Dios ha confiado a don Josemaría la tarea de sacar adelante la Obra en todo el mundo. él solo no puede. Don Josemaría reza, se mortifica y busca personas que recen y hagan sacrificios por la Obra. Una mañana, en una calle de Madrid:
—Buenos días —saluda don Josemaría a un sacerdote joven.
—Buenos días.—¿Va usted a celebrar la Santa Misa?
—Sí. —¿Podría rezar por una intención mía?
—Con mucho gusto.
También a los enfermos de los hospitales los visita y los anima. Les ayuda y les pide que ofrezcan sus sufrimientos al Señor. Uno de esos días, atiende a un gitano herido de una puñalada. —¿Cómo te encuentras?—le pregunta don Josemaría. —Mal; muy mal, Padre. ¿Podría usted confesarme? —Con mucho gusto.
Al acabar, don Josemaría saca su rosario y, mostrándole la cruz, le dice: —¿Quieres besar esta cruz?
—Con esta boca mía podrida no puedo besar al Señor.
—Pero, ¡si le vas a dar un beso muy fuerte enseguida en el Cielo! El gitano lo besa con amor.
Don Josemaría reza y se mortifica. A menudo hace grandes sacrificios, pero, sobre todo, los busca en las cosas pequeñas de cada día: en el orden, en el trabajo bien hecho, en la ayuda a los demás, en hacer, sin protestar, las cosas que cuestan... Todo le parece poco y no quiere desaprovechar las ocasiones que se le presentan.
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