un delito y además implica un nivel de riesgo para las personas que la sufren. Los y las menores están inmersos en este contexto de violencia y es imprescindible atender a su bienestar, recordando que además es una obligación reconocida en nuestro marco legislativo.

Por lo tanto, el primer punto a tratar en este apartado hace referencia explícita al riesgo que para el y la menor tiene la situación de violencia. Este aspecto es crucial y plantea una importante decisión profesional sobre si es preciso activar un contexto de control para garantizar el bienestar del/ de la menor.

Siguiendo a López et al, hay que tener en cuenta, entre otros, los siguientes aspectos de cara a la evaluación del riesgo en el que se encuentra el o la menor:

       No hacer juicios de valor sobre las declaraciones del niño o niña, ni cuestionar su veracidad.

       Evaluar la existencia en términos de severidad y no tanto en términos de frecuencia.

       Tener en cuenta la relación con el padre y con la madre, estudiando los factores de riesgo y de protección de cada una de las relaciones.

       Identificar cuándo ocurrió el último episodio de violencia, dado que el relato del niño y de la niña puede estar influenciado por la distancia temporal o también por la fase de “luna de miel” que la pareja puede estar viviendo.

       Realizar un cronograma donde se pueda percibir la edad del niño o de la niña en los momentos en que comenzó la violencia o en los períodos en los que ésta se agravó, los momentos en que hubo separación de la pareja o en otros momentos que se consideren significativos.

       Explorar la existencia de factores de riesgo y protección a nivel individual, familiar y comunitario.

       Atender a la especificidad de las franjas con las que se está trabajando.

       Evaluar variables tales como: la tipología, severidad y frecuencia de los malos tratos; grado de protección dada al menor por el medio; fuerza y calidad del vínculo con la madre; grado de resiliencia del/ la menor y edad del niño o niña.

Una idea repetida a lo largo de este trabajo es que la VGP, mayoritariamente, se genera en una unidad familiar, caracterizada por la existencia de hijos/as en común. Al y la menor se le entiende en su contexto familiar, en su entorno más inmediato, en su primer núcleo afectivo y en la unidad familiar donde se establecen las primeras vinculaciones  afectivas (apego). Este aspecto obliga a plantearse la situación relacional de los y las hijos/as con su padre y con su madre, es decir, obliga a valorar el riesgo en la relación paterno y maternofilial.

Escudero (2011) plantea las siguientes situaciones:

       Valoración del riesgo en la relación padre- hijos/as. Supone valorar si la relación con el padre se interrumpe o no y en qué circunstancias. Las posibles situaciones son variadas: desde padres que maltratan a su pareja pero que cuidan a sus hijos/as a padres que utilizan a los y las hijos/as para hacer daño a su pareja (triangulaciones desconfirmatorias señaladas en el apartado 5.7) incluso llegando a extremos de asesinar a sus propios/as hijos/as. Entre estas dos situaciones, está el derecho fundamental de la infancia a tener un padre.

Este autor contempla estas posibles actuaciones:

o        Si no se constata ningún daño potencial y la relación de padre- menor no supone riesgo, habría que definir cómo mantener la relación salvaguardando la relación de la madre (que comparte la relación con sus hijos/as).

o        Si se constata que hay daño potencial pero el padre está dispuesto y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo, podría mantenerse la relación en condiciones controladas, atendiendo a la seguridad de la madre.

o        Si se constata un daño potencial y el padre no está dispuesto o no tiene capacidad para cambiar la relación debe ser suspendida ya que existe peligro y riesgo.

       Valoración del riesgo en la relación madre- hijos/as. Aunque madre y menores sean víctimas, pueden darse situaciones en las cuales exista este riesgo como por ejemplo: situaciones en las que la madre utiliza la violencia para evitar que los hijos/as “molesten” al padre o afectación de las capacidades de cuidado a los/as menores por parte de la mujer afectada a nivel físico y/o psicológico.

Al igual que en el caso anterior, Escudero (2011) propone tres actuaciones según la situación en la que estemos:

o        No se constata ningún daño potencial. La relación entre madre- menor puede continuar sin ninguna medida de protección.

o        Se constata un daño potencial pero la madre está dispuesta y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo. Se mantiene la relación pero en condiciones controladas, estableciéndose un plan de intervención determinado.

o        o Se constata que hay daño potencial y la madre no está dispuesta o no tiene capacidad para cambiar. La relación debe ser suspendida ya que existe una situación de riesgo.

Es bastante común entender la recuperación integral de la mujer víctima de VGP desde una perspectiva individual, centrada en su recuperación personal. Lógicamente este aspecto es imprescindible pero no suficiente, dado que muchas mujeres que han sufrido violencia son también madres y es esencial trasladar la intervención a su rol materno. La VGP puede afectar a las habilidades marentales de la mujer, afectando a su sentimiento de identidad como madres. Por un lado, la recuperación de la madre es clave para la recuperación del/ la menor, dado que ésta es un referente vital básico y hay que procurar que la madre sea figura protectora y nutricia para sus hijos/as. Por otra parte, los y las menores avanzarán en su recuperación de una manera más idónea si son acompañados/as de personas adultas en este proceso. Por último, la intervención en el rol materno permite promover el ejercicio activo de las funciones marentales, tras haber sentido que ha perdido el control de su vida.

Sin embargo, la madre puede presentar diferentes discursos ante la propuesta de intervenir con sus hijos/as. A su vez, es básico que estas madres no tengan la expectativa de cambiar al padre de sus hijos/as o de considerar una resolución judicial determinada como la única solución, puesto que estas expectativas no son atribuibles a su control y se sitúan fuera de ellas y de la relación con sus hijos/as. Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, describen los siguientes discursos y las posibilidades de actuación ante los mismos:

       Madres que creen que no es necesario intervenir con sus hijos e hijas porque están preservados y no se dan cuenta de lo que sucede. Ante este discurso, es importante tratar el sufrimiento de los y las menores para que la mujer tome conciencia de ese dolor, acompañado de reforzar la importancia de su rol materno y del vínculo que le une a sus hijos/as.

       Madres que tienen mucho miedo de lo que pueda suceder si se trabaja con sus hijas e hijos por las repercusiones que pueda tener. En estas situaciones, la mujer tiende a vivir la propuesta profesional como una amenaza y no como una oportunidad de mejorar su rol

materno. Los principales miedos que suelen sentir las mujeres víctimas de VGP ante una propuesta de intervención son:

o        Cuestionamiento de su rol materno.

o        Que sus hijos e hijas salgan más dañados después de hablar de lo que han vivido y de lo que sienten. En estos casos, mitos sobre no hablar de lo ocurrido y secretos pueden estar presentes.

o        Retirada de la custodia de los y las menores.

En esta situación, es fundamental que la mujer explicite sus miedos, siguiendo su propio ritmo.

       Madres que delegan en el sistema profesional la responsabilidad de recuperación de sus hijas o hijos. Explicitar los sentimientos que subyacen bajo este discurso ayuda a hablar de posibles emociones como impotencia, tendencia a colocar la

responsabilidad fuera de ellas, sensación de decepción porque el/ la menor no responde como la madre desearía. Muchas veces, estas madres no pueden conectar con el sufrimiento de los y las menores o piensan que el problema reside en los y las menores. La intervención profesional facilita que la madre pueda reconocer los aspectos positivos y sanos de su hijo o hija, reforzando el vínculo entre ellos.

       Madres que pueden colaborar con la intervención desde el primer momento. Estas madres expresan preocupación por sus hijos e hijas y empatizan con el dolor y sufrimiento derivado de la violencia vivida en su entorno. Estas mujeres suelen presentar una historia en la familia de origen con menos índice de violencia o posibilidad de haber vivido modelos de relación no violentos. Han aprendido lo que significa el respeto y cuidado de los hijos/as, pudiendo responder ante indicadores de malestar de los y las menores.

Centrándonos en los y las menores como miembros de una unidad familiar con sus propios mitos, cultura familiar, normas, reglas y roles, Agustín y otros (2007) señalan seis situaciones típicas y sus objetivos de intervención en cuanto a la percepción que los y las menores tienen sobre la VGP, pudiéndose establecerse correspondencia con los roles definidos anteriormente en el apartado 5.7.

       Visión de la violencia como conducta normalizada. En este caso, un objetivo de intervención clave sería fomentar el cuestionamiento de las creencias y modelos de relación familiar.

       Negación de la situación de violencia como mecanismo de defensa. Ante esta situación, sería conveniente reducir el miedo a hablar sobre violencia, fomentando la confianza en un ambiente de aceptación incondicional.

       Autoculpabilización por la violencia. El trabajo sobre los sentimientos de culpa y el señalamiento de no justificación del uso de la violencia son cruciales. Así mismo, el trabajo con la madre al mismo tiempo permite potenciar un discurso claro y desculpabilizador.

       Triangulación. En esta situación, hay que potenciar la recuperación del papel del y la menor, disminuyendo su nivel de exigencia y centrándose en cuestiones propias de su edad, resituando a las personas adultas como responsables de las decisiones.

       Toman partido por la madre:

o        En el momento de la discusión se coloca delante de la madre. El objetivo sería romper la relación fusional con la madre y promover su autonomía en cuanto a persona diferenciada según se edad.

o        En el momento de la discusión se coloca detrás de la madre. Fundamental trabajar con la madre devolver seguridad a su hijo o hija, reforzando su papel de figura adulta y protectora.

En ambos casos, es importante ayudar a que el/ la menor exprese sus emociones y a recuperar una imagen realista del padre.

       Toman partido por el padre. En este caso, es imprescindible construir una visión realista del padre y de la madre, evitando la desacreditación de ésta.

6.4.- Intervención con hombres que ejercen violencia.

Inicio este apartado con una reflexión de Madanes, que si bien puede resultar provocadora, considero que abre posibilidades de comprensión de un fenómeno tan complejo como es la violencia en relaciones íntimas. Madanes (1993) menciona que tiene ideas diferentes respecto al dilema del amor y la violencia conyugal. Esta autora refiere que la violencia coexiste con el amor como una forma de demostrar amor por el otro, aludiendo que cuanto más intenso es, más cerca está de la violencia y que cumple una función ya sea de protección o para obtener amor o para unir o cualquiera que sea la necesidad en las relaciones. Esta reflexión, si bien puede resultar provocadora, considero que abre  posibilidades a entender la complejidad de esta problemática de la violencia.

Ruhama Goussinsky y Dalit Yassour- Borochowitz (2012), en investigación cualitativa concluyeron que los asesinatos correlacionaban con el intento de la mujer de finalizar la relación. A los homicidas les resultaba imposible aceptar el rechazo y la pérdida del vínculo. La mujer representaba su única fuente de sentido, viviendo su ausencia como una amenaza intolerable a su identidad, unido al aislamiento social les lleva a la desesperación, ansiedad, depresión, ideas e intentos de suicidio, al abandono, al retraimiento y a adicciones. Con las agresiones, el hombre pretende restaurar el control perdido sobre la mujer, aunque entienda las agresiones como una conducta impropia de hombres.

Existen diferentes enfoques que abordan esta problemática: psicopatológico- desorden de la personalidad, psicoeducativo profeminista, cognitivo conductual etc. Sin embargo, resulta interesante el enfoque narrativo-constructivo, donde se entiende el género como un dispositivo de poder, que afecta a la construcción de una identidad normativa, que es encarnada en una identidad personal y es relatada en una identidad narrativa (Ponce, 2010).

Siguiendo a Álvaro Ponce (2011), en su artículo “Modelos de intervención con hombres que ejercen violencia de género en la pareja. Análisis de los presupuestos tácitos y reconsideraciones teóricas para la elaboración de un marco interpretativo y de intervención”: “las formas de intervención narrativas y constructivas , tienen en cuenta la condición social y política de la violencia, comprendiendo que, la violencia que desarrollan los hombres contra las mujeres, no es un fenómeno aislado que ocurre en el interior de la mente errónea de un individuo, si no que se trata de un tema social inserto en una subjetividad individual”.

Autores como Abeijón entienden la violencia como una alternativa de conducta frente a otras, premisa que comparto completamente. Esta afirmación apela a la importancia de hacerse responsable de la propia violencia, lo que puede promover acciones reparadoras. Una vez ubicada esta responsabilidad, considero fundamental atender a la narrativa de la persona que ejerce violencia, abriendo el foco tanto a la narrativa social como a la narrativa que se manejó o se maneja en su familia de origen, sin obviar características individuales y personales. En este marco de intervención, pienso que las técnicas de carácter cognitivo- conductual (tiempo fuera, cuestionamiento de ideas irracionales etc), también tienen cabida pero, en mi opinión, serán más eficaces si no se obvia la parte narrativa de la intervención. Como sostiene Abeijón la conducta violenta es siempre sintomática. La creencia en esta afirmación, nos permitirá indagar qué llevó a esa persona a utilizar la violencia física, la persuasión coercitiva etc en su propia dinámica relacional y, sobre todo, en su relación de pareja.

6.5.- Intervención grupal con hombres que ejercen violencia.

Las intervenciones grupales con hombres que ejercen violencia son predominantes a las de carácter individual.

Autores como Navarro Góngora (2015), hacen un magistral recorrido por diferentes tratamientos grupales de distintos autores y enumera los principales módulos que componen estas intervenciones grupales:

       Módulo de entrenamiento en habilidades tales como control (ira, celos etc), relacionales (manejo del conflicto, relación de pareja, función parental), manejo del estrés, mejora de la autoestima, habilidades de generalización de habilidades, identificación y expresión de sentimientos, habilidades cognitivas; señalando que en violencia, la seguridad es lo primero y su control genera un contexto de seguridad imprescindible para otros cambios.

       Módulo de toma de conciencia y de responsabilidad. Se definen las condiciones del trabajo grupal y también se define la violencia de manera precisa y amplia  para impedir su negación o minimización. Se analiza cómo se da la violencia en cada uno de

ellos (episodios violentos, secuencias cognitivas y emociones asociadas a la violencia) y de qué modelos la aprendieron (familia de origen y pares). La confrontación con el grupo ayuda a evitar estrategias de evasión de responsabilidad como son las de culpabilizacion, minimización y negación. Los registros de violencia, los planes de seguridad de la pareja e hijos/as, las alternativas a la violencia y la prevención de recaídas son contenidos de este módulo.

       Módulo de las relaciones sociales. No hay que olvidar que las parejas con redes sociales muy pequeñas o carentes de ellas, no tienen alternativa de contacto salvo entre ellos.

6.6.- Violencia de género en la pareja y resiliencia.

La resiliencia es un proceso constante de interacción íntima entre la persona y su entorno social. Además, desde la perspectiva sistémica, la familia se relaciona con otros ambientes extrafamiliares (vecindario, sistemas profesionales, instituciones etc), de la que formamos parte. Cualquier unidad familiar forma parte de una comunidad.

Cyrulnik (2009) define el tutor de resiliencia como alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un “renacer del desarrollo psicológico” tras el trauma. Este aspecto apela a la responsabilidad como integrantes de una comunidad para hacernos cargo de un problema que, si bien se ha situado en el plano privado, es un problema estructural. En el propio concepto de resiliencia, se observa la importancia de salir de ese plano individual para transitar a otro de carácter familiar y social.

Según Barudy (1998), en el trabajo con la familia y su comunidad, caben destacar tres áreas fundamentales en las que se pueden clasificar las instituciones comunitarias: recursos médico- psicosociales, recursos educativos, recursos responsables de garantizar la protección infantil.

La exploración de tutores/as de resiliencia debe ser el primer paso para su posterior inclusión en el trabajo terapéutico. Por otra parte, la concepción de los y las profesionales como figuras de resiliencia es fundamental para promover intervenciones eficaces que permitan crecer y redefinirse constructivamente a cada persona que está inmersa en un contexto de violencia.

Dado que la resiliencia se genera en interacción social y teniendo en cuenta que, como se ha señalado anteriormente, emociones tales como la humillación y la vergüenza son de carácter social, es preciso atender el papel de la red social en VGP (Navarro Góngora, 2013):

19. Parte de la red-1.png

Así mismo, este cuadro recuerda que la VGP no ocurre de manera aislada, sino que afecta a todo el sistema. Afecta al sistema más inmediato (familia convivencial que suelen ser hijos/as) como a la familia de origen (padres y hermanos/as) y además, al conjunto de amistades. Cualquier intervención que obvie que la VGP afecta a las personas pero también a los sistemas a los que pertenece y de los que forma parte esta persona, no entenderá el problema de manera global, lo que incidirá negativamente en su comprensión y en su intervención, reduciendo posibilidades de cambio.

6.7.- ¿Terapia de pareja en situaciones de violencia de género en la pareja?

Diferentes profesionales consideran oportuno trabajar el tema de la violencia previamente a la terapia de pareja, con el fin de garantizar la seguridad de la mujer y de poder abordar la problemática de pareja dentro de una dinámica relacional más igualitaria. Otros/as autores/as consideran que, si el nivel de riesgo y/o de violencia es bajo y poco apreciable, es posible iniciar terapia de pareja siempre y cuando haya un compromiso explícito (incluso a través de la firma de contrato) de no uso de la violencia.

Jacobson y Gottman establecen estos criterios en esta cuestión:

       Rehusar tratar la violencia como un problema conyugal

       Reconocer la diferencia entre abuso continuado e incidentes de violencia física

       Insistir en un pre-contrato de finalización de la violencia antes de comenzar un tratamiento de pareja, incluso en situaciones en las que no se da una violencia continuada

       El contrato debe incluir un procedimiento de desescalada (ej., tiempo fuera)

       El contrato debe incluir una cláusula que permita al/ la terapeuta remitir a terapia individual o de grupo, si el contrato es violado

       El contrato se revisa al comienzo de cada sesión

       La terapia de pareja se terminará si el contrato es violado

       Se esperará al menos seis meses después de finalizada la terapia de grupo para el violento para empezar la terapia de pareja, insistiendo en la terminación de la terapia si se produce un acto violento

Paymar (2000), por su parte, considera lo siguiente:

       El agresor debe haber completado con éxito un programa de grupo para agresores

       El/ La profesional debe estar convencido de que la violencia (física y psicológica) ha cesado

       La víctima debe tener un plan de seguridad en el caso de que la violencia continúe

       La mujer tiene que sentirse segura

       El/ La profesional ha discutido privadamente con la víctima los riesgos de la terapia de pareja, y la mujer se siente segura de que no habrá violencia como consecuencia de la terapia.

6.8.- Aportaciones psicoterapéuticas en la intervención en violencia de género en la pareja

Siempre se menciona la importancia del contexto terapéutico y del sistema terapéutico. La creación y coconstrucción de un marco donde consultante y terapeuta sientan seguridad. Si bien la seguridad siempre es fundamental, en casos en los que la violencia está presente, es una máxima, dado que las personas tienen una historia previa del que se deriva el mensaje que las relaciones íntimas son peligrosas y pueden dañar.

Diferentes autores/as abordan modelos psicoterapéuticos para la intervención en VGP, existiendo descripciones detalladas de modelos cognitivos- conductuales para la intervención en este tipo de violencia.

Sin negar la idoneidad de estos modelos, en este apartado comentaré el modelo propuesto por Navarro Góngora (2015). A mi entender, este modelo permite intervenir en la historia de maltrato, que también está inserta en una historia afectiva. Considero que este enfoque se deriva de una perspectiva narrativista, de tal manera que en la intervención se atiende al significado de los hechos sucedidos en la historia afectiva y de violencia así como a la identificación de puntos de inflexión que permita a la mujer tomar conciencia de lo que está sucediendo.

Esta propuesta de Navarro Góngora (2015) entiende la violencia como un proceso y relaciona las fases de una historia de violencia crónica con diferentes estrategias de intervención:

       Primera etapa de la historia de violencia. La mujer se mueve entre una minimización de las agresiones y la negación total de lo que ocurre. Sin embargo, al mismo

tiempo que minimiza la violencia, percibe lo que ocurre y la distancia emocionalmente de su pareja. Desde la primera agresión, se produce una menor disponibilidad afectiva aunque no pueda reconocerlo. Persiste la ambivalencia: trata de prevenir las agresiones y trata de continuar con la relación. La creencia de que él tiene una parte buena o que tiene cierto compromiso con la relación, puede inducirla a “rescatar la parte buena de su pareja”, a devolverlo al buen camino, primando la relación a la violencia. La minimización también se ve afectada puesto que él insiste en que el problema es ella, no la violencia que él ejerce. Desde mi punto de vista, mitos de salvación de la pareja y de compatibilidad del amor y violencia así como apostar por la relación a pesar de la violencia (primacía del vínculo sobre la violencia) pueden estar desempeñando un papel importante en esta primera fase.

Navarro Góngora propone estas estrategias de intervención acordes a esta fase:

o        Comprender dicha ambivalencia.

o        Plantear la realidad de la agresión, la cual es evidente y no anecdótica (acumular evidencias).

o        Necesidad de protegerse de esa violencia (protegerse no significa tener que romper la relación, repudia la violencia y no exactamente a la persona).

o        El significado de esa violencia: qué dicen las agresiones de la relación (¿es amor?), de la persona que golpea (¿es de quién me enamoré?) y de la valoración que el que golpea tiene de su pareja (¿ve algo positivo en mí?, ¿golpeamos a alguien cuando percibimos algo positivo en él/ella?).

       La violencia en la etapa crónica. Esta fase se caracteriza por la pérdida de confianza en el criterio propio a favor del de su pareja, estando también presentes el terror, el sometimiento, el aislamiento social, el funcionamiento intelectual impreciso, las dudas, falta

de autoestima así como sintomatología postraumática, ansiedad, depresión y otros posibles problemas físicos y psicológicos. En esta fase, el proceso de acumulación de episodios sigue su curso y además, se atribuye significado a lo que está pasando. Aparecen puntos de inflexión que revelan la verdadera relación, acentuándose la distancia emocional, redefiniendo la imagen de su pareja y la suya propia. Se construye una nueva imagen de la relación, de la pareja y de quién es la víctima para el agresor y de la víctima misma, acumulándose hechos, significados y puntos de inflexión. Sólo es posible acumular si se confía en el propio criterio. De tal manera que, para las mujeres que se someten al criterio de él y no validan el suyo propio, será muy difícil o incluso imposible salir de la violencia.

En esta fase, el autor propone:

o        Ayudarles en el proceso de acumulación, identificando ciertas conductas de la pareja como actos violentos y como una pauta de violencia.

o        Identificación de episodios violentos que suponen una diferencia con respecto a lo que venía pasando (puntos de inflexión), señalando episodios que son nuevos en el patrón de violencia, con el mensaje explícito de que si la violencia cambia, será a peor.

o        Identificar el significado, en términos relacionales y personales de esos episodios de violencia.

o        o        Las estrategias anteriores permiten afianzar la confianza de la mujer en su propio criterio.

       La etapa final de la historia de violencia. La ambivalencia es sustituida por la confianza en el propio criterio y continúa el proceso de acumulación anteriormente descrito. Aparecen los puntos de no retorno, es decir, agresiones que suponen una diferencia con respecto a las agresiones previas y que tienen un carácter marcadamente peligroso. Campbell et al (1998) identifican los siguientes puntos de no retorno: la violencia de ella, su independencia económica, la infidelidad de él, su violencia extrema, ella se define como maltratada y los hijos/as son objeto de violencia. En esta fase, se inician y consolidan las  salidas del hogar, demostrándose a sí misma que puede salir de la relación pero, por otro lado, pueden existir sentimientos que le unen a su pareja, ambivalencia también comprobada en rupturas de relaciones no violentas. En mi opinión, estos puntos de no retorno así como los de inflexión señalados en la etapa anterior, se pueden relacionar con el concepto desarrollado por Perrone y Nannini (1997) de “consenso implícito rígido”, que supone una especie de contrato o acuerdo que comprende tres aspectos: espacial (territorio donde se admite la violencia), temporal (momento en el que se desencadena la interacción y la cronología de los hechos están predeterminados, de tal manera que son momentos ritualizados en los que es muy probable que irrumpa la violencia) y temático (circunstancias o contenido de comunicación que desencadenan el proceso). El consenso implícito rígido no permite metacomunicación y la transgresión de las reglas implícitas del consenso explica la súbita denuncia de la violencia oculta durante años.

Gondolf (2002) señala que salir de una relación violenta sigue una trayectoria similar a salir a una adicción, con recaídas frecuentes hasta que se sale definitivamente. Sin embargo, en cada salida la mujer se demuestra a sí misma que es capaz de dejar una relación violenta (Navarro Góngora, 2015). A su vez, cada salida de la relación tiene un doble mensaje: se denuncia que hay problemas que resolver y, en segundo lugar, si esos problemas no se resuelven, son capaces de dejar la relación.

Estrategias de intervención asociadas a esta fase son:

o        Proseguir con el proceso de acumulación, atendiendo también a los cambios de ella, de su conducta, pensamiento y sentimientos así como a una identidad más positiva que la anterior.

o        Identificar los episodios de violencia que suponen un cambio de pauta (puntos de no retorno).

o        Identificar los cambios de identidad de la mujer hacia una imagen más positiva, retomando el control de sus vidas, atendiendo a la posible exposición a mayor nivel de violencia que deberá ser tratada con medidas de autoprotección.

o        Preparar planes de seguridad para la salida de la relación o para la finalización de la violencia. Las medidas de seguridad son cruciales en este momento puesto que los estudios indican que es en el momento de la ruptura cuando se produce mayor número de asesinatos de mujeres.

Navarro Góngora (2015) señala diferentes objetivos y estrategias de intervención en situación de violencia no crítica, con el fin último de “recobrar y renovar una identidad perdida que fue manipulada por la violencia, la violencia es una experiencia de robo de la identidad”:

       Supervivencia y seguridad de todas las personas implicadas y afectadas por la violencia, actuando el sistema profesional como agente de control social.

       Conseguir que la mujer recupere el control sobre su vida, tanto dentro como fuera del hogar. En el primer caso, evitando situaciones que potencialmente conducen a la

violencia y recuperando control en áreas libres de violencia. En el segundo, a través de la reinserción laboral, reanudación de hábitos y prioridades vitales, reconstrucción de la red social etc. Así mismo, el control también se aplica al control de impulsos.

       Psicoeducación sobre las estrategias de la violencia como control, sobre los efectos de la violencia y del significado de las agresiones (qué le hicieron y cómo se lo hicieron).

       Elaboración de situaciones de violencia que se hayan convertido en traumas. Luxenberg et al (2001) apuntan que “dejar en el pasado” no significa “superar” un trauma, ya que éstos permanecen en el recuerdo de las personas produciendo respuestas emocionales;

todo lo que se termina por conseguir es cambiar la relación entre la víctima y sus traumas, ayudándoles a convivir con lo que les pasó y sin que se sientan destruidas cuando lo evocan. La elaboración de un trauma implica (re)construir una historia, la expresión de emociones asociadas a esos recuerdos, la integración de los acontecimientos dentro de la historia personal y el encuentro de un sentido a ese trauma para posibilitar una experiencia de crecimiento.

       Recuperar la confianza en su propio criterio.

El tiempo es un elemento importante, dado que las mujeres con historias crónicas de violencia suelen estar ancladas en el pasado, con dificultades para vincularse al presente. La elaboración del pasado es fundamental para restar su peso y facilitar esa conexión con el aquí y ahora. No hay que olvidar que el pasado, a través de la narración condiciona el presente.

Me parece fundamental, destacar en este apartado las propuestas de Perrone y Nannini (1997), quienes diferencian distintos tipos de terapia en función de si es una relación de violencia agresión o violencia castigo. Así mismo, distinguen entre salidas de evitación, aquéllas que evitan la violencia sin resolver la problemática y salida de resolución, que modifican condiciones de aparición de la violencia.

Atendiendo a la violencia castigo, los autores señalan que quien tiene la posibilidad de encontrar estrategias de transformación de la violencia es quien se encuentra en posición down, ya que quien está en posición up, sólo la culpabilidad o el sentimiento de fracaso pueden motivarlo para tratar de evitar la violencia.

No es posible finalizar este apartado sin atender a una peculiaridad de cualquier tipo de maltrato que hace referencia a la posibilidad de atención inmediata. Si bien esta actuación no pertenece al contexto terapéutico, merece una breve mención por su frecuencia y por su posible concomitancia con un proceso terapéutico así como su anterioridad al mismo. La intervención en un momento de crisis en cualquier tipo de maltrato supone un desafío para el sistema profesional, por este motivo y siguiendo a Labrador y cols (2011), señalaré algunos aspectos fundamentales en casos de acción inmediata:

       Expresión emocional (acogida)

       Valoración de la peligrosidad. Si bien el juicio clínico es irrempazable, existen instrumentos validados de valoración del riesgo así como literatura e investigación sobre los factores prevalentes a la hora de evaluar el riesgo y peligrosidad. No obstante, la extensión de este tema no puede ser abordada en este trabajo.

       Implementación de estrategias urgentes de afrontamiento y elaboración de un plan de seguridad individualizado. Desde mi punto de vista, en este momento será importante decidir la activación de recursos de urgencia y emergencia (centro de salud etc) y de dispositivos sociales a disposición de la mujer (centro de emergencia etc) así como de su red familiar y social, respetando siempre las decisiones de la propia mujer.

En cuanto a la denuncia, considero más conveniente que sea la propia mujer quien tome esta decisión.

Como señala Navarro Góngora (2015), es crucial en cualquier intervención en crisis, consolidar la confianza en el criterio de la mujer víctima para que pueda seguir avanzando en el control de su vida. Este autor apela a la importancia de trazar con la mujer posibles planes de supervivencia (huida) y de seguridad.

6.9.- Intervención grupal con mujeres víctimas de violencia de género en la pareja

José Armando Ahued y colaboradores (2014) proponen programas protocolizados sobre intervenciones con mujeres víctimas de VGP.

Los autores proponen 16 sesiones grupales, de carácter semanal, de 120 minutos, utilizando las técnicas de intervención del modelo sistémico con conceptos constructivistas (resignificación, externalización del síntoma, redes sociales, rituales y metáforas) abordando estos ejes temáticos:

       Violencia de género

       Poder, jerarquía y roles

       Círculo de la violencia

       Violencia ejercida

       Aspectos jurídicos

       Emociones

       Autoestima

       Comunicación y asertividad

       Manejo de estrés

       Toma de decisiones

       Plan de vida

       Redes de apoyo y reinserción social.

6.10.- Intervención con menores víctimas de violencia de género en la pareja

Como se ha comentado anteriormente, la VGP es un tipo de maltrato, que supone un delito y además implica un nivel de riesgo para las personas que la sufren. Los y las menores están inmersos en este contexto de violencia y es imprescindible atender a su bienestar, recordando que además es una obligación reconocida en nuestro marco legislativo.

Por lo tanto, el primer punto a tratar en este apartado hace referencia explícita al riesgo que para el y la menor tiene la situación de violencia. Este aspecto es crucial y plantea una importante decisión profesional sobre si es preciso activar un contexto de control para garantizar el bienestar del/ de la menor.

Siguiendo a López et al, hay que tener en cuenta, entre otros, los siguientes aspectos de cara a la evaluación del riesgo en el que se encuentra el o la menor:

       No hacer juicios de valor sobre las declaraciones del niño o niña, ni cuestionar su veracidad.

       Evaluar la existencia en términos de severidad y no tanto en términos de frecuencia.

       Tener en cuenta la relación con el padre y con la madre, estudiando los factores de riesgo y de protección de cada una de las relaciones.

       Identificar cuándo ocurrió el último episodio de violencia, dado que el relato del niño y de la niña puede estar influenciado por la distancia temporal o también por la fase de “luna de miel” que la pareja puede estar viviendo.

       Realizar un cronograma donde se pueda percibir la edad del niño o de la niña en los momentos en que comenzó la violencia o en los períodos en los que ésta se agravó, los momentos en que hubo separación de la pareja o en otros momentos que se consideren significativos.

       Explorar la existencia de factores de riesgo y protección a nivel individual, familiar y comunitario.

       Atender a la especificidad de las franjas con las que se está trabajando.

       Evaluar variables tales como: la tipología, severidad y frecuencia de los malos tratos; grado de protección dada al menor por el medio; fuerza y calidad del vínculo con la madre; grado de resiliencia del/ la menor y edad del niño o niña.

Una idea repetida a lo largo de este trabajo es que la VGP, mayoritariamente, se genera en una unidad familiar, caracterizada por la existencia de hijos/as en común. Al y la menor se le entiende en su contexto familiar, en su entorno más inmediato, en su primer núcleo afectivo y en la unidad familiar donde se establecen las primeras vinculaciones  afectivas (apego). Este aspecto obliga a plantearse la situación relacional de los y las hijos/as con su padre y con su madre, es decir, obliga a valorar el riesgo en la relación paterno y maternofilial.

Escudero (2011) plantea las siguientes situaciones:

       Valoración del riesgo en la relación padre- hijos/as. Supone valorar si la relación con el padre se interrumpe o no y en qué circunstancias. Las posibles situaciones son variadas: desde padres que maltratan a su pareja pero que cuidan a sus hijos/as a padres que utilizan a los y las hijos/as para hacer daño a su pareja (triangulaciones desconfirmatorias señaladas en el apartado 5.7) incluso llegando a extremos de asesinar a sus propios/as hijos/as. Entre estas dos situaciones, está el derecho fundamental de la infancia a tener un padre.

Este autor contempla estas posibles actuaciones:

o        Si no se constata ningún daño potencial y la relación de padre- menor no supone riesgo, habría que definir cómo mantener la relación salvaguardando la relación de la madre (que comparte la relación con sus hijos/as).

o        Si se constata que hay daño potencial pero el padre está dispuesto y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo, podría mantenerse la relación en condiciones controladas, atendiendo a la seguridad de la madre.

o        o Si se constata un daño potencial y el padre no está dispuesto o no tiene capacidad para cambiar la relación debe ser suspendida ya que existe peligro y riesgo.

       Valoración del riesgo en la relación madre- hijos/as. Aunque madre y menores sean víctimas, pueden darse situaciones en las cuales exista este riesgo como por ejemplo: situaciones en las que la madre utiliza la violencia para evitar que los hijos/as “molesten” al padre o afectación de las capacidades de cuidado a los/as menores por parte de la mujer afectada a nivel físico y/o psicológico.

