El Prelado del Opus Dei impulsa a vivir la fraternidad con todos los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, y redimidos por Cristo. "Sentirse hermanos unos de otros, y comportarse como tales, es don divino", dice
La consideración de los acontecimientos celebrados en estas fiestas de Navidad da pie a Mons. Javier Echevarría para afirmar, al comienzo de su Carta pastoral, que la glorificación de Dios por la encarnación y el nacimiento de su Hijo Unigénito se encuentra indisolublemente unida a la paz y fraternidad entre las criaturas humanas. Si podemos y debemos llamarnos hermanos, se debe concretamente a que todos somos hijos de un mismo Padre, Dios, que nos ha creado a su imagen y semejanza, y porque el Verbo divino, al encarnarse como Cabeza de la humanidad, nos ha rescatado del pecado otorgándonos el don de la filiación divina adoptiva. Esta es la gran noticia que el ángel anunció en Belén no sólo a los hijos de Israel, sino a todos los hombres y mujeres: “mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo”.
Como consecuencia de la contemplación en estos días de la escena de Belén, que ha llenado por completo nuestros pensamientos en estas fiestas santas, sugiere permanecer, en el año nuevo y siempre, en una acción de gracias constante, por todos los beneficios que el Señor nos ha dispensado y nos dispensará: los conocidos y los que no conocemos, los grandes y los pequeños, los espirituales y los materiales, los que nos han causado gozo y los que quizá nos han producido un amago de tristeza. Con nuestro Padre os insisto, y me lo digo a mí mismo: “demos gracias por todo, porque todo es bueno”.
Propone más adelante el Prelado que ahora que comenzamos la segunda parte del tiempo de Navidad con la solemnidad de la Maternidad divina de María, nuestra mirada se fija ahora con mayor atención en esa criatura sin par que de ese modo tan sencillo –‘ecce ancílla Dómini’− dio paso a la encarnación del Verbo y nos ha convertido en hijos de Dios en Jesucristo; hermanos con una fraternidad más fuerte que la del común origen de Adán y Eva, y recuerda las palabras de San Josemaría, que en el punto 512 de Camino: “¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya −"fiat"− nos has hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. −¡Bendita seas!”, realizándose así una de las más profundas aspiraciones del corazón humano: “un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer” (Papa Francisco, en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2014).
Querer a nuestros semejantes con verdadero amor fraterno (…) comprender que la fraternidad cristiana no se reduce a mera solidaridad, etc., son temas que trata más adelante, y afirma que esta fraternidad procede de la fe y del ejercicio de la libertad personal. Porque “la libertad cristiana nace del interior, del corazón, de la fe, pero no es algo meramente individual, sino que tiene manifestaciones exteriores. Entre ellas −escribe san Josemaría en el artículo Las riquezas de la Fe−, una de las más características de la vida de los primeros cristianos: la fraternidad. La fe −la magnitud del don del Amor de Dios− ha hecho que se empequeñezcan hasta desaparecer todas las diferencias, todas las barreras: ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni de libre; ni de hombre, ni de mujer: porque todos sois una cosa en Cristo Jesús (Gal 3, 28). Ese saberse y quererse de hecho como hermanos, por encima de las diferencias de raza, de condición social, de cultura, de ideología, es esencial al cristianismo”.
Se refiere más adelante a que la primera evangelización, la que se llevó a cabo después de la Ascensión del Señor a los cielos, la caridad fraterna −de modo especial con los más necesitados física o espiritualmente, e incluso con los perseguidores− fue uno de los elementos determinantes de la rápida expansión del cristianismo: “¡Mirad cómo se aman!”, pone Tertuliano en boca de aquellos paganos, deslumbrados por el mensaje de Cristo, y, después de recordar detalles de la vida de San Josemaría, quien predicó incansablemente la importancia capital del ‘mandamiento nuevo’, afirma queestas y otras muchas lecciones de su vida pueden servirnos para preparar mejor la fiesta del 9 de enero, aniversario de su nacimiento, ya que con su paternidad, empapada de cariño y de entrega, nuestro Padre nos mostró un rayo de la paternidad divina con todos los hombres, al tiempo que nos enseñaba a ser buenos hijos de Dios viviendo una delicada fraternidad en la Obra y con todas las personas.
Recuerda Monseñor Echevarría que, precisamente a este tema dedica el Papa Francisco su mensaje para la Jornada mundial de la paz. Ya en sus primeras líneas afirma algo muy importante, que os he señalado al recordar la vida de nuestro Fundador. “Normalmente −precisa el Papa− la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz”, y afirma que todo lo que se haga en favor de la familia −defendiendo su naturaleza fundada en el designio divino, su unidad y su apertura a la vida, su originaria vocación de servicio− repercute de modo positivo en la configuración de la sociedad y en las leyes que la regulan. Recemos a diario por las familias del mundo y por los legisladores, al tiempo que cada una y cada uno se empeña, dentro de sus posibilidades, en la defensa y promoción de esta institución natural tan necesaria para la buena marcha de la vida social, y pide oraciones especialmente durante los próximos meses, en preparación de la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que el Papa ha convocado para octubre con el objeto de estudiar cómo acometer la nueva evangelización en el campo de la vida familiar.
Después de referirse extensamente sobre la fraternidad, afirma que no puedo dejar de mencionar aquí al queridísimo don Álvaro. En cierto modo, podemos considerar este año 2014 como ‘el año de don Álvaro’, ya que en marzo conmemoraremos el centenario de su nacimiento y más tarde esperamos asistir, llenos de gozo, a su beatificación. Aquí se nos ofrece, hijas e hijos míos, un nuevo motivo de agradecimiento a Dios y una invitación a que nos preparemos lo mejor posible para estos grandes eventos. Vivamos más a fondo el espíritu de filiación y la fraternidad.
Después de referirse a la reciente audiencia con el Papa, el pasado 23 de diciembre, en la que, además de impartir la bendición apostólica a todos los fieles de la Prelatura −laicos y sacerdotes, y especialmente a los enfermos−, nos ha animado a seguir trabajando apostólicamente en todos los países donde residen fieles de la Obra. De modo específico, nos ha alentado a realizar un fecundo apostolado de la Confesión, que es el sacramento de la misericordia de Dios, se refiere a su breve viaje, inmediatamente después de la Navidad, a la tierra donde vivieron Jesús, María y José. Además de impulsar a vuestras hermanas y a vuestros hermanos que allí trabajan, he visitado las obras de Saxum, la futura casa de retiros y de otras actividades que se ha comenzado a construir en memoria de don Álvaro, y afirma que como siempre, me hubiera gustado, ¡siempre más!, pasar estas fiestas a vuestro lado: las he vivido así, llevándoos a todas y a todos al Tabernáculo y al portal de los nacimientos de estos Centros. No dejéis de presentar al Niño Dios todas mis intenciones: yo he dejado a sus pies las vuestras.