De alguna manera, la luz de Belén ha llegado hasta los gobernantes chinos, y quizá les ha entrado la duda de si Jesús será “alguien más que un hombre”
Hace ya un buen número de años, el entonces gobierno provincial de Cantón, China, envió una carta circular de cinco puntos disponiendo que los cristianos podían celebrar la Navidad solamente dentro de sus templos. No les estaba permitido ningún tipo de manifestación externa de la Fe, que pudiera transmitir a su alrededor la alegría de la fiesta.
¿Qué pretendían con unas medidas semejantes?
En el fondo, además de los prejuicios políticos e ideológicos, y de la ignorancia, querían ocultar un temor, que no consiguieron esconder del todo: el temor de que la Navidad, el Niño Jesús desde la cuna de Belén, pudiera difundir un espíritu contagioso que pusiera en peligro el equilibrio del poder cultural, militar, social y político, instalado entonces en la sociedad China, poder que sigue hoy todavía vigente, con los mismos temores, y quizá algo mayores que entonces.
¿La razón? No han conseguido silenciar el gozo de la Fe y la Alegría del Nacimiento de Dios en la tierra.
La historia no es nueva, y se seguirá repitiendo muchas veces a lo largo de la historia, hasta que Dios ponga punto final al caminar del hombre sobre la tierra. Y sin embargo, no parece una actitud consecuente. Desde el punto de vista de los entonces gobernantes chinos, Jesús debía ser un hombre corriente, uno más entre los millones de pobladores que han surcado los caminos de nuestro plantea. ¿Por qué temer que su recuerdo, pasados ya más de 2.000 años de su estancia por aquí pudiera provocar cualquier tipo de acontecimiento peligro para la estabilidad de la convivencia social?
Esas restricciones a los católicos, a los cristianos, han seguido en vigor desde entonces, y no sólo en Cantón. El Gozo de la Fe y la Alegría de la Navidad han continuado mucho más vivas y han cambiado el panorama.
En 1980 los cristianos llegaban apenas a unos 15.000.000, hoy están ya cerca de los 100.000.000, de los que algo más de 17.000.000 son católicos. Es difícil analizar el “milagro” que ha ocurrido en China, pero podemos tratar de encontrar algunas razones, porque en fondo todo esto ha sido posible por causas muy sencillas de entender, y a la vez, tan profundas que sólo los humildes descubren y aceptan.
Los católicos, y todos los cristianos chinos, han anunciado la Fe en Cristo Jesús a sus compatriotas, han hecho proselitismo, siguiendo los mandatos del Señor: “Id y predicad a todas las gentes, y bautizarlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y por supuesto, lo han hecho sin pararse a hacer “planes pastorales usando investigaciones y estudios”.
Han dado testimonio de la Fe, de la Esperanza, de la Caridad en Dios y en Cristo, con su vida, con su muerte −se cuentan más de medio millón de mártires−, con su palabra, con el bautismo de sus hijos, con el bautismo de adultos, con el sacrificio de sus sacerdotes.
Han hecho proselitismo para abrir sus mentes y sus corazones, a la luz de Cristo, a la luz de la Cruz y de la Resurrección de Cristo, sin engañar a nadie, sin quitar la libertad a nadie, que el actuar con engaño y en coacción no es proselitismo, es acción diabólica.
Han dado testimonio de su Fe con su palabra, manteniendo vivas la Fe y la Moral de Nuestro Señor Jesucristo; sin necesidad de recurrir a esos lenguajes de ONG tan proficuos entre algunos ambientes eclesiásticos hoy en día, y han anunciado no una simple “cultura del encuentro”, sino una unión de todos en Cristo Nuestro Señor, dentro de todas las culturas del mundo.
Hoy, no obstante continúen las trabas a las manifestaciones de la Fe en China, yo tengo la impresión de que el ejemplo de los católicos, de los cristianos chinos, y con ellos, el de los vietnamitas, de los camboyanos, de los malayos, ha conmovido a Dios, y la semilla siga germinando y creciendo.
De alguna manera, la luz de Belén ha llegado hasta los gobernantes chinos, y quizá les ha entrado la duda de si Jesús será “alguien más que un hombre”. Siguen tomando medidas para no dejarse sorprender y seguir tratando de frenar la influencia de los cristianos, de los católicos, como en su día hicieron algunos emperadores romanos; como en nuestros días tratan de hacer muchos gobernantes en Europa. Todo inútil.
La Luz de la Navidad, del Nacimiento de Dios en la tierra: el Niño Jesús, seguirá llenando el vacío de la inteligencia, del corazón del alma, de los hombres, que ninguna “cultura” alcanza siquiera a “entretener” un poco.
Ernesto Juliá
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