Al igual que en el caso anterior, Escudero (2011) propone tres actuaciones según la situación en la que estemos:

o        No se constata ningún daño potencial. La relación entre madre- menor puede continuar sin ninguna medida de protección.

o        Se constata un daño potencial pero la madre está dispuesta y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo. Se mantiene la relación pero en condiciones controladas, estableciéndose un plan de intervención determinado.

o        Se constata que hay daño potencial y la madre no está dispuesta o no tiene capacidad para cambiar. La relación debe ser suspendida ya que existe una situación de riesgo.

Es bastante común entender la recuperación integral de la mujer víctima de VGP desde una perspectiva individual, centrada en su recuperación personal. Lógicamente este aspecto es imprescindible pero no suficiente, dado que muchas mujeres que han sufrido violencia son también madres y es esencial trasladar la intervención a su rol materno. La VGP puede afectar a las habilidades marentales de la mujer, afectando a su sentimiento de identidad como madres. Por un lado, la recuperación de la madre es clave para la recuperación del/ la menor, dado que ésta es un referente vital básico y hay que procurar que la madre sea figura protectora y nutricia para sus hijos/as. Por otra parte, los y las menores avanzarán en su recuperación de una manera más idónea si son acompañados/as de personas adultas en este proceso. Por último, la intervención en el rol materno permite promover el ejercicio activo de las funciones marentales, tras haber sentido que ha perdido el control de su vida.

Sin embargo, la madre puede presentar diferentes discursos ante la propuesta de intervenir con sus hijos/as. A su vez, es básico que estas madres no tengan la expectativa de cambiar al padre de sus hijos/as o de considerar una resolución judicial determinada como la única solución, puesto que estas expectativas no son atribuibles a su control y se sitúan fuera de ellas y de la relación con sus hijos/as. Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, describen los siguientes discursos y las posibilidades de actuación ante los mismos:

       Madres que creen que no es necesario intervenir con sus hijos e hijas porque están preservados y no se dan cuenta de lo que sucede. Ante este discurso, es importante tratar el sufrimiento de los y las menores para que la mujer tome conciencia de ese dolor, acompañado de reforzar la importancia de su rol materno y del vínculo que le une a sus hijos/as.

       Madres que tienen mucho miedo de lo que pueda suceder si se trabaja con sus hijas e hijos por las repercusiones que pueda tener. En estas situaciones, la mujer tiende a vivir la propuesta profesional como una amenaza y no como una oportunidad de mejorar su rol materno. Los principales miedos que suelen sentir las mujeres víctimas de VGP ante una propuesta de intervención son:

o        Cuestionamiento de su rol materno.

o        Que sus hijos e hijas salgan más dañados después de hablar de lo que han vivido y de lo que sienten. En estos casos, mitos sobre no hablar de lo ocurrido y secretos pueden estar presentes.

o        Retirada de la custodia de los y las menores.

En esta situación, es fundamental que la mujer explicite sus miedos, siguiendo su propio ritmo.

       Madres que delegan en el sistema profesional la responsabilidad de recuperación de sus hijas o hijos. Explicitar los sentimientos que subyacen bajo este discurso ayuda a hablar de posibles emociones como impotencia, tendencia a colocar la responsabilidad fuera de ellas, sensación de decepción porque el/ la menor no responde como la madre desearía. Muchas veces, estas madres no pueden conectar con el sufrimiento de los y las menores o piensan que el problema reside en los y las menores. La intervención profesional facilita que la madre pueda reconocer los aspectos positivos y sanos de su hijo o hija, reforzando el vínculo entre ellos.

       Madres que pueden colaborar con la intervención desde el primer momento. Estas madres expresan preocupación por sus hijos e hijas y empatizan con el dolor y sufrimiento derivado de la violencia vivida en su entorno. Estas mujeres suelen presentar una historia en la familia de origen con menos índice de violencia o posibilidad de haber vivido modelos de relación no violentos. Han aprendido lo que significa el respeto y cuidado de los hijos/as, pudiendo responder ante indicadores de malestar de los y las menores.

Centrándonos en los y las menores como miembros de una unidad familiar con sus propios mitos, cultura familiar, normas, reglas y roles, Agustín y otros (2007) señalan seis situaciones típicas y sus objetivos de intervención en cuanto a la percepción que los y las menores tienen sobre la VGP, pudiéndose establecerse correspondencia con los roles definidos anteriormente en el apartado 5.7.

       Visión de la violencia como conducta normalizada. En este caso, un objetivo de intervención clave sería fomentar el cuestionamiento de las creencias y modelos de relación familiar.

       Negación de la situación de violencia como mecanismo de defensa. Ante esta situación, sería conveniente reducir el miedo a hablar sobre violencia, fomentando la confianza en un ambiente de aceptación incondicional.

       Autoculpabilización por la violencia. El trabajo sobre los sentimientos de culpa y el señalamiento de no justificación del uso de la violencia son cruciales. Así mismo, el trabajo con la madre al mismo tiempo permite potenciar un discurso claro y desculpabilizador.

       Triangulación. En esta situación, hay que potenciar la recuperación del papel del y la menor, disminuyendo su nivel de exigencia y centrándose en cuestiones propias de su edad, resituando a las personas adultas como responsables de las decisiones.

       Toman partido por la madre:

o        En el momento de la discusión se coloca delante de la madre. El objetivo sería romper la relación fusional con la madre y promover su autonomía en cuanto a persona diferenciada según se edad.

o        En el momento de la discusión se coloca detrás de la madre. Fundamental trabajar con la madre devolver seguridad a su hijo o hija, reforzando su papel de figura adulta y protectora.

En ambos casos, es importante ayudar a que el/ la menor exprese sus emociones y a recuperar una imagen realista del padre.

       Toman partido por el padre. En este caso, es imprescindible construir una visión realista del padre y de la madre, evitando la desacreditación de ésta.

6.11.- Intervención con hombres que ejercen violencia.

Inicio este apartado con una reflexión de Madanes, que si bien puede resultar provocadora, considero que abre posibilidades de comprensión de un fenómeno tan complejo como es la violencia en relaciones íntimas. Madanes (1993) menciona que tiene ideas diferentes respecto al dilema del amor y la violencia conyugal. Esta autora refiere que la violencia coexiste con el amor como una forma de demostrar amor por el otro, aludiendo que cuanto más intenso es, más cerca está de la violencia y que cumple una función ya sea de protección o para obtener amor o para unir o cualquiera que sea la necesidad en las relaciones. Esta reflexión, si bien puede resultar provocadora, considero que abre  posibilidades a entender la complejidad de esta problemática de la violencia.

Ruhama Goussinsky y Dalit Yassour- Borochowitz (2012), en investigación cualitativa concluyeron que los asesinatos correlacionaban con el intento de la mujer de finalizar la relación. A los homicidas les resultaba imposible aceptar el rechazo y la pérdida del vínculo. La mujer representaba su única fuente de sentido, viviendo su ausencia como una amenaza intolerable a su identidad, unido al aislamiento social les lleva a la desesperación, ansiedad, depresión, ideas e intentos de suicidio, al abandono, al retraimiento y a adicciones. Con las agresiones, el hombre pretende restaurar el control perdido sobre la mujer, aunque entienda las agresiones como una conducta impropia de hombres.

Existen diferentes enfoques que abordan esta problemática: psicopatológico- desorden de la personalidad, psicoeducativo profeminista, cognitivo conductual etc. Sin embargo, resulta interesante el enfoque narrativo-constructivo, donde se entiende el género como un dispositivo de poder, que afecta a la construcción de una identidad normativa, que es encarnada en una identidad personal y es relatada en una identidad narrativa (Ponce, 2010).

Siguiendo a Álvaro Ponce (2011), en su artículo “Modelos de intervención con hombres que ejercen violencia de género en la pareja. Análisis de los presupuestos tácitos y reconsideraciones teóricas para la elaboración de un marco interpretativo y de intervención”: “las formas de intervención narrativas y constructivas , tienen en cuenta la condición social y política de la violencia, comprendiendo que, la violencia que desarrollan los hombres contra las mujeres, no es un fenómeno aislado que ocurre en el interior de la mente errónea de un individuo, si no que se trata de un tema social inserto en una subjetividad individual”.

Autores como Abeijón entienden la violencia como una alternativa de conducta frente a otras, premisa que comparto completamente. Esta afirmación apela a la importancia de hacerse responsable de la propia violencia, lo que puede promover acciones reparadoras. Una vez ubicada esta responsabilidad, considero fundamental atender a la narrativa de la persona que ejerce violencia, abriendo el foco tanto a la narrativa social como a la narrativa que se manejó o se maneja en su familia de origen, sin obviar características individuales y personales. En este marco de intervención, pienso que las técnicas de carácter cognitivo- conductual (tiempo fuera, cuestionamiento de ideas irracionales etc), también tienen cabida pero, en mi opinión, serán más eficaces si no se obvia la parte narrativa de la intervención. Como sostiene Abeijón la conducta violenta es siempre sintomática. La creencia en esta afirmación, nos permitirá indagar qué llevó a esa persona a utilizar la violencia física, la persuasión coercitiva etc en su propia dinámica relacional y, sobre todo, en su relación de pareja.

6.12.- Intervención grupal con hombres que ejercen violencia.

Las intervenciones grupales con hombres que ejercen violencia son predominantes a las de carácter individual.

Autores como Navarro Góngora (2015), hacen un magistral recorrido por diferentes tratamientos grupales de distintos autores y enumera los principales módulos que componen estas intervenciones grupales:

       Módulo de entrenamiento en habilidades tales como control (ira, celos etc), relacionales (manejo del conflicto, relación de pareja, función parental), manejo del estrés, mejora de la autoestima, habilidades de generalización de habilidades, identificación y expresión de sentimientos, habilidades cognitivas; señalando que en violencia, la seguridad es lo primero y su control genera un contexto de seguridad imprescindible para otros cambios.

       Módulo de toma de conciencia y de responsabilidad. Se definen las condiciones del trabajo grupal y también se define la violencia de manera precisa y amplia  para impedir su negación o minimización. Se analiza cómo se da la violencia en cada uno de

ellos (episodios violentos, secuencias cognitivas y emociones asociadas a la violencia) y de qué modelos la aprendieron (familia de origen y pares). La confrontación con el grupo ayuda a evitar estrategias de evasión de responsabilidad como son las de culpabilizacion, minimización y negación. Los registros de violencia, los planes de seguridad de la pareja e hijos/as, las alternativas a la violencia y la prevención de recaídas son contenidos de este módulo.

       Módulo de las relaciones sociales. No hay que olvidar que las parejas con redes sociales muy pequeñas o carentes de ellas, no tienen alternativa de contacto salvo entre ellos.

6.13.- Violencia de género en la pareja y resiliencia.

La resiliencia es un proceso constante de interacción íntima entre la persona y su entorno social. Además, desde la perspectiva sistémica, la familia se relaciona con otros ambientes extrafamiliares (vecindario, sistemas profesionales, instituciones etc), de la que formamos parte. Cualquier unidad familiar forma parte de una comunidad.

Cyrulnik (2009) define el tutor de resiliencia como alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un “renacer del desarrollo psicológico” tras el trauma. Este aspecto apela a la responsabilidad como integrantes de una comunidad para hacernos cargo de un problema que, si bien se ha situado en el plano privado, es un problema estructural. En el propio concepto de resiliencia, se observa la importancia de salir de ese plano individual para transitar a otro de carácter familiar y social.

Según Barudy (1998), en el trabajo con la familia y su comunidad, caben destacar tres áreas fundamentales en las que se pueden clasificar las instituciones comunitarias: recursos médico-psicosociales, recursos educativos, recursos responsables de garantizar la protección infantil.

La exploración de tutores/as de resiliencia debe ser el primer paso para su posterior inclusión en el trabajo terapéutico. Por otra parte, la concepción de los y las profesionales como figuras de resiliencia es fundamental para promover intervenciones eficaces que permitan crecer y redefinirse constructivamente a cada persona que está inmersa en un contexto de violencia.

Dado que la resiliencia se genera en interacción social y teniendo en cuenta que, como se ha señalado anteriormente, emociones tales como la humillación y la vergüenza son de carácter social, es preciso atender el papel de la red social en VGP (Navarro Góngora, 2013):

Así mismo, este cuadro recuerda que la VGP no ocurre de manera aislada, sino que afecta a todo el sistema. Afecta al sistema más inmediato (familia convivencial que suelen ser hijos/as) como a la familia de origen (padres y hermanos/as) y además, al conjunto de amistades. Cualquier intervención que obvie que la VGP afecta a las personas pero también a los sistemas a los que pertenece y de los que forma parte esta persona, no entenderá el problema de manera global, lo que incidirá negativamente en su comprensión y en su intervención, reduciendo posibilidades de cambio.

6.14.- ¿Terapia de pareja en situaciones de violencia de género en la pareja?

Diferentes profesionales consideran oportuno trabajar el tema de la violencia previamente a la terapia de pareja, con el fin de garantizar la seguridad de la mujer y de poder abordar la problemática de pareja dentro de una dinámica relacional más igualitaria. Otros/as autores/as consideran que, si el nivel de riesgo y/o de violencia es bajo y poco apreciable, es posible iniciar terapia de pareja siempre y cuando haya un compromiso explícito (incluso a través de la firma de contrato) de no uso de la violencia.

Jacobson y Gottman establecen estos criterios en esta cuestión:

       Rehusar tratar la violencia como un problema conyugal

       Reconocer la diferencia entre abuso continuado e incidentes de violencia física

       Insistir en un pre-contrato de finalización de la violencia antes de comenzar un tratamiento de pareja, incluso en situaciones en las que no se da una violencia continuada

       El contrato debe incluir un procedimiento de desescalada (ej., tiempo fuera)

       El contrato debe incluir una cláusula que permita al/ la terapeuta remitir a terapia individual o de grupo, si el contrato es violado

       El contrato se revisa al comienzo de cada sesión

       La terapia de pareja se terminará si el contrato es violado

       Se esperará al menos seis meses después de finalizada la terapia de grupo para el violento para empezar la terapia de pareja, insistiendo en la terminación de la terapia si se produce un acto violento

Paymar (2000), por su parte, considera lo siguiente:

       El agresor debe haber completado con éxito un programa de grupo para agresores

       El/ La profesional debe estar convencido de que la violencia (física y psicológica) ha cesado

       La víctima debe tener un plan de seguridad en el caso de que la violencia continúe

       La mujer tiene que sentirse segura

       El/ La profesional ha discutido privadamente con la víctima los riesgos de la terapia de pareja, y la mujer se siente segura de que no habrá violencia como consecuencia de la terapia.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Pablo Blanco

La última encíclica de Benedicto XVI invita a progresistas y conservadores a repensar sus posturas y sus actitudes

Almudena Alegre Hernándo

V.- Violencia de género en la pareja: de lo individual a lo familiar

La violencia interpersonal, especialmente a la que están expuestos los niños, es la causa más importante y prevenible de enfermedad mental. Lo que el fumar es a la medicina, la violencia en la niñez lo es a la psiquiatría. (Steve Scharfstein, 2006)

La VGP sucede en un contexto familiar, dentro de una unidad familiar.

Como se ha descrito en apartados anteriores, este tipo de maltrato se dirige a la mujer, dentro de una relación violenta, asimétrica rígida. Fundamental es entender las estrategias de maltrato y cómo la capacidad cognitiva, emocional y conductual de la mujer se ve afectada, sin obviar las posibles repercusiones biológicas y neurológicas así como la afectación de su calidad de vida. Esencial es intervenir con las mujeres que viven este maltrato. No obstante, esta violencia no se trataría correctamente si obviamos que ocurre en una unidad familiar y que todos sus miembros sufren, viven y se ven afectados por esta violencia.

No podemos olvidar que este maltrato afecta a las mujeres que la padecen, a sus hijos y a sus hijas, entornos familiares y a la sociedad, en general. Se trata de un problema que se proyecta a nivel horizontal (hacia las mujeres y sus entornos familiares) y a nivel vertical (hacia sus descendientes), pudiéndose perpetuar este tipo de violencia en futuras generaciones. Es decir, la magnitud y alcance de este problema es realmente profundo y su abordaje será más adecuado, si se plantea de manera integral.

Con el objetivo de pasar de una concepción individualista a una familiar, más holística e integral, se tratarán diferentes conceptos a lo largo de este punto: la dinámica y estructura familiar, la pareja conyugal y parental y las personas afectadas por esta violencia (mujeres, menores y hombres). Si bien, tal como he señalado en la fundamentación y justificación del trabajo, la persona que ejerce violencia, en este caso el hombre, es responsable de ella y la violencia nunca tiene justificación, considero importante entender qué ha llevado a esa persona a elegir la violencia frente a otras formas de conducta. Atender a los hombres que ejercen violencia es un acto de prevención de futuros casos de maltrato.

Este apartado se completará con otros conceptos como el análisis de las familias de origen de hombres que ejercen maltrato y mujeres víctimas, que arrojen luz a la comprensión profesional de esta grave problemática social, alejándonos de moralismos y de juicios de valor. Así mismo, los aspectos transgeneracionales también serán tratados.

5.1.- Dinámica y estructura familiar

La estructura relacional dentro del sistema familiar es uno de los factores fundamentales que se deben valorar para comprender los mecanismos que subyacen a la violencia dentro de la familia.

La terapia estructural de Minuchin se fundamenta en el concepto de estructura, que hace referencia a las pautas de interacción que ordenan a los subsistemas que componen una familia en relaciones que presentan algún grado de constancia. En las estructuras se organizan subsistemas relativamente estables, con términos tales como alianzas, límites (que suponen reglas de participación) y jerarquía (que apelan a las reglas de poder) que caracterizan el mapa de la organización familiar.

En este apartado, se tratarán conceptos estructurales tales como mapas familiares, límites, poder y fronteras.

Valentín Escudero (2011) en “Impacto de la violencia de género sobre niños, niñas y adolescentes. Guía de intervención”, expone de manera magistral los diferentes mapas familiares que pueden darse con sus oportunas explicaciones.

       Relación simétrica en el subsistema parental:

En mi opinión, en este caso, estaríamos hablando más de conflictividad que de maltrato, puesto que la interacción es simétrica en el primer caso y asimétrica en el segundo.

La funcionalidad de este sistema viene alterada por el mantenimiento de la simetría por los miembros de la pareja, quienes emplean la fuerza, verbal y/o física, dentro de esa simetría rígida.

11. Relación simétrica en el subsistema parental.png

La permeabilidad del holón parental afectará a las repercusiones negativas en los/as hijos/as. Por ejemplo, pueden darse casos en los que la permeabilidad del sistema parental es baja y, por tanto, los hijos/as no son testigos directos de la violencia sino de las consecuencias a nivel anímico y/o físico en los padres y madres. Si la permeabilidad es alta, sin embargo, los niños y niñas pueden ser testigos e incluso sufrir directamente el impacto físico y emocional de la violencia.

       Relación complementaria en el subsistema parental:

La complementariedad rígida se consigue con el uso de la violencia psicológica y física por parte del hombre, logrando la sumisión absoluta y el terror de la mujer, quien está jerárquicamente por debajo y se anula cualquier intento de cambio en la definición de la relación.

12. Relación complementaria en el subsistema parental.png

Se suele producir un aislamiento del sistema familiar del entorno y de la mujer, tal como se ha descrito en apartados anteriores, lo que aporta mayor rigidez a esa complementariedad. Inevitablemente, la permeabilidad del subsistema parental es alta,  siendo imposible que estos comportamientos no lleguen a los hijos e hijas. Por eso la madre construye un subsistema de supervivencia:

La madre crea ese subsistema de supervivencia para:

       Proteger a hijos e hijas del padre. Si “molestan” al padre, éste puede volcar su agresividad hacia ellos/as.

       Protegerse ella misma. Si los hijos o hijas “molestan” al padre, éste vuelca su agresividad hacia la madre (por “incompetente” en el control de sus hijos/as).

Para que este subsistema de supervivencia sea eficaz, la madre debe definir una relación complementaria muy rígida en la que se asegure que cualquier orden es cumplida sin discusión y de inmediato. Para mantener este subsistema debe tener una cierta fuerza física y anímica que va disminuyendo a medida que pasa el tiempo y el abuso psicológico se prolonga.

 

Ante esta relación complementaria los hijos e hijas pueden reaccionar:

       Oponiéndose (no acepta esa definición de la relación) lo que genera el siguiente proceso:

M ordena algo a H1 para “no molestar” a P                  H1 hace lo contrario y “molesta” a P            P  agrede a M             M tiene que esforzarse mucho más (aumenta la rigidez) en que H1 obedezca      H1         tiene más motivos para oponerse y no obedece

 

       H1 se coloca o es colocado en una posición de control sobre una “mayor dosis” de violencia que puede recibir la madre lo que le da poder sobre ella. También le coloca como aliado (o falso aliado) del padre en contra de la madre, comprometiendo el subsistema de supervivencia.

       Cooperando con la madre (acepta esa definición de la relación). En este caso H1 colabora con la madre en cumplir lo que ésta le ordena e incluso lo que puede ordenar

(hiperresponsabilidad). Se coloca o es colocado en una posición de control sobre una “menor dosis” de violencia que puede recibir la madre. También le coloca como aliado (o falso aliado) de la madre en contra del padre, reforzando el subsistema de supervivencia.

       Relación complementaria inversa en el subsistema paternofilial:

Uno16. .png o varios elementos del subsistema filial se colocan (o se les deja colocar) jerárquicamente por encima del subsistema parental. Esta situación se ajustaría más a casos  de violencia filioparental.

J. Corsi (1999), señala que los estudios realizados con familias que presentan problemas de violencia muestran un predominio de estructuras familiares de corte autoritario, en las que la distribución de poder sigue los parámetros dictados por los estereotipos culturales. Habitualmente, este estilo verticalista no es percibido por la mirada externa, ya que la imagen social de la familia puede ser sustancialmente distinta de la imagen privada, encontrándose muchas veces estas familias en situación de cierto aislamiento social.

En las unidades familiares donde existe violencia, aparecen estructuras donde existe una desigualdad jerárquica fija. El que ejerce la violencia es quien define la situación y debe decidir sobre lo que sucede. De manera circular, los miembros de la familia delegan la elección de prácticas en quien reconocen como autoridad. Por otra parte, es frecuente que en unidades familiares donde hay maltrato, haya déficit en la autonomía de sus miembros y una significativa interdependencia de unos/as y otros/as, con fronteras extrafamiliares rígidas, lo que supone la existencia de pocos referentes externos y lealtad extrema a la familia, donde, probablemente el proceso de autonomía e individuación esté comprometido.

Con el fin de aproximarnos de una manera más detallada a las unidades familiares en las que hay violencia, es fundamental atender a las creencias, mandato y mitos “validados” que perpetúan el abuso, teniendo en cuenta que los mitos (Ferreira) son “los conjuntos de creencias sistematizadas y compartidas por todos los miembros de la familia respecto de sus roles mutuos y de la naturaleza de su relación, determinando las conductas, interacciones y rutinas familiares”. Algunos de estos mitos, reglas (reconocidas, implícitas o secretas), creencias y mandatos son:

       “Los grupos son eficaces cuandos siguen a un jefe. Alguien tiene que estar al mando”.

       “Los hombres están mejor entrenados para mandar que las mujeres: pueden controlar las emociones y son más racionales”.

       “Discutir o disentir es peligroso”

       “Quien es superior y responsable es quien debe ser obedecido y tiene derecho sobre sus subordinados”.

       “Las organizaciones deben ser verticales”.

       “Las familias son más importantes que las personas”

       “No es bueno meterse en los problemas entre marido y mujer”.

       “La privacidad familiar debe ser respetada”.

       “Los trapos sucios se lavan en casa”.

       “Las mujeres son quejosas”.

       “Las mujeres son un misterio, por lo tanto son amenazantes”.

       “Las mujeres se encargan del mundo privado y los hombres del mundo público”.

       “Los hombres son los responsables del funcionamiento de su familia y tienen que mostrar y ejercer su autoridad”.

       “Nadie tiene derecho a intervenir en algo que ocurre a MI hijo y/o a MI mujer”.

       “En casa manda el hombre”.

Siguiendo a Ravazolla (1997) se puede describir de la siguiente manera el abuso familiar. Este esquema, por una parte, explica ideas, acciones y estructuras que mantienen las personas implicadas en una situación de violencia y/o abuso, es decir, la persona abusadora, la abusada y la testigo/ contexto. A su vez, este cuadro propone nueve alternativas de intervención.

17. ACTORES.png

Madanes (1997) refiere cuatro dimensiones en la interacción familiar:

       Control y poder, cuya principal emoción es el miedo.

       Deseo de ser amado/a que puede sacar las mejores cualidades de una persona pero también puede desembocar en irracionalidad, egoísmo y daño. La emoción que predomina es la de deseo, frustración y malestar.

       Deseo de amar y proteger a otras personas, que puede suscitar intrusividad, posesividad, dominación y violencia, siendo la emoción prevalente la desesperación.

       Arrepentimiento y dolor, es la cuarta dimensión de la interacción familiar violenta. La emoción que sobresale es la de vergüenza por lo que se ha hecho o dejado de hacer o por no poder perdonar.

5.2.- La familia ante la violencia

No hay duda de que la mayoría de los aprendizajes sobre cómo ser hombre o mujer se aprenden en la familia, con la educación que recibimos y a la vez con el modelo de relación conyugal de nuestros propios padres.

La pareja se forma a partir de dos personas que provienen de dos unidades familiares diferentes, con la influencia propia de su familia de origen, con dos culturas y mitologías que se encuentran y además se incluyen diferentes expectativas sobre la pareja.

Cárdenas y Ortiz (2011) señalan que “cuando los padres quieren, valoran y protegen a sus hijos, éstos tienen más posibilidades de elegir a una pareja adecuada”, apuntando que “la familia donde nacemos nos condiciona, pero nunca es totalmente determinante”.

Siguiendo a estas dos autoras, se describen los diferentes tipos de familia de origen, que pueden afectar al desarrollo de futuras relaciones violentas y a la búsqueda de compañeros sentimentales no adecuados:

       La familia que triangula. La triangulación es una interrelación entre tres personas, que ocurre cuando dos de ellas tienen un conflicto e invitan a participar a un tercero, generalmente los hijos/as, para buscar ganar al otro. Estos menores quedan inmersos en un profundo conflicto de lealtades, realizando un papel de pseudopareja de uno de sus padres y enfrentado a otro. Esta situación vivida en la familia de origen puede interferir en su propio proceso de emparejamiento, puesto que la intimidad tan intensa con el progenitor aliado no facilita el encuentro de una pareja. Las autoras hablan de personas carenciadas en la protección a sí mismas y hacia las otras personas, con muchas dificultades para aceptar los límites y con necesidad de sentirse queridos/as incondicionalmente. Muestran problemas para manejar emociones y sienten el miedo como una emoción prevalente sobre las otras, lo cual provoca un estado de alerta y de paso a la acción a través de mecanismos poco controlables. Cárdenas y Ortiz (2011) advierten que: “cuando se repite la historia vivida, el género es decisivo para determinar el lugar que ocupará cada uno en una relación maltratante. Generalmente, los hombres, al tener la fuerza física, aprenden a pasar al acto, sin tener demasiada conciencia de lo que ocurre con ello. Las mujeres, en cambio, debido al aprendizaje del rol femenino a través de la historia, no acostumbran a utilizar la fuerza, sino que reproducen el desamparo: no les han enseñado a defenderse ni a cuidarse. En el momento en el que ellas necesitarían un respaldo familiar para poner unos límites a su compañero, se encuentran solas sin saber siquiera si tienen el derecho de cambiar la situación”.

       La familia que maltrata físicamente. Las autoras indican que “suelen ser los hijos varones los que, tras haber sido maltratados, giran la violencia contra sus padres y, posteriormente, la dirigen contra sus parejas. En cambio, son mujeres las que repiten la situación de indefensión en la pareja cuando han sido maltratadas o incluso abusadas sexualmente”.

       La familia que abandona emocionalmente. Cárdenas y Ortiz describen a la pareja de padres que abandonan emocionalmente como “una constelación cerrada, en la que los hijos no tienen demasiada cabida, bastándose con tenerse el uno al otro, ya sea por amor o por el entendimiento agradable con que resuelven la vida”. Esta falta de cuidado afectará a ambos sexos, pero las que tienen más tendencia a verse influidas por ella e involucrarse en  una relación violenta como receptoras del maltrato, son las mujeres. Las autoras añaden que “a la hora de emparejarse, cargan con tal laguna afectiva, que es muy probable que topen con personas inadecuadas. Nuevamente estas mujeres, que han sido abandonadas emocionalmente en la infancia, se tropiezan con la necesidad de sentirse queridas y se ponen al servicio de otra persona con escasas probabilidades de saber cómo defenderse porque  nadie les ha enseñado”.

       La familia con dificultades para poner límites. Este tipo de familia se caracteriza por no poner límites y por la desatención emocional, siendo más probable que sean los hijos los que ejerzan violencia, dado que les cuesta aceptar un no, ponerse en el lugar de la otra

persona y utilizan la violencia como manifestación de sus frustraciones. De tal manera que pueden convertirse en hombres apáticos, con baja o nula tolerancia a la frustración. Esta apatía y esa falta de sentido de la vida, se ve deformada por espejismo de la pareja, como si fuera responsabilidad de la otra persona hacerlos felices.

5.3.- Mujeres víctimas de violencia de género en la pareja

En este apartado, se analizarán las diferentes emociones predominantes en las mujeres que viven violencia en su relación de pareja, puesto que estas emociones surgen de las propias estrategias del maltrato y ambas tienen un papel importante sobre los efectos últimos de la violencia.

Antes de enumerar las diferentes emociones, destacar, de nuevo, la imprevisibilidad de las agresiones. Esta imprevisibilidad provoca en la mujer un estado de alerta continuo y una respuesta de estrés mantenida en el tiempo que produce cambios físicos, hormonales, neurofisiológicos, así como una sensación de suspensión en el transcurso del tiempo subjetivo, estrechamiento de la conciencia, anticipación de situaciones temidas, pérdida de experiencias dado que “sólo se está pendiente de él”, entre otros. Las mujeres estén inmersas en crisis múltiples (agresiones) con alto nivel de estrés, dentro de una relación violenta a nivel físico y emocional; de tal manera que es difícil elaborar lo que está ocurriendo, con acciones tendentes a la supervivencia (es decir, evitar ser golpeada o bien ella o bien sus hijos/as).

Siguiendo a Antonio Escudero (2009), destacamos estas emociones:

       Miedo. El miedo a lo que pueda ocurrir como a su imprevisibilidad, con respuestas de paralización, huída o ataque. El miedo prevalece a pesar de la ruptura.

       Sorpresa e imposibilidad de entender. La sorpresa es probablemente la primera emoción que surge ante el primer acto violento. Esa sorpresa se transformará en un continuo “no entiendo”, dentro de un proceso de dotar de sentido a lo que está ocurriendo.

       Culpa. La culpa supone una evaluación reflexiva autorreferencial, generándose una vez se ha hecho un juicio sobre las propias acciones, con una dimensión eminentemente

social. Como dice Etxebarría (2003), “la culpa mantiene a la persona ligada a una situación interpersonal”, de tal manera que vincula a la mujer con la persona que ejerce violencia.

Según Pau Pérez (2006), el abuso sexual y la violencia dentro de la pareja son las dos situaciones traumáticas paradigmáticas de la “decisión imposible”, de tal manera que no hay una solución satisfactoria ni una solución satisfactoria para todos los miembros. Tome una decisión u otra (por ejemplo: separarse o no; denunciar o no), alguien será afectado, por lo que la mujer tendrá dificultades para eludir la responsabilidad de sentirse culpable, pero al mismo tiempo, está atrapada por la imposibilidad de no elegir.

Antonio Escudero (2009) enumera cuatro categorías en las que aparece la culpa: culpa impuesta o secundaria (producto de la reiterada inculpación por la pareja hacia la víctima), culpa por ejercer acciones contra la violencia, culpa reactiva por no haber “abandonado” la relación. Este autor también señala la culpa social, recriminación por otros, revictimización social que genera vergüenza.

No hay que olvidar que la persona que se siente culpable desarrolla un juicio negativo sobre sí misma que piensa que es compartido por el resto de personas. Además, culpa y depresión se retroalimentan. Finalmente, la culpa favorece la aceptación de la violencia de la otra persona y facilita la asunción del criterio del otro en detrimento del propio.

       Vergüenza. Al igual que la culpa, tiene un componente social, se experimenta frente a otras personas. La vergüenza por miedo a un juicio social o por la identificación como “mujer maltratada”, aísla a la mujer, quien ya vive en un contexto restrictivo y en aislamiento.

Antonio Escudero (2009), recoge dos razones que apelan al alto grado de destructividad de esta violencia interpersonal: la persuasión coercitiva explicada en el apartado 4.7 y el trauma en la violencia interpersonal sostenida en el tiempo. Define el trauma psíquico interpersonal “como una experiencia que, siendo ejercida por una o varias personas de forma intencionada sobre otra, la víctima, constituye para ésta por su naturaleza e intensidad, una vivencia imposible de ser integrada en su sistema de creencias previo. Esta destrucción de las creencias de la persona sobre sí misma, los demás y sobre la imagen que el mundo (“su mundo”) tenía, establece una discontinuidad temporal en la identidad propia… En ocasiones actúan mecanismos de defensa psíquicos para aislar este hecho traumático, imposible de soportar, pero esto crea una sensación de identidad falsa y recreada, ya que pese a las apariencias, el efecto destructivo se mantiene…. Esta experiencia permanece en la persona, básicamente como imágenes vívidas, pero al no poder ser asimiladas, queda fragmentada y libre, irrumpiendo de forma intrusiva y en cualquier momento en el plano de la conciencia”.

En la relación violenta, se va destruyendo la identidad de la mujer. Este self o sí mismo descrito por Castilla del Pino (1982) hace referencia a: “Nadie tiene una idea de sí mismo sino es a expensas de la que los demás le ofrecen en la interacción. La reflexividad sobre sí mismo surge en interacción”. Es fácilmente comprensible la necesidad de que otras personas validen nuestras propias creencias sobre nosotros/as mismos/as. En los procesos de violencia, se detectan desconfirmaciones, rechazos y descalificaciones que afectan a la destrucción de la identidad de la mujer. El aislamiento impide el acceso a otras interacciones que potencien o validen el self de las mujeres que viven violencia en su relación de pareja.

Nelson (2002) habla de dos elementos básicos para el mantenimiento de la identidad personal; la reidentificación (“¿Soy yo todavía la misma persona?”) y la caracterización (“¿Quién soy yo?”). Las mujeres en relaciones violentas, al abandonar a sus parejas, suelen presentar problemas para reidentificarse con aquélla que inició el proyecto de relación. A su vez, se enfrenta al reto de responder a la pregunta de quién es.

Con el fin de apelar a la circularidad propia de las interacciones comunicativas y de las acciones interpersonales, dedicaré en este apartado unas líneas al self del hombre que ejerce violencia. En este caso, él vive en un “self privado” al que Jukes (1999) define como “burbuja”, que es un encapsulamiento defensivo de su sí mismo. Él construye su realidad y protege de las demás personas sus cogniciones, actitudes, creencias y valores propios. Esta realidad no es cuestionable para él, según Jukes “No existe realidad analizándose en la burbuja, sólo hostilidad”. Su pareja es un peligro para mantener su propia identidad. Cualquier opinión diferente, cualquier discrepancia, cual juicio divergente es percibida como una amenaza al self de la persona que ejerce violencia. Por otra parte, ella “tiene que estar ahí” para ser depositarias de las propiedades que él le atribuye, para así ser él la “víctima” de ella y controlarla por esto.

Una breve mención biológica para finalizar este apartado. No es posible entender la experiencia de violencia sin atender al funcionamiento del cerebro en situaciones críticas. El sistema simpático se activa para primar la seguridad ante un ataque, o bien fuga o bien la parálisis. La desactivación del sistema parasimpático implica que el funcionamiento superior del cerebro queda comprometido. El sistema simpático de las mujeres en contexto de  violencia está continuamente activado, lo que interfiere con la capacidad de pensar e implica un sobrefuncionamiento de los órganos internos (corazón, tensión muscular etc). Por lo tanto, existe una desregulación entre el sistema simpático y parasimpático.

5.4.- Hombres que ejercen violencia hacia sus mujeres

Quizá es importante comenzar este apartado con un dato esperanzador, que apela a la resiliencia y es que la inmensa mayoría de los sujetos expuestos a la violencia, bien como testigos o bien como objetos de violencia, se controlan.

Bajo la premisa de no existencia de un perfil determinado de hombre que ejerce violencia, distintas investigaciones concluyen estas características:

       En su mayoría, los hombres que ejercen violencia no son enfermos mentales, aunque el nivel de psicopatología varía según los estudios. El abuso de drogas ilícitas y de alcohol es el problema asociado al maltrato de la pareja con más asiduidad. Otras patologías

relacionadas con el ejercicio de la violencia son depresión, incluyendo ideación e intentos de suicidio y trastornos de personalidad, especialmente antisocial, límite, paranoide y narcisista.

       En cuanto a sus características psicológicas, las más relevantes son: tolerancia a la violencia y actitudes que la justifican; negación, minimización o falta de responsabilidad por ella; internalización de un modelo de masculinidad hegemónico, la hostilidad, ira, celos

exagerados, estrés vital y laboral. También hay que valorar los antecedentes de haber ejercido violencia contra otras parejas anteriores o haberla sufrido en su familia de origen. Para variables como los estilos de apego inseguros, falta de empatía y baja autoestima, los datos no son concluyentes. Sin embargo, otros datos, apelan al apego inseguro como forma de vincularse con el mundo y con las figuras afectivas, de tal manera que este estilo de apego también afecta a las estructuras emocionales que ponen en marcha la respuesta emocional (sistema límbico) y que la regulan (córtex órbito-frontal).

Dutton y White (2012) señalan que la relación entre apego inseguro y violencia no es directa, sino que se llega a la agresión tras haber desarrollado un trastorno de personalidad límite y para llegar al trastorno, se ha de dar exposición a la violencia, experiencia de vergüenza (que implica una humillación ante terceros) y rechazo de los padres. En la adolescencia, estos hombres han podido identificarse con un sistema de valores que asocian a las mujeres como las causantes de sus problemas, tendiendo a “justificar” la violencia. Ya en pareja, pueden utilizar la violencia como un medio para solventar los problemas que toda la convivencia implica. Este uso de la violencia deteriora la relación, retroalimentándose la violencia- distanciamiento emocional y se disparan miedos como el de ser abandonado.

Dutton (2006 y 2012) ha estudiado la niñez y adolescencia de los hombres que ejercen maltrato. Concluye que presentan al padre con sentimientos de rechazo, falta de trato afectivo y agresiones físicas así como maltrato verbal. La madre es una figura que, intermitentemente, ofrece cuidados y está demasiado preocupada por sobrevivir a las agresiones de su pareja. La experiencia de abuso emocional del padre es aleatoria y humillante. El autor señala que el resultado es la aparición de una “identidad difusa”, es decir, identidad inestable que depende de otra persona para apuntalarse. Así mismo, señala rasgos depresivos, ansiosos, dificultades para discriminar sentimientos y visiones desesperanzadas de la vida.

Jacobson y Gottman (2001) distinguieron entre los pitbull y cobra, siendo los primeros de carácter más dependiente y los segundos con poca dependencia emocional hacia sus parejas y agresiones más letales. Las investigaciones señalan que los primeros tienen mayores probabilidades de responder a un tratamiento terapéutico que los segundos.

El equipo de investigación de Hotlzworth- Munroe (1997) estableció tres categorías de hombres que ejercen violencia:

       Los limitados al ámbito familiar con violencia menos grave y poca o ninguna psicopatología asociada. Guardarían semejanza con los pitbull (Jacobson y Gottman, 2001).

       Los límite o disfóricos, con violencia de moderada a alta ejercida mayoritariamente, pero no en exclusiva, en el ámbito familiar y con niveles de psicopatología altos, sobre todo tendencias a la depresión, dependencia y personalidad límite con alta labilidad emocional e impulsividad. Guardarían semejanza con los pitbull (Jacobson y Gottman, 2001).

       Los antisociales o violentos en general, que ejercen altos niveles de violencia en diferentes ámbitos de su vida de manera instrumental y tienen tendencia al trastorno antisocial y a la psicopatía, muchas veces con historial delictivo. Guardarían semejanza con los cobra (Jacobson y Gottman, 2001).

En otro estudio del año 2000 incluyeron una nueva categoría: antisociales de bajo nivel, con niveles bajos o medios de violencia limitada al ámbito familiar y características antisociales moderadas.

Según las investigaciones, parece que el hombre que ejerce violencia siente miedo a ser abandonado, provocando su necesidad de controlar a la mujer y de hacerle daño, puesto que sin daño no hay poder. Este miedo al abandono puede ser más comprensible si indagamos la familia de origen, la dinámica relacional, las vinculaciones afectivas primarias, el legado transgeneracional que confluye en la persona que ejerce violencia.

Holma et al (2006) describen los cuatro estereotipos sobre las mujeres que manejan los hombres que ejercen violencia:

       Provocadora, de tal manera que irrita a su pareja intencionadamente y haciéndole corresponsable de la violencia.

       Independiente, que puede abandonarlo, asociando la violencia con la incertidumbre y el miedo.

       Misteriosa, calificando a las mujeres como difíciles de comprender para los hombres, dificultad que relacionan con los ciclos biológicos femeninos.

       Poderosa, con superioridad verbal para humillarlos, amparando la violencia en esa inferioridad verbal.

En cuanto a los hombres que acosan, parecen funcionar desde el sentido más elemental del sistema de apego: lo importante es el contacto, sin importar si éste es positivo o negativo, de tal manera que consideran que cualquier contacto es un contacto (positivo). De esta manera, cualquier respuesta a ese acoso supone un contacto (que es vivido como positivo) y, por tanto, la continuidad de la relación.

Cabe destacar la tipología de hombres que son violentos emocionales propuesta por Lundy Bancroft (2002), que se presentan, en muchas ocasiones, de forma solapada:

       El que pide y no da. Se centra en sus necesidades y en las obligaciones de la pareja. Responde con furia ante cualquier demanda que se le haga, aunque ésta sea una de sus obligaciones. Asume que le deben agradecer sus contribuciones, entre tanto asume que lo que hace su pareja es normal. Menos controlador que otras categorías si siente que sus necesidades están cubiertas.

       Don perfecto. Piensa que es la autoridad. Desacredita a su pareja, la humilla, la ridiculiza, centrándose especialmente en los defectos de ella.

       El experto en desquiciar. Con tono suave hace comentarios crueles y sarcásticos. Difícil de identificar sus tácticas.

       El sargento de instrucción. Máximo control y extremadamente celoso. El alto control dificulta la salida de esta relación.

       El sensible. Demanda cuidados, pensando que sus sentimientos son importantes pero no los de su pareja. Se les hiere fácilmente y es muy difícil reparar el daño. Sin embargo, si es ella la agraviada, insisten en que se olvide con rapidez el incidente. Tienden a culpabilizar a su pareja de todo lo que les pasa.

       El playboy. No admite restricciones a su libertad y no muestra compromiso con sus relaciones. Múltiples infidelidades y poca consideración con los sentimientos de su pareja. Si se le confronta con sus infidelidades puede llegar a la agresión física con facilidad.

       Rambo. Muestra agresividad con el entorno en general. Suele presentar historial delictivo. Visión estereotipada de lo que significa ser hombre y ser mujer. Algunos presentan rasgos psicopáticos.

       La víctima. Su relación gira alrededor de sus heridas (reales o presuntas) sin atender a las necesidades de su pareja. Percibe que todas las personas le atacan y delega la responsabilidad en otras personas (él no es responsable de nada). Puede afirmar que los hombres son víctimas de las mujeres.

       El terrorista. Extremadamente controladores y exigentes. Parecen sádicos que disfrutan con el dolor que causa y con su crueldad. Pretenden paralizar a su pareja a través del terror, de tal manera que ésta no se plantee abandonarlo. Pueden haber sufrido abusos severos en la infancia.

       El enfermo mental o el adicto. La enfermedad mental puede aumentar la probabilidad y severidad del maltrato, pero no es nunca su causa.

Bancroft sugiere un conjunto de rasgos comunes que perfilan al hombre que maltrata psicológicamente:

       Narcisismo. La otra persona tiene obligación de satisfacer las necesidades para con él. Si esta premisa se cuestiona, puede escalar hasta la agresión física.

       Creencia de superioridad intelectual y derecho emocional que cursa con urgencia emocional, probablemente derivada de una historia de deprivación en la infancia. Si su derecho emocional, con esa urgencia concomitante, no se satisface, él “legitima” el uso de la violencia. Esa superioridad intelectual lleva pareja una creencia de la supremacía de su propio criterio, llegando a la descalificación y desprecio de otras ideas u opiniones; afectando así a la pérdida de confianza de la mujer en su propio criterio.

       Visión de la mujer como ser inferior en inteligencia, mostrando una actitud protectora (porque eso le hace sentir bien a él), siempre que sus necesidades estén cubiertas y ella no pida nada. Puede llegar a no percibir las necesidades de ella. Si las percibe, considera

que las suyas son prioritarias a las de su pareja, quien debe satisfacerlas. Piensa que si él se siente mal, ella es la culpable y “justifica” las represalias. Puede llegar a concluir que el maltratado es él.

       Cualquier expresión de necesidades, de ideas, opiniones de su pareja son vividas como un cuestionamiento a la prioridad de las suyas, como un ataque a su imagen positiva.

       Los hombres que ejercen violencia se mueven en un continuo: desde la negación y minimización de la violencia hasta el placer de hacer daño. El cuestionamiento de estos dos extremos “justifica” la escalada de agresiones.

Es importante destacar la influencia mutua en una relación. En casos de violencia, el que ejerce maltrato es impermeable al criterio de su pareja e incluso llegando a anular y destruir el criterio de con quien comparte su vida.

Perrone y Nannini (1997) señalan que “los actores de comportamientos violentos pertenecen a la categoría de personas que viven las diferencias como amenazas”. Continúan diciendo que “el acto violento puede ser interpretado como un mensaje analógico para hacer que el otro se conforme al propio sistema de creencias”.

5.5.- Violencia de género en la pareja: un enfoque transgeneracional

Magali Sánchez y María del Carmen Manzo (2014) señalan que “la violencia conyugal… provoca agujeros representacionales que obstaculizan su elaboración psíquica y propician su transmisión transgeneracional, lo que significa que mediante procesos psíquicos se transfieran contenidos de la psique relacionados con el acto violento a las siguientes generaciones”. Las autoras, en su investigación, concluyeron que “se encontró que las identificaciones alienantes, la re-negación y la repetición son factores transgeneracionales que propician la transmisión psíquica de la violencia, además de ser ésta una forma patológica de vincularse entre la pareja y la familia que deja un vacío en la cadena generacional. Así pues, la transmisión transgeneracional de la violencia está vinculada con la presencia de secretos familiares y la falta de una representación psíquica de éstos”.

Siguiendo a Puget y Berenstein (como se cita en Aguiar, 1996), la violencia es un acto vincular cuyo objetivo es el deseo de matar, eliminar psíquica o físicamente a otro sujeto, o matar el deseo en el otro, lo humano en el otro, transformándolo en un no sujeto al privarlo de todo posible instrumento de placer y por ende de existencia. Sólo impera el deseo de uno que se transforma en soberano, no admite la existencia del otro.

Magali Sánchez y María del Carmen Manzo (2014) indican que “debido a que en una generación previa algún hecho violento referente a la historia familiar no puede ser dicho a causa de su carácter vergonzoso y/o traumático, quedando como lo indecible, posteriormente pasa a la siguiente generación como lo innombrable, y por último, queda como lo impensable en la tercera generación”.

Se transfieren y heredan costumbres, mitos, leyes, mandatos, traumas, conflictos, prohibiciones, que afectan al sujeto en la adquisición de un sentido de pertenencia, de filiación y de adhesión a una unidad familiar.

Las autoras concluyen que son familias con vinculaciones arcaicas, sin intercambio fluido con el mundo ni con los miembros de la familia, donde cada uno está apartado del otro pero no pueden separarse porque la violencia se ha instituido como forma de relacionarse. El vínculo conyugal presenta historias confusas de ambos cónyuges, historias no pensables que son como agujeros en su memoria, sintiéndose ajenos a estas historias, de las cuales no se pueden apropiar y que repiten y transmiten circularmente.

Estas autoras han encontrado diferentes elementos que se transmiten transgeneracionalmente como son: el valor de entrega y sacrificio por y para la familia del ideal de mujer, las relaciones de dominio como modo predilecto de vinculación, existencia de secretos, ideal de familia (y también de hombre y mujer) que tiende a la unidad familiar y estilos vinculares inseguros. Esta unidad familiar afecta de manera importante puesto que no se permite que exista un espacio emocional y psicológico entre los miembros de la familia. La ligadura fuerte entre sus miembros es reforzada por el silencio y por la presencia de secretos familiares.

5.6.- La pareja conyugal y la pareja parental

Conceptos manejados desde el enfoque sistémico como es el de ciclo vital familiar, permite adentrarnos en la pareja conyugal y en la pareja parental.

El ciclo vital familiar se inicia con el establecimiento y formalización de la relación apareciendo la pareja conyugal. Posteriormente, se creará el grupo familiar con hechos nodales como son el nacimiento de hijos/as, surgiendo así la pareja parental.

Si bien en apartados anteriores se ha hecho mención al modelo interaccional de la pareja en la que existe VGP, es importante atender a la fase previa de establecimiento y formalización de la relación de pareja.

La historia vivida en la infancia, las pautas afectivas de las familias de origen así como los estilos de apego con los propios padres y madres influyen, aunque no de manera determinista, en la elección de pareja. Por una parte, el pasado nos condiciona pero no hay que olvidar que la vida puede dar oportunidades así como otros modelos de referencia para trascender ese pasado. Cárdenas y Ortiz (2011), señalan que: “Una relación con violencia puede estar constituida por mujeres abandonadas emocionalmente o trianguladas en la infancia, que se convierten en víctimas de maltrato y que encajan con hombres que también han tenido historias de maltrato físico, de triangulación o de falta de límites que, con el tiempo, revelan una parte agresiva”. Estas autoras añaden que la seducción se da de manera intensa y familiar. Ellas, que nunca se han sentido queridas, piensan que su vida toma sentido por la necesidad que el otro dice y muestra sentir y ellos fortalecen su identidad al tener a quien defender y proteger. Las dificultades aparecen cuando esperan que la otra persona llene sus vacíos, dado que no han aprendido a ocuparse de su malestar. Los mitos románticos que construyen una idea social de lo que es el verdadero amor también tienen un peso importante, puesto que apelan a la “existencia de la media naranja”, “al amor todo lo puede”, “el amor lo perdona todo”, “compatibilidad del amor y el maltrato”, “la felicidad sólo se encuentra en el verdadero amor” y un largo etcétera. El enamoramiento cursa con la fusión de la pareja, con la exclusión de terceras personas y la inclinación de la pareja para estar solos. Sin embargo, según se consolida la relación, se profundiza en el conocimiento mutuo, se han de negociar las diferencias de cada parte, la historia familiar de cada miembro de la pareja, las diferentes creencias y experiencias. Cárdenas y Ortiz (2011) sostienen que “en una pareja operan dos fuerzas, una hacia la fusión y otra hacia la diferenciación”. Así mismo, será importante definir la relación de pareja, los espacios individuales y de pareja, el ajuste de las expectativas mutuas, la distancia- cercanía. Tras la armonía del enamoramiento, los miembros de la pareja comienzan a discrepar entre lo que desean y lo que reciben y que, en los casos de VGP, derivará en una presión de él sobre ella, logrando el control de la relación y usando la violencia para enmarcar su posición.

Cárdenas y Ortiz (2011) detallan una serie de características comunes en las parejas violentas:

       Cuanto más presente estén valores patriarcales, cuanto mayor sea la historia de maltrato en la propia familia de origen, cuanta más baja sea la autoestima y la seguridad de los miembros de la pareja, más probable es que haya violencia en esa relación de pareja.

       Si bien toda relación tiene cierto grado de dependencia, existirá mayor grado de dependencia en la medida en que ambas partes se sientan más vulnerables, más inseguras o crean que no pueden vivir sin la otra persona; existiendo miedo no ser querido/a, a ser abandonado/a, a la soledad, a ser dañado/a.

       Las inquietudes y necesidades deben satisfacerse exclusivamente dentro de la pareja, es una premisa característica de las parejas en las que existe maltrato.

       Otra característica hace referencia a que algunas mujeres centran su vida en el bienestar de la pareja y ellos necesitan la obediencia de ellas para ocultar su propia fragilidad y sentirse fuertes.

       Es frecuente la persistencia del mito de la salvación: salvar a la otra persona a pesar de ser una relación violenta y generando gran dependencia.

       Aislamiento social extremo. Si bien en determinados momentos, una pareja necesita cerrarse en sí misma, en otros es necesaria la apertura hacia el exterior, sin embargo, esta posición intermedia y fluctuante no se da en parejas donde existe maltrato.

       Presencia de celos, muchas veces consecuencia de la dependencia emocional y del aislamiento social. Si se intenta satisfacer cualquier necesidad fuera de la pareja, la otra persona se sentirá herida y abandonada.

       Deficiencias en la comunicación, afectada por el miedo y confusión.

       Por el contrario, las autoras definen una pareja funcional como “aquélla donde ambos miembros están seguros de sí mismos, tienen una alta autoestima, saben qué es lo que esperan del otro y lo piden con claridad”.

Una vez formalizada la relación, la siguiente fase del ciclo vital familiar normativo es el nacimiento de hijos/as. Esta etapa afecta a la relación de pareja puesto que supone la aparición de nuevos roles y funciones como son el cuidado, la educación y crianza de los y las menores. Además de la pareja conyugal, aparece una nueva identidad: la pareja parental.

Valentín Escudero (2011) en “Impacto de la violencia de género sobre niños, niñas y adolescentes. Guía de intervención”, aborda la pareja parental, describiendo qué tipo de padre son los hombres que ejercen violencia y qué tipo de madre son las mujeres víctimas de dicho maltrato.

Ante la ausencia de descripciones de hombres que ejercen violencia como padres, se basa en las descripciones de mujeres víctimas sobre sus compañeros. Éstas los describen como ausentes o periféricos, que se aburre fácilmente en la presencia de los/as menores y que utilizan mayoritariamente las prácticas educativas negativas, en lugar de la utilización de las prácticas educativas positivas. Las mujeres también informan de que estos padres involucran a sus hijos/as deliberadamente en situaciones de violencia y que los utilizan a menudo como una razón para vencer a las madres (por ejemplo, la agresión a la madre por algún  comportamiento inadecuado del hijo/a).

De fuentes profesionales, obtenemos estas descripciones: controladores y autoritarios, poco consistentes, que utilizan a los niños y niñas para denigrar la autoridad materna frente a los hijos/as (Bancroft, 2002; Jiménez, 2009) distantes, con pocas manifestaciones físicas de afecto de cara a los niños/as y que a menudo recurren al castigo físico para controlar su comportamiento (Holden & Ritchie, 1991, citado en Carroll, 1994).

En cuanto a las mujeres agredidas como madres, tienden a mostrar más agresividad física y verbal hacia los/as menores, mientras que tienden a expresar menos afecto y aceptación hacia ellos/as. No hay que olvidar que pueden estar expuestas a ataques y constantes críticas por parte de sus parejas en su papel como madres.

Estas mujeres tienden a ser inconsistentes como educadoras, es decir, a menudo oscilan entre el autoritarismo y una postura firme y una actitud de permisividad excesiva, lo que imposibilita la creación del vínculo seguro (Barudy & Dantagnan, 2005).

No podemos olvidar que muchas mujeres que viven en contexto de violencia, están intentando sobrevivir a pesar de sentir miedo y de sentirse insignificantes. Están instaladas en un modo de supervivencia, dirigiendo su atención a quien le amenaza, pudiéndose resentir la atención a los y las menores.

5.7.- Menores víctimas de violencia de género en la pareja

La necesidad más básica y fundamental en la infancia es la de disponer de un hogar seguro emocional y físicamente (Unicef, 2006). Es imposible que un hogar sea seguro emocional y físicamente si no está libre de cualquier tipo de maltrato, incluyendo la VGP. Este tipo de maltrato transciende el ámbito de pareja y afecta a todos los miembros de la unidad familiar conviviente e incluso a la no conviviente (familia extensa). No obstante, dadas las características del presente trabajo, únicamente me centraré en la familia nuclear.

Distintos autores, apoyan el concepto de trauma relacional para comprender las consecuencias que la exposición a la VGP puede tener para estos niños y niñas, en la medida en que potencia un abordaje relacional sistémico en la atención de los niños y niñas. Sheinberg y True (2008) definen el trauma relacional como “un evento en que el sentimiento de seguridad emocional y/o física que debería existir en la relación con los padres, madres o personas cuidadoras, fue quebrantado por las misma personas adultas cuidadoras”

No se puede negar la capacidad de algunos niños y niñas de mantenerse ajustados y sin síntomas en contextos tan disfuncionales como puede ser una familia donde existe VGP. De hecho, los datos de algunos estudios apuntan que un tercio de los niños y un quinto de las niñas no muestran sintomatología a nivel clínico, e incluso algunos llegan a mostrar competencias sociales y niveles de equilibrio por encima de la media (Jaffe, Wolfe & Wilson, 1990).

Muchas mujeres que son víctimas de VGP están embarazadas. El estrés afecta los niveles hormonales de cortisol que inciden en bajos crecimientos fetales y subsecuentemente se relaciona con un pobre desarrollo del cerebro, defectos de mielinización que se asocian a síndromes de hiperactividad.

Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, enumeran los siguientes efectos de la VGP en niños y niñas:

       Problemas de socialización: aislamiento, inseguridad, agresividad, reducción de competencias sociales.

       Síntomas depresivos: llanto, tristeza, baja autoestima, aislamiento

       Miedos: miedos no específicos, presentimiento de que algo malo va a ocurrir, miedo a la muerte, miedo a perder a la madre, miedo a perder al padre.

       Alteraciones del sueño: pesadillas, miedo a dormir solo, terrores nocturnos.

       Síntomas regresivos: enuresis, encopresis, retraso en el desarrollo del lenguaje, actuar como niños menores de la edad que tienen.

       Problemas de integración en la escuela: problemas de aprendizaje, dificultades en la concentración y atención, disminución del rendimiento escolar, dificultades para compartir con los pares.

       Respuestas emocionales y de comportamiento: rabia, cambios repentinos del humor, ansiedad, sensación de desprotección y vivencia del mundo como algo amenazante, sentimientos de culpa, dificultad en la expresión y manejo de las emociones, negación de la situación violenta o restar importancia a la situación que han vivido, tendencia a normalizar el sufrimiento y la agresión como modos naturales de relación, aprendizaje de modelos violentos y posibilidad de repetirlos (tanto de víctima como agresor con la interiorización de roles de género erróneos), la exposición crónica a conflictos parentales puede llevar al adolescente a presentar más relaciones conflictivas y adicciones, aparición de comportamientos de riesgo y violentos, huida del hogar, influencia en el establecimiento de las primeras relaciones sentimentales, a más altos niveles de agresión mayor probabilidad de percibir en el comportamiento de los demás intenciones hostiles y a responder de manera violenta como defensa.

       Síntomas de estrés postraumático: insomnio, pesadillas recurrentes, fobias, ansiedad, re-experimentación del trauma, trastornos disociativos.

       Parentalización de los niños y niñas: asunción de roles parentales y protectores hacia los hermanos menores y asunción de roles parentales de protección hacia la madre.

En la misma obra, los y las autores/as, establecen este cuadro que recoge los efectos negativos de la exposición a la VGP en los y las menores:

18. BEBÉS.png

A su vez, refieren estos factores de riesgo:

       La presencia de abuso de sustancias, depresión, personalidad antisocial del padre, situaciones económicas desfavorables o aislamiento social.

       Proximidad de los niños y niñas a las agresiones, al ser testigos directos de la misma.

       La severidad y cronicidad de la violencia

       Si se hace al/ la menor partícipe de la situación, si hay triangulación o si se le obliga “a tomar partido” por uno de los padres.

       Si el/la menor vive en una situación de negligencia por ausencia de cuidados paterno-filiales.

       Si el/la menor es víctima directa de maltrato físico o emocional por parte de alguna de las figuras parentales.

       Características propias del niño/a: temperamento, edad, interpretación que hace de esta realidad, la seguridad de sus vínculos, las habilidades sociales, la capacidad de expresar emociones y pedir ayuda.

       La disponibilidad de otras figuras vinculares que puedan protegerlos emocionalmente o apoyarlos y paliar la ausencia de los cuidados paterno-filiales.

Como factores de protección, señalan:

       Cualidades de los niños y niñas como temperamento tranquilo y fácil, altas habilidades cognitivas.

       La existencia de alguna persona adulta que fomente los recursos propios del/la menor y fortalezca su capacidad de resiliencia.

       Una actitud parental competente que satisfaga sus necesidades fisiológicas, afectivas, cognitivas y sociales.

       Buena respuesta de la madre.

       La capacidad de la madre para participar y apoyarse en la red social.

       La comunicación entre las madres y sus hijos/as sobre la existencia de  conflictos que ellos o ellas han presenciado baja la posibilidad de que muestren problemas de comportamiento y de violencia manifiesta, siempre y cuando ese diálogo no vaya acompañado de hostilidad, culpabilidad o rabia hacia la pareja.

       El apoyo de la familia extensa.

       La ruptura del círculo de violencia

       En la adolescencia, la cohesión y el apoyo del grupo de iguales

       La teoría de los sistemas familiares sugiere que una delimitación clara entre un subsistema matrimonial y el filial se relaciona con un mejor funcionamiento del niño/a, mientras que la existencia de unas fronteras difusas haría más probable el desarrollo de disfunciones.

       El papel que el padre o la madre asignan a sus hijos o hijas dentro de la situación conflictiva.

Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), recogen exhaustivamente los roles que pueden desempeñar los y las menores en unidades familiares en las cuales la VGP está presente. Refieren que: “Estos roles están muy mediatizados por los secretos, la confusión y el miedo debido a la situación que se está viviendo. Ninguno de los roles que se expondrán a continuación son favorecedores para un desarrollo sano ni deben entenderse como ubicaciones estáticas dentro del sistema familiar”.

       El rol cuidador.

Este niño o niña actúa como madre o padre sus hermanos/as pequeños y de su propia madre, procurando el bienestar de todos/as ellos/as. Suelen presentar dificultades para poder asumir aquellos comportamientos y actitudes propios de su edad. El objetivo de intervención, en este caso, se centraría en fomentar que el/la menor regrese al mundo de la infancia a través del empoderamiento de la madre, la cual se ha de ocupar del mundo adulto.

       El rol confidente de la madre

El o la menor conoce los sentimientos, problemas y planes de actuación de su madre. Lo que el o la menor ha visto sirve a la madre para recordar lo que ha pasado, sobre todo, cuando el hombre que ejerce maltrato minimiza o miente sobre la violencia. Por una parte, es importante acompañar a la madre en el dolor o rabia que siente ante los sentimientos positivos de su hijo/a hacia el padre y poner los límites en el papel del hijo/a. Con el/la menor, es fundamental identificar los sentimientos hacia ambos progenitores aunque parezcan contradictorios, así como trabajar el posible sentimiento de ruptura de lealtad hacia la madre.

       Rol confidente del padre (quien ejerce maltrato)

El o la menor tiende a justificar las agresiones hacia la madre. Se les motiva para que cuestionen el comportamiento de la madre y si lo hace, se les recompensa con privilegios o con tratos de favor ante hermanos/as. El objetivo debe ir dirigido a empatizar con el dolor de la madre y el de otros hermanos/as sin olvidar el suyo propio, así como trabajar el sentimiento de culpabilidad de estos/as menores.

       Rol asistente del padre que ejerce violencia.

Es el/la menor escogido/a o forzado/a a maltratar a la madre a través de humillaciones, agresiones físicas etc. Existe un alto riesgo de interiorizar la violencia como forma de relación. El objetivo a trabajar con el/la menor se centrará en su sentimiento de culpa y con la madre la comprensión del papel de víctima de su hijo/a ubicándolo en el contexto de violencia y manipulación a la que es sometido/a.

       Rol de niño/a perfecto/a

El o la menor intenta prevenir la violencia haciendo todo correctamente, presentando un sentimiento de culpa muy elevado cuando siente que no ha conseguido evitar la agresión, lo que aumentará su propia exigencia en la próxima ocasión. El objetivo con el o la menor será comprender que no puede evitar la violencia, dado que no está bajo su control e insistir que la violencia es siempre injustificable. Con la madre será importante disminuir el nivel de exigencia, reforzando al/ la menor independientemente de sus resultados.

       Rol de árbitro

El o la menor media entre personas adultas e intenta mantener la paz. Es probable que el o la menor perciba simetría en el conflicto, cuando realmente la relación es asimétrica. Sentirá culpa, angustia por exceso de responsabilidades y agotamiento. El objetivo con el o la menor está muy vinculado al de la madre, ya que es básico que ella pueda recuperar su  imagen de autonomía y seguridad delante de sus hijos/as.

       Rol de chivo expiatorio

Se le identifica como la causa de los problemas familiares y como el o la culpable de la tensión entre padre y madre. Padre y madre sustentan este rol. El comportamiento del o de la menor se usa para justificar la violencia y suele estar muy aislado/a en el propio ámbito familiar. El objetivo con el o la menor será trabajar la rabia y resentimiento por haber sido culpabilizado de la violencia y con la madre reforzar el vínculo con su hijo/a fomentando la comunicación.

Quisiera finalizar este apartado con una reflexión fruto de los conceptos desarrollados por Linares en su obra “Identidad y narrativa”. En algunos casos de VGP, en la interacción padre-hijo/a/s, pueden detectarse triangulaciones desconfirmatorias, si el padre muestra solamente interés hacia el hijo/a en referencia única al conflicto conyugal. Según Linares: “En la triangulación desconfirmatoria, los hijos tras ser involucrados en los conflictos conyugales se ven abandonados o desconfirmados por quien los involucra, porque el interés hacia ellos no tiene como finalidad la creación de una alianza, sino que está dirigido al juego conyugal con lo cual la utilización y traición posterior al hijo implicado es el determinante del maltrato”.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Almudena Alegre Hernándo

IV.- Modelos teóricos sobre la violencia de género en la pareja

Al principio nuestra relación era muy intensa porque los dos éramos muy pasionales, nos lo pasábamos muy bien y nos queríamos mucho. Luego fue transformándose, pero me mantenía enganchada y absorbida, quizá por el recuerdo de aquellos primeros años. Relativicé sus ataques de celos, su agresividad etc. Tras años de tratamiento, me reconocí como víctima de violencia de género (Testimonio mujer víctima de VGP)

Tras haber explicado el carácter estructural de la VGP, resulta esencial entender la singularidad de este tipo de maltrato, diferenciándolo de violencia simétrica y de la conflictividad y analizando las estrategias subyacentes a esta violencia. Esta revisión de conceptos básicos se completará con un acercamiento a varios modelos teóricos sobre la VGP. Con estas pretensiones, se desarrollará este cuarto punto.

4.1.- Conceptos generales

Comienzo este apartado, señalando una distinción útil entre violencia- simétrica y violencia- complementaria (Perrone, 1997). La violencia simétrica o violencia agresión se genera en situaciones de desafío en el que uno trata de imponerse a la otra persona. La agresión es abierta y existe el sentimiento de culpa. En este tipo de violencia, la identidad y la autoestima están preservadas y la otra persona es existencialmente reconocida, mostrando preocupación y voluntad de salir adelante. La violencia complementaria o violencia castigo es un intento de perpetuar una relación de desigualdad. En estas relaciones, el fuerte se cree con derecho de castigar al débil, sin existir sentimientos de culpa ni pausa. Al no haber pausa, esta violencia permanece escondida y toma carácter íntimo y secreto. Generalmente, en este tipo de violencia, ambas partes tienen baja autoestima y está afectada la identidad de la persona en posición “down”, puesto que se le niega el derecho a ser “otro”. La persona en situación “up”, sólo tiene un mínimo de conciencia de la violencia y un confuso sentimiento de culpabilidad. La VGP es una violencia complementaria o castigo.

Cuando hablamos de VGP en la pareja no nos referimos a un estado de ira o de reacciones agresivas en el contexto de un conflicto, sino a un proceso de control y dominio ejercido por una persona sobre otra/s, que ocasiones daños visibles e invisibles en quien/es padecen ese abuso de poder.

Siguiendo a Perrone (1997), éste diferencia la agresividad de la violencia. La primera sirve para definir el territorio de cada persona y hacer valer “su derecho”. La violencia, en cambio, rompe los límites del propio territorio y los de la otra persona, invade la relación y los vuelve confusos; siendo el acto violento “todo atentado a la integridad física y psíquica del individuo”.

Por otra parte, existen agresiones puntuales y maltrato, ambos violencia interpersonal, pero con diferentes grados. El maltrato es un continuo de una relación donde se dan agresiones intermitentes e impredecibles pero constantes en el tiempo. Agresión y maltrato dañan el desarrollo de la persona y ambas son injustificables. En la agresión el uso de la violencia es puntual y en el maltrato el uso de la violencia es lo que define la relación interpersonal, es algo mantenido en el tiempo. De esta manera, la violencia no es una agresión continua y permanente, sino que la violencia es un continuo de relación donde ocurren actos agresivos y entre agresión y agresión, generalmente, se suceden periodos de relación afectiva. Si tenemos presente este señalamiento, es más probable que manejemos más adecuadamente uno de los elementos centrales de la complejidad de este tipo de violencia: ocurre dentro de una relación afectiva, íntima, donde hay un vínculo y donde será necesario un proceso para ir trabajando aspectos diferentes que van desde la autoprotección hasta la esfera emocional. Por otra parte, hay que señalar que la impredecibilidad de los actos agresivos dentro de la relación violenta afectará a los cambios que experimentará la mujer en sus pensamientos y en sus emociones.

VGP VS CONFLICTO [1]

1. VGP VS CONFLICTO.png

Según Alberdi y Matas (2002) las características básicas de la VGP son las siguientes:

       Fundada en la desigualdad entre hombre y mujer derivada de un código patriarcal.

       La VGP es una forma de violencia de una elevada invisibilidad social

       Se emplea como un mecanismo de control y castigo sobre la mujer

       Genera sentimiento de culpa en quien la sufre

       La VGP suele generar una relación en la que tanto agresor como víctima quedan atrapados: el poder, de un lado y la sumisión, de otro.

La Asociación de Mujeres para la Salud, señalan las cuatro condiciones que se han de cumplir para considerarse VGP son:

       El AGRESOR: siempre es un hombre

       La VÍCTIMA: siempre es mujer

       La CAUSA: las relaciones de poder entre los sexos por la socialización genérica (dominancia del hombre y sumisión de la mujer)

       El OBJETIVO: el control y el dominio de las mujeres”

Miguel Lorente y Francisco Toquero (2004), en la guía de abordaje publicada conjuntamente por el Ministerio de Sanidad y la Organización Médica Colegial señalan: “El resultado en forma de agresión no es una conducta aislada que se repite con más o menos frecuencia según unas determinadas causas, sino una estrategia en la que la violencia se ha convertido en una forma de lenguaje, en un modo de comunicar e imponer a la mujer las pautas de comportamiento en la relación de pareja”.

Antonio Escudero (2009) sostiene como hipótesis de trabajo en VGP las siguientes:

       La violencia se ejerce a través de una serie de estrategias que en su conjunto constituyen una forma de persuasión coercitiva sobre la víctima.

       La persona que maltrata es quien persuade (coaccionando) a la víctima de expresar cualquier desacuerdo con las creencias, conductas y violencia que impone, al tiempo que la disuade de abandonar la relación.

       El efecto final es una desestructuración de la personalidad de la víctima que es así absolutamente controlada y sometida.

Continúa su hipótesis indicando que “una vez que el (primer) golpe físico y/o mental impacta sobre la mujer (en su sentido literal), se inicia un proceso imparable que desconfigura y distorsiona inmediatamente la relación de pareja como un vínculo de afectos y de apoyo mutuo. Su repetición irá re-constituyéndola, pero a través de una ligadura de posesión. Las respuestas agresivas por parte del violento buscan la renuncia a toda confrontación de quien es maltratada hasta su completo sometimiento. En este proceso, repetido como una de sus señas fundamentales, la víctima irá perdiendo el “sentido de sí misma” o “identidad propia o individual”. Con esto último hablamos fundamentalmente de la imagen o representación que la mujer tenía de sí misma antes del maltrato, de sus sentimientos y pensamientos  más íntimos y propios. Esta violencia sostenida alcanza en su extremo la aniquilación de la victima”.

Kirkwood (1993) establece seis criterios para diferenciar enfrentamientos ocasionales  y una relación de maltrato psicológico:

       Degradación de la mujer: erosión continua de su autoestima que impide cualquier intento de reafirmación, permitiendo al mismo tiempo un incremento del abuso.

       Temor, apareciendo la ansiedad por la propia seguridad física y emocional

       Cosificación, siendo tratada sin subjetividad

       Privación: imposibilidad de satisfacer demandas básicas, provocando el aislamiento y la imposiblidad de influencia de personas que pudieran ayudar a la mujer.

       Sobrecarga de responsabilidad, de tal manera que la mujer debe hacerse cargo del mantenimiento de la relación a nivel emocional y práctico, sin ningún esfuerzo por parte del hombre.

       Distorsión de la realidad subjetiva: el agresor plantea dudas en la víctima sobre cómo ésta percibe la situación, llegando al punto en el que ella cuestiona la validez de su visión del mundo.

Tras aclarar el concepto de VGP, es imprescindible tener presente que toda violencia (incluida la física) es también psíquica. Ambas atacan el sentido del valor de la otra persona y propicia su destrucción psicológica. Llega un momento en el que el abuso emocional cumple la misma función de control que la agresión física, especialmente cuando la agresión ya se ha producido. Por su parte, las conductas agresivas en la VGP no son fruto de un diálogo frustrado, sino que se “desatan” independientemente de la conducta de la mujer.

UNA TIPOLOGÍA COMUNICACIONAL DE LAS ESTRATEGIAS DE MALTRATO Y SUS EFECTOS [2]

 2. UNA TIPOLOGÍA COMUNICACIONAL DE LAS ESTRATEGIAS DE MALTRATO Y SUS EFECTOS .png

OBJETIVOS Y ESTRATEGIAS DE LA VIOLENCIA [3]

 3. OBJETIVOS Y ESTRATEGIAS DE LA VIOLENCIA.png

Corsi y Peyrú (2003) proponen una serie de formas en que los varones ejercen dominio sobre sus parejas:

       Generar culpa: a través de conductas permanentemente demandantes y de un uso constante de la atribución causal externa, mediante la cual nunca asumen su parte de responsabilidad.

       Generar confusión: a través de manipulaciones comunicacionales que ponen en duda las correctas percepciones de la mujer.

       Generar depresión: socavar la autoestima de la mujer.

       Generar vergüenza: a través de críticas, descalificaciones y humillaciones constantes, muchas veces en público.

       Generar temor: mediante amenazas directas o indirectas.

       Generar sometimiento: mediante la manipulación de los tiempos, los espacios, el cuerpo y la conducta de la mujer.

Resulta interesante tener presente que, como dice Marshal (2001), la violencia emocional puede ejercerse de forma burda o sutil. En la primera, los dos miembros de la pareja, entienden la agresión y su significado, aunque no sea así para una tercera persona. En la violencia sutil, sólo el que ejerce violencia tiene conciencia de sus maniobras. En este caso, la víctima puede tener dificultades para saber qué está pasando y desentrañar el juego psicológico del maltrato. Puede tener dificultades para reconocer sus emociones y los motivos de la misma, siendo característica la confusión mental.

Si no se comprenden los mecanismos que subyacen a este maltrato, existe el riesgo de juzgar y culpabilizar a las mujeres que mantienen su relación de pareja a pesar de ser violenta. Diferentes explicaciones nos ofrecen un marco de comprensión para entender por qué muchas mujeres continúan la relación de pareja aunque haya maltrato:

       La Indefensión Aprendida de Seligman. Walker (1979) señala que “Repetidos maltratos (físicos), como los choques eléctricos, disminuyen la motivación de la mujer a responder. Ella llega a ser pasiva. Secundariamente, su habilidad cognitiva para percibir éxitos está cambiada. Ella no cree que su respuesta acabará en un resultado favorable, sea o no posible”. En 2004, Walker destaca que, una gran diferencia entre los estudios de laboratorio y la realidad de las mujeres víctimas de maltrato reside en que la persona que ejerce violencia puede volverse más violento cuando la mujer se enfrenta a él.

       El ciclo de violencia de la Dra. Walker. Las tres fases de este ciclo (se  analizarán en el apartado 4.3) dificultan la toma de conciencia de la víctima sobre la violencia y activan sus mecanismos de disonancia cognitiva para justificar las agresiones recibidas.

       Mecanismo de adherencia (Esperanza Bosch y Victoria Ferrer). Se relaciona con la apuesta amorosa realizada por la mujer en el inicio de la relación y el enorme coste emocional que representa la aceptación del fracaso. Este mecanismo se articula bajo

diferentes aspectos a lo largo de la relación:

o    La propia mujer no acepta el fracaso que supondría haberse enamorado  de  una persona que le hace daño y persiste en su empeño de restituir la imagen que tenía de él inicialmente, con diferentes explicaciones que justifiquen su conducta actual.

o    La mujer se expone a la agresividad del otro haciendo de escudo ante los hijos, frente a la convicción de que no puede abandonar la relación de pareja por sus dificultades generalmente económicas, pero también de falta de amparo  social familiar, para iniciar una vida autónoma con ellos.

o    La mujer piensa que puede arreglar la situación porque ella “entiende” a su pareja y sabe cuál es el camino para que cambie. O cree que es la responsable del arreglo de la situación ya que ella es la culpable de la misma.

o    Muchas veces, el empecimiento en el mantenimiento de la relación puede venir determinado por la consideración de ésta como mal menor frente a la posibilidad de que se produzca la muerte de ella y/o el suicidio de él (ambas frecuentes amenazas del violento) si la mujer tomara la determinación de marcharse.

o    En ocasiones, el desamparo al que se ve sometida la mujer, porque la familia y amistades no pueden ayudarla o están ya cansados de hacerlo, por temor a no ser creída o por vergüenza ante la situación que sufre, la empujan a querer mantener la relación e incluso a ocultar la situación de abuso de la que sabe que, en ocasiones, se le hará responsable.

       La base afectiva del desarrollo. Las víctimas prefieren tener una “mala relación” de la que se sienten parte, que contribuye a su identidad personal y social a no tenerla, puesto que supondría un no “ser nada”, “no existir para nadie”. La dinámica de la violencia les ha convencido de la exclusividad de la relación, predominando el discurso de la persona que ejerce maltrato (“nadie te va a querer como yo te quiero”, “no eres nadie”…).

       Andrés Montero (2001) habla del “síndrome de adaptación paradójica a la violencia doméstica”, que describe como “un conjunto de procesos psicológicos que, a través de las dimensiones de respuesta cognitiva, conductual y fisiológica-emocional, culmina en el

desarrollo paradójico de un vínculo interpersonal de protección entre la mujer y el hombre agresor, en el marco de un ambiente traumático y de restricción estimular, a través de la inducción de un modelo mental, de génesis psicofisiológica, naturaleza cognitiva y anclaje contextual, que estará dirigido a la recuperación de la homeostasis fisiológica y el equilibrio conductual, así como a la protección de la integridad psicológica, en la víctima”. Supone también una maniobra de supervivencia puesto que, ante una situación de violencia, es más probable que la mujer sobreviva si tiene un vínculo positivo con el que ejerce violencia que si es negativo.

       Bancroft (2002) apela a la funcionalidad de los periodos de acercamiento como parte integral y necesaria del patrón de violencia. Los periodos de acercamiento sirven para que la mujer cree una relación potente con su pareja, resistiendo la violencia y sitúa así el problema en ella misma, en la búsqueda de faltas (reales o presuntas) y en su reparación. La mujer continuará preguntándose qué hace mal, esforzándose en corregirlo para evitar agresiones y, entre tanto, la relación continúa.

Tras haber abordado diferentes conceptos previos y generales, describiré varios modelos teóricos con el fin de profundizar y comprender las características y mecanismos subyacentes a este tipo de maltrato.

4.2.- Modelo del laberinto patriarcal [4]

Este modelo parte de la construcción social que se ha hecho del amor a partir de los mitos románticos.

El amor romántico se caracteriza por:

       Ha de ser para toda la vida: “te querré para siempre”

       Exclusivo: “no podré amar a nadie más que a ti” (media naranja)

       Incondicional: “te querré por encima de todo”

       Que implica un elevado grado de renuncia: “te quiero más que a mi vida”

Pilar Sampedro (2005) caracteriza el amor romántico de la siguiente manera. Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble.

Según la perspectiva de análisis psicosocial, el amor romántico se basaría en la anulación a través de la renuncia de uno/a mismo/a, y sería la base, en cierta medida, de la VGP. Así, las mujeres interiorizan el amor como entrega total con mayor fuerza que los hombres que estarían socializados más en la idea del amor como posesión, como algo que la otra persona les debe dar de manera incondicional y ellos recibir y retener. Cuando se rompe este esquema, la utilización de la violencia como estrategia de control y sometimiento puede aparecer y ser entendida como legítima por parte del agresor.

Grabiela Ferreira (1995) recoge estas ideas sobre el amor romántico:

       Entrega total a la otra persona.

       Hacer de la otra persona lo único y fundamental de la existencia.

       Vivir experiencias muy intensas de felicidad o de sufrimiento.

       Depender de la otra persona y adaptarse a ella, postergando lo propio.

       Perdonar y justificar todo en nombre del amor.

       Consagrarse al bienestar de la otra persona.

       Estar todo el tiempo con la otra persona.

       Pensar que es imposible volver a amar con esa intensidad.

       Sentir que nada vale tanto como esa relación.

       Desesperar ante la sola idea de que la persona amada se vaya.

       Pensar todo el tiempo en la otra persona, hasta el punto de no poder trabajar, estudiar, comer, dormir o prestar atención a otras personas menos importantes.

       Vivir sólo para el momento del encuentro.

       Prestar atención y vigilar cualquier altibajo en el interés o el amor de la otra persona.

       Idealizar a la otra persona no aceptando que pueda tener algún defecto.

       Sentir que cualquier sacrificio es positivo si se hace por amor a la otra persona.

       Tener anhelos de ayudar y apoyar a la otra persona sin esperar reciprocidad ni gratitud.

       Obtener la más completa comunicación.

       Lograr la unión más íntima y definitiva.

       Hacer todo junto a la otra persona, compartirlo todo, tener los mismos gustos y apetencias.

Carlos Yela (2003) define los mitos románticos como: un conjunto de creencias socialmente compartidos sobre la “supuesta naturaleza del amor” y, al igual que sucede en otros ámbitos, también los mitos románticos suelen ser ficticios, absurdos, engañosos, irracionales e imposibles de cumplir y, la coartada para el ejercicio de la violencia masculina hacia las mujeres.

La idea romántica del amor y la presión social dirigida a la búsqueda de una pareja, como ya se ha dicho anteriormente, están en el centro de una dinámica que puede abrir la puerta del laberinto para, a continuación, sellar todas las salidas.

Sería en esta sucesión de acontecimientos donde se desarrollarían las etapas del proceso:

       Fascinación. Las expectativas amorosas de la mujer dan cuerpo a una figura, cuanto mayores sean éstas, mayor será la posibilidad de error y la posibilidad de

reconocimiento del mismo. En esta etapa, sería interesante detectar las expectativas desmesuradas y las ideas distorsionadas sobre el amor, analizando a la persona amada desde la realidad y no desde la fantasía.

       Reto. La mujer (fascinada) se preocupa de realizar cambios en sí misma o en el otro para mejorar la relación o hacer concesiones al amor tratando de justificar los aspectos negativos de la relación. En esta etapa, sería conveniente reconocer mitos románticos tales

como que el amor no es todopoderoso, analizando las concesiones que se hacen y su coste emocional.

       Confusión. Al no lograr el bienestar, baja la propia aceptación y se activa el proceso de autocuestionamiento. La resituación en la relación de pareja así como el análisis del daño sufrido pueden ser intervenciones en esta etapa.

       Extravío en el territorio del laberinto. Hace una mala representación emocional de sí misma, de él, de la relación. Hay una falta de respuesta y se rinde. El laberinto se cierra a

su alrededor, las salidas quedan bloqueadas o al menos ésta es la percepción de la mujer extraviada. Posibles estrategias de intervención en esta etapa son: recuperación de la autoestima, aceptación del amor no como dominio y el empoderamiento.

Este laberinto tendría las paredes de cristal, es decir, existe la posibilidad de que, aunque se esté perdida en él, ver el exterior y poder recuperar la libertad de decidir sobre la propia vida, saliendo de los círculos concéntricos llenos de peligros y temores.

Este laberinto se representa con una estructura de tres círculos concéntricos, de menor a mayor peligrosidad en su recorrido, desde el exterior hacia el núcleo central:

       La entrada tiene lugar, para cada uno de los elementos de la pareja, porque sus expectativas les inducen a consolidar la relación.

       PRIMER CÍRCULO. Es con la aparición de choque de expectativas, en la colisión de intereses, cuando aparecen, generalmente ya en los inicios de la experiencia, las primeras estrategias de control, en forma de lamentos, demandas desproporcionadas, críticas o quejas.

       SEGUNDO CÍRCULO. Aparecen las primeras agresiones físicas y toma fuerza el llamado ciclo de violencia propuesto por Walker.

       TERCER CÍRCULO. El miedo está instaurado y reina la violencia. La mujer está aislada y establece estrategias de supervivencia.

4.3.- Ciclo de violencia de Walker

La violencia doméstica suele iniciarse de maneras muy diversas en cada caso y no son raros aquéllos en que ya desde el noviazgo se producen agresiones físicas leves.

Si bien el inicio de la violencia doméstica es muy variable, lo que sí parece ser más predecible es el carácter cíclico de los episodios violentos.

En este sentido, cabe destacar la “teoría del ciclo de violencia” enunciada por Walker. Estos ciclos suponen la existencia de tres fases. En cada fase se describirá la puntuación circular e interaccional de ambos miembros de la pareja con el fin de comprender la dinámica relacional que subyace al maltrato. Esta comprensión permite profundizar en el conocimiento de lo que ocurre en este ciclo y, a su vez, tener presente esta circularidad a la hora de intervenir es esta problemática.

Estas tres fases son:

       Acumulación de tensión. Se caracteriza por agresiones psicológicas, cambios repentinos en el estado de ánimo, incidentes menores de maltrato. La mujer, en un intento por calmar a su pareja, tiende a comportarse de forma sumisa o ignora los insultos y descalificaciones de él, minimiza lo ocurrido atribuyendo el incidente aislado a factores externos, por lo que si ella espera, las cosas cambiarán y él mejorará su trato hacia ella. El hombre que maltrata, debido a la aparente aceptación pasiva que ella hace de su conducta, no intenta controlarse, se cree con derecho a maltratarla y constata que es una forma efectiva de conseguir que la mujer se comporte como él desea. La mujer, en esta fase, suele intentar hablar con él con el fin de solucionar el problema, pero, esta conducta suele irritar al hombre, de tal manera que la mujer, para evitar molestarle, comienza a no hacer nada, a no expresar su opinión, a llevar a cabo el menor número de conductas posibles. Entra en una fase de inmovilidad que puede ser reprochada por el hombre. Si la mujer se queja, él lo niega y la culpabiliza, intentando convencerle de que él tiene razón y que la percepción que ella tiene de la realidad es equivocada. Ella empieza a dudar de su propia experiencia y a considerarse culpable, reforzando más el comportamiento del hombre. Él se distancia emocionalmente, lo que provoca miedo en la mujer a perderlo, sintiéndose culpable por no haber sabido conservar su amor. Son varias las emociones que la mujer puede sentir en esta fase como angustia, ansiedad y miedo. Es decir, la mujer intenta calmar a su pareja (regulación interpersonal) como estrategia de supervivencia así como expresión de su compromiso con la relación. Dado que en algunas ocasiones consigue apaciguarlo, refuerza su convencimiento de que puede controlarlo. La irritabilidad de él crece y ella se disculpa una y otra vez, produciéndose el inicio de la siguiente fase.

       Fase de explosión o agresión. Cuando la tensión de la fase anterior llega a cierto límite, se produce la descarga de la misma a través del maltrato psicológico, físico o sexual. La regulación interpersonal ha fracasado. La agresión ha empezado en un intento de dar una lección a la víctima y ha finalizado cuando él considera que ella ha aprendido. Esta fase es la que entraña mayores daños físicos en la víctima y suele ser la más breve de las tres, durando entre 2 y 24 horas. Cuando acaba, suele verse seguida de un estado inicial de choque, negación o incredulidad sobre lo sucedido. En esta fase, la mujer, que intentaba salvar la relación, se siente impotente y débil, entrando en una “indefensión aprendida” que le impide reaccionar. La mujer siente soledad, impotencia, dolor, vergüenza y en este momento puede plantearse la búsqueda de ayuda y la toma de decisiones.

       Fase de reconciliación o luna de miel. En esta fase no hay tensión ni agresión, el hombre se arrepiente y pide perdón a la víctima, prometiendo que no volverá a suceder. La tensión se disipa lo que refuerza recurrir a ella la siguiente vez que se experimente. Cree que ella ha aprendido su lección, por lo que no volverá a comportarse de manera inadecuada y él no se verá obligado a maltratarla. La mujer, en esta fase, siente poder y puede pensar que él está responsabilizándose de lo ocurrido. Le cree e intenta asimilar la situación como una pérdida de control momentánea de su pareja. Esta fase está teñida por emociones de la mujer tales como ambivalencia de los sentimientos, ilusión, esperanza así como ver el lado “positivo” de la relación. Se puede producir un acercamiento afectivo, a veces muy intenso.

En esta fase es más difícil que la mujer tome la decisión de dejar la relación. A su vez, es también cuando ella tiene más contacto con personas que pueden ayudarla, ya que tiene más libertad para salir de casa y mantener relaciones sociales.

A medida que pasa el tiempo las fases empiezan a hacerse más cortas, llegando a momentos en que se pasa de una breve fase de acumulación de tensión a la fase de explosión y así sucesivamente, sin que medie la fase de arrepentimiento que acaba por desaparecer. En este momento, las mujeres suelen pedir ayuda.

Los episodios de maltrato son cada vez más intensos y peligrosos. Se produce una escalada de violencia.

Es importante realizar estas consideraciones:

       No todas las fases del ciclo se dan siempre.

       La violencia no es estrictamente cíclica, puede aparecer de manera repentina y su ritmo no es regular.

       Las características del hombre que ejerce violencia suelen producir respuestas de indefensión y sumisión en la mujer que facilitan la repetición de las conductas agresivas, al reforzar, con esta sumisión, el comportamiento violento del hombre.

Por otra parte, las mujeres que viven estos ciclos, parecen no predecir una nueva agresión debido a posibles razones:

       El deseo de la mujer de mantener su proyecto de pareja como algo viable, sin olvidar, la existencia de un vínculo con la persona que ejerce maltrato.

       Similar a la disociación psicoanalítica, se produce cierta escisión entre los indicios de amor y los hechos despreciativos que los contradicen. Las emociones asociadas a la violencia (miedo, humillación…) se desvinculan de los afectos positivos (amor, ternura…).

       La puesta en marcha de ciertos mecanismos de defensa (negación) con una función psíquica defensiva para soportar el miedo.

4.4.- Modelo de Deschner (aplicado al modelo comunicacional de Watzlawick)

Deschner (1984), en su ciclo de violencia, menciona las siguientes fases: dependencia mutua, acontecimiento perjudicial, intercambio de coacciones, último recurso, furia primitiva, refuerzo de la agresión, instigación de miedo en la persona abusada y arrepentimiento.

Describiré cada fase y destacaré conceptos comunicacionales, en este esquema de elaboración propia.

MODELO DE DESCHNER. Fase DEPENDENCIA MUTUA

4. MODELO 1.png

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

5. MODELO 2.png

MODELO DE DESCHNER. Fase ACONTECIMIENTO PERJUDICIAL

 6. MODELO 3.png

6. MODELO 4.png

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

 7. TEORIA DE LA COMUNICACION.png

MODELO DE DESCHNER. Fase INTERCAMBIO DE COACCIONES

 9. MODELO 6.png

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

 10. MODELO 7.png

4.5.- Modelo teórico de la “rueda del control y del poder”

El modelo teórico de “la rueda del control y del poder” (Stordeur y Stille, 1989 y Pence y Paymar, 1993), expone las siguientes formas de maltrato psicológico:

       Coerción y amenazas: asustarle con amenazas de hacerle daño; amenazar con dejarla, con el suicidio o con denuncias falsas a la autoridad; obligarle a retirar los cargos presentados contra él; obligarle a cometer actos ilegales.

La coerción y las amenazas se utilizan para inmovilizar a la mujer, que de esta forma se ve confrontada con el hecho de que si se marcha será castigada. La coerción y las amenazas provocan un terror intenso y constituye una de las peores formas de maltrato psicológico.

       Intimidación: provocarle miedo a través de sus miradas, acciones y gestos; destrozar objetos; intimidar rompiendo sus objetos personales, maltratando animales domésticos, mostrando armas.

       Abuso emocional: hacer sentir inferior; hacer sentir mal; insultar con nombres ofensivos; hacerle pensar que está loca; confundir a propósito; humillar; hacer sentir culpable.

       Aislamiento social: controlar lo que hace (a quién puede ver, con quién puede hablar, lo que puede leer y dónde va), limitar su vida social, utilizar los celos para justificar sus actos.

       Minimizar, negar y culpabilizar: no tomar seriamente la preocupación que ella tiene sobre el abuso; negar que hubo abuso; hacerle sentir responsable de la conducta abusiva; decirle que ella lo provocó.

       Utilización de los hijos: hacerle sentir culpable por el comportamiento de los niños/as; usar a los niños/as como intermediarios y mantener así el control; usar las visitas con los niños/as para molestar o amenazar; amenazar con quitarle a los niños.

       Utilización de los privilegios de ser hombre: tratar como una sirvienta; no dejarle tomar decisiones importantes; actuar como el rey de la casa; definir los roles del hombre y de la mujer.

       Abuso económico: impedirle trabajar o que mantenga su empleo; obligarle a que le pida dinero; quitarle el dinero; no informarle acerca de los ingresos familiares o no permitirle disponer de los ingresos.

4.6.- La teoría del “vínculo traumático” de Dutton y Painter: la alternancia, la imprevisibilidad y la intensidad de la agresión

El vínculo traumático descrito por Dutton y Painter (1981) alude a una relación de pareja (vincular) construida sobre un progresivo desequilibrio de poder. Quien se impone a la otra persona, la hostiga, golpea, amenaza, abusa o intimida intermitentemente, generando en la víctima fuertes apegos emocionales. Cuanto más aumenta el desequilibrio, la autovaloración de la persona con menos poder, se hace más negativa, con mayor sentimiento de ineficacia y mayor necesidad de la persona poderosa. El arrepentimiento se asocia a una sensación de alivio y de cese de la violencia.

Si la mujer consigue romper el contacto con su pareja, el miedo empieza a diluirse en el tiempo. Sin embargo, si reaparecen las necesidades de afecto de la mujer, es posible que evoque la “imagen” de la pareja en actitud de arrepentimiento, la cual está grabada como esquema mental.

En cuanto al hombre, quien es quien ostenta el poder, se vuelve “dependiente” de la persona sometida. La revelación de las propias carencias del hombre a la mujer reinstauran el control y la intimidación.

Los autores señala que el desequilibrio de poder se consolida conforme se perpetúa una periodicidad en el abuso que intercale, de manera impredecible, el “castigo” y la aproximación permisiva y “amorosa” en forma de arrepentimiento.

Dutton y Painter utilizaron la metáfora de la banda elástica: cuanto más se aleja ella del hombre, mayor es la fuerza de la ligadura traumática, hasta que, sobrepasado un punto de equilibrio entre el estímulo reforzado (arrepentimiento y afecto) y el miedo que la alejó, la mujer parece que “bruscamente e impulsivamente decide retornar”.

4.7.- Las estrategias de maltrato en la violencia de género en la pareja. Contextos relacionales de la violencia emocional. Persuasión coercitiva

La persuasión coercitiva representa un modelo para la organización de estrategias organizadas con el fin de controlar y someter a otra persona, realizadas con carácter deliberador por quien persuade y la víctima se mantiene en un estado de oscuridad sobre lo que está ocurriendo.

Rodríguez-Carballeira (1992) en su obra sobre la persuasión coercitiva, indica que la víctima “no se encuentra en condiciones neutrales para aplicar rigurosidad a sus procedimientos cognitivos. El debilitamiento y la dependencia unidos a la omnipresencia de la doctrina en los procesos de sentir, pensar y actuar del adepto, determinan un estrechamiento y enlentecimiento en sus facultades cognitivas” (p.132).

Rodríguez-Carballeira y un grupo de colaboradores (2005) refieren que: “(…) el afán de dominar al otro comienza por las formas tradicionales de influencia y persuasión, y cuando éstas fallan se inician las estrategias propias del llamado poder coercitivo y del control para extenderse a otras formas de abuso psicológico, llegando en ocasiones a desembocar luego en violencia física. Además, el clima de miedo y humillación generado por el abuso físico fortalecería el impacto del empleo del abuso psicológico por parte del agresor (…)”. Este autor define la coerción/ coacción como “el uso de la fuerza para impedir u obligar a alguien a hacer algo”.

Loewenstein y Putnam (2005) señalan que las personas sometidas a técnicas de extrema coerción pueden sufrir una despersonalización persistente y sintomatología disociativa. La estructura cognitiva de estas personas puede mostrar una rigidez adquirida, regresiones conductuales y profundos cambios de valores, actitudes, creencias y sentido del sí mismo.

Las estrategias propias del control coercitivo pueden agruparse en dos categorías: sometimiento por el miedo y la destrucción de la confianza en las víctimas en su propio criterio. De tal manera, que el control se distribuye en un continuo, donde el polo más “positivo” sería aquél en el que la víctima se somete por el castigo de no hacerlo pero conserva su criterio, sin existir sometimiento interno y el peor extremo en el que la víctima no conserva su criterio y asume el del agresor, existiendo sometimiento interno.

4.8.- Modelo teórico de la “rueda del control y del poder”

El modelo teórico de “la rueda del control y del poder” (Stordeur y Stille, 1989 y Pence y Paymar, 1993), expone las siguientes formas de maltrato psicológico:

       Coerción y amenazas: asustarle con amenazas de hacerle daño; amenazar con dejarla, con el suicidio o con denuncias falsas a la autoridad; obligarle a retirar los cargos presentados contra él; obligarle a cometer actos ilegales.

La coerción y las amenazas se utilizan para inmovilizar a la mujer, que de esta forma se ve confrontada con el hecho de que si se marcha será castigada. La coerción y las amenazas provocan un terror intenso y constituye una de las peores formas de maltrato psicológico.

       Intimidación: provocarle miedo a través de sus miradas, acciones y gestos; destrozar objetos; intimidar rompiendo sus objetos personales, maltratando animales domésticos, mostrando armas.

       Abuso emocional: hacer sentir inferior; hacer sentir mal; insultar con nombres ofensivos; hacerle pensar que está loca; confundir a propósito; humillar; hacer sentir culpable.

       Aislamiento social: controlar lo que hace (a quién puede ver, con quién puede hablar, lo que puede leer y dónde va), limitar su vida social, utilizar los celos para justificar sus actos.

       Minimizar, negar y culpabilizar: no tomar seriamente la preocupación que ella tiene sobre el abuso; negar que hubo abuso; hacerle sentir responsable de la conducta abusiva; decirle que ella lo provocó.

       Utilización de los hijos: hacerle sentir culpable por el comportamiento de los niños/as; usar a los niños/as como intermediarios y mantener así el control; usar las visitas con los niños/as para molestar o amenazar; amenazar con quitarle a los niños.

       Utilización de los privilegios de ser hombre: tratar como una sirvienta; no dejarle tomar decisiones importantes; actuar como el rey de la casa; definir los roles del hombre y de la mujer.

       Abuso económico: impedirle trabajar o que mantenga su empleo; obligarle a que le pida dinero; quitarle el dinero; no informarle acerca de los ingresos familiares o no permitirle disponer de los ingresos.

4.9.- La teoría del “vínculo traumático” de Dutton y Painter: la alternancia, la imprevisibilidad y la intensidad de la agresión

El vínculo traumático descrito por Dutton y Painter (1981) alude a una relación de pareja (vincular) construida sobre un progresivo desequilibrio de poder. Quien se impone a la otra persona, la hostiga, golpea, amenaza, abusa o intimida intermitentemente, generando en la víctima fuertes apegos emocionales. Cuanto más aumenta el desequilibrio, la autovaloración de la persona con menos poder, se hace más negativa, con mayor sentimiento de ineficacia y mayor necesidad de la persona poderosa. El arrepentimiento se asocia a una sensación de alivio y de cese de la violencia.

Si la mujer consigue romper el contacto con su pareja, el miedo empieza a diluirse en el tiempo. Sin embargo, si reaparecen las necesidades de afecto de la mujer, es posible que evoque la “imagen” de la pareja en actitud de arrepentimiento, la cual está grabada como esquema mental.

En cuanto al hombre, quien es quien ostenta el poder, se vuelve “dependiente” de la persona sometida. La revelación de las propias carencias del hombre a la mujer reinstauran el control y la intimidación.

Los autores señala que el desequilibrio de poder se consolida conforme se perpetúa una periodicidad en el abuso que intercale, de manera impredecible, el “castigo” y la aproximación permisiva y “amorosa” en forma de arrepentimiento.

Dutton y Painter utilizaron la metáfora de la banda elástica: cuanto más se aleja ella del hombre, mayor es la fuerza de la ligadura traumática, hasta que, sobrepasado un punto de equilibrio entre el estímulo reforzado (arrepentimiento y afecto) y el miedo que la alejó, la mujer parece que “bruscamente e impulsivamente decide retornar”.

4.10.- Las estrategias de maltrato en la violencia de género en la pareja. Contextos relacionales de la violencia emocional. Persuasión coercitiva

La persuasión coercitiva representa un modelo para la organización de estrategias organizadas con el fin de controlar y someter a otra persona, realizadas con carácter deliberador por quien persuade y la víctima se mantiene en un estado de oscuridad sobre lo que está ocurriendo.

Rodríguez- Carballeira (1992) en su obra sobre la persuasión coercitiva, indica que la víctima “no se encuentra en condiciones neutrales para aplicar rigurosidad a sus procedimientos cognitivos. El debilitamiento y la dependencia unidos a la omnipresencia de la doctrina en los procesos de sentir, pensar y actuar del adepto, determinan un estrechamiento y enlentecimiento en sus facultades cognitivas” (p.132).

Rodríguez-Carballeira y un grupo de colaboradores (2005) refieren que: “(…) el afán de dominar al otro comienza por las formas tradicionales de influencia y persuasión, y cuando éstas fallan se inician las estrategias propias del llamado poder coercitivo y del control para extenderse a otras formas de abuso psicológico, llegando en ocasiones a desembocar luego en violencia física. Además, el clima de miedo y humillación generado por el abuso físico fortalecería el impacto del empleo del abuso psicológico por parte del agresor (…)”. Este autor define la coerción/ coacción como “el uso de la fuerza para impedir u obligar a alguien a hacer algo”.

Loewenstein y Putnam (2005) señalan que las personas sometidas a técnicas de extrema coerción pueden sufrir una despersonalización persistente y sintomatología disociativa. La estructura cognitiva de estas personas puede mostrar una rigidez adquirida, regresiones conductuales y profundos cambios de valores, actitudes, creencias y sentido del sí mismo.

Las estrategias propias del control coercitivo pueden agruparse en dos categorías: sometimiento por el miedo y la destrucción de la confianza en las víctimas en su propio criterio. De tal manera, que el control se distribuye en un continuo, donde el polo más “positivo” sería aquél en el que la víctima se somete por el castigo de no hacerlo pero conserva su criterio, sin existir sometimiento interno y el peor extremo en el que la víctima no conserva su criterio y asume el del agresor, existiendo sometimiento interno.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Notas:

1.      Margarita Herrero de Vega (2011). Conferencia “La violencia de género: concepto, causas y consecuencias”.Burgos.

2.      Margarita Herrero de Vega (2011). Conferencia “La violencia de género: concepto, causas consecuencias”. Margarita Herrero de Vega. Burgos

3.      José Navarro Góngora (2013). Jornada “Intervención con mujeres víctimas de violencia de género”.

Burgos

4.      Extraído de Bosch. E., Ferrer, V., Navarro, C. & Ferreiro, V. (2010). Intervención con perspectiva de género en mujeres víctimas de violencia machista. Formación Continuada A Distancia (FOCAD): Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos.

 

Almudena Alegre Hernándo

I.- Fundamentación y justificación del trabajo

Para muchos, permanecer a salvo consiste en cerrar puertas y ventanas y evitar los lugares peligrosos. Para otros no hay escapatoria porque la amenaza de la violencia está detrás de esas puertas, ocultas a los ojos de los demás. (Gro Harlem Brundtland Directora General OMS)

No es infrecuente la asociación de la violencia de género con diferentes comentarios inoportunos e inadecuados. Diferentes debates coloquiales tras noticias de asesinatos de mujeres desatan opiniones encontradas y desencuentros importantes. Comentarios del tipo “yo no entiendo cómo siguen con él tras varios años de maltrato”, “algo habrá hecho para que le pegue”, “y a los hombres, ¿no se nos maltrata?”, “muchas denuncias son falsas”, “luego van denuncian que les han pegado y claro, los jueces les dan todo” etc. Frases duras, juicios que traslucen resonancias personales, comentarios divulgados que nos alejan de la comprensión  de esta grave problemática social que afecta al conjunto de la sociedad.

Se pueden distinguir dos definiciones de violencia de género diferentes, una de carácter más amplio y otra de carácter más restringido. Por una parte, las Naciones Unidas, en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer define la violencia contra las mujeres así como la violencia de género como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada”. Por su parte, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género define este maltrato como aquél que ejercen los hombres sobre las mujeres, desde el poder y la desigualdad, cuando sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia. Esta segunda definición circunscribe la violencia de género en el ámbito de las parejas. Es conveniente realizar esta apreciación dado que, este trabajo,  abordará  “la violencia de género en la pareja”, concepto al que me referiré a partir de ahora con las siglas VGP.

Según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, en el año 2015, 56 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, estando 4 casos en investigación y 51 menores son huérfanos/as por VGP. Respecto al número de menores fallecidos/as por VGP en el 2015, 3 casos se han confirmado y 6 se encuentran en investigación.

La violencia cuestiona la base de nuestros afectos, nuestra seguridad, nuestra propia identidad y nos obliga a afrontar nuestra propia vulnerabilidad. La violencia en relaciones afectivas supone un cuestionamiento máximo ya que, ¿cómo comprender que esa relación, en la que se supone que ha de reinar el respeto y el amor, cause tanto sufrimiento y dolor?

¿Cómo comprender que la persona con quien compartes tu vida y tu intimidad se convierta en tu peor enemigo? ¿Cómo entender que el amor mata y que por amor se mata?

Como profesionales, la violencia también nos cuestiona y nos expone a la fragilidad del ser humano; a la responsabilidad de “salvar vidas”; a la inquietud e incertidumbre sobre las decisiones que hemos de ir tomando junto a las personas con las que intervenimos; a emociones como miedo, impotencia y ansiedad. Pero, sobre todo, la violencia nos expone al sufrimiento extremo.

La VGP atenta contra los Derechos Humanos y se considera la máxima expresión de desigualdad entre hombres y mujeres. Por su parte, la OMS en 1996 definía taxativamente la violencia contra las mujeres como “un problema de Salud Pública”.

Personalmente, la VGP me suscita diferentes preocupaciones: supone daño, produce sufrimiento en toda la unidad familiar, afecta a la integridad física y psíquica de quienes la sufren y de quienes están en contexto de violencia y en última instancia, puede llegar a la muerte, incluyendo posibles suicidios. Por otra parte, son múltiples los interrogantes que me plantea este tema: “¿qué papel tiene el contexto en esta problemática social?”, “¿cómo no ser cómplice de la violencia?”, “¿cómo realizar intervenciones en red adecuadas a las personas que viven en contextos de violencia?”, “¿cómo articular diferentes contextos de intervención: asistencialista, terapéutico, de control etc de manera coordinada y eficaz?”, “¿cómo conseguir trabajar con los hombres que ejercen violencia sin interferencia de nuestras resonancias personales?”, “¿cómo trascender los moralismos y entender al hombre que maltrata y a la mujer que sufre el maltrato como dos personas con un problema de tal índole?”, “¿cómo proteger también a los y las hijas inmersas en ese contexto?”. Todas estas reflexiones son el motor de la elección de este tema de trabajo. A su vez, estos mismos cuestionamientos me planteaban un abordaje sistémico de esta tragedia, con el fin de profundizar en conceptos desarrollados por la terapia sistémica, desde sus diferentes escuelas, que puedan arrojar luz sobre esta sinrazón. Estructura y dinámica familiar; mitología familiar; roles, reglas, mandatos familiares; poder y jerarquía; cosmovisión familiar; legado transgeneracional; puntuaciones interaccionales y comunicacionales; subsistemas familiares; vinculaciones afectivas entre otros, guiarán este trabajo.

No hay duda de que cualquier tipo de violencia es destructiva, sin embargo, este aspecto cobra especial relevancia en las relaciones íntimas, aquellas en las cuales se supone que el amor y el apego están presentes, alcanzando aquí un carácter traumático. Como señalan M.F. Solomon y D.J. Siegel (2003) se produce una paradoja esencial en las mujeres víctimas de maltrato, dado que son expuestas al trauma de ser agredidas por quienes las quiere, la respuesta condicionada es la de huir y buscar protección precisamente en la figura de apego que las maltrata. Es difícil y supone un tiempo resolver esta compleja paradoja, donde violencia y apego se asocian a la misma persona.

En esta introducción, quisiera destacar las cuatro premisas que Perrone y Nannini (1997) señalan para situarnos en una perspectiva sistémica, “donde estudia la participación de cada persona en el funcionamiento del sistema y se considera que cada uno tiene que hacerse y pensarse responsable de sus propios comportamientos”:

       La violencia no es fenómeno individual sino una manifestación de un fenómeno interaccional. No puede explicarse sólo en la esfera de lo intrapsíquico sino en un contexto  relacional,  puesto  que  es el  resultado  de un proceso  de comunicación entre dos o más personas.

       Todos cuantos participan en una interacción se hallan implicados y son responsables interaccionalmente hablando (no legalmente). Manteniendo dudas sobre esta premisa en casos de VGP, quizá se puede corresponder con el inicio de la interacción violenta. Sin embargo, según se rigidifican las pautas interaccionales, con una acomodación rígida de las posiciones one-up y one-down del hombre y de la mujer respectivamente, y se activan mecanismos propios del control coercitivo, esta premisa desaparecería.

       Todo individuo adulto, con capacidad suficiente para vivir de modo autónomo, es el garante de su propia seguridad.

       Cualquier individuo puede llegar a ser violento con diferentes modalidades o manifestaciones.

En esta introducción, considero importante realizar las siguientes apreciaciones:

       Este trabajo aborda la VGP, de tal manera que no se niegan otros tipos de maltrato (violencia doméstica, conyugal, familiar, de mujer a hombre etc.), que también pueden ocurrir en relaciones íntimas.

       Así mismo, se diferencia de la conflictividad en la pareja.

       Reconoce la responsabilidad del que ejerce violencia. La persona que ejerce violencia elige esa conducta frente a otras alternativas. De manera complementaria, se entiende que la víctima no es culpable. Estas dos afirmaciones contundentes son compatibles con la necesidad, en cualquier intervención, de entender lo que ha llevado a la persona que ejerce maltrato a actuar de esa manera, a usar la violencia como patrón interaccional e interpersonal en sus relaciones íntimas así como de promover pautas de autoprotección en la víctima, trabajando así aspectos que están bajo su control y que permitirán su empoderamiento. La OMS define la violencia como “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daño psicológico, trastornos en el desarrollo o privaciones y que atenta contra el derecho a la salud y a la vida de la población”. Ese uso intencional que subraya la OMS al definir violencia, se relaciona directamente con el concepto de responsabilidad del acto de la persona que usa la violencia.

Ningún estudio relaciona la patología mental en los varones con una mayor probabilidad de ejercer maltrato (Montero, 2008). En investigación con hombres condenados en prisión por un delito de violencia grave contra la mujer “no se ha podido establecer una relación entre la psicopatía o los trastornos de personalidad y la comisión de homicidio contra la pareja o la ex pareja” (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 2008, p.197)

       El objetivo principal de este trabajo es ofrecer una mirada sistémica sobre la VGP, a partir de dos ejes fundamentales: eje ámbito privado- público y eje esfera individual- esfera familiar. Sin obviar la complejidad  y multicausalidad de cualquier tipo de maltrato en general y de éste en particular, a lo largo de este trabajo intentaré responder a diferentes interrogantes.

En relación a este último punto, ¿qué pretendo tratar con esos dos ejes? ¿qué quiero resaltar al explicitar esta violencia como “del ámbito privado al ámbito social”? ¿qué supone tratar esta violencia “de lo individual a lo familiar”?

La elección de estos dos ejes que estructuran este trabajo viene determinada por el deseo de ofrecer una visión sistémica de la VGP. La VGP suele producirse en el ámbito privado, sin embargo el componente estructural de este tipo de maltrato alcanza un papel relevante, tal como se expondrá en el apartado 3 del presente trabajo. Por otra parte, no hay que olvidar que, si bien el hogar se identifica como seguridad, en los casos de VGP, esta asociación se rompe, dado que es ahí, ese hogar, el escenario de la mayoría de las agresiones y actos violentos. Por su parte, el paso de la esfera individual a la familiar sugiere la importancia de entender este tipo de violencia como un maltrato que afecta directamente a la familia nuclear (hijos e hijas) y mantiene posibles conexiones con las propias familias de origen. Así mismo, este paso de lo individual a lo familiar permite abrir el foco del problema, analizando la estructura y dinámica familiar, así como los roles en los que se coloca a hijos/as y, que circularmente, éstos/as asumen.

Reconociendo la complejidad de este tipo de maltrato, trataré diferentes cuestiones que considero de interés para avanzar en esos dos ejes antes señalados y promover la comprensión de la VGP. La VGP es un delito, por este motivo es imprescindible realizar una breve reseña legal (apartado 2). El apartado 3 permitirá desgranar el aspecto estructural de este maltrato. Si bien la mayor parte de los actos agresivos se producen en el hogar (que paradójicamente deja de ser un lugar seguro) y en la esfera más privada, existe un componente social y cultural que aporta singularidad a esta violencia y que permite esclarecer los mecanismos que subyacen. Entender estos mecanismos es crucial para realizar programas preventivos eficaces, pero la prevención primaria no es objeto de este trabajo. Este apartado 3 se complementa con el siguiente, que trata conceptos generales para, posteriormente, describir varios modelos teóricos sobre la VGP. Una vez desarrollado un marco teórico amplio que permita trazar este trayecto de lo privado a lo social, se planteará el siguiente eje del trabajo: “de lo individual a lo familiar” en el apartado 5. A lo largo de este apartado, se pasará de una concepción individual de la VGP a una visión más amplia, puesto que no sólo la mujer está afectada por esta problemática, sino que la estructura y dinámica familiar en su conjunto lo está, así como los subsistemas que lo componen. Completando este apartado, se expondrán posibles intervenciones en VGP, huyendo de un concepto individual de intervención por el cual se entiende sólo el tratamiento de las mujeres, excluyendo a los/as menores así como a los hombres que ejercen violencia, intervención que también previene que otras mujeres, futuras parejas de estos hombres, sufran esta violencia. En el apartado 7 se expondrá un estudio de caso, cerrando el trabajo con conclusiones y opinión personal.

Finalizo esta introducción resaltando que el amor es una forma de poder, de influencia en la vida de otras personas, de la que podemos hacer un uso positivo (crecimiento personal y relacional) o destructivo (violencia y maltrato en las relaciones íntimas). Este aspectos nos plantea un reto profesional importante: bajo muchos casos de maltrato existe realmente un vínculo afectivo, destructivo, pero vínculo, siendo necesario el abordaje del mismo así como el replanteamiento de otras formas vinculares constructivas y saludables que transmitan “el querer bien”. Con esta reflexión, invito a pensar sobre nuestra forma de amar a las personas que forman parte de nuestra vida.

II.- Breve reseña sobre normativa

El que habitualmente ejerza violencia física o psíquica sobre quien sea o haya sido su cónyuge o sobre persona que esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aun sin convivencia(…) será castigado con la pena de prisión(…) privación del derecho a la tenencia y porte de armas(…)” (Extracto artículo 173.2 de la LO 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal)

En nuestro país, el marco legal de referencia en este tipo de maltrato es la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. El artículo 1 menciona que esta Ley “tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”.

Sin embargo, las Naciones Unidas en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (1993) realizan una definición más amplia, entendiendo la violencia contra las mujeres como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada”.

III.- Violencia de género en la pareja: desde el ámbito privado al ámbito social

Violence against women is a manifestation of the historically unequal power relations between men and women, which have led to domination over and discrimination against women by men and to the prevention of women’s full advancement. (The United Nations Fourth World Conference on Women, Beijing 1995)

Desde mi punto de vista, es fundamental entender la VGP dentro de un paradigma social amplio.

La VGP se vive en las unidades familiares, en la esfera privada, contribuyendo así a su invisibilización. Sin embargo, este tipo de maltrato tiene un importante componente estructural. De esta manera, considero oportuno abrir el foco de este tipo de maltrato y pasar de una concepción individual y privada a otra social y pública.

Es de obligación realizar dos apreciaciones, extraídas del “Protocolo Común para la Actuación Sanitaria ante la Violencia de Género” (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2007) para comprender el carácter estructural de la VGP:

       “(…) el género se refiere a los roles, derechos y responsabilidades diferentes que tradicionalmente y a través del proceso de socialización han sido asignados a los hombres y a las mujeres, así como a la desigualdad que esto crea entre ellos y ellas.” (p.51).

       “La violencia no se debe a rasgos singulares y patológicos de una serie de individuos, sino que tiene rasgos estructurales de una forma cultural de definir las identidades

y las relaciones entre los hombres y las mujeres. La violencia contra las mujeres se produce en una sociedad que mantiene un sistema de relaciones de género que perpetúa la superioridad de los hombres sobre las mujeres y asigna diferentes atributos, roles y espacios en función del sexo (…). La violencia contra las mujeres es además instrumental. El poder de los hombres y la subordinación de las mujeres, que es un rasgo básico del patriarcado, requiere de algún mecanismo de sometimiento. En este sentido, la violencia contra las mujeres es el modo de afianzar ese dominio” (p. 12).

Por último, indicar que ha sido recientemente cuando se ha comenzado a cuestionar el “derecho a la intimidad dentro de la pareja” para ejercer el uso de la violencia (Lorente, 2001).

A lo largo de este tercer apartado subrayaré el componente estructural de este maltrato para ubicarlo en su vertiente social y su vivencia en el ámbito privado, sin olvidar que el hogar, lugar que se asocia a la seguridad, se convierte en un sitio peligroso y de riesgo.

3.1.- Modelo de Brofenbrenner aplicado a la violencia de género en la pareja

Donald Dutton (1988) desarrolló su teoría ecológica para entender la violencia familiar basándose en el modelo de Bronfenbrenner (1977).

El contexto social se dividiría en:

       Macrosistema

       Exosistema

       Microsistema

El macrosistema nos remite a las formas de organización social, los sistemas de creencias y los estilos de vida que prevalecen en una cultura o subcultura en particular. Son patrones generalizados que impregnan los distintos estamentos de una sociedad (por ejemplo, la cultura patriarcal).

Según Dutton (1988), el sistema de creencias patriarcal contribuiría a la incidencia en el maltrato al generar en los hombres la creencia de que sus expectativas o deseos no pueden ser criticados por una mujer. En ciertos hombres este sistema de creencias justificaría la violencia como medio para conseguir ese “derecho natural”.

Las creencias culturales asociadas al problema de la violencia familiar y de género han sido estudiadas por profesionales de la sociología y de la antropología, que han definido el entorno más amplio como “sociedad patriarcal”, dentro del cual el poder, conferido al hombre sobre la mujer y los padres sobre los hijos/as, es el eje que estructura los valores sostenidos históricamente por nuestra sociedad occidental. El sistema de creencias patriarcal sostiene el modelo de familia vertical, con un vértice constituido por “el jefe del hogar”, que siempre es el padre, y estratos inferiores donde son ubicados la mujer y los hijos/as. Dentro de esta estratificación, el subsistema filial también reconoce cierto grado de diferenciación basada en el género, ya que los hijos son más valorados y en consecuencia, obtienen mayor poder que las hijas (J. Corsi 1999).

Las formas más rígidas del modelo vertical prescriben obediencia automática e incondicional de la mujer hacia el marido y de los hijos/as hacia los padres.

Por otra parte, las creencias culturales incluyen los estereotipos de la masculinidad que asocia al hombre con la fuerza y por consiguiente el uso de la fuerza para la resolución de conflictos. En contrapartida, las mujeres son percibidas como más débiles y por tanto, se asocia a conceptos tales como dulzura y sumisión.

El exosistema compuesto por la comunidad más próxima, incluye las instituciones mediadoras entre el nivel de la cultura y el nivel individual: la escuela, los medios de comunicación, los ámbitos laborales, las instituciones recreativas, los organismos judiciales y de seguridad etc.

La estructura y el funcionamiento de tales entornos juegan un papel decisivo a la hora de legitimar la violencia. Se considera la llamada “legitimización institucional de la violencia”, que sucede cuando las instituciones reproducen en su funcionamiento el modelo de poder vertical y autoritario. De alguna manera, terminan usando métodos violentos para resolver conflictos institucionales, lo cual se transforma en un espacio simbólico propicio para el aprendizaje y/o legitimación de las conductas violentas en el nivel individual (J. Corsi, 1999). En

este sentido, posibles ejemplos son instituciones religiosas que abogan por la resignación ante el maltrato, escuelas que no ofrecen alternativas a la resolución constructiva de conflictos etc. Por otra parte, el contexto económico y laboral también son factores exosistémicos, siendo por tanto, el estrés económico o el desempleo factores de riesgo asociados a este problema, sin ser nunca, por sí solos, causa de violencia.

Un componente fundamental del exosistema lo constituye los medios de  comunicación y su efecto en los procesos de socialización secundaria.

A nivel comunitario, los recursos de los que se dispone para dar respuesta a este problema (carencia o no de legislación adecuada, apoyo institucional suficiente etc), contribuyen a la perpetuación del maltrato.

Finalmente, hay que mencionar el fenómeno de victimización secundaria, promovido por profesionales e instituciones que muestran respuestas inadecuadas ante quienes piden ayuda y apoyo, probablemente debido a los mitos, estereotipos, creencias y resonancias personales.

El microsistema se refiere a las relaciones cara a cara que constituyen la red vincular más próxima a la persona. Dentro de esa red, juega un papel privilegiado la familia, entendida como estructura básica del microsistema. Se refiere al patrón de interacción y a los elementos estructurales de la familia, así como a las historias personales de quienes la constituyen. A lo largo de los siguientes apartados de este trabajo, se abordará estos aspectos.

El modelo ecológico tiene como objetivo permitir una mirada más amplia de los problemas humanos y Donald Dutton además incluye los factores ontogenéticos que ayudan a entender los diferentes niveles de análisis del contexto en el modelo de Bronfenbrener.

Dutton (1988) incluye los factores ontogenéticos, es decir, el desarrollo individual o la historia de aprendizaje de cada persona sería lo que lleva cada sujeto a ese contexto social de tres niveles.

El perfil del hombre que maltrata producido por la teoría ecológica de Dutton (1988) toma de prestado los cuatro niveles para predecir el riesgo de maltrato: un hombre con una fuerte necesidad de dominar y controlar a la mujer (ontogenético), con pobres habilidades de resolución de conflictos (ontogenético), con estrés en el trabajo o por el contrario sin un puesto de trabajo (exosistema), aislado de los grupos de apoyo (exosistema), con estrés en su relación, es decir, con dificultades en la comunicación (microsistema) y luchas de poder (microsistema) y que vive en una cultura donde los hombres demuestran su hombría resolviendo sus conflictos de forma agresiva (macrosistema) tenderá a maltratar a su pareja (P. Villavicencio y J. Sebastián, 1999).

3.2.- Bases socioculturales de la violencia de género en la pareja

La VGP tiene múltiples causas, entre las que destaca el hecho de que es una conducta aprendida que se ha forjado por las normas socioculturales y las expectativas de rol que apoyan la subordinación femenina y perpetúan la violencia masculina. Es fundamental conocer las bases socioculturales que componen el macrosistema de este tipo de maltrato.

El modelo interactivo de la violencia doméstica fue desarrollado por Stith y Rosen (1992). Este modelo plantea que los valores socioculturales relacionados con la violencia y con los roles sexuales, inciden sobre las vulnerabilidades, factores de estrés y recursos disponibles, así como sobre la definición y percepción de la violencia. Además, señala que una vez que la violencia ha sido empleada para satisfacer necesidades, existe una tendencia a repetir su uso.

Son varios los factores que favorecen el mantenimiento de la VGP:

       Culturales: desigualdades basadas en el género, definición cultural estereotipada de los roles sexuales apropiados, expectativas asignadas a los diferentes roles dentro de las relaciones, creencia de la superioridad innata de los varones, sistemas de valores

que atribuyen a los varones el derecho de propiedad sobre mujeres y niñas, concepción de la familia como esfera privada bajo el control del varón, tradiciones matrimoniales (precio de la novia, dote), aceptación de la violencia como medio para resolver conflictos.

       Económicos: dependencia económica de la mujer respecto al varón, restricciones en el acceso al dinero y manejo presupuestario del hogar, leyes discriminatorias, restricciones en el acceso al empleo así como a la educación.

       Legales: inferioridad jurídica de la mujer, leyes discriminatorias, definiciones jurídicas de la violación y los abusos domésticos, escasos conocimientos de sus derechos como

mujeres, actitudes estereotipadas y prejuiciosas en el tratamiento de mujeres y niñas por parte de la policía y del personal judicial.

       Políticos: representación insuficiente de las mujeres en las esferas del poder, trato poco serio de la violencia doméstica, concepción de la vida familiar como un asunto privado  y  fuera  del  alcance  del  control  del  Estado,  riesgo  de  desafiar  el  status  quo  o las

doctrinas religiosas, restricciones en la organización de las mujeres como fuerza política así como en la participación de las mujeres en el sistema político organizado.

Un aspecto clave a tener en cuenta es la complejidad de este tipo de maltrato. Esta complejidad se detecta en la imposibilidad de señalar una única causa u origen. Diferentes factores de carácter sociocultural interaccionan con otros factores de carácter familiar e individual; cuestiones que se abordarán a lo largo de este trabajo.

3.3.- Bases familiares de la violencia de género en la pareja

La familia es el núcleo fundamental en el que nos desarrollamos. Supone la red vincular, afectiva y de referencia más próxima a cualquier persona.

La familia se sitúa en la articulación individuo- sociedad. Conceptos sistémicos tales como circularidad, mitos, reglas, “grupo natural con historia”, comunicación, jerarquía, roles etc son fundamentales para comprender las bases familiares de la VGP. Todos estos aspectos se tratarán en el apartado 5 del presente trabajo.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Agustín Echavarría

1. Introducción

La expresión “problema del mal” se utiliza con frecuencia para hacer referencia a la dificultad especulativa que representa la conciliación de la afirmación de la existencia de un Dios omnipotente, sumamente sabio y sumamente bueno, con la innegable evidencia de la abundante presencia del mal en el mundo.

Este ancestral problema fue adecuadamente presentado por Boecio como una paradoja: “Si Dios es, ¿de dónde provienen los males? Por otra parte, ¿de dónde proceden los bienes, si Dios no es?” [1]. En efecto, el problema del mal ha sido siempre, y sigue siendo aun hoy, el caballo de batalla más habitual del ateísmo, dado que a simple vista la existencia del mal se presenta como absolutamente incompatible con la existencia del Bien absoluto [2]. Por otra parte, la existencia del mal es también la cruz del ateísmo, porque, como explica Tomás de Aquino, lejos de implicar la negación de Dios, parece implicar una confirmación de su existencia: “Si el mal es, Dios es. Pues no existiría el mal una vez quitado el orden del bien, del cual el mal es privación. Pero este orden no existiría, si no existiera Dios” [3]. Es por eso que a pesar de esta aparente paradoja inicial, la mayor parte de los filósofos que han querido abordar filosóficamente el problema del mal han intentado sostener, simultáneamente con la existencia real de dicho mal, la existencia de un Dios todopoderoso, absolutamente sabio y bueno. La negación de la existencia de Dios (o de alguno de los mencionados atributos), más que una respuesta al problema del mal, parece suponer más bien la renuncia absoluta a encontrarle un sentido.

La doctrina de Tomás de Aquino  sobre  el  mal  se  sitúa  dentro de la tradición filosófica que intenta conciliar todos los extremos del problema (y con ello, enfrenta el problema como tal). En esta tradición cabe enumerar a grandes representantes del pensamiento metafísico de occidente como san Agustín, Boecio, san Anselmo, Malebranche, Leibniz y Rosmini, entre muchos otros. Para estos autores la respuesta al problema del mal estriba en la afirmación de que Dios no es su causa, sino que sólo “permite” el mal en vistas a obtener bienes mayores, o para impedir mayores males, que se seguirían de su no permisión. Parafraseando a san Agustín, Tomás afirma que “(…) pertenece a la infinita bondad de Dios el permitir que existan males y el sacar bienes a partir de ellos” [4].

Ahora bien, dentro de esta tradición, los modos de explicar qué significa y cómo se produce la “permisión” del mal son muy diversos, en virtud de las no menores diferencias entre los principios metafísicos adoptados por cada autor. El problema del mal ha sido una de las cuestiones más debatidas de la filosofía moderna (especialmente pre-kantiana), y hemos asistido a un notable resurgimiento del debate en los últimos 40 años, especialmente en el ámbito de la filosofía analítica anglosajona. Entre las muchas teorías que se han elaborado para intentar responder al problema del mal cabe destacar, por su notable influencia y vigencia, la doctrina llamada “teodicea” y la teoría de la “defensa del libre albedrío” (free will defence).

En este contexto, ¿tiene algo que decir el planteamiento metafísico de un autor medieval como Tomás de Aquino en el actual debate acerca del “problema del mal”? El propósito de este artículo es dar una respuesta a este interrogante, estableciendo un contrapunto de su doctrina con las más habituales posiciones modernas y contemporáneas sobre esta cuestión. En primer lugar se definirá y explicará en qué consiste una “teodicea”, como tipo específico de solución al problema del mal, y se intentará mostrar cómo, contra lo que puede parecer, la doctrina de Tomás de Aquino sobre el mal no puede ser caracterizada como tal. En segundo lugar, se definirá y explicará en qué consiste una “defensa del libre albedrío”, en tanto que respuesta específica al problema del mal, y se intentará mostrar cómo, contra lo que podría parecer, la doctrina de Tomás de Aquino sobre el mal tampoco puede ser encuadrada dentro de esa definición. Finalmente, se expondrán algunas ideas clave de la metafísica de Tomás de Aquino que consideramos que pueden resultar de gran importancia para iluminar el debate moderno y contemporáneo sobre la cuestión, mostrando su notable vigencia.

2. La doctrina de Tomás de Aquino no es una “teodicea”

El término “teodicea” es un compuesto de los vocablos griegos theós (Dios) y diké (justicia), por lo que etimológicamente significa “justificación de Dios”. Acuñado por Leibniz, el término aparece por primera vez en algunos de sus manuscritos de mediados de la década de 1690 [5], y ve oficialmente la luz con la publicación de su única obra editada en vida, los Essais de Théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l’homme et l’origine du mal (Amsterdam, 1710) [6]. Según Leibniz, Dios es libre en su creación, lo cual significa que en la mente divina están representados infinitos modos posibles de crear el mundo, de los cuales Él escoge sólo uno [7]. Partiendo de la absoluta universalidad del principio de razón suficiente, y de la absoluta bondad y sabiduría de Dios, es preciso concluir que Él debe actuar del mejor modo, no por una necesidad absoluta de tipo metafísico, sino por una necesidad “moral” que depende del primer decreto libre mediante el cual Dios ha decidido elegir lo mejor [8]. De ahí se sigue que el mundo efectivamente creado, con todos los males que contiene, debe ser el mejor de los mundos posibles, incluidos aquellos que no contienen ningún mal en su estado de posibilidad [9]. Por consiguiente, el mundo presente es aquel que contiene aquella mínima proporción de mal que sirve de medio o al menos de condición sine qua non para la obtención de la mayor cantidad de perfección total en el universo [10]. En este contexto, que Dios “permite” el mal significa que es su causa indirecta o per accidens [11], principio que vale tanto para el mal metafísico (o mal de naturaleza), como para el mal físico (sufrimiento) y el mal moral (el pecado) [12].

Este tipo paradigmático de “teodicea” tuvo su continuación en ciertas formas de racionalismo ilustrado que proponían un tipo de justificación de la conducta divina que simultáneamente implicaba una justificación del mal mismo. Este tipo de doctrina es el principal objeto de la ridiculización llevada a cabo por Voltaire en su novela Candide ou l’Optimisme (1759), así como de los argumentos de Kant en su breve opúsculo Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theodizee (1791). No obstante, en la actualidad el término “teodicea” se utiliza en un sentido amplio para designar toda doctrina filosófica que no busque únicamente establecer la compatibilidad entre la existencia de Dios y la existencia del mal, sino que pretenda además dar una respuesta “positiva” al problema del mal, esgrimiendo razones para su permisión por parte de Dios [13]. Aquí utilizaremos el término en un sentido más específico y cercano al sentido original, para designar toda doctrina que, como la de Leibniz, sostenga las siguientes tesis:

1)   Holismo: la perfección del universo creado considerado como un todo es la razón última de la permisión del mal.

2)   Consecuencialismo: la justificación de la existencia del mal se basa en el hecho de que este es un “medio” o al menos una conditio sine qua non instrumentalizable en orden a la obtención de la mayor perfección del universo [14].

3) Optimismo: existe una relación directa entre el carácter óptimo de la obra de Dios —es decir, entre la proporción y cantidad de bienes y males existentes en el universo—, y la bondad o perfección “moral” del obrar divino.

Si bien no es tan frecuente encontrar hoy en día autores que defiendan expresamente todos estos puntos señalados, muchas de estas tesis se filtran de modo implícito en algunos planteamientos. En todo caso, resulta de gran interés establecer una comparación entre esta doctrina y la de Tomás de Aquino, ya que no pocas veces se la ha caracterizado como una “teodicea” de este tipo [15]. Abordemos la cuestión punto por punto.

1)   ¿Es la doctrina de Tomás de Aquino “holista”? En algunos textos, siguiendo principios neoplatónicos, Tomás vincula expresamente la razón de permisión del mal con la perfección total del universo. En efecto, la perfección o forma que Dios busca plasmar en sus criaturas es el orden del universo [16], por eso Dios hace aquello que es mejor para el todo, y no sólo para cada una de las partes, a no ser en vistas a la perfección del todo [17]. Ahora bien, explica Tomás, no se encontraría una perfecta bondad en las cosas si no hubiese en ellas un orden tal, que unas resulten mejores que otras y que haya cierta desigualdad —como la que existe entre las criaturas racionales y las irracionales— [18], de tal suerte que se completen en el universo todos los grados de bondad [19].

Según el Aquinate hay algún grado de bondad al cual corresponde por naturaleza el no poder decaer del bien propio, y otros grados a los cuales corresponde por naturaleza esa posibilidad; por consiguiente, para la mayor perfección del universo es necesario que existan ambos grados [20]. Ahora bien, dado que la providencia divina no busca destruir las naturalezas de las cosas, sino conservarlas, permite entonces que aquello que por naturaleza puede decaer, algunas veces decaiga efectivamente de su bien propio[21]. A partir de aquí concluye Tomás de Aquino:

“Por consiguiente se quitarían muchos bienes del universo si Dios no permitiera los males. Pues no se generaría el fuego si no se corrompiera el aire, ni se conservaría la vida del león, si no muriera el asno, ni tampoco sería alabada la justicia del que castiga y la paciencia del que sufre, si no hubiera iniquidad” [22].

La perfección del universo como un todo es entonces, sin duda, para Tomás de Aquino la razón de la permisión del mal, al menos en un sentido general y antecedente, es decir, es la razón de la apertura indiferenciada a la posibilidad del defecto de las criaturas [23].

1)   ¿Significa todo esto que para Tomás de Aquino el mal es un “medio” o al menos conditio sine qua non para la obtención de ciertos bienes, como sostiene Leibniz? El propio Tomás aclara que el hecho de que a partir de los males se puedan obtener bienes que de otro modo no habrían existido, no significa que el mal pueda conferir per se ninguna perfección al universo [24]. Sólo puede conferir cierta perfección a alguna cosa aquello que o bien es una parte constitutiva de ella, o bien causa alguna perfección en esa cosa [25]. Ahora bien, dado que el mal no es una realidad ni substancial ni accidental, sino sólo “privación”, no puede formar parte del universo, ni puede ser per se la causa de ningún bien [26]. El mal sólo puede conferir alguna perfección al universo per accidens, en la medida en que a dicho mal viene unido incidentalmente algo que contribuye a la perfección del universo [27].

Si bien este último principio relativo a la razón de la permisión del mal es universalmente válido para todas las clases de mal, debe ser aplicado de manera analógica según el tipo de mal del que se habla en cada caso. Hay ciertamente algunos males que, si no existiesen en absoluto, el mundo sería menos perfecto, a saber, aquellos males a partir de los cuales se obtiene una perfección mayor que aquella de la que estos mismos males privan, como sucede, por ejemplo, que de la corrupción de los elementos resulta el mixto, cuya forma es más perfecta que la de los elementos corrompidos [28]. Tal es el caso de los males de los agentes físicos o “males de naturaleza”, es decir, los defectos que afectan a las cualidades y a las acciones de estos sujetos y que les acaecen como una consecuencia natural a la vez de su mutuo entrecruzamiento causal y de su composición hilemórfica. Pero es también el caso de los “males morales de pena”, es decir, de aquellas privaciones contrarias a la voluntad de las criaturas racionales que estas padecen como consecuencia de una culpa personal o ajena —por ejemplo, el pecado original—. En ambos casos, que Dios “permite” estos males significa que es su causa indirecta o per accidens, en la medida en que se producen como consecuencia ya de la obtención de la “forma natural” del universo [29], ya del restablecimiento de la justicia en el mismo [30].

Sin embargo, hay otro tipo de males, explica Tomás, que, si no hubiesen llegado a ser, el universo podría haber sido más perfecto. Se trata de aquellos males que privan a algún individuo de una perfección mayor que la que otro obtiene a partir de ese mal. Tal es el caso del “mal moral de culpa”, es decir, de la acción voluntaria privada del debido orden al fin del sujeto racional que la realiza, en lo cual consiste según Tomás el mal en sentido estricto, ya que se opone directamente al bien infinito que es Dios [31]. En efecto, cuando se da este tipo de males, alguno queda privado de la gracia y la gloria, gracias a lo cual otro se ve beneficiado con la comparación. Ahora bien, la perfección que se obtiene por medio de la permisión de estos males, podría alcanzarse sin ellos, pues no es estrictamente necesario que exista, por ejemplo, un acto de persecución para que alguno adquiera la paciencia y alcance la salvación [32]. En conclusión:

“(...) si ningún hombre hubiese pecado, todo el género humano habría sido mejor; porque aun cuando la salvación de uno fuera ocasionada directamente a partir de la culpa de otro, sin embargo aquél podría haber conseguido la salvación sin aquella culpa; sin embargo, ni estos males ni aquellos contribuyen per se a la perfección del universo, porque no son causas de la perfección, sino ocasiones” [33].

Así, el mal de culpa puede ser “ocasión” para la obtención de ciertos bienes [34], en la medida en que se presenta como una circunstancia favorable para ello [35]. Pero, en rigor, ningún bien ulterior que pueda obtenerse está necesariamente ligado con ningún mal de culpa precedente, de suerte que no existan otros medios para su obtención. Por eso afirma Tomás que El “mal de culpa”, no puede ser causado por Dios ni directa ni indirectamente [36], y su permisión no es en modo alguno la consecuencia necesaria de los bienes que Dios desea obtener. En este caso, que Dios lo permite significa que Él es la causa primera que sostiene en el ser el acto deficiente de la libertad creada; no obstante, es ésta misma libertad la que, introduciendo por si sola ese defecto en su acción y poniendo un impedimento a la causalidad divina, es la única causa —e incluso “causa primera” [37]— del defecto de su acción [38]. El mal moral es entonces una posibilidad necesaria de toda libertad creada, pero su realización efectiva es absolutamente contingente. Como se ve, estamos muy lejos aquí de una consideración consecuencialista en la que el mal es instrumentalizado para la obtención del bien.

1)   Con respecto al optimismo metafísico, es preciso hacer algunas importantes aclaraciones. Ciertamente, Tomás de  Aquino afirma de modo expreso la absoluta perfección del obrar de Dios, quien “no podría obrar mejor” que como obra. No obstante, debe entenderse esa expresión en un sentido adecuado.  Explica  Tomás que si por “mejor” se entiende el “modo” de la acción divina, es evidente que Dios no puede obrar mejor que como obra, porque su actuar inmanente se identifica por completo con la perfección de su sabiduría y su bondad esenciales, que no admiten comparación alguna [39]. En cambio, si el comparativo “mejor” se refiere a la perfección del efecto creado, entonces debe decirse que la perfección de la acción de Dios no se agota en ningún efecto, ya que toda criatura es perfectible o mejorable; en este sentido Dios, absolutamente hablando, siempre puede hacer las cosas mejores que lo que las hace [40].

No existe pues un “mejor de los mundos posibles”, porque no hay un único modo de crear las cosas que sea el más adecuado para manifestar la sabiduría y la bondad divinas. En rigor, la perfección del obrar de Dios no puede ser mensurada a partir de ningún efecto actual ni posible, ya que el fin por el cual Él obra —a saber, su propia gloria— se alcanzaría en cualquier caso de modo infalible y perfecto, sea con unas criaturas o con otras, y sea cual sea el modo en que estas se comporten. Por supuesto que estas afirmaciones solo alcanzan su pleno fundamento dentro de una metafísica que no reduzca el acto creador de Dios a la mera actualización de un “mundo” completo, ya desplegado en el reino de la pura posibilidad, o — para decirlo con terminología actual—, a la mera “instanciación” de ciertos “estados de cosas”. Para Tomás Dios crea comunicando el acto de ser a determinados sujetos a los que constituye con sus capacidades operativas propias [41], y cuyo modo de obrar, necesario o contingente y falible, conserva y respeta [42].

En tal sentido resulta muy llamativo que, a pesar del general rechazo de la filosofía y teología actuales a las teodiceas de tipo racionalista, persistan aun algunos de sus supuestos fundamentales. En efecto, muchas de las objeciones a la bondad divina basadas en la “cantidad” de males del universo, y muchas de las respuestas a este tipo de objeción, descansan sobre el supuesto consecuencialista de que para que la bondad de Dios esté a salvo, Él no puede “fracasar” en su creación, y que por eso es necesario que la cantidad y calidad de los males no supere a la cantidad de bienes —por ejemplo, que los condenados no sean más que los salvados—. En este sentido, parece acertada la apreciación de P. Van Inwagen, en el sentido de que la cantidad de mal que Dios permite tiene que ser indeterminada, ya que no hay una “mínima cantidad de mal” a través de la cual Dios alcance sus objetivos [43]. En rigor, ninguna cantidad ni proporción de mal en el mundo podría significar una objeción definitiva a la inocencia de Dios.

Lo que este tipo de objeciones parecen soslayar es la posibilidad de que Dios, sin que esto vaya en desmedro de su perfección, pueda haber decidido asumir un “riesgo real” al decidir crear seres racionales falibles, abriendo de este modo la posibilidad real del fracaso para todas y cada una ellas, y que lo haya hecho simplemente por el valor que posee en sí misma la libre conquista del bien al que estas están naturalmente orientadas. Esta consideración —que puede hacerse independientemente de la certeza que podamos tener acerca de la posible sobre compensación que quepa esperar de parte de un Dios sabio, bueno y todopoderoso por la permisión de esos males—, parece sin duda estar mejor preservada dentro de la así llamada “defensa del libre albedrío” (free will defence).

3. La doctrina de Tomás de Aquino no es una “defensa del libre albedrío” (free will defence)

La estrategia argumentativa más habitual para afrontar el problema del mal en las últimas décadas ha sido la así llamada free will defence [44]. Elaborada en el contexto del resurgimiento analítico del interés por la teología natural —o, como se la llama en ámbito anglosajón, Philosophy of Religion—, ha sido sostenida con diversos matices por autores como A. Plantinga [45], R. Swinburne [46] y P. Van Inwagen [47], entre muchos otros. Esta estrategia ha tenido un rotundo éxito, llegando a dejar como comúnmente aceptado que no existe ninguna incompatibilidad lógica entre la existencia de Dios, con todos sus atributos clásicos, y la existencia del mal.

Sin entrar en las particularidades de cada una de las propuestas de los mencionados autores, podríamos caracterizar a grandes rasgos esta estrategia a partir de las siguientes afirmaciones comunes a muchas de ellas:

1)   El gran bien que representa la existencia del libre arbitrio en las criaturas ha sido la razón fundamental que ha movido a Dios a permitir todo el mal que esta libertad, por su propia condición, hace posible [48]. Que la libertad sea un gran bien queda en evidencia desde el momento en que ella es la condición necesaria no sólo para un comportamiento moral responsable [49], sino también para que las criaturas entre relación de amistad entre ellas y con su creador [50]. Para que la libertad pueda ser considerada “moralmente relevante” debe implicar por su propia naturaleza la capacidad de autodeterminación, y la consiguiente posibilidad de elección entre opciones buenas o malas; ahora bien, esto trae por ello consigo la posibilidad del mal, al menos del mal moral. Por consiguiente, Dios no podría haber creado seres libres para amar, sin abrir con ello la posibilidad de que estos decidieran odiar [51].

2)   Algunos partidarios de la free will defence van aún más allá y afirman que es contradictorio que Dios pueda crear un mundo con libertad y sin mal, y que, por tanto, tal posibilidad está fuera del alcance de la omnipotencia de Dios. Así, según Plantinga, Dios no puede actualizar aquellos mundos posibles que contienen un estado de cosas que consista en que una criatura realice o deje de realizar una acción. En efecto, Dios sólo puede actualizar en sentido fuerte aquello que puede “causar” que sea actual [52]. Ahora bien, si Dios “produce que yo deje de hacer A, entonces yo dejo de hacer A libremente” [53], porque la libertad en sentido significativo implica la indeterminación respecto de leyes causales y condiciones antecedentes que determinen la voluntad [54]. Por tal motivo Plantinga rechaza lo que él considera “el lapsus de Leibniz” (Leibniz’s lapse), es decir, la afirmación de que Dios puede crear cualquier mundo posible [55]. Más concretamente, los free will defenders señalan en general —contra una clásica objeción compatibilista de Mackie [56]—, que Dios no podría crear un mundo en el que los hombres eligieran siempre libremente el bien [57], es decir, un mundo que contuviera únicamente bien moral y no mal moral. Se ha dicho incluso que esta afirmación constituye el “corazón de la defensa del libre albedrío” [58].

3)   La existencia de la libertad es suficiente además para explicar la condición de posibilidad no solamente de los males que ella misma produce (mal moral) sino también todos los males de naturaleza física que las criaturas padecen. Acerca de este punto, los diferentes autores han ensayado diversas hipótesis explicativas del modo en que la libertad se encuentra conectada con la posibilidad del mal físico, dada la especial dificultad que representa el caso de los males “naturales” no producidos por el hombre. Así, A. Plantinga ha sostenido como altamente probable la posibilidad de que todo mal natural tenga su origen en una libertad no humana (es decir, la del demonio) [59]. R. Swinburne ha recurrido al argumento de “la necesidad del conocimiento”, que afirma que la posibilidad de los males naturales es connatural a un mundo en el que exista una regularidad que permita al hombre hacer las inducciones necesarias para ejercer positivamente su libertad [60]. P. Van Inwagen, por su parte, ha elaborado una narración de carácter conjetural acerca del “estado de justicia original” y el pecado del primer hombre como causa de su desajuste con la naturaleza [61].

No resulta nada extraño que, a la vista de esta clase de argumentos, muchos autores hayan querido incluir a autores clásicos como san Agustín, san Anselmo y, por supuesto santo Tomás de Aquino, entre las grandes precursores de la free will defence [62]. Ahora bien, ¿responde la caracterización arriba expuesta a una fiel lectura de la doctrina de Tomás de Aquino? Conviene analizar la cuestión punto por punto:

1)   Ciertamente, como ya se  ha  dicho,  para  Tomás,  Dios  crea, en vistas a la perfección de su creación, aquellas sustancias que pueden por su propia naturaleza decaer del bien, como es el caso de las dotadas de libre arbitrio [63]. Esto significa que el bien que estas criaturas libres representan para el universo es de suyo un bien más alto que el precio que se paga por ello. Para Tomás, el bien de cada criatura intelectual —que en virtud de su libre arbitrio pueden dirigirse por sí misma a su fin último—, vale más que todo el universo físico [64]. La posibilidad de la gloria, es decir, de que estas criaturas puedan entrar libremente en relación de amistad con Dios y alcanzar su visión “cara a cara”, bien vale, según Tomás, la posibilidad del pecado e incluso de su condenación eterna [65]. En este punto, la doctrina de santo Tomás no  solo  es  perfectamente  coincidente  con  la de los free will defenders, sino que es una de sus fuentes  históricas más claras.

2)   En segundo lugar, también es cierto que para Tomás de Aquino la libertad de las criaturas es naturalmente falible o “flexible” hacia el mal. Afirma claramente Tomás que “cualquier criatura racional, tanto el ángel como el hombre, si se lo considera en su sola naturaleza, puede pecar” [66]. En tal sentido, J. Maritain ha sostenido que una criatura naturalmente infalible equivale a un círculo cuadrado [67]. Ahora bien, es necesario introducir un importante matiz a estas afirmaciones. Como ha señalado muy agudamente J. Pieper [68], para Tomás, si bien la posibilidad de hacer el mal es una “signo” de la libertad [69], no es sin embargo una parte constitutiva de ésta: “(…) el poder elegir el mal no pertenece a la razón del libre arbitrio, sino que se sigue del libre arbitrio en cuanto existe en una naturaleza creada que puede decaer” [70]. Dios, siendo libre, no puede hacer el mal [71], como tampoco, dejan de ser libres los bienaventurados, cuya libertad está ya confirmada en el bien [72]. Esto significa que para Tomás de Aquino, el no poder querer sino el bien no es en modo alguno una anulación o una limitación de la libertad, sino su consumación y perfección última [73].

Tomás, siguiendo en esto a san Agustín, afirma que lo que vuelve falible a la libertad de la criatura no es el ser ella una libertad, sino el provenir “de la nada” [74], es decir, el ser una libertad “creada”. La posibilidad de actuar mal no es inherente a la libertad en cuanto tal, sino solo a la libertad finita. Más aun, sin necesidad de caer en la afirmación de que tal finitud es un “mal metafísico” —como se suele interpretar que pensó Leibniz—, puede afirmarse que la limitación creatural es la raíz metafísica de la posibilidad de todos los tipos de mal, no solo del propio de la voluntad libre. En Tomás de Aquino esta afirmación está fundada sobre la tesis de la composición acto-potencial de ser y esencia propia de toda criatura [75]. La composición de ser y esencia implica la no identidad del sujeto creado con la perfección que tiene recibida [76]. Ahora bien, esta no identidad es lo que hace posible que las criaturas adquieran o pierdan perfección [77]. Así, la composición metafísica, al mismo tiempo que es la raíz de la perfectibilidad de las criaturas, es por ello mismo la raíz su carácter falible. En cuanto a la cuestión de la causalidad divina y la libertad creada, debe decirse que para Tomás de Aquino no solo es posible que Dios “cause” que una criatura actúe libremente bien, sino que eso es precisamente lo que sucede en cada acción buena que la criatura realiza. Para Tomás Dios no “permite” a la criatura obrar libremente, sino que ciertamente “causa” las acciones libres de la criatura. Esta tesis es la consecuencia natural de su metafísica de la creación, que implica la total y radical dependencia de todas las cosas respecto de la causalidad divina. Esta causalidad universal y omncomprensiva no excluye las acciones libres de las criaturas, ya que toda causa segunda obra “en virtud de la causa primera” [78]. Dios “mueve” radicalmente como causa primera el libre arbitrio de la criatura, no solo en la medida en que lo “conserva” en el ser, sino en tanto que “aplica” la voluntad creada a su acto propio, siendo causa del mismo querer de la voluntad [79].

Ahora bien, esto no significa que la doctrina de Tomás pueda ser caracterizada como una suerte de “compatibilismo” que acepte la coexistencia de libertad y determinismo en nuestras acciones. En rigor, su posición se sitúa en un plano que supera el debate entre compatibilismo y libertarianismo [80], en los términos en los que habitualmente está planteado, es decir, como una falsa oposición entre causalidad (entendida de modo determinista) y libertad. Para entender adecuadamente la perspectiva de Tomás hay que tener en cuenta algunos aspectos de la noción de causalidad aplicada a la acción de Dios sobre las criaturas:

a)   En primer lugar, la acción causal divina ad extra es siempre causalidad creadora, que no presupone ningún sujeto [81]. Esto quiere decir que Dios no “deja obrar” una libertad ya existente (libertarianismo), o la “determina” hacia una opción u otra (compatibilismo), como si esta fuera algo preexistente. Antes bien, la acción creadora constituye al sujeto en su propio ser y en su propio obrar participados. La causalidad divina no solo no anula la libertad creada sino que la fundamenta, ya que esta actúa con un mayor poder causal propio cuanto mayor es la influencia que recibe de la causalidad divina [82].

b)   El concepto tomasiano de “causalidad” no implica en modo alguno una “determinación” unívoca de los efectos a partir de “condiciones antecedentes”, sino pura y exclusivamente la “dependencia” actual de lo que llamamos efecto respecto de un principio del cual éste recibe el ser [83]. Que las acciones libres de la criatura dependan de Dios para ser no implica que éstas dejen de producirse contingentemente. La causalidad divina es precisamente la raíz de esta contingencia, en la medida en que Dios ha querido que ciertas cosas sucedan contingentemente, para lo cual les ha preparado causas contingentes, proporcionadas a la naturaleza de tales efectos [84].

Ahora bien, según ciertos tomistas han explicado, esto no excluye que pueda caer bajo la omnipotencia de Dios el remediar la natural falibilidad de la criatura, moviendo de modo extraordinario la voluntad creada, de tal forma que esta se aplique infaliblemente al bien, sin que esto implique destruir la naturaleza de la libertad [85]. Ahora bien, de esto no se sigue que, si Dios no obra siempre de tal modo, su bondad quede cuestionada. Para que Dios no sea el responsable del mal basta con que mueva ordinariamente la libertad creada al modo falible connatural a ella, o, como dice Maritain, con mociones “rompibles”, que son por su propia naturaleza suficientes para que la criatura pueda no obrar mal [86]. En ese sentido, tanto Mackie como los free will defenders incurren en un mismo supuesto no demostrado, al sostener que del hecho de que Dios pueda valerse de un poder extraordinario para mover la libertad creada hacia el bien, se sigue que Él “debería” hacerlo siempre, para que su justicia no quedase en entredicho.

3) Por último, al no acertar con la raíz última de la posibilidad del mal —la composición metafísica de esencia y ser—, los free will defenders se ven en la obligación de recurrir una serie de argumentos ad hoc para vincular la posibilidad de todo el sufrimiento y el mal de naturaleza con la libertad. En Tomás ciertamente existe esa conexión del sufrimiento y el mal de naturaleza con la libertad, ya que tales males no afectaban al hombre en el estado de justicia original, sino que lo hacen como consecuencia de tal pecado original [87]. Ahora bien, la existencia de tal conexión no puede ser alcanzada como una conclusión meramente filosófica, sino que proviene de un dato de fe (a saber, el mismo pecado original). Aunque muchos de los argumentos de los free will defenders sobre esta cuestión se presenten como hipótesis meramente probables sin pretensión demostrativa, incurren en una cierta confusión de planos, al querer presentar en sede exclusivamente filosófica una cuestión que pertenece propiamente al ámbito de la teología revelada, sin legitimar ese recurso. En tal sentido, como ha mostrado recientemente P. A. McDonald Jr., la esencial apertura de la metafísica tomista del mal a la teología revelada podría proveer de una fundamentación mucho más sólida a los argumentos basados en la free will defence, al legitimar el recurso racional a verdades reveladas para responder a problemas planteados desde la experiencia y la razón naturales [88].

Desde un punto de vista estrictamente filosófico, debe decirse que tanto el sufrimiento como el mal de naturaleza en general tienen su raíz en el carácter naturalmente corruptible del ente físico. Para Tomás, todo ente natural, dada su composición acto-potencial hilemórfica, tiene la posibilidad de no-ser, es decir, de perder su forma o perfección sustancial, y sufrir así la corrupción, así como también puede padecer la acción de otras sustancias físicas [89]. La razón general de la permisión de este tipo de males se reduce entonces al mencionado principio de la conveniencia de los grados de ser, ya que Dios no podría crear el universo material sin producir per accidens el mal que tal corrupción implica [90]. Esto no quita que, desde un punto de vista teológico, algunos de estos males puedan ser considerados también como “males de pena”, en la medida en que afectan al hombre como consecuencia del pecado.

4. La definición de “mal” como aportación de Tomás de Aquino al debate actual

Ahora bien, si la doctrina de Tomás de Aquino no puede ser catalogada dentro de las habituales respuestas modernas y contemporáneas al problema del mal, ¿qué puede decirse positivamente de ella? En un artículo reciente S. Newlands ha señalado que una de las deficiencias más notables de los planteamientos actuales es la falta de una clara definición de “mal”, mostrando que, luego de la severa crítica que sufrió la clásica definición agustiniana del mal como privatio boni a lo largo del s. XVII, no ha surgido ninguna alternativa a esta definición entre los autores que defienden el teísmo [91]; por esta razón sugiere que tal definición debe ser rehabilitada [92]. En tal sentido, quizás la contribución más importante de Tomás de Aquino al esclarecimiento de este problema sea su definición del mal, sustentada en su “metafísica del ser”.

En efecto, la versión específicamente tomista de la definición del mal como privación contiene ciertas ventajas que contribuyen a superar el descrédito en el que tal definición ha caído. Las críticas más usuales a la definición del mal como privación, se basan en la acusación de que con ella el mal quedaría reducido a una mera apariencia sin realidad alguna [93], lo cual contrasta con la experiencia del poder y el dramatismo con que se manifiesta en el mundo [94]. Ahora bien, este tipo de críticas adolecen de una comprensión superficial de lo que se entiende por “privación”, concepto que queda frecuentemente confundido con la mera ausencia de perfección. En este malentedido se basa, por ejemplo, la errónea identificación que R. Swinburne ha hecho de la clásica definición del mal como privación con la doctrina hegeliana que postula que la misma finitud es una mal [95].

Para esclarecer este malentendido es conveniente recordar que Tomás de Aquino no se limita a reiterar la definición agustiniana [96], sino que desarrolla y explicita sus fundamentos metafísicos. Para Tomás no toda carencia de perfección es de suyo un mal, sino que es necesario establecer una distinción entre la ausencia “privativa” y la meramente “negativa”. Así, las carencias propias de los límites que constituyen a una cosa en su propia naturaleza son meramente “negativas”, mientras que aquellas carencias que privan al sujeto en el que radican de alguna perfección que le correspondería tener en virtud de su naturaleza, se llaman “privativas” [97]. Así, el carecer de alas no es un mal para un hombre, porque no corresponde a su naturaleza el poder volar, mientras que la ceguera sí es un mal para el hombre, ya que por naturaleza debería estar provisto de la capacidad de ver. El mal no es entonces una mera negación, es decir, cualquier ausencia de bien o perfección, sino que es propiamente la privación de un bien debido, esto es, la ausencia de una perfección que a un sujeto le corresponde por naturaleza poseer.

Ahora bien, esta doctrina solo puede ser entendida correctamente en el contexto de una metafísica creacionista del acto de ser y de la participación, en la cual el ente finito está compuesto de dos co-principios: la perfección recibida de Dios —el acto de ser— y el sujeto que recibe esa perfección —la esencia finita—. Sólo puede haber aunténticamente “privación” o ausencia de perfección debida, allí donde hay composición metafísica, porque para que un determinado sujeto pueda estar “privado” de la perfección que le es debida de acuerdo con su naturaleza, el sujeto no debe ser idéntico a la perfección que posee [98]. Ahora bien, por lo mismo que la criatura no se identifica con su ser, tampoco su esencia se identifica ni con su obrar ni con los principios próximos de su obrar, es decir, sus potencias operativas [99]. Esta no identidad entre la esencia y las operaciones hace que la criatura no sea un ser “clausurado”, sino ontológicamente “abierto”, que puede y debe conquistar más ser o perfección a través de sus acciones. Pero, por eso mismo, también puede perder perfección o ser, introduciendo defectos o faltas en sus acciones, y desviándose del fin señalado por su naturaleza.

Decir que el mal es privación no significa entonces negar absolutamente su realidad, sino afirmar que no tiene una entidad “positiva”, que carece de toda forma y naturaleza, y que no es capaz de subsistir por sí mismo, sino sólo como una mutilación en el ser de los entes. El mal subsiste en y actúa por medio de aquellos sujetos a los cuales corrompe y, por tanto, toda su realidad y su eficacia procede de estos bienes [100]. En tal sentido, hay que decir que el mal es peor y se manifiesta con más crudeza cuanto mayores son los bienes que corrompe. Su dramatismo estriba precisamente en el carácter corrosivo y parasitario de su modo de existencia.

La definición del mal no puede ser independiente de la cuestión de su causalidad. Es por eso que la definición del mal como privación permite una mejor comprensión de la cuestión de su permisión. Como ha señalado acertadamente J. Maritain, es necesario llevar a sus últimas consecuencias la total disimetría que existe entre la línea del bien o del ser y la línea del mal o del no-ser. En la línea del ser o del bien, Dios, en cuanto creador, es la causa primera de toda la perfección que hay en las criaturas, tanto a nivel sustancial, como operativo. También en la línea del ser, las criaturas son a su vez causas segundas —esto es, real y propiamente causas, en su propio plano— de sus acciones. En cambio, en la línea del mal o del no-ser, nos situamos en el orden de la causalidad “deficiente”, donde las cosas suceden de otro modo. Así, si consideramos los males físicos, no se puede decir que Dios, en cuanto causa del ser, los cause directamente, aunque sí pueda decirse que lo hace indirectamente, como se ha mostrado más arriba.

Ahora bien, como ya se ha dicho, el mal moral de culpa no puede ser causado por Dios, “ni directa ni indirectamente” [101]. Por una parte, porque el mal moral de culpa, al ser el mal en sentido absoluto, es lo radicalmente opuesto tanto al Bien absoluto como a su voluntad, manifestada a través de las inclinaciones naturales de la criatura. Por otra parte, como se ha dicho, toda libertad finita, es naturalmente falible o flexible hacia el mal porque, teniendo que adecuarse a una norma de acción distinta de sí misma —el bien y la ley moral—, tiene bajo su potestad, al momento de actuar, el considerar o no la norma que debe hacer recta su acción. La libre “no consideración de la ley moral” en el instante de la elección de la voluntad es la causa de que tal acción sea defectuosa y constituya un mal de culpa. Ahora bien, la libertad creada no tiene necesidad de que Dios concurra con su causalidad para tal “no consideración”, porque ella no es propiamente un acto —es decir, algo positivo—, sino una pura “negación”, introducida sólo por la criatura en su elección [102]. De este modo, la libertad creada se basta a sí misma para ser la “causa primera” en la línea del mal, es decir, tiene la primera iniciativa en lo que hay de privación en sus acciones deliberadas [103] y tiene en algún sentido la capacidad de frustrar la voluntad (antecedente) de Dios [104].

5. Conclusión

No ha sido la intención de este artículo hacer una exposición completa de la doctrina de Tomás de Aquino acerca del mal, ni se han abordado todos los problemas especulativos que esta doctrina puede traer consigo. Lo que se ha intentado es simplemente mostrar cómo el enfoque que Tomás de Aquino hace del problema no es fácilmente reductible a ninguna de las más frecuentes soluciones ensayadas por los filósofos teístas modernos y contemporáneos. Si bien, como se ha visto, Tomás comparte algunos de los supuestos de estas posiciones, se sitúa en una perspectiva metafísica más amplia que permite eludir algunas falsas oposiciones y aporías muy habituales. El mal es para Tomás de Aquino una ausencia “real”, un desgarramiento o “empobrecimiento” ontológico, una auténtica pérdida de ser o perfección de las criaturas, introducida por ellas mismas en contra de la intención original de Dios, y que nunca tendría que haber acaecido. En tal sentido, se ha intentado mostrar la notable vigencia del planteamiento de Tomás de Aquino, que si bien no propone una “solución” al problema del mal, en el sentido habitual de esta expresión, desarrolla una “metafísica del ser”, en cuyo marco, ciertamente, encontramos los principios para una comprensión adecuada de la realidad del mal, y por tanto, también de su permisión por parte de un Dios sabio, bueno y omnipotente [105].

Agustín Echavarría, en revistas.unav.edu/

Notas:

1.     A. M. S. BOECIO, Philosophiae consolatio, I, 4, 30; Corpus Christianorum, Series Latina, XCIV (Brepols,Turnhout, 1984) 9.

2.     TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3, obj. 1.

3.     TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 71. Las traducciones de los textos de santo Tomás son mías

4.     TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3, ad 1.

5.     G. W. LEIBNIZ, Textes inédits d’après les manuscrits de la Bibliothèque provinciale de Hanovre, ed. G. Grua (Presses Universitaires de France, Paris, 1948) 370.

6.     G. W. LEIBNIZ, Essais de Théodicée [1710], en Die Philosophische Schriften VI, ed. C. J. Gerhardt, Berlin, 1875-1890, reimp. (Olms, Hildesheim, 1965) 258.

7.     Ibídem, 258.

8.     Ibídem, 255.

9.     Ibídem, 115.

10.  Ibídem, 203-204.

11.  Ibídem, 117.

12.  Ibídem, 242. Sobre el concepto leibniziano de permisión y sus fundamentos metafísicos, me permito remitir a: A. ECHAVARRÍA, Metafísica leibniziana de la permisión del mal (Eunsa, Pamplona, 2011) y A. ECHAVARRÍA, “Leibniz’s Conception of God’s Permissive Will”, en P. RATEAU (ed.), Lectures et interprétations des Essais de Théodicée de G. W. Leibniz, Studia Leibnitiana: Sonderheft 40 (Steiner, Stuttgart, 2011) 191-209.

13.  A. PLANTINGA, God, Freedom, and Evil (Eerdmans, Grand Rapids, 1974) 27-28; P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil. The Gifford Lectures Delivered in the University of St Andrews in 2003 (Oxford University Press, Oxford, 2006) 7.

14.  Si bien el término “consecuencialismo” se utiliza habitualmente en un sentido diferente en filosofía moral, he preferido utilizarlo siguiendo la caracterización que hace de la teodicea leibniziana S. NADLER, Choosing a Theodicy: The Leibniz-Male-branche-Arnauld Connection, “Journal of the History of Ideas” 55 (1994), 581.

15.  E. ROARK, Aquinas’s Unsuccessful Theodicy, “Philosophy and Theology” 18/2 (2006); J. A. ESTRADA, La imposible teodicea (Trotta, Madrid, 1997).

16.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 49, a. 2.

17.  Ibídem, I, q. 48, a. 2, ad 3.

18.  Ibídem, I, q. 48, a. 2; también Summa Contra Gentiles, III, c. 71.

19.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 71. Sobre la participación de la “forma” del ser como razón última de la permisión del mal, L. DEWAN, Thomas Aquinas and Being as a Nature, “Acta Philosophica” 12 (2003) 123-135.

20.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 48, a. 2; Summa Contra Gentiles, III, c. 71.

21.  Ibídem, I, q. 48, a. 2, ad 3; también I, q. 48, a. 2; y también I, q. 49, a. 2.

22.  Ibídem, I, q. 48, a. 2, ad 3.

23.  Esto es lo que J. Maritain ha llamado la primera instancia de “permisión indiferenciada” del mal: J. MARITAIN, Dieu et la permission du mal (Desclée De Brouwer, Paris, 1963) 64.

24.  Con respecto a la posible objeción de que tampoco según Leibniz el mal confiere per se ninguna perfección al universo, es preciso hacer una distinción. En sus escritos juveniles, Leibniz caracteriza al mal como una “disonancia” dentro de la armonía universal, que contribuye de suyo a la perfección del universo (véase A. ECHAVARRÍA, Metafísica leibniziana de la permisión del mal cit., 53-80); en su madurez, al adoptar la definición clásica del mal como “privación”, Leibniz devalúa notablemente el peso ontológico del mal, no obstante, sigue este siendo un ingrediente esencial, una “posibilidad necesaria” de la constitución del mejor de los posibles (ibíd., 143-148 y 207-213).

25.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, q. 1, a. 3.

26.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, q. 1, a. 3.

27.  Ibídem, dist. 46, q. 1, a. 3.

28.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, a. 3, ad 6.

29.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I q. 49 a. 2.

30.  Ibídem, I, q. 48, a. 6

31.  Ibídem, I, q. 48, a. 6.

32.  Ibídem.

33.  Ibídem, dist. 46, q. 1, a. 3, ad 6; en esto Tomás de Aquino es fiel seguidor del pensamiento de san Agustín, De civitate Dei, XI, XXIII, 22-31, Corpus Christianorum, Series Latina XLVIII (Brepols, Turnhout, 1955) 342.

34.  Es por eso que aunque Tomás afirma, siguiendo a las Sagradas Escrituras, que la razón de la Encarnación ha sido el pecado del primer hombre —a tal punto que, si éste no hubiese acaecido, Dios no se habría encarnado—, no obstante, dicho pecado no era en absoluto una condición necesaria para la obtención de ese bien, ya que sin el pecado Dios podría haberse encarnado de todos modos: Summa Theologiae, III, q. 1, a. 3.

35.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, q. 1, a. 3.

36.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 79, a. 1.

37.  Ibídem, I-II, q. 112, a. 3, ad 2.

38.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 3, a. 2.

39.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I q. 25, a. 6, ad 1.

40.  Ibídem, I q. 25, a. 6.

41.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 1, ad 17.

42.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae I, q. 48, a. 2, ad 3.

43.  P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 106.

44.  La expresión free will defence fue utilizada por primera vez por Anthony Flew en Divine Omnipotence and Human Freedom, en A. FLEW, A. MACINTYRE (eds.), New Essays on Philosophical Theology (SCM Press, London, 1955) 149-160. Tomo la referencia de R. ROVIRA, Si quidem Deus est, unde mala? Examen de la adecuación del argumento del libre albedrío como solución de la aporía capital de la teodicea, “Anuario Filosófico” 48/1 (2010), 121-159.

45.  A. PLANTINGA, God, Freedom and Evil cit.

46.  R. SWINBURNE, Providence and the Problem of Evil (Clarendon Press / Oxford University Press, New York / Oxford, 1998).

47.  P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit.

48.  Esta afirmación no es común a todos que sostienen una “defensa del libre albedrío”, dado que su alcance va más allá de los límites de una mera “defensa”, para dar una razón positiva de la permisión del mal, lo cual podría ser calificado ya como una “teodicea”. Swinburne la sostiene con claridad (R. SWINBURNE, op. cit., 82 ss), mientras que Plantinga (A. PLANTINGA, God, Freedom, and Evil cit., 28-29) y Van Inwagen (P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 70) permanecen dentro de los límites de una mera “defensa”.

49.  A. PLANTINGA, Which Worlds Could God Have Created?, “Journal of Philosophy” 70 (1973) 551; también R. SWINBURNE, op. cit., 88-89.

50.  See V. BRÜMMER, Moral Sensitivity and the Free Will Defence, “Neue Zeitschrift für Systematische Theologie und Religionsphilosophie” 29 (1987) 86-100. Referencia tomada de R. ROVIRA, art. cit., 130.

51.  Esta afirmación es común a todos los partidarios de la free will defence. Véase por ejemplo R. SWINBURNE, op. cit., 84-85.

52.  A. PLANTINGA, Which Worlds cit., 544.

53.  Ibídem, p. 543; también God, Freedom and Evil cit., 43.

54.  A. PLANTINGA, Which Worlds cit., 542; también, The Nature of Necessity (Clarendon Press, Oxford, 1974) 170-171.

55.  A. PLANTINGA, The Nature of Necessity cit., 184; God, Freedom and Evil, 45-49.

56.  J. L. MACKIE, Evil and Omnipotence, “Mind” 64 (1955) 200-212; 208-210; tambiénThe Miracle of Theism (Clarendon Press, Oxford, 1982) 160-162.

57.  A. PLANTINGA, Which Worlds cit., 551-552; P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 75-77.

58.  A. PLANTINGA, The Nature of Necessity cit., 167.

59.  A. PLANTINGA, God, Freedom and Evil cit., 58.

60.  R. SWINBURNE, op. cit., 176-192.

61.  P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 84-90.

62.  R. ROVIRA, art. cit., 132.

63.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent., dist. 46, q. 1, a. 3.

64.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 113, a. 9, ad 2.

65.  J. MARITAIN, Saint Thomas d’Aquin et le problème du mal, en De Bergson à Thomas d’Aquin (Éditions de la Maison Française, New York, 1944) 229.

66.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 63, a. 2.

67.  J. MARITAIN, Saint Thomas d’Aquin et le problème du mal cit., 227.

68.  J. PIEPER, Über den Begriff der Sünde, en Werke Band 5 (Felix Meiner Verlag, Hamburg, 1997) 266-267.

69.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 22, a. 6.

70.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 24, a. 3, ad 2; In II Sent., d. 44, q. 1, a. 1, ad 1.

71.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 109 n. 6.

72.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 22, a. 6.

73.  S. GAINE, Will There Be Free Will in Heaven? Freedom, Impeccability and Beatitude (Continuum, New York, 2003) 121; E. ALARCÓN, Libertad y necesidad, “Anuario Filosófico” 43/1 (2010) 25-46.

74.  THOMAE AQUINATIS, De veritate, q. 22, a. 6 ad 3.

75.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 24, a. 7.

76.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 24, a. 3.

77.  TOMÁS DE AQUINO, De spiritualibus creaturis, a. 11. Sobre este punto, C. CARDONA, Metafísica del bien y del mal (Eunsa, Pamplona, 1987) 155.

78.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 88.

79.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 7.

80.  Para una presentación clásica de este debate, en perspectiva “libertaria”, véase P. VAN INWAGEN, An Essay on Free Will (Clarendon Press, Oxford, 1983) 55-152.

81.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 1.

82.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 7; Summa Contra Gentiles, III, c. 88.

83.  Esta consideración subyace a planteamientos “libertarios” más recientes que buscan compatibilizar la libertad de la criatura con la causalidad divina: W. M. GRANT, Can a Libertarian Hold that Our Free Acts Are Caused by God?, “Faith and Philosophy” 27/1 (2010), 22-44.

84.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 19, a. 8.

85.  J. MARITAIN, Court Traité de l’Existence et de l’Existant (Paul Hartmann, Paris, 1947) 161.

86.  Ibidem, 154-156. Sobre la noción de Maritain de moción “rompible” y su debate con los defensores de la “premoción física”, me permito remitir a A. ECHAVARRÍA, Jacques Maritain contra el tomismo bañeciano: la polémica de los decretos permisivos, “Studium: Filosofía y Teología” 24 (2009) 319-358.

87.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 1, a. 4.

88.  P. A. MCDONALD, Jr., Original Justice, Original Sin and the Free-Will Defense, “The Thomist” 74 (2010) 105-141; 108-109.

89.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 1, a. 3.

90.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 49, a. 2.

91.  S. NEWLANDS, Evils, Privations and the Early Moderns, en S. MACDONALD, A. CHINGELL (eds.), Evil (Oxford University Press, Oxford, forthcoming) pro manuscripto 36 (citado con permiso del autor).

92.  Ibidem.

93.  J. CROSBY, Doubts About the Privation Theory That Will Never Go Away: Response To Patrick Lee, “American Catholic Philosophical Quarterly” 81 (2007) 489-505; 500. Véase el debate completo en J. CROSBY, Is All Evil Really Only Privation, “Proceedings of the American Philosophical Association” 75 (2001) 197-210 y P. LEE, Evil as Such is a Privation: A Reply to John Crosby, “American Catholic Philosophical Quarterly” 81 (2007) 469-488.

94.  R. SWINBURNE, op. cit., 32.

95.  Ibidem, 31-32.

96.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 48, a. 1; Summa Theologiae, I, q. 38, a. 5, ad 1; De malo, q. 1, a. 1.

97.  Ibidem, I, q. 48, a. 3, c.

98.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. I, a. 2.

99.  TOMÁS DE AQUINO, De spiritualibus creaturis, c. XI. Véase sobre este punto C. CARDONA, Metafísica del bien y del mal cit., 155.

100.         J. MARITAIN, Dieu et la permission du mal cit., 16.

101.         TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 79, a. 1. 102.

102.         TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 1, a. 3.

103.         TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 112, a. 3, ad 2.

104.         TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 23, a. 2; Summa Theologiae, I, q. 48, a. 6.

105.         El presente artículo es una versión condensada y levemente modificada de una conferencia impartida el 10 de febrero de 2011 en el Aquinas Seminar de Blackfriars Hall (University of Oxford). Quiero expresar mi agradecimiento a William Carroll, Ignacio Silva, Andrew Pinsent y Orlando Poblete por sus valiosos comentarios a versiones preliminares de este artículo; a Enrique Alarcón por sus sugerencias sobre cómo enfocar el debate compatibilismo-libertarianismo en perspectiva tomista. Finalmente, mi especial agradecimiento a los dos evaluadores anónimos por sus pertinentes comentarios.

Pedro J. Ramírez Acosta

“El movimiento actual de la tierra, el de sus partes y del conjunto, es hacia el centro del universo, de ahí su actual estado en reposo en el mismo”

(Aristóteles, Tratado del cielo)

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento…”

(Sal 19, 2)

“Te doy las gracias a ti, Dios señor y creador nuestro, porque me dejas ver la belleza de tu creación, y me regocijo con la obra de tus manos. Mira, ya he concluido la obra a la que me sentí llamado; he cultivado el talento que Tú me diste; he proclamado

la magnificencia de tus obras a los hombres que lean estas demostraciones, en la medida en que pudo abarcarla la limitación de mi espíritu”

(Kepler, Armonía del universe)

“M-theory predicts that a great many universes were creater out of nothing. Their creation does not require the intervention of some supernatural being or god. ….

Although  we  are puny and insignificant on the scale of  the cosmos, this makes

us in a sense the lords of creation”

(Stephen Hawking, The grand design. pp. 8-9)

Introducción

El tema del diseño del universo es de suma actualidad en medios científicos, religiosos y populares. La cosmología nos presenta hoy un diseño o imagen física del universo diferente a la imagen del universo antiguo y medieval. La cosmología de los griegos daba a conocer un número limitado de esferas, estrellas y planetas; en cambio las hipótesis cosmológicas más recientes señalan que sólo en la Vía Láctea se encuentran un trillón de estrellas y al menos un millón de planetas semejantes al planeta tierra.

Del universo aristotélico finito y centrado en el planeta tierra pasamos a un universo sin centro e ilimitado en extensión. La imagen actual del universo es el resultado de los avances de las ciencias naturales, en especial de la física teórica, y de las nuevas tecnologías.

Por otra parte, la teología nos ofrece otro diseño del universo, en la que espacio, tiempo y personas tuvieron un comienzo y  tendrán  un final, “el final de los tiempos,  en el que todo será nuevo”. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis las escrituras sagradas reiteran: “Todo el cosmos es obra de las manos de Dios”. La cosmovisión de las sagradas escrituras es una visión religiosa, no científica. Su máxima preocupación e interés están relacionados con la historia de la salvación de todos los seres humanos. Es, por tanto, una visión lineal de la historia: Dios es alfa y omega, está al inicio, a lo largo y al final de los tiempos.

¿Los grandes avances científicos actuales ofrecen una nueva estructura del universo y conducen a una visión total e integral del cosmos? Para los griegos el cosmos o el universo era la totalidad concebida y ordenada hacia un fin supremo que es el bien. Por tanto, conocer  el mundo de las esferas era tan importante como vivir éticamente. El sentido del cosmos incluía el destino de los seres humanos. Tanto las alegrías como el devenir trágico de los seres humanos eran parte de esa antigua racionalidad cósmica. En esta nueva visión científica ¿qué lugar ocupa el hombre, Dios y la teología? ¿Fe y razón, teología y ciencia pueden encontrarse en el camino de la búsqueda de la verdad? ¿Es capaz de integrar y armonizar la totalidad cósmica y humana?

Hawking en su reciente obra The grand design [1] da a entender que la creación del universo no necesitó de un diseñador inteligente que lo sacara de la nada y que más bien los seres humanos, aunque pequeños e insignificantes en la escala del cosmos, son los señores de la creación. ¿Señores de la creación? Señor es una palabra que  viene  del latín “Dominus” que significa el que tiene poder, el que posee, es soberano, domina y controla. Aclarado el concepto, ¿qué alcances tienen las palabras de este científico? Hawking es un físico teórico de los más prestigiosos del siglo XX, que ha desarrollado planteamientos básicos y medulares de la teoría de la relatividad de Einstein. A diferencia de lo expresado en obras anteriores, como en Historia del tiempo, ¿las nuevas afirmaciones tienen solo un valor mediático?

La sociología de la religión y la teología fundamental actual reconocen un debilitamiento de los patrones religiosos tradicionales, pero igualmente identifican nuevas formas de religiosidad y de espiritualidad en el hombre moderno. Convencido de la necesidad de la ciencia y de la fe, Rahner, refiriéndose a la historia del mundo, en sus Escritos de Teología, identificaba tres categorías fundamentales: Dios – mundo – historia, estrechamente relacionadas: “La historia de la salvación acontece en la historia del mundo” (T.V., p. 116). Creación, universo, ser humano, gracia vivificante y transformadora son partes esenciales de la teología católica de la historia de la salvación. Dos historias diferentes, la del mundo o profana y la de la salvación, pero implicadas en el marco de un gran diseño, el mejor e insuperable diseño, según Leibniz. Entonces, ¿qué tan cierto es que caminamos hacia una sociedad del conocimiento  o de la ciencia sin Dios, donde el universo y sus leyes son el sustituto de Dios y los seres humanos los “Señores de la creación”, como señala Howking? Carl Sagan, otro prestigioso físico teórico contemporáneo, se hacía una pregunta más inteligente: ¿Y quién hizo las leyes que gobiernan el universo?

Jamás la sociedad humana alcanzó tanto conocimiento y poder sobre la naturaleza, apoyada en el avance asombroso de las ciencias, en los últimos dos siglos, pero especialmente a partir de la segunda parte del siglo XX con la revolución científico tecnológica. El Renacimiento fue la puerta de entrada a la Edad Moderna. Fue una revolución cultural en casi todos los caminos del conocimiento humano. Desde el arte de Leonardo y Miguel Ángel hasta una nueva visión cósmica ideada por Copérnico. A partir de este momento, la imagen del universo ha cambiado y adquiere nuevos contornos. Sus fronteras se extienden en forma ilimitada en el espacio y en el tiempo. En el campo de la física-matemática, Kepler, Galileo, Newton, De la Mettrie, De Broglie, y más actuales: Heisenberg, Einstein, Hubble, Lemaitre, Hawking, etc., se encargarán de hacer los aportes más significativos. Pero, afirma Rahner: “Ni un  individuo, ni una época histórica pueden abrir caminos simultáneamente en todas las direcciones. Por eso, toda conquista implica también una renuncia… Y hay que preguntar a qué se puede renunciar en la conquista, sin que la renuncia sea una maldición mortal” (1967, T. III, p. 429).

En relación con esta renuncia las ciencias de la naturaleza han ido tan lejos en preguntas y respuestas, que han dejado otras fundamentales, largamente meditadas por la teología hebraica cristiana. ¿Por qué existe el universo y no más bien nada? Es la pregunta que se hacía Hawking al final de su obra: Teoría del todo. A diferencia de las afirmaciones actuales, en esta obra su pregunta es fundante y coherente. Lograr una respuesta, afirma, es un triunfo de la razón humana e implicaría entrar a conocer la mente de Dios (2007: 138-139). Producto de esta búsqueda la imagen del universo ha cambiado desde las cosmologías antiguas de Chinos, Sumerios, Egipcios, Griegos, y Aztecas hasta nuestros días. Aunque los modelos se han multiplicado y varían unos de otros tanto del macro como del micro cosmos, el universo en su totalidad sigue asombrando y dejando al hombre de ciencia sin una respuesta definitiva. La luz de la ciencia aún no desvela el misterio de la mente de Dios, es decir el diseño ejemplar del cosmos, incluida la sociedad humana, concebido en la inteligencia divina. ¿Es posible rastrear un camino  que  nos  lleve a una respuesta integradora? En este ensayo queremos indagar, en una primera parte, sobre la búsqueda científica de esa respuesta,  y en una segunda parte, desde la luz de la fe, examinar a qué corresponde el Gran Diseño como una aproximación al misterio de la mente de Dios.

El desarrollo del conocimiento científico

El conocimiento científico actual, con sus abismales logros y limitaciones, solo podemos entenderlo si nos asomamos brevemente a la historia de sus orígenes. En los inicios del conocimiento sistemático, hoy pareciera lo contrario, la filosofía fue la ciencia básica troncal de los demás conocimientos. La frontera entre ambos conocimientos de filosofía y ciencia no requería de una demarcación exacta y definida, porque, con justa razón, consideraban el objeto de estudio como una realidad poliédrica a la cual se acercaban desde diferentes intereses y niveles epistémicos. Esta situación se mantuvo desde los antiguos filósofos griegos y romanos hasta muy entrada la edad moderna con científicos como Bacon, Newton, Kepler, etc. Igualmente Descartes prescindía de hacer la diferencia. Concibe a la filosofía como el gran árbol, cuyo tronco es la física y las ciencias son las ramas. Por esta misma razón, Newton,  que escribe el primer trabajo científico en términos modernos, titula su investigación así: Principios Matemáticos de Filosofía Natural (Capra, 1993).

Por su puesto, los antiguos filósofos hacían filosofía y ciencia a la vez. Su interés científico estaba dirigido a conocer las causas últimas y próximas de los fenómenos de la realidad. Esta, según Platón (Fedro, 1979), se da a conocer en forma sensible a través de los sentidos y en forma racional a través de las ideas. Existe un dualismo heredado de Heráclito y Parménides, que Platón no logra superar. El conocimiento del mundo sensible es cambiante y errático, produce solamente opinión (doxa); el conocimiento, en cambio, de las ideas es verdadero y permanente, alcanza la verdad de las cosas (alezeia), y es por tanto científico. Al valor de científico se llega mediante el conocimiento de las realidades del mundo superior, que está integrado por ideas eternas e inmateriales. El universo físico es solamente una sombra del verdadero y real mundo de las ideas.

El conocimiento científico en Aristóteles (1973) se distancia del planteamiento platónico. Parte del acercamiento a la realidad de las cosas. Mediante el proceso de abstracción la mente penetra las cosas o los fenómenos, conoce la verdad y puede explicar su  estructura  y su comportamiento. Así, la física aristotélica reconocía diversidad y jerarquía en los seres del universo, que era el lugar de las cosas y de los seres humanos. Dentro de ese ordenamiento natural los seres se distinguían por el grado de perfeccionamiento de su forma. Todos  los seres, de acuerdo con su teoría hilemórfica [2],  están  compuestos de materia prima y forma sustancial. Así tenemos seres inanimados, seres vivos y seres racionales. En esta escala, los seres humanos, con una forma más completa, serían los seres privilegiados del universo conocido, con un mayor perfeccionamiento, que proviene de la conciencia racional.

El conocimiento científico, estancado y atrapado por el método escolástico durante el medioevo, resurge en el renacimiento y en la edad moderna, ahora impulsado por el método empírico y las matemáticas. Las ciencias de la naturaleza son las primeras beneficiadas con el nuevo método. Este cambio va a dar origen a la revolución copernicana (s. XVI) y a una nueva imagen del universo. De una concepción finita, donde la tierra es el centro del universo, se pasa a una concepción heliocéntrica de un universo infinito en extensión (Kuhn, 1994: 185).

El posicionamiento del método empírico matemático da origen a la cultura de la ilustración y a la entronización de las ciencias positivas en los siglos XVII al XIX principalmente, para las que la validez y certeza del conocimiento está fundado en el conocimiento empíricamente demostrable. Desde esta perspectiva, Comte (1788-1857) establecía tres etapas en el desarrollo del conocimiento: El conocimiento mítico, el conocimiento metafísico, y la etapa del conocimiento científico, que es el grado más alto y perfecto. Sin embargo, el mismo avance de las ciencias y nuevas corrientes de la filosofía contemporánea se han encargado de desmentir tal aserto. Husserl (1859-1938) crea y establece otra vía o método para hacer ciencia: la fenomenología. Se trata de un método riguroso, ordenado y sistemático, abierto a toda la realidad material, humana y social, que trata de llegar a la esencia de las cosas y fenómenos que estudia. Los aportes de Husserl dieron impulso al desarrollo de las ciencias humanas y sociales (psicología, antropología, arqueología, historia, ciencias sociales, filosofía, teología, etc.), contribuyendo a la creación de nuevos métodos, como el histórico, el histórico-crítico, el arqueológico, el hermenéutico, el dialéctico, entre otros.

De esta manera, se  pasa  de  un concepto de ciencia positivista reduccionista validada por la verificación empírica a un concepto de ciencia amplio cuya validez está dada por la rigurosidad del método aplicado. El empiriocriticismo neopositivista y los resultados actuales de las ciencias naturales reconocen que la verificación empírica no es un dato cerrado, sino procesal y complejo, donde intervienen tanto el sujeto como el objeto investigado en el marco de un contexto histórico sociocultural. Desde esta perspectiva, la construcción de la imagen del universo o los distintos modelos creados sobre el origen del universo como el Big Bang [3] (Gran Explosión), el Big Crunch (Gran Colapso), o el de los universos paralelos, con base en la física matemática, son solamente una cara del poliedro.

El conocimiento primitivo del universo

Las observaciones y el asombro ante un cielo estrellado y aparentemente inmutable han sido desde tiempos inmemoriales un motivo para preguntarse y  tratar  de construir una imagen física del universo de acuerdo con el  nivel de conocimiento y cultura de cada pueblo. Así, la astronomía y la cosmología han estado unidas a la tendencia a construir explicaciones de los fenómenos del cielo vinculados a los terrestres.

El inicio de las investigaciones astronómicas se da en el Neolítico, 9000 a 3000 años a. C. Es concurrente con el desarrollo de las grandes civilizaciones de la antigüedad. Carmen Toro y Llaca (1999) identifica 6 grandes culturas hacia el 6000 a. C. la mayoría de ellas asentadas junto a grandes ríos, que sirvieron de  sostén  de su economía y de su vida socio-cultural. Estas culturas fueron: La Hassuna, que dará origen a la Sumeria y a la Babilónica, ubicada entre el Tigris y el Eúfrates; la Egipcia junto al Nilo; la Indú, que culmina con la civilización Harappa, junto al Indo; los primitivos asentamientos que  son la base de cultura China, junto al río Huang-ho; y la Maya y Azteca en Mesoamérica, y la Nazca e Inca en el Altiplano Andino, cuyo desarrollo es posterior a las euroasiáticas (1500 y 2100, respectivamente). Estas culturas, cada una en su contexto histórico, construyeron su propia imagen del mundo. En unos casos fue especulativa y fantasiosa; en otras, en cambio, fue el resultado de repetidas observaciones apoyadas en mediciones matemáticas. Entre las más interesantes en relación con nuestro objetivo está la cosmología protohindú para la que el mundo se apoya sobre cuatro elefantes y estos, a su vez, sobre una tortuga, que flota en el océano universal. En el centro del universo hay siete zonas concéntricas, de las cuales la interior  está  dividida en cuatro continentes. Uno de ellos es la India. Pero, más allá de esta visión fantástica del mundo, los Sumerios, hacia el año 3000 a. C. fueron la primera gran cultura organizada, que desde los Zigurats sistematizaron sus observaciones con el interés de explicar el origen y naturaleza del universo. La cosmología sumeria definió el universo como un globo esférico, inmóvil y en equilibrio, inmerso en un océano cósmico infinito. Por su parte, la tierra es una especie de disco plano, que flota horizontal al mar, que es origen de todas las cosas y que está cubierto por la bóveda del cielo, lugar donde se desplazan los astros: el sol, la luna, los cinco planetas “errantes”: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, y las estrellas. Agruparon las estrellas en 12 constelaciones para conformar el zodíaco y crearon calendarios lunares de 12 meses de 29 y 30 días.

Hacia el 4000 a. C., otra gran cultura que, similar a la Sumeria, influenció la filosofía y la ciencia griega, la helenística y la medieval, fue la Egipcia. De acuerdo con esta cosmología, la tierra tiene forma de plato alargado, en cuya dimensión mayor corría paralelamente el Nilo. Encima de la tierra estaba el dios aire que sostenía una segunda bandeja en forma de bóveda, que era el cielo. Por debajo de la tierra existía una tercera bandeja que contenía al dios de las aguas, sobre las que flotaba la tierra. Afirma Kuhn (1994) que la cosmovisión egipcia obedecía al conocimiento y experiencia que tenía de su país, cuya economía, vida y cultura se movían en función de los cambios estacionales del río Nilo. Las observaciones con menos precisión que las sumerias estaban asociadas a grandes mitos que abarcaban creencias profundas sobre la vida y la muerte. El sol, conocido como Ra, era el principal dios de los egipcios. Utilizaba dos embarcaciones, una para viajar de día a través del aire y otra en su viaje nocturno sobre las aguas. Las estrellas, como dioses menores, estaban claveteadas en la bóveda celeste. Distinguían entre ellas a  las estrellas circumpolares, porque no descienden por debajo del horizonte. Por eso, llamaban a los cielos del norte el lugar donde no existe la muerte y donde se goza de una vida eterna y feliz.

Estas primitivas cosmologías son especies de bosquejos de una estructura del universo y responden a necesidades psicológicas profundas como la de sentir al resto de la naturaleza y al universo como su espacio vital donde todas las actividades físicas y espirituales están integradas. Sin embargo, estas cosmologías son simples bosquejos esquemáticos, que solo denotan pero no explican los fenómenos como se le exige a las cosmologías científicas. Las cosmologías, primitivas o no, como visiones de mundo están, por tanto, sujetas a cambios producidos por los avances de la astronomía, que es la ciencia encargada de verificar las observaciones de los fenómenos del cosmos (Kuhn, 1994:29-31). Veamos a continuación algunos aspectos de la primera cosmología científica.

El diseño finito del universo en las cosmologías antigua y medieval

El aporte griego a la construcción de una visión científica del universo tiene dos momentos. En una primera fase está el aporte de los clásicos con las contribuciones, entre otros, de Tales de Mileto,  Platón, Aristóteles (ss.  VI – IV a. C.) y en un segundo momento está el aporte helenístico: Eratóstenes,  Hiparco,  Ptolomeo  (ss. III a.C. – II d. C.). La principal característica de esta nueva cosmovisión es el diseño finito y geocéntrico del universo. Aunque diferentes filósofos antiguos y científicos propusieron teorías distintas sobre los fenómenos celestes, el modelo que prosperó con amplia aceptación e influencia en el pensamiento medieval, fue el modelo cosmológico aristotélico tolemaico.

 En qué consistía este modelo finito y geocéntrico? Examinemos seguidamente los aspectos principales de estos dos momentos en forma conjunta:

Aristóteles (384-322 a. C.) tiene la capacidad y el mérito de integrar en su cosmovisión los aportes de la reflexión científica de varios siglos anteriores. Su modelo geocéntrico, asimilado y promovido por los científicos de la Biblioteca de Alejandría, perduró por 22 siglos. Según su teoría el cosmos se divide en dos regiones. La región sublunar y la región supralunar. La primera región comprende 4 elementos: la tierra, agua, aire y fuego. La tierra es una esfera inmóvil y el centro del universo. Aristóteles demostraba que no era plana, sino redonda. Uno de sus argumentos probatorios fáciles de observar era la pérdida de visibilidad de un barco en la medida en que se alejaba del punto de partida. Eratóstenes (280-200 a. C) midió el perímetro de la tierra utilizando la altura del sol de mediodía y el resultado fue 39. 690 kms, dato inexacto comparado con el actual; sin embargo, el método utilizado era correcto.

La región supralunar o celeste se extendía desde la Luna hasta las estrellas fijas. Esta región está compuesta de Éter, elemento procedente de la naturaleza divina y  en ella se ubicaban siete esferas, que correspondían a: La Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Júpiter, y Saturno. Más allá de Saturno se encontraban las estrellas organizadas en galaxias y constelaciones, trabajo de agrupación que los sumerios iniciaron hace más 3000 años a. C. Las estrellas estaban como fijas en el firmamento, pero tenían un leve movimiento armónico relativo, circular y uniforme. El impulso era dado por un primer motor inmóvil. Todas las estrellas, dentro de sus respectivas constelaciones, se mueven al unísono, pero conservando su posición y su forma. ¿Qué significa todo esto? Una estrella de la Osa Mayor, en el hemisferio norte, o de Aries, siempre conservará la forma y la distancia respecto a las demás (Kuhn , 1994:39). Más allá de la esfera de las estrellas no había nada, ni espacio, ni materia. De ahí el carácter finito de esta imagen cosmológica.

Dentro de esta visión cosmológica el Sol era considerado un planeta en movimiento. Un movimiento aparente de este a oeste durante el día y otro que realiza día a día, durante el año, a través de la eclíptica [4]. Aristarco de Samos (310 – 250 a. C.), en cambio, se distanciaba de la teoría de las siete esferas alrededor de la tierra, y proponía otra en la que el Sol era el centro   y los demás planetas, incluyendo la tierra, giraban en torno a él. Esta teoría, retomada en el Renacimiento, no tuvo en su momento la aceptación suficiente.

El nuevo diseño del  universo, según los filósofos y científicos griegos, fue un logro de la razón científica . Dejaron de recurrir a los dioses y en su lugar aplicaron métodos científicos para explicar los fenómenos de la naturaleza.

El universo, según el nuevo diseño, tiene forma esférica y circular. ¿Por qué? Dice Platón (1979) en el Timeo que la forma esférica y circular es “la más perfecta de todas las figuras y la más completamente semejante a sí misma. Pues lo semejante es mil veces más bello que lo desemejante”. En realidad, el universo está compuesto por dos esferas: una interior, la tierra, en la que se desarrolla la vida humana, y otra externa, celeste, integrada por las estrellas.

Ptolomeo (87 – 170 d. C.) recoge en su obra maestra, Syntaxis matemática, posteriormente conocida como Almagesto, todo el avance de la astronomía y cosmología de los clásicos griegos, en especial, la cosmología aristotélica. Intenta explicar matemáticamente la estructura del universo y las distancias entre los planetas tomando como centro a la Tierra. Trata de resolver el problema de Platón o el retroceso aparente de los planetas señalando que hay un punto denominado Ecuante [5], que está situado a la misma distancia del deferente con la tierra y que elimina el problema. Asimismo, resuelve el problema de la diferencia de brillo de las estrellas, la cual  se  da  según la distancia entre el planeta y el Ecuante. Otra labor de Ptolomeo fue la clasificación de 1022 estrellas en función del brillo aparente. Afirma Kuhn que la compleja combinación de excéntricas, epiciclos y ecuantes aportadas por Ptolomeo no lograron conciliar la teoría con la observación en forma  precisa, de modo que el sistema propuesto no fue ni el más complejo, ni una versión científica última y definitiva (1994:110).

Aunque hubo  otros  modelos del cosmos, entre los griegos   el modelo científico aristotélico ptolemaico fue  el  más  completo  y aceptado, sin discusión crítica, en el mundo cultural del imperio romano y el medioevo. En primer lugar, el sistema numérico introducido por los romanos no favorecía el avance de las ciencias y el cálculo matemático y, en segundo lugar, la desmoralización de la sociedad del imperio, como señala S. Agustín (354-430) en su obra Civitas Dei, fue la polilla que carcomió las bases políticas, militares y culturales del imperio, lo que significó la destrucción del imperio de occidente en el año 476 y el estancamiento de las ciencias y técnicas hasta que tomaron un nuevo empuje en el Renacimiento. Desde otro ángulo, la filosofía y teología cristiana medieval, en los primeros siglos tuvo una gran influencia platónica, y a partir del siglo XII, con Tomás de Aquino (1225-1274), la influencia fue aristotélica. En consecuencia, la cosmovisión cristiana medieval se asentó en el diseño científico de Aristóteles y de Ptolomeo. Una síntesis de esta cosmovisión la encontramos bellamente descrita en la obra literaria de Dante Alighieri (1265-1321), La divina comedia.

Sin embargo, desde el  punto de vista teológico, existían algunas contradicciones en la cosmología aristotélica. Una de ellas era la eternidad del universo, que se oponía a una verdad fundamental del cristianismo: “En el principio Dios creó los cielos  y  la  tierra” (Gn. 1, 1-2). ¿Qué significa “crear” en  el contexto de la Biblia?  Sobre  este pasaje haremos su análisis más adelante.

A diferencia del atraso científico que padecía Europa medieval, el mundo y civilización árabe, a partir del siglo VI, dio muestras de crecimiento progresivo en el orden económico, político y cultural. Bagdad fue la nueva capital del desarrollo de las ciencias árabes y al-Mansur (754-775), el califa responsable de impulsar la traducción de numerosas obras de astronomía indú, persa y griega. En el siglo IX Isha Ibn Hunayn tradujo la obra de Ptolomeo Syntaxis matemática dándole el nombre de Almagesto. Siglos más tarde Averroes (1120-1198), perteneciente al mundo árabe hispánico, es considerado el científico de mayor influencia en la cultura occidental. Su principal obra es “Comentarios a la obra de Aristóteles”, comentarios que sirvieron para dar a conocer el pensamiento aristotélico entre los filósofos y teólogos medievales de la época. Si bien es cierto que la cosmovisión aristotélica era ampliamente reconocida y base del universo cristiano, esta encerraba imprecisiones y contradicciones.

Algunos científicos medievales y precursores de Copérnico se encargaron de criticarlo y formular aclaraciones. Tal fue el caso de Nicolás de Oresme (1323-1382) y de Jean Buridan (1300-1358).

El diseño moderno del universo según las leyes positivas de la física teórica

La base del diseño actual del universo es una asociación de conocimientos provenientes de las ciencias: termodinámica, hidrodinámica, astronomía, física atómica, física cuántica y relatividad, entre otras. ¿Qué es la física teórica? Es una ciencia positiva interdisciplinar que intenta comprender, explicar y predecir los fenómenos de la naturaleza a partir de un modelo matemático y conceptual. Su núcleo central es la matemática y su método es experimental o empírico descriptivo.

Los logros de estas ciencias modernas y contemporáneas han roto los límites del espacio y del tiempo y empujan la frontera del conocimiento del universo hacia mundos desconocidos. Nuevos estudios y mediciones revelan que la estructura del cosmos ha cambiado en relación con el modelo aristotélico ptolemaico. El Sol, desde el nuevo paradigma de Copérnico (1473-1543) dado a  conocer  en su famosa obra De revolutionibus orbium caelestium, es el centro del universo y la Tierra un planeta con movimiento circular alrededor del Sol. A esta primera ruptura paradigmática que  provocó la revolución copernicana se han sumado los aportes de Galileo, Kepler, Newton, y de contemporáneos como Friedman, Gamow, Lemaitre, Hubble, Hawking, etc., con resultados como los siguientes: El diámetro de la tierra asciende a 12.756 kilómetros; la luna está alejada de la tierra 30 veces esta distancia o sea 384.400 kilómetros y el sol se encuentra a 150 millones de kilómetros. El cielo considerado fijo y limitado en número de estrella, ahora en la nueva visión contemporánea, está poblado  por

500.000 millones de galaxias, a distancias que se miden en años luz. Alfa de Centauro, que es la estrella más cercana al sol , se encuentra a 4, 36 años luz de la tierra y cada año luz comprende 9.461.000.000.000 kilómetros. Las galaxias son conglomerados de estrellas en la bóveda del cielo. Una de ellas, la más conocida desde la antigüedad,  es la Vía Láctea, a la que pertenece  el sol. Contiene aproximadamente 200 mil millones de estrellas y un diámetro de 80.000 años luz. Una de las más grandes y brillantes es la galaxia Andrómeda, que se encuentra a 2.5 millones de años luz y una de las más alejadas, la A 1689-z D1, asequible por el telescopio de mayor alcance, el Hubble, está situada a 240.000 millones de años luz aproximadamente (Weizsacker, 1974: 138-140; Universia, 2008).

Por una  parte,  es  evidente que el diseño antiguo ha cambiado. Ahora nos encontramos  ante un universo cuya extensión es casi infinita, donde la tierra es, según Sagan (1934-1996), un punto físicamente insignificante. Cada vez que el poder de captación de los telescopios aumenta, las fronteras del espacio y del tiempo retroceden. Algunos científicos plantean la hipótesis de la existencia de millones de otros universos mayores  o menores al nuestro, que podrían ser una especie de “huevos cósmicos” en un gigantesco nido. Por otra parte, frente a un universo de estrellas fijas con pequeños movimientos circulares uniformes, que participaban  de  la  inmutabilidad  y eternidad divina según el diseño aristotélico, ahora en el diseño de la física teórica y de científicos actuales el universo, como un todo, se mueve y se expande. Continuamente mueren y nacen nuevas estrellas. Por ejemplo, las nebulosas son restos o polvo de estrellas, que llegaron a su final y colapsaron. Así, las enanas blancas o las supernovas son originadas por gigantescas explosiones estelares, lo que da una idea impresionante de la expansión del cosmos.

La teoría de la expansión del universo o teoría del Big Bang es la más conocida en la actualidad. El padre de esta teoría es Georges Lemaitre, quien en 1929, después de desarrollar las ecuaciones de la relatividad de Einstein sobre la expansión del universo, propuso que el universo se inició con la explosión de un átomo primigenio. Uno de los científicos que continuaron trabajando esta teoría y que la ha popularizado con sus publicaciones es Stephen Hawking. Sobre el tema ha publicado Breve historia del tiempo, El universo en una cáscara de nuez, Teoría del todo, La naturaleza del espacio y del tiempo, y la más reciente: The grand design. En estas obras Hawking se plantea preguntas, que desde el neolítico el hombre se ha venido haciendo al observar, contemplar, y medir matemáticamente el universo, y también plantea respuestas, algunas muy aventuradas, que van más allá del campo especializado de la física teórica actual. Entre otras preguntas sobresalen las siguientes: ¿Tuvo un origen el universo o existe desde la eternidad? Si tuvo un inicio, ¿es Dios el creador o el mismo se autocrea? Alrededor de estas preguntas y en contexto semejante, Sagan (1984), además, se preguntaba: ¿Qué o quién es Dios? Y afirmaba: la respuesta depende mucho de qué se entiende por ese término. Los diferentes significados han dado origen a todas las religiones, desde las monoteístas a las naturalistas, que han existido a lo largo de la historia de la humanidad. Para algunos, continúa, Dios es un hombre de piel blanca y de inmensos poderes, en cambio, para otros como Baruch Spinoza o Einstein, Dios es la suma total de las leyes físicas.

Es notorio que el avance de las ciencias matemáticas ha llevado el debate sobre el origen y eternidad del universo a posiciones apresuradas y contrarias a la esencia misma de la ciencia de parte de algunos científicos de la naturaleza. Interpretando estas creencias, Sagan afirmaba:

 “A medida que vamos comprendiendo el universo, van quedando menos cosas para Dios. … Si en Grecia   se hubiese inventado, en el siglo V a. J. C., el cálculo diferencial e integral o  la  aritmética  transfinita,  y no hubiesen sido desestimadas posteriormente, la historia de la religión en Occidente hubiese podido ser muy distinta – o, por lo menos, se hubiese dado con menor frecuencia la pretensión de que la doctrina teológica puede demostrarse convincentemente mediante argumentos racionales a aquellos que rechazan la revelación divina como intentó Tomás de Aquino en su Summa contra Gentiles. … Cuando Newton explicó el  movimiento de los planetas recurriendo a la teoría  de  la  gravitación universal, dejo de necesitarse que los ángeles empujasen los planetas. … Se dice que Laplace presentó una edición de su trabajo matemático Mecanique celeste a Napoleón, … quien se quejó a Laplace de que en el texto no apareciese ninguna referencia a Dios. La respuesta de la Place fue: Señor, no necesito esa hipótesis” (1984:374-376).

Aunque se puede pasar del Dios como hipótesis  de  Laplace  al completo exilio de Dios de la creación del universo como en El Gran Diseño de Hawking, ya que es perfectamente posible demostrar que el Big Bang fue el inicio del universo y que igualmente son posibles infinitas creaciones y destrucciones del mismo, Sagan reconoce que estamos frente a dos profundos misterios y que nada hace evidente que uno esté mejor posicionado que el otro. Por  tanto, lo menos que se podría esperar, sobre todo sabiendo lo que somos  a nivel cósmico y los conocimientos aún raquíticos que  poseemos, es una actitud humilde y prudente de búsqueda de la verdad. La certeza en las ciencias es relativa, no absoluta. La arrogancia intelectual positivista no llega muy lejos, como lo ha confirmado la epistemología actual. Los logros científicos pueden generar dos actitudes opuestas: Una, la del espíritu arrogante que trata de imponer su verdad como  la verdad, y la del espíritu humilde que, por el contrario, trata de integrar verdades y soluciones. Así, sin arrogancia, el diseño aristotélico tolemaico integró visiones de la teología, de la filosofía y de las ciencias y funcionó por 22 siglos. Por eso, para Sagan ciencia y teología, si bien parten de principios diferentes, participan de objetivos semejantes, no excluyentes sino complementarios. Sin embargo, Sagan, pese a su gran honestidad   y claridad intelectual como se hace notar especialmente en su escrito En el “Valle de las sombras”, no logra captar que esos objetivos semejantes tienen alcances también diferentes (1984:378). A continuación, analizamos estos alcances.

La teología, su método y el gran diseño de Dios

Como las ciencias de la naturaleza y la teología tienen objeto, objetivos, presupuestos teóricos y contenidos diferentes, los alcances de la teología son más que formales y llegan a lo más profundo de la vida y de la existencia humana.

A diferencia de las ciencias formales y factuales que están creando, como parte de su propia naturaleza y método, nuevos diseños o modelos del universo o de sus respectivos objetos de estudio, la teología (1) y su método avanza en la reflexión y en la interpretación de un solo diseño o modelo que Dios ha revelado al hombre y que contiene la historia de la salvación. ¿Qué es la teología como ciencia o cuál es su naturaleza y su método?

Dentro de la clasificación anterior de las ciencias la teología es una ciencia factual especial porque su paradigma o sistema de creencias parte de la razón y de la fe. Posee o versa sobre un objeto que es Dios o la palabra revelada de Dios. Esa palabra es una palabra viva, actual, que dialoga con cada lector u oyente de todas las edades y lugares. Como  ciencia  humana es sistemática y rigurosa. Para este propósito utiliza uno o varios métodos como el método teológico, el método hermenéutico, el arqueológico, y el histórico crítico, entre otros.

La teología reflexiona, estudia e interpreta  los  textos  revelados  a la luz de la fe. Razón y fe son imprescindibles en el estudio teológico. Desde el inicio de la edad moderna Melchor Cano (1509-1560) propone en su obra De locis theologicis una sistematización del trabajo teológico. Identifica y propone los lugares teológicos en los que la investigación teológica debe fundamentarse en la búsqueda de razones y argumentos para escuchar, interpretar, y explicar el dato revelado. El se refiere a diez lugares, de ellos mencionamos los principales: Las sagradas escrituras, la tradición apostólica, los sínodos y concilios, el magisterio de la Iglesia, la fe del cuerpo universal de los creyentes. A estos se debe agregar otras fuentes de importancia, aportados por la investigación teológica contemporánea, como el testimonio de la liturgia, el estudio de la vida de los santos, y los Documentos de las Conferencias regionales, del CELAM, en el caso de América Latina, etc.(Wicks, 2001: 21-23).

Parte del rigor del método teológico está en hacer uso no solo de una fuente o lugar teológico, sino de varias, de modo que, por una parte, se pueda captar las diferentes maneras en que Dios se revela  a los hombres y, por otra, se busque dar consistencia y objetividad al análisis realizado. En este mismo sentido, el teólogo debe hacer uso de distintos métodos según lo requiera el objeto particular de estudio. Siendo las sagradas escrituras una fuente principal, como lo señala la Constitución del Vaticano II, Dei Verbum, el método hermenéutico es casi de práctica obligatoria. La Biblia es el conjunto de libros sagrados o revelados por Dios. Contiene el Antiguo y Nuevo Testamento. Fue escrita entre los siglos X a. C. y I d. C. en tres lenguas principalmente: Hebreo, Arameo y Griego, en contextos sociales y culturales diferentes. Por tanto, el teólogo es un hermeneuta que estudia, esclarece e interpreta el texto, los intertextos y los contextos sociales culturales, lo mismo que los diferentes géneros y estilos literarios,   a la luz de la fe. En este sentido, a diferencia del científico positivista para quien los resultados tienen la evidencia de la verificación empírica, el teólogo recorre a tientas el camino de la búsqueda de la verdad sabiendo que navega en aguas profundas y llenas de misterio y que sus resultados solo pueden ser aproximaciones a la inescrutable e inagotable palabra de Dios (Wicks, 2001, Juan Pablo II, 1998). Desde este marco de referencia metodológico analicemos, a continuación, el diseño del universo en el Génesis.

El diseño cosmológico del Génesis

El término “Génesis” viene del hebreo “Bereshith”, que significa “origen del mundo” o “en el principio”. Fue escrito por varios autores religiosos, en la versión que conocemos, hacia el siglo VI y V a. C., en el contexto del cautiverio en Babilonia. Este dato es importante para reconocer la influencia cosmológica sumeria en la elaboración del discurso o del texto sagrado. Los exégetas identifican, por lo menos, tres fuentes principales: La fuente J, Yavista, la fuente E, Eloísta, y la fuente P, Sacerdotal, las cuales están basadas en tradiciones orales del I y II milenio a. C.

 El Génesis es el primer libro canónico de los 46 del Antiguo Testamento. No es un libro científico acerca del origen del universo. Es un libro religioso, que ofrece el comienzo de la historia de la salvación. La estructura de dicho libro contempla tres partes:

a.     Cap. 1 al 11: Relato de la creación

b.     Cap. 12 al 37.1: Los patriarcas o la elección y formación del pueblo de Dios, y

c.     Cap. 37.2 al 50: Historia de José en Egipto: Drama y salvación.

En relación con la primera parte, encontramos dos relatos  sobre la creación del universo. El primero comienza:

“En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas…” (Gn 1, 1-2. 4a)

El segundo relato es menos detallado sobre el proceso de la creación y se centra en la creación de Adán y Eva, como figuras protagónicas del comienzo de la historia de la relación de Yavé Dios con el pueblo escogido, Israel. El texto dice así:

“El día en que Yavé Dios hizo la tierra y los cielos no había sobre   la tierra arbusto alguno, ni había brotado aún ninguna planta silvestre, pues Yavé Dios no había hecho llover todavía sobre la tierra, y tampoco había hombre que cultivara el suelo e hiciera subir el agua para regar toda la superficie del suelo.

Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra… Dijo Yavé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude” … (Gn 2, 4b-25)

¿Estamos frente a dos diseños cosmológicos diferentes que responden a pueblos y culturas diferentes? El análisis científico bíblico actual, como un dato esencial, relaciona estos relatos de la creación con la prehistoria y la fe de Israel. En segundo lugar, la diferencia entre ambas versiones se debe a que provienen de dos fuentes distintas: La primera proviene de la fuente sacerdotal (conocida como P) y la segunda, de la fuente yavista (conocida como J). De ahí las semejanzas y las diferencias. La primera es conceptualmente precisa. Enfatiza el tiempo, cada día de la semana, de las acciones de Dios. La segunda enfatiza el espacio y se fija en los detalles: La tierra, las plantas, la manera como formó a Adán y a Eva, el jardín del Edén, en donde Dios coloca a la primera pareja de la humanidad, etc. El primero es más abstracto: “El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios”, en cambio, el segundo es más poético y figurativo: “Tomó polvo de la tierra para formar al hombre y luego sopló sobre él”. Por otra parte, ambos relatos cosmológicos expresan el comienzo del Pueblo de Israel , se dirigen a la creación del hombre, que es la cúspide en importancia   y dignidad de toda la creación, y adquieren unidad y cohesión en la voluntad creadora y personal de Dios, a diferencia de las cosmologías primitivas que se centran en un determinado elemento (von Rad. 1982: 189-190).

La fuente sacerdotal (P), como ya hemos indicado, es conceptualmente más precisa y pretende acentuar la diferencia entre el relato cosmológico israelita y otras cosmologías existentes en los pueblos vecinos. Por eso, utiliza el verbo “crear” en lugar del “hacer” o de “organizar” utilizado en el mito sumerio del origen del mundo. En este mito existen dos principios o sustancias primordiales de la que están hechas las divinidades y todas las cosas. Las divinidades hacen y organizan las cosas que hay en el agua, en la tierra, en el aire y en el cielo. En cambio, “crear”, en hebreo bara, significa sacar de la nada o traer a la existencia. Antes de la creación sólo existe Dios y  las cosas vienen a la existencia en el momento en que Dios ordena. Consciente de esta diferencia el profeta Baruc (Ba 6, 58-69) anteponía el poder del Dios de Israel frente a los falsos dioses o ídolos. Y les recordaba a los israelitas en Babilonia no temer a esos dioses falsos y poner toda su confianza en Yahvé Dios. Por otra parte, y más cercano a nosotros, el evangelio de Juan, refiriéndose a este momento trascendental, señala: “En el principio solo existía la Palabra y la Palabra era Dios, quien hizo todas las cosas” (Jn 1, 1-3).

Otro dato importante es  que  el diseño cosmológico del Génesis fue escrito por los autores sagrados hacia el siglo VI a. C., posterior a los grandes acontecimientos salvíficos de la historia de Israel. Se da primero una experiencia personal, fundante y espiritual: Dios que elige a su pueblo de Israel y Dios que libera a su pueblo de la opresión de Egipto (El libro del Éxodo fue escrito entre 1440 y 1400 a. C.). Posteriormente, el autor o autores sagrados reflexionan sobre su entorno, sobre el cosmos o el universo, como la gran casa del hombre,  y se preguntan por el creador de todas esas maravillas naturales  y su respuesta está dada en la primera parte del Génesis. Así las cosas, examinemos a continuación la relación de la cosmología del Génesis con la historia de la salvación.

La creación del universo en la historia de la salvación

La fe de Israel nace de una experiencia espiritual, que consiste  en un encuentro personal de Yahvé Dios y Abraham, en una elección  y en una promesa: “Serás  padre  de una gran nación y te bendeciré…” (Gen 12,1-4). Esta experiencia es personal: Abraham escucha el llamado de Dios; es histórica: Se da en un tiempo y en un contexto determinado: Ur de Caldea, Jarán, Siquem; es profunda y radical: “Deja a tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre”. Este es el comienzo de una historia de amistad y alianza entre Dios e Israel, amistad que se prolongará con Isaac, Jacob, y su descendencia, y será probada repetidamente a través de los actos de liberación y de salvación que marcan la historia de este pueblo.

La creación del universo noformó parte de la primera fe israelita, como lo han demostrado los estudios históricos y exegéticos de los libros del Antiguo Testamento. Así, el primer credo que los israelitas repetían y trasmitían a sus descendientes no incluía ninguno de los relatos de la creación, como se puede ver en el texto siguiente:

“Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí, siendo pocos aún; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre.

Llamamos pues a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y nuestra opresión. Yavé nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros frutos de la tierra que tú, Yavé, me has dado” (Dt. 26, 5-10).

tribus a tomar conciencia de que   la creación del universo es una intervención esencial en la historia de la salvación?

El cautiverio en Babilonia, en el siglo VI a. C., es una nueva experiencia humana espiritual que vive el pueblo de Israel. Lejos de su patria, de sus tradiciones, e inmersos en una cultura ajena a sus principios y creencias los israelitas consideran como una amenaza a su identidad, como pueblo elegido, las nuevas costumbres, la nueva moral y los nuevos dioses de Babilonia. Surgen así los profetas del exilio: Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Frente a la crisis y el peligro de perder la fe en Yavé, ellos ven la necesidad de anteponer la fe y la esperanza en la restauración de Israel. El centro del mensaje es: “Si Dios es todopoderoso, creador de cielo y tierra, también tiene poder para liberarnos”. Por eso, en Isaías 40 ss se afirma que Yahvé ha perdonado los pecados de Jerusalem, y a continuación el profeta repite sin cansancio “la grandeza de Yavé Creador”:

“Pongan la cara hacia arriba y miren: Quién ha creado todos esos astros? El, el mismo, que hace salir en orden su ejército, y que llama a cada estrella por su El, el mismo, que hace salir en orden su ejército, y que llama a cada estrella por su nombre.

Su fuerza es tan grande y su poder tan inmenso, que ninguna se hace la desentendida. … ¿Acaso no lo sabes o no lo has oído? Yavé es un Dios eterno que ha creado hasta los etremos del mundo”…

En este contexto profético la tradición sacerdotal redacta la única cosmogonía que hay en toda la Biblia. ¿Cuál es la intención? Los profetas, como también  la  fuente sacerdotal, pretenden luchar contra las posibles influencias del medio social y cultural del exilio babilónico y de otros pueblos que rodean a Israel. Lo particular y significativo de la reflexión sacerdotal es que interpreta el comienzo del universo en función de la elección y alianza de Dios con Israel. Por eso afirma von Rad (1982) que la bondad de Dios para con su pueblo prima sobre la omnipotencia.

A partir de este período el tema de la creación del universo va a ser una constante en la literatura bíblica. En los Salmos el tema de la creación se convierte en un canto de alabanza: Sal 19, 2 “Los cielos cantan la gloria de Dios”. En la literatura sapiencial, bajo influencia helenística, se manifiesta una relación entre la creación y el orden moral: Sb 11, 10: “Todo lo dispusiste con medida, número y peso”; Sb 13, 1: “… Todos los hombres que ignoraron a Dios, ….contemplando su obra,  no  reconocieron  al Artífice”. En la etapa final del Antiguo Testamento, en el siglo II a. C., en el II libro de los Macabeos (2M 1,24-29) se afirma de manera clara: “Dios creó de la nada todo el universo, es justo y lleno de misericordia”. …Y “es motivo de esperanza para los que mueren” (2M 1, 38-43).

En el Nuevo Testamento el tema de la creación continúa como un elemento central en la historia de la salvación, solamente que ahora adquiere un carácter cristocéntrico. Cristo es la plenitud de los tiempos, el Alfa y Omega de toda la creación. Es el pleroma [6], en el que se cumplen todas las promesas y plenitud de todas las bendiciones (Rm 11, 12.25; Mc 1, 15; Rm 15, 19).

El diseño de la creación solo tiene sentido en Cristo. Por eso Pablo en Rom. 8, 21ss afirma:

“…el mundo creado también dejará de trabajar para el polvo, y compartirá la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto. … en la esperanza de la redención de nuestro cuerpo”.

En consecuencia, la historia de la salvación es una historia de fe. Es un proyecto unitario salvífico, que va desde el comienzo de la creación hasta el final de los tiempos. Sobre este gran proyecto, ¿es posible la alianza y el diálogo entre la fe cristiana y la ciencia?

El Gran Diseño de Dios: fe y ciencia

¿Qué es un diseño? En el campo de la investigación científica el diseño es un modelo teórico que sostiene y sustenta el desarrollo de la investigación y el objeto de estudio. En relación con la naturaleza, la ciencia y , en especial, la física teórica construyen un  modelo  y un método para estudiar el ser y     el comportamiento de la realidad. Si el modelo es correcto y efectivo podrá descubrir e identificar un modelo implícito de leyes o normas que rigen la estructura interna y el comportamiento del ser o de la realidad, y por tanto podrá predecir consecuencias y resultados verificables de ese comportamiento. Las leyes o normas identificadas conforman un diseño esencial, que lo poseen desde las partículas elementales más pequeñas (subatómicas) hasta la galaxia más grande y más alejada del universo. Con esto, estamos diciendo que el universo físico tiene y obedece a un diseño y de acuerdo con ese diseño, descubierto por la ciencia, tuvo uno o muchos comienzos lo mismo que podrá tener uno o muchos finales.

En la época medieval el concepto de “diseño de la  creación  del universo” adquiere contenidos filosófico-teológicos orientados a fundamentar la racionalidad de la fe. Tomás de Aquino (1225-1274) recoge de las sagradas escrituras y de los padres de la Iglesia los elementos básicos necesarios para plantear la tesis de la causalidad ejemplar de Dios, especialmente  en dos de sus obras principales: De veritate y Summa Theologica. En la primera se afirma que el universo no es producto de la casualidad, sino que responde a una idea o a un “diseño”, concebido en la mente de Dios. Esto significa que Dios es el artífice inteligente o la causa ejemplar del universo (De ver. q. 3). En la segunda, continua afirmando: “El mundo y cada cosa que lo compone tienen en Dios su idea ejemplar”. El mundo se hizo y se está haciendo según un plan preexistente en la mente divina (Sum. Th. 1, 15-23; Sum. Th. 1, q.14-16). Es decir, el modelo implícito de leyes que norman el ser y el comportamiento del universo está en la mente divina. ¿Qué es la mente de Dios? Es la Sabiduría de Dios. ¿Cómo entrar o llegar a ella? En Pr 8, 22 ss. se indica una vía: Dios es el artífice que ha hecho todas las cosas siguiendo un plan. Ese plan es anterior al cielo, a la tierra y cuanto existe, y es lo que le da armonía a todo el universo, incluido el hombre y la sociedad. Pero no basta  el  conocimiento  o la ciencia de las cosas. El capítulo termina con un mensaje moral religioso: la felicidad consiste en seguir sus caminos, los caminos de este plan; encontrarlo y aceptarlo significa encontrar la vida y, por el contrario, despreciarlo a conciencia es elegir la muerte. Entonces, de acuerdo con el autor sagrado, solamente se llega a él o a la Sabiduría a través de la fe, que es la aceptación de sus enseñanzas.

Así, el Gran Diseño no consiste solo en un modelo o teorías del universo físico, aunque tengan el mayor reconocimiento de la astronomía moderna o de la física teórica contemporánea. Para un creyente cristiano actual el Gran Diseño es algo más complejo e integral, es la historia de la salvación, fundamentada en una concepción lineal de la historia y del tiempo. Dios está al inicio, creando, manteniendo en su ser a todos los seres creados y guiando toda la creación hacia el final de la historia y del tiempo. ¿Qué  sentido  tendría el “gran nido cósmico”, la vida y la historia de la sociedad humana separado de la historia de la salvación del hombre? Todo acabaría absurdamente con la muerte de las personas, la vida maravillosa del planeta, y todo el sistema cósmico.

 De ahí que para Tomás de Aquino y para la teología católica, Dios no solo es la causa ejemplar, sino también la causa final de toda la creación. La dimensión de la fe permite dar sentido a los miles de millones de años de evolución cósmica y al desarrollo de la vida neuronal y espiritual del ser humano.

Fe y ciencia son dos fuentes de conocimiento que se complementan. No pueden contradecirse si ambas buscan la verdad  mediante caminos legítimos y diferentes. Por eso, Rahner, en relación  con esa fuerte vinculación, afirma que la historia de la salvación acontece en la historia humana, la abarca y la integra a una plenitud mayor,   y Juan Pablo II en Fides y Ratio (1998) apoyado en las fuentes bíblicas señala : Hay una profunda unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe (p. 29). Advierte que el hombre, también el hombre de ciencia, con solo la luz de la razón puede encontrar y reconocer el camino hacia Dios, pero sólo podrá recorrerlo desde el horizonte de la fe (pp. 30, 33 ).

Sin fe el hombre corre el riesgo de quedarse en el camino paladeando la felicidad que ofrecen las delicias terrestres, sabiendo y aceptando que al final solo está la muerte (Camus, 1939), o como en el caso  de  Sagan  que  enfrentado a la muerte le basta “entrever la maravillosa estructura del mundo existente, junto al piadoso esfuerzo por comprender una porción, aunque sea diminuta, de la razón que se manifiesta en la naturaleza” (1998: 288).

Sagan, como muchos otros científicos, llegan al umbral del misterio, pero no dan el paso hacia la gran aventura de la fe. Entrar en el misterio significa encontrar a Dios, pero este paso trascendental está mediado por la libertad soberana del hombre. Entrar es un acto valiente que implica, por una parte, despojarse de todas las certezas y seguridades materiales y humanas, como en el caso de Abraham, de Moisés, Pablo de Tarso, y , por otra, aceptar dócilmente ser conducido para iniciar un recorrido de luces y de sombras, de paradojas, como dice Karl Barth en su Comentario a la Carta a los Romanos, pero seguro de que Dios, el Dios de la historia de la salvación, la fuerza del bien, está a tu lado y te sostiene. Tampoco es correcto ni cierto afirmar que la fe esté asociada a “debilidades de la mente” o al “miedo a la muerte”. La sagrada escritura  y la historia de la Iglesia dan testimonio de lo contrario, es decir, que la fe es una experiencia personal, íntima y profunda que abarca todo género de personas, cuyas creencias los lleva a vivir y a realizar acciones heroicas o sencillas, pero que dan muestras de ser gigantes en el conocimiento y en la vivencia de su fe.

En la Iglesia Católica, desde sus inicios, ha habido un permanente esfuerzo, apertura y  trabajo por integrar conocimiento y fe, ciencia y teología, sin perder de vista la especificidad de cada una. En el último siglo es bueno recordar algunos ejemplos, como el de Georges Lemaitre, teólogo y astrofísico belga , descubridor de la explosión del átomo primigenio (1931), conocido ahora como Big Bang; Pierre Teilhard du Chardin (1881-1955), teólogo, filósofo y paleontólogo, defensor de la  tesis de una evolución cósmica, que culmina en el punto Omega que es Cristo; y Leonardo Boff, teólogo y ecologista, para quien “más allá del vacío cuántico, la última referencia de la razón analítica, está el océano de energía, el continente de todos los posibles contenidos, el “gran atractor cósmico”, pues se percibe que el conjunto del universo está siendo atraído hacia un punto central misterioso” (2003:79). En esta cosmovisión teísta Boff trata de integrar los nuevos paradigmas de las ciencias. No menos significativo es el testimonio de Francis Collins, 2008, genetista y Director del proyecto del Genoma Humano, para quien existe una maravillosa armonía entre las verdades complementarias de la ciencia y la fe. El Dios de la Biblia, sigue afirmando, es el mismo Dios del Genoma y la ciencia puede ser en efecto un medio para encontrar y aceptar a Dios, que es el artífice del Gran Diseño de la historia de la salvación.

Conclusión

La obra de Hawking, The Grand Design, ha sido el motivador de estas reflexiones cosmo-teológicas. Hablar del cosmos es hablar de la existencia de miles de millones de estrellas, galaxias y planetas, expandiéndose a distancias asombrosas, donde la tierra y el hombre son insignificantes dentro de la escala cósmica. Del neolítico a nuestros días el avance del conocimiento científico tecnológico, en particular los logros de las ciencias de la naturaleza, han permitido plantear la hipótesis del “átomo primigenio” cuya explosión poderosísima o Big Bang sería el origen del universo y de todo lo que él contiene.

Algunos científicos del pasado y del presente, como Hawking actualmente, impresionados por estas conquistas de la ciencia, afirman: “el maravilloso diseño del universo no tuvo diseñador”. En este trabajo hemos querido acercarnos a un concepto de ciencia más amplio, más abarcador e integrador  donde los aportes de la física teórica no son verdades absolutas, sino simples hipótesis de trabajo, parciales con respecto a una realidad poliédrica y densa en significados, que lejos de aportar una solución definitiva, lo más que hacen es darnos, como dice Sagan, una cierta madurez para abrir nuevos caminos de búsqueda.

Motivado por los avances de las ciencias humanas y por el método fenomenológico e histórico crítico nos hemos acercado a la visión judeo cristiana de la creación del cosmos. Para esta cosmología teológica no hay diseño sin diseñador. El universo no tiene sentido en sí mismo. Dios, el señor del espacio, de la gravedad y del tiempo. La visión paulina de esta cosmología es total e integradora. Todo tiene sentido en relación con el hombre  y el hombre encuentra su razón en Cristo, que es el pleroma de todo el universo. Por tanto, el gran diseño no contiene solo el universo. Es la historia de la salvación de la sociedad humana y del cosmos.

Pedro J. Ramírez Acosta, en revistas.uned.ac.cr/

Notas:

1.      Es una obra escrita, en 2010, en conjunto con Leonard Mlodinov, doctor en física por la Universidad de Berkeley y escritor de la serie Star Trek: The next generation. Es una obra científica con algunos temas clásicos de la filosofía como El misterio del ser, y Qué es la realidad? Y otros que tocan temas fronterizos con la teología, como El milagro aparente y El gran diseño.

2.      El hilemorfismo aristótelico es una teoría fundamental en la concepción de la realidad y del ser humano. El término proviene de dos raíces griegas que significan materia (hile) y forma (morfé). Todo ser material está compuesto de materia y forma. En el caso de los seres vivos la forma es el alma, y en el caso del ser humano la forma es el alma racional. Su planteamiento es una crítica radical a las ideas platónicas y una afirmación de la existencia del mundo real. Esta teoría caló tan profundo que fue base de la filosofía y teología medieval. Pueden consultarse las obras de Edwin Hartman, 1977, Substance, body and soul: Aristotelian investigation, Priceton U.P.  y José M.  Petit, y Antonio Prevosti,, 2004, Filosofía de la naturaleza: Su configuración a traves de sus textos, Barcelona: Ed. Scire.

3.      La teoría del Big Bang responde a la vieja   e inquietante pregunta que el hombre de ciencia se ha hecho sobre el origen del universo. Dice Sagan, en Cosmos, 1997: 20, que un sacerdote babilonio llamado Beroso escribió un libro (perteneció a la Biblioteca de Alejandría), cuyo primer volumen estaba dedicado al período que va de la creación al diluvio con una duración 432.000 años. Hoy la ciencia reconoce que de esa gran explosión a la actualidad hay unos 20 mil millones de años aproximadamente.

4.      Es una línea curva o trayectoria del sol en  su “movimiento aparente sobre la tierra”. El término está relacionado con los eclipses del sol y de la luna. Las órbitas de los planetas del sistema solar están próximas a la eclíptica. Si la sombra de la luna se interpone entre la tierra y el solo, se produce un eclipse solar. En cambio, si la sombra de la tierra se interpone entre la luna y el sol, tendremos un eclipse lunar. Este comportamiento fue medido, con cierta exactitud, por los científicos de Alejandría 200 años a C. Sobre el tema véase “El antiguo universo de las dos esferas” en Kuhn, La Revolución copernicana.

5.      Es un punto cercano al centro de la esfera del planeta, en el marco de la teoría geocéntrica. Esta teoría estuvo vigente desde el s. VI a C. hasta el s. XVI en que fue sustituida por la teoría heliocéntrica. Ptolomeo utiliza el ecuante para mantener la teoría de Platón del movimiento circular uniforme de los cuerpos celestes. Por su parte, la deferente es un círculo que tiene por centro a la tierra.

6.      Es un término que proviene del griego “pleroo” que significa llenar. Si bien tiene ascendencia gnóstica, es utilizado repetidas veces en las cartas  paulinas.  Del  sentido de plenitud se deriva que todo tiene sentido en Cristo. Por eso, Pablo afirma en Ef 1,10. 22,29: Cristo es la cabeza del cosmos y por tanto resumen del proyecto divino de salvación. Veáse Pierre Benoit, Revue Biblique 63 (1956) 5-44: Pierre T.  du Chardin,  El fenómeno humano, Energía humana e Himno al universo